Canciones

Tú desciendes desde las estrellas

 

Tú desciendes desde las estrellas
¡oh Rey del Cielo!
y vienes a una gruta al frío y hielo
y vienes a una gruta al frío y hielo.

¡Oh Niñito mío divino!
Yo te veo aquí temblar
¡oh Dios bendito!
¡Ah! ¡Cuánto te costó el haberme amado!
¡Ah! ¡Cuanto te costó el haberme amado!

A Ti, que eres del mundo el Creador
faltan ropa y fuego ¡oh mi Señor!
faltan ropa y fuego ¡oh mi Señor!

Querido bebé elegido,
esta misma pobreza más me enamora,
porque el amor Te hizo también pobre,
porque el amor Te hizo también pobre.

Dejas la hermosa alegría del seno divino,
para venir y penar en este heno,
para venir y penar en este heno.

Dulce amor de mi corazón,
¿a dónde Te ha llevado el amor?
¡Oh Jesús mío!
¿Por qué tanto sufrimiento por mi bien?
¿Por qué tanto sufrimiento por mi bien?

Pero si fue tuyo querer tu sufrimiento,
¿por qué quieres llorar pues, por qué gemir?
¿Por qué quieres llorar pues, por qué gemir?

Esposo mío, Dios amado,
Jesús mío, Te digo ¡sí! Ah, mi Señor,
no lloras de pena, sino de amor,
no lloras de pena, sino de amor.

¡Lloras al verme ingrato contigo
después de amor tan grande, tan poco amado,
después de amor tan grande, tan poco amado!

¡Oh Amado de mi pecho,
si alguna vez fue así,
ahora solo te anhelo a Ti:
querido no llores más, te amo y te amo,
querido no llores más, te amo y te amo.

Tú duermes, Niño mío, pero en tanto el corazón
no duerme, sino vela a todas horas,
no duerme, sino vela a todas horas.

¡Ah, mi hermoso y puro Cordero,
¿en qué estás pensando? Dime Tú.
Oh inmenso amor, «Morir por Ti» –respondes– «pienso»,
morir por Ti» –respondes– «pienso».

Entonces, morir por mí piensas ¡oh Dios!
y más allá de Ti, ¿aún amar puedo?
Y más allá de Ti, ¿aún amar puedo?

¡Oh María, esperanza mía!
Si poco yo amo a tu Jesús,
no me desdeñes,
¡ámalo por mí, si no sé amarlo!
¡Ámalo por mí, si no sé amarlo!

Cuando el Niño nació

 

Cuando el Niño nació en Belén,
era noche y parecía mediodía.
Nunca las estrellas, brillantes y bellas,
se vieron así, y la más reluciente,
fue a llamar los Magos a Oriente.

Los pastores vigilaban a las ovejas,
y un ángel, resplandeciente más que el sol,
apareció y les dijo:
«No tengáis miedo, no;
alegría y risas,
¡la tierra se ha convertido en el Paraíso!».

Os ha nacido hoy, en Belén,
el esperado Salvador del mundo.
Entre paños
lo encontraréis,
no podéis equivocaros,
envuelto
y en el pesebre acostado.

Latía con fuerza el corazón de estos pastores.
Y luego uno le dijo a otro:
«¿Por qué estamos tardando?;
pronto, vámonos,
que me siento desfallecer
por el deseo
de ver a ese Dios Niño».

San Alfonso María de Ligorio, Reino de Nápoles, 1696-1787

Oraciones a María

Oración a la Virgen para alcanzar una buena muerte

 

María, dulce refugio de los pecadores,
cuando mi alma esté para dejar este mundo,
Madre mía, por el dolor que sentiste
asistiendo a vuestro Hijo que moría en la cruz,
asísteme también con tu misericordia.
Arroja lejos de mí a los enemigos infernales
y ven a recibir mi alma
y presentarla al Juez eterno.
No me abandones, Reina mía.
Tú, después de Jesús, has de ser
quien me reconforte en aquel trance.
Ruega a tu amado Hijo que me conceda,
por su bondad, morir abrazado a sus pies
y entregar mi alma
dentro de sus santas llagas, diciendo:
Jesús y María, os doy el corazón y el alma mía.

Oración a María, Reina misericordiosa

 

Madre de Dios y señora mía, María.
Como se presenta a una gran reina
un pobre andrajoso y llagado,
así me presento a ti, reina de cielo y tierra.
Desde tu trono elevado dígnate
volver los ojos a mí, pobre pecador.
Dios te ha hecho tan rica
para que puedas socorrer a los pobres,
y te ha constituido reina de misericordia
para que puedas aliviar a los miserables.
Mírame y ten compasión de mí.
Mírame y no me dejes;
cámbiame de pecador en santo.
Veo que nada merezco y por mi ingratitud
debiera verme privado de todas las gracias
que por tu medio he recibido del Señor.
Pero tú, que eres reina de misericordia,
no andas buscando méritos,
sino miserias y necesidades que socorrer.
¿Y quién más pobre y necesitado que yo?
Virgen excelsa, ya sé que tú,
siendo la reina del universo,
eres también la reina mía.
Por eso, de manera muy especial,
me quiero dedicar a tu servicio,
para que dispongas de mí como te agrade.
Te diré con san Buenaventura: Señora,
me pongo bajo tu servicio
para que del todo me moldees y dirijas.
No me abandones a mí mismo;
gobiérname tú, reina mía. Mándame a tu arbitrio
y corrígeme si no te obedeciera,
porque serán para mí muy saludables
los avisos que vengan de tu mano.
Estimo en más ser tu siervo
que ser el dueño de toda la tierra.
”Soy todo tuyo, sálvame” (Sal 118, 94).
Acéptame por tuyo y líbrame.
No quiero ser mío; a ti me entrego.
Y si en lo pasado te serví mal,
perdiendo tan bellas ocasiones de honrarte,
en adelante quiero unirme a tus siervos
los más amantes y más fieles.
No quiero que nadie me aventaje
en honrarte y amarte, mi amable reina.
Así lo prometo y, con tu ayuda,
así espero cumplirlo. Amén. Amén.

Oración a María, Madre de los pecadores

 

Madre mía amantísima, ¿cómo es posible
que teniendo madre tan santa sea yo tan malvado?
¿Una madre ardiendo en amor a Dios
y yo apegado a las criaturas?
¿Una madre tan rica en virtudes
y yo tan pobre en merecimientos?
Madre mía amabilísima, no merezco ser tu hijo,
pues me hice indigno por mi mala vida.
Me conformo con que me aceptes por siervo;
y para lograr serlo, aun el más humilde,
estoy pronto a renunciar a todas las cosas.
Con esto me contento, pero no me impidas
poderte llamar madre mía.
Este nombre me consuela y enternece,
y me recuerda mi obligación de amarte.
Este nombre me obliga a confiar siempre en ti.
Cuanto más me espantan mis pecados
y el temor a la divina justicia,
más me reconforta el pensar
que tú eres la madre mía.
Permíteme que te diga: Madre mía.
Así te llamo y siempre así te llamaré.
Tú eres siempre, después de Dios,
mi esperanza, mi refugio y mi amor
en este valle de lágrimas.
Así espero morir,
confiando mi alma en tus santas manos
y diciéndote: Madre mía, madre mía María;
ayúdame y ten piedad de mí. Amén.

Oración por una buena muerte

 

¡Dulce Madre mía! ¿Cuál será mi muerte?
Cuando pienso en el momento
en que me presente ante Dios,
recordando que con mi conducta
tantas veces firmé mi condena,
tiemblo, me confundo y me inquieto
por mi eterna salvación.
María, en la sangre de Jesús y en tu intercesión,
tengo la esperanza mía.
Eres señora del cielo y reina del universo;
basta decir que eres la Madre de Dios.
Eres lo más sublime, pero tu grandeza,
lejos de desentenderte, más te inclina
a compadecerte de nuestras miserias.
Los mundanos en la cumbre de sus honores
se alejan de los antiguos amigos
y se desdeñan de tratar con los poco afortunados.
No obra así tu corazón noble y amoroso;
mientras más miserias contempla,
más se empeña en socorrerlas.
Apenas se te invoca,
vuelas en socorro del necesitado
y te adelantas a nuestras plegarias.
Tú nos consuelas en nuestras aflicciones,
disipas las tempestades
y en toda ocasión procuras nuestro bien.
Bendita sea la divina mano que en ti ha unido
tanta majestad con tal ternura,
tanta eminencia con tanto amor.
Doy gracias siempre a mi Señor y me alegro
porque de tu dicha depende la mía
y mi destino está unido al tuyo.
Consoladora de afligidos,
consuela a un afligido que a ti se encomienda.
Los remordimientos de conciencia me atormentan,
tanto por los pecados cometidos
como por la incertidumbre
de si los he llorado cual debía.
Veo todas mis obras
llenas de fango y de defectos.
El infierno está esperando
mi muerte para acusarme.
Madre mía, ¿qué será de mí?
Si no me amparas estoy perdido.
¿Qué me dices? ¿Querrás ayudarme?
Virgen piadosísima, protégeme.
Obtenme verdadero dolor de mis pecados;
dame fuerzas para enmendarme
y serle fiel a Dios en adelante.
Y cuando esté para morir,
María, esperanza mía, no me abandones.
Entonces más que nunca asísteme
y confórtame para que no desespere.
Perdona, Señora, mi atrevimiento;
ven con tu presencia a consolarme.
A tantos has hecho esta gracia,
que también yo la deseo;
si grande es mi audacia, mayor es tu bondad,
que a los más miserables
vas buscando para consolarlos.
En tu bondad confío.
Sea gloria tuya para siempre
haber salvado del infierno
a quien a él estaba condenado
y haberle conducido a tu reino,
donde espero gozar la gran ventura
de estar siempre a tus pies agradecido
y bendiciéndote y amando eternamente.
¡María, yo te espero!
No me hagas quedar desconsolado.
Hazlo así; amén, así sea.

Oración por los méritos de Jesús

 

¡María, Madre de Dios y mi esperanza!
Mira a tus pies a un pobre pecador
que implora tu clemencia.
Tú eres llamada por toda la Iglesia,
y por todos los fieles proclamada,
el refugio de los pecadores.
Tú eres mi refugio y tú me has de salvar.
Bien sabes cuánto desea tu Hijo salvarnos.
Sabes lo que sufrió por salvarme.
Te presento, Madre mía, los sufrimientos de Jesús;
el frío de la gruta y la huída a Egipto;
las fatigas y sudores que padeció;
la sangre que derramó y los dolores que sufrió
pendiente de la cruz ante tus ojos.
Dame a conocer cómo amas a tu Hijo
mientras, por amor a tu Hijo,
te ruego que me ayudes.
Dale la mano a un caído que pide piedad.
Si yo fuera santo no necesitaría misericordia,
pero porque soy pecador
recurro a ti que eres la madre de la misericordia.
Yo sé que tu piadoso corazón
encuentra su consuelo en socorrer a los perdidos
cuando no son obstinados
Consuela hoy tu corazón piadoso
y consuélame a mí,
ya que tienes ocasión de salvarme.
Me pongo en tus manos; dime qué he de hacer
y dame fuerzas para cumplirlo,
al tiempo que propongo hacer todo lo posible
para recobrar la gracia de Dios.
Me refugio bajo tu manto.
Jesús quiere que yo recurra a ti, que eres su Madre,
para que por tu gloria y su gloria
no sólo su sangre, sino también sus plegarias,
me ayuden a salvarme.
Él me manda a ti para que me socorras.
Heme aquí, María;
a ti recurro y en ti confío.
Tú que ruegas por tantos otros,
ruega y di una palabra en mi favor.
Di a Dios que quieres que me salve,
que Dios ciertamente me salvará.
Dile que soy tuyo, nada más te pido.

Oración para participar en los méritos de Cristo

 

Bendigo, Virgen María, tu corazón generoso
que es la delicia y el descanso de Dios.
Corazón lleno de humildad,
de pureza y de amor de Dios.
Yo, infeliz pecador, me llego a ti
con el corazón enfangado y llagado.
Madre piadosa, no me desprecies por esto,
sino muévete a mayor compasión para ayudarme.
No busques en mí, para auxiliarme,
ni virtud ni méritos.
Estoy perdido y sólo merezco el infierno.
Mira sólo, te lo pido, la confianza que pongo en ti
y la voluntad resuelta de enmendarme.
Mira lo que Jesús ha hecho y padecido por mí.
Te presento las penas de su vida,
el frío de Belén y el viaje a Egipto;
la pobreza, la sangre derramada,
los sudores y tristezas,
la muerte que ante ti soportó por amor mío;
por amor de Jesús empéñate en salvarme.
No puedo ni quiero temer, María,
que vayas a dejarme;
por eso a ti recurro en busca de socorro.
Si temiera, haría injuria a tu misericordia
que busca ayudar a los necesitados.
No niegues tu piedad, Señora,
a quien Jesús no ha negado su sangre.
Mas esos méritos no se me aplicarían
si tú no intercedes por mí ante Dios.
De ti espero mi eterna salvación.
No te pido ni honores ni riquezas;
te pido gracia de Dios y amor a tu Hijo;
cumplir su santa voluntad,
y el paraíso para amarlo eternamente.
¿Será posible que no me ayudes?
No, que ya me ayudas como espero;
rezas por mí, me otorgas lo que pido
y me aceptas bajo tu protección.
No me dejes, Madre mía;
sigue rezando por mí hasta que me veas
salvo a tus plantas en el cielo,
bendiciéndote y dándote gracias siempre. Amén.

Oración para alcanzar el amor de María

 

¡María, tú robas los corazones!
Señora, que con tu amor y tus beneficios
robas los corazones de tus siervos,
roba también mi pobre corazón
que tanto desea amarte.
Con tu belleza has enamorado a Dios
y lo has atraído del cielo a tu seno.
¿Viviré sin amarte, madre mía?
No quiero descansar hasta estar cierto
de haber conseguido tu amor,
pero un amor constante y tierno
hacia ti, madre mía,
que tan tiernamente me has amado
aun cuando yo era tan ingrato.
¿Qué sería de mí, María,
si tú no me hubieras amado
e impetrado tantas misericordias?
Si tanto me has amado cuando no te amaba,
cuánto confío en tu bondad ahora que te amo.
Te amo, madre mía,
y quisiera un gran corazón que te amara
por todos los infelices que no te aman.
Quisiera una lengua
que pudiera alabarte por mil,
y dar a conocer a todos tu grandeza,
tu santidad, tu misericordia
y el amor con que amas a los que te quieren.
Si tuviera riquezas,
todas quisiera gastarlas en honrarte.
Si tuviera vasallos,
a todos los haría tus amantes.
Quisiera, en fin, si falta hiciera,
dar por ti y por tu gloria hasta la vida.
Te amo, madre mía, pero al tiempo
temo no amarte cual debiera
porque oigo decir que el amor
hace, a los que se aman, semejantes.
Y si yo soy de ti tan diferente,
triste señal será de que no te amo.
¡Tú tan pura y yo tan sucio!
¡Tú tan humilde y yo tan soberbio!
¡Tú tan santa y yo tan pecador!
Pero esto tú lo puedes remediar, María.
Hazme semejante a ti pues que me amas.
Tú eres poderosa para cambiar corazones;
toma el mío y transfórmalo.
Que vea el mundo lo poderosa que eres
a favor de aquellos que te aman.
Hazme digno de tu Hijo, hazme santo.
Así lo espero, así sea.

Oración de confianza en María

 

¡Reina mía soberana, digna de mi Dios, María!
Al verme tan vil y cargados de pecados,
no debiera atreverme
a acudir a ti y llamarte madre.
Merezco, lo sé, que me deseches,
pero te ruego que contemples
lo que ha hecho y padecido tu Hijo por mí;
y después me deseches si puedes.
Soy un pecador que, más que otros,
ha despreciado la divina Majestad;
pero el mal está hecho.
A ti acudo que me puedes auxiliar;
ayúdame, Madre mía, y no digas
que no puedes ampararme,
pues bien sé que eres poderosa
y obtienes de tu Dios lo que deseas.
Si me dices que no puedes protegerme,
dime al menos a quién debo acudir
para ser socorrido en mi desgracia
y dónde poder refugiarme
o en quién pueda más seguro confiar.
Tú, Jesús mío, eres mi padre;
y tú mi madre, María.
Amás a los más miserables
y los andáis buscando para salvarlos.
Yo soy reo del infierno,
el más mísero de todos.
Pero no tienes necesidad de buscarme;
ni siquiera lo pretendo.
A vosotros me presento con la esperanza
de no verme abandonado.
Vedme a vuestros pies.
Jesús mío, perdóname.
María, madre mía, socórreme.

Oración de confianza en María

 

¡Madre piadosa, Virgen sagrada!
Mira a tus pies al infeliz
que, pagando con ingratitudes las gracias de Dios
recibidas por tu medio, te ha traicionado.
Señora, ya sabes que mis miserias,
en vez de quitarme la confianza en ti,
más bien me la acrecientan.
Dame a conocer, María, que eres para mí
la misma que para todos los que te invocan:
rebosante de generosidad y de misericordia.
Me basta con que me mires y de mí te compadezcas.
Si tu corazón de mí se apiada,
no dejará de protegerme.
¿Y qué puedo temer si tú me amparas?
No temo ni a mis pecados,
porque tú remediarás el mal causado;
no temo a los demonios,
porque tú eres más poderosa que todo el infierno;
no temo el rostro de tu Hijo,
justamente contra mí indignado,
porque con una sola palabra tuya se aplaca.
Sólo temo que, por mi culpa,
deje de encomendarme a ti en las tentaciones
y de ese modo me pierda.
Pero esto es lo que te prometo,
quiero siempre recurrir a ti.
Ayúdame a realizarlo.
Mira qué ocasión tan propicia
para satisfacer tus deseos
de salvar a un infeliz como yo.
Madre de Dios, en ti pongo toda mi confianza.
De ti espero la gracia
de llorar como es debido mis pecados
y la gracia de no volver a caer.
Si estoy enfermo,
tú puedes sanarme, médica celestial.
Si mis culpas me han debilitado,
con tu ayuda me haré vigoroso.
María, todo lo espero de ti
porque eres la más poderosa ante Dios. Amén.

Oración esperanzada en María

 

¡Madre del santo amor!
¡Vida, refugio y esperanza nuestra!
Bien sabes que tu Hijo Jesucristo,
además de ser nuestro abogado perpetuo
ante su eterno Padre,
quiso también que tú fueras
ante él intercesora nuestra
para impetrarnos las divinas misericordias.
Ha dispuesto que tus plegarias
ayuden a nuestra salvación;
les ha otorgado tan gran eficacia,
que obtienen de él cuanto le piden.
A ti, pues, acudo, Madre,
porque soy un pobre pecador.
Espero, Señora, que me he de salvar
por los méritos de Cristo y por tu intercesión.
Así lo espero, y tanto confío
que si de mí dependiera mi salvación
en tus manos la pondría,
porque más me fío de tu misericordia y protección
que de todas las obras mías.
No me abandones, Madