Autobiografía

Llevo una vida tranquila
todos los días en el 83 A de la Calle de la Reina.
Les soplo la nariz a mis chicos y lustro pisos
y ollas de cobre
y cocino patatas y salchichas.
Llevo una vida tranquila
cerca del metro
soy una sueca
era una chica sueca
leí el libro médico debajo de la manta
y fui miembro de la Liga Juvenil
Bautista.
Soñaba con cantar en el coro
y acompañada por una guitarra
bajo las llamas de las velas.
Soñé con cantar
con la guitarra en la fiesta de Lucia
y tenía dos discos de Alice Babs
y una campera, con cierre.
Trabajé en un café
con espejos y cerveza
y un cuchitril para cerdos en el patio.
Todavía puedo percibir el olor de las ratas
y del helado de frambuesa, y del queso
del dueño que era también un catador de leches.

Yo era una mocosa típica.
Cavaba túneles bajo la nieve.
Me sentaba bajo un manzano cuando nevaba
esperando el Día del Juicio Final.
Me vi atrapada en una choza de emigrantes
a la vuelta de mi Liga Juvenil.
Tomé un curso de taquigrafía por correspondencia
y garabateé las chicas de tapa del bloc.

Estuve en un coche lleno de nieve
levantando refugiados bálticos.
Hombres con los pulmones apelmazados
rogando agua.
Una mujer con un ojo colgando
como un huevo sangriento en su mejilla.

He visto niños silenciosos
en multitudes hambrientas
desde las profundidades de un asiento de cine.
Los he visto.
Soy una madre.
Estuve ahí.
Pero no sufrí
lo suficiente.

Soy una sueca.
Tengo una tarjeta de seguro de salud.
Lloro en mi cuarto.
He de morir de cáncer.
Soy formada por las circunstancias.
Conduzco una guerra conmigo misma
por ser una mujer rechazada.
¡Y tengo ciertos planes!
Tengo una hija
que debería tener un futuro.
Puede que me compre una parcela en el cementerio.
Soy tan sólo temporalmente
un utensilio usable de la casa.
Nunca cumplo una promesa.
Veo una expectativa
en mi aniñado espejo
como si tuviese que conseguir un árbol de Navidad.

Llevo una vida tranquila
en el 83 de la Calle de la Reina
a través del jardín cada día
mirando las paredes.
Pienso en mi hermana
que cuidadosamente teje manoplas para ollas en ganchillo
del cerebro a cuerda
de mi cuñado.
Pienso en mi hermano
que es un caníbal.
Frío mis filetes.
Lavo mis manos.
He oído el solitario llamado
de los medio-devorados en lo escabroso.
Soy la mujer.
Yo era ella.
Pero no sufrí
lo suficiente.

Me fui adentro y cerré mi puerta
me senté en mi silla confortable.
Visito las tiendas formales
donde compro mis estériles
apuntalamientos de propiedad.
He escrito poemas con pensadas
pausas y puntuaciones.
Convierto mis panes en piedras.
Me siento como si tuviese una mano atada tras mi espalda.
Me siento como si tuviese una piel muda
ajustada sobre mi cara
y fantaseo acerca de un pequeño cuchillo
entre mis dientes.

He sentido
cómo yo vomitaba mi garganta
y cómo mi lengua también se deslizaba hacia afuera
un inutilizable trapo de piel.
¿Dónde hallo un instrumento
para todo mi aire encerrado?
Soy un zapato sucio
en una calle demasiado atestada.
Soy un perro sin amo
repleto de persistente amor
entre indiferentes zapatos sucios.

Veo una semejanza entre yo
y las patatas.
He sentido lo podrido desde adentro
en la lluvia de otoño.

He escuchado a parejas de casados
en sus colchones de goma espuma a medida
quejarse acerca de perdidas excitaciones.
Entiendo su disgusto.
He sentido caricias
pegarse como chicle.
Dormito junto a mi pequeña pileta de lona.
Espero
junto a las madres aburridas.
Y observo a sus maridos
llegando en sus VW’s
sobre sus gastadas cubiertas.
Usan brillantes camisas de nailon
y pequeños almohadones de cuero detrás.
Tienen cronómetros a prueba-de-idiotas
y aspectos llenos de carne muerta
y yo lo siento
en mi propia carcomida cara.

Llevo una vida tranquila
leyendo homenajes a la existencia
por alguien que no ha sufrido lo suficiente.
Mastico mis propias bromas.
Lucho con mi dura piel.
Yo era el patito feo
que nunca se transformó en cisne.
¿Tenía yo un par de alas entonces?
Siento los efectos secundarios de las quemazones.
Acaricio mi pobre joroba.
Trato de encontrar mi pequeño cuchillo
hace mucho tiempo arruinado por el óxido
y aplastado por pies en el pasto amarillo.

La cuestión matrimonial I Ser esclava de Hombre Blanco. Hombre Blanco ser benévolo a veces, sí, sí, pasar la aspiradora y jugar a la baraja con los niños los días de Fiesta. Hombre Blanco no tolerar descuidos y blasfemar con palabras terribles muchos días. Hombre Blanco no tolerar descuidos. Hombre Blanco no aguantar Comida frita. Hombre Blanco no tolerar frase Tonta. Hombre Blanco sufrir gran Ataque de nervios tropezar botas de los niños. Ser esclava de Hombre Blanco. Parir hijos de Otro Hombre. Parir hijos de Hombre Blanco. Hombre Blanco ocuparse de todo mantener a todos los hijos. Jamás poder pagar Gran Deuda a Hombre Blanco. Hombre Blanco ganar dinero en su Trabajo. Hombre Blanco comprar Cosas. Hombre Blanco comprar esposa. Esposa fregar platos. Esposa lavar ropa sucia. Esposa ocuparse basuras. Ser esclava de Hombre Blanco. ¿Hombre Blanco pensar muchos Pensamientos volverse loco? Ser esclava de Hombre Blanco. ¿Hombre Blanco emborracharse romper Cosas? Ser esclava de Hombre Blanco. ¿Hombre Blanco cansarse viejos pechos viejo vientre? ¿Hombre Blanco cansarse vieja esposa mandarla al Inerno? ¿Hombre Blanco cansarse hijos de Otro Hombre? Ser esclava de Hombre Blanco. Arrastrarse de rodillas mendigar Ser esclava de Hombre Blanco. II ¡Quién pudiera largarse de la bronca de esta tía y del frío y navegar hasta Hula-Hula! Pero ¡qué va!: ¡estás demasiado reprimido! Andas por aquí con tus fantasías y asumiendo responsabilidades y aportando tu granito de arena. Es que has recibido una educación anticuada. Es que no logras metértelo en la cabeza que el chaval te ha dejado muy atrás y que ya no quiere hablar contigo. Que la chavala es demasiado mayor para besos o cachetes. ¡Si lograses disfrutar allí bien atendido por tu corte, bajo el susurro de las copas de las palmeras! Sin envoltorio de plástico y congelador y máquina de encerar y el estado que reclama lo suyo. Y la parienta que quiere también lo suyo– la que te cazó para ser mantenida. Sí, esa que se aige y solloza y maquina y moquea y se vuelve de morros contra la pared. Ella que no tiene nada en contra, en realidad… Basta que aportes tu granito de arena.
   
de Husfrid, 1963
Voluntariamente Fue como la pequeña mosca que no quería volver a casa — se encontraba muy bien en la ventana de sirope. —Pero, hija mía, dijo la mamá mosca. ¡No te vas a pasar todo el día sentada en la ventana de sirope! ¡Qué dirían! La niña mosca no contestó, simplemente hizo como que no oyó. La mamá, que estaba bastante agotada, se marchó volando. Era algo con lo que la mosca niña no había contado — ¿cómo iba a regresar a casa con la honra intacta? Después de un rato se sintió saciada y más que satisfecha Entonces tuvo una idea. —Oye tú, le dijo a la araña que andaba por allá arriba, en el techo, no te apetecería capturarme y llevarme a mi casa para que no pareciese como que yo… es algo tan irritante regresar a casa voluntariamente ¿comprendes? Bueno, la araña no tenía nada en contra. Si podía hacer una buena obra… Era como una pomada milagrosa para la vieja conciencia llena de heridas de una araña. Así pues la araña devolvió a la hijita pequeña a su madre que quedó al mismo tiempo encantada y aterrorizada y revoloteó de aquí para allí murmurando sobre lo uno y lo otro. Poco a poco fue comprendiendo que la araña — ya que tan elegantemente había vencido sus bajos instintos— estaba enamorada en serio de su hija. Y cuanto más pensaba la araña, más impresionada estaba de su hazaña — y por la chiquilla mosca. Y ella, la mosquita, bueno se sentía tan halagada que inmediatamente se puso a pensar en velos y tules y… Sí, eso es lo que puede pasar aquí en el mundo cuando una araña y una mosca quedan prendadas una de otra.
Sonja Äkesson, poeta, Buttle (Gotland, Suecia), 1926-1977
Una carta ¡Hasse! ¡Hans Evert! ¿Te acuerdas de mí? No fui tu primera chica claro pero tu fuiste mi primer chico. Ibas constantemente en la bici, una Rambler, y llevabas la gorra en la nuca y yo iba en la barra con mi abrigo rojo y a veces en la parrilla. Una tarde nos caímos en la cuneta. Qué canciones cantabas. Ya entonces eran viejas: “A casa de mi chica tarde o temprano me lleva el camino a casa de mi chica que escribe que me quiere” aún oigo tu voz con precisión: azafrán y canela y unos granos de mostaza y tú desafinabas un poquito en todos los tonos. Tu hermana estaba gorda y se llamaba Jenny Cuando empezamos tú tenías 17 años y yo — no, no me atrevo a decirlo. Podrías acabar en la cárcel. Tú estabas siempre bronceado por el sol. Luego llegó la movilización. ¿Recuerdas aquella cabaña de la orilla del lago azul con el gallo y el gato y los abedules? Imagínate que viviésemos allí ahora. Yo hubiese tenido un montón de críos que se lavarían en una palangana en la cómoda antes de ir a la catequesis dominical. Tu hermana, la gorda Jenny, hubiese sido mi cuñada. Pero no hubiese tenido suegra. Tu padre la había matado de un tiro y luego se había cortado el cuello con una navaja de afeitar. Una vez me enseñaste una foto de ellos. A veces te emborrachabas un poco. Entonces ponías en el manillar ramilletes de jazmín o ramitas de peral en flor. Una vez te lo hiciste con otra chica. Cuando enloqueció tu padre te escondiste en un armario. Él también había pensado matar a tiros a los hijos. Yo mentía todas las noches. Nunca había mentido antes. Cuando mentía hacía como si yo no fuese yo. Simulaba que era un sueño. Pretendía que ni siquiera era yo la que soñaba. Mi madre tenía un olor ligeramente acídulo. Se le había caído el pelo. Ella lloraba y yo también lloraba convulsivamente aunque sólo era un sueño, y aunque tampoco era yo la que soñaba. Todos los días eran un solo sueño. Una noche mi madre se sentó con abrigo y sombrero. Imagínate que lo hubiesen hecho, quiero decir si me hubiesen echado de casa. Imagínate, yo que lloraba reclamando a mi madre desesperadamente cuando sólo llevaba una semana en casa de la prima Ruth. Tú eras bueno con los niños. Y no quiero decir nada irónico. Yo no era un niño. Tú eras muy bueno con los hijos del campesino. Tú eras también bueno con la vieja señora de la limpieza. La gente decía que eras bueno con los hijos del campesino y con la vieja señora. “Un saludo con el viento quiero yo enviar a mi padre y a mi madre y la chica de mi lugar” Cuando cantabas te subía y bajaba la nuez. Tú padre llevaba mucho tiempo sin levantarse, paralítico, creo que a raíz de un accidente. Tu madre estaba muy guapa en la foto. Luego estalló la guerra y durante varios años no fui la chica de nadie en particular. Durante algunos años no mentí nunca. Más adelante te hiciste de los de Pentecostés y te casaste, bastante rico con una chica, con finca, también de Pentecostés. Te encontré una vez. Le habías pedido perdón a Dios, dijiste. Me sonó bastante estúpido. Sabía que me deseabas. ¿Cuántos años puedes tener ahora? ¿45? ¿Sigues en la congregación redimido? ¿Crees que tu padre estará en el infierno? ¿Hueles todavía un poco a caballo? Aunque seguramente tendréis tractor.
El mar Estoy frente al mar. Ahí está. Ahí está el mar. Lo miro. El mar. Ajá. Es como el Louvre.
Claro que me acuerdo Y claro que recuerdo aquella fiesta de la empresa a la que tenías que asistir y cómo llegaste a casa un poco achispado caliente y alegre y quisiste acostarte conmigo y yo te escupí cuando ibas a follarme. Sí, claro. Claro que me acuerdo.
Nuez Te has quedado con las manos vacías y en las manos tienes una nuez. Al comienzo la aprisionas y escondes como si fuera algo mágico, Pero luego todo te aprisiona a ti y sabes que tienes Que responder y con ello matar al mago para sobrevivir. En el centro de la nuez está la almendra, pero la almendra no te importa, Tú necesitas la salvación que está inscrita en el interior de la cáscara. El agobio es demasiado grande, por eso aprietas el puño vacío y la rompes. La nuez enmudece, los signos rotos se vuelven ininteligibles Y la respuesta enigmática, pero a través de las rajaduras te escurres al interior Y te comes la almendra. Así excavas un espacio para ti. Así te vuelves almendra. Y la almendra se vuelve Tú. El Tú se pone en cuclillas y espera Que la cáscara crezca a su alrededor. Como una especie de feto Espera acurrucado, y en la nuez hay cada vez menos luz Y menos heridas. Paulatinamente el Tú puede comenzar a leer los signos Y los signos están cada vez más enteros. El Tú lee en voz alta, pero cuando llega al final La cáscara se cierra y la noche se cierne sobre el Tú. Atrapado en la oscuridad, el Tú oye Cómo salta de la galera un blanco conejo con dientes asesinos, Se detiene frente a la nuez e inmóvil la observa.
Sonja Äkesson, poeta, Buttle (Gotland, Suecia), 1926-1977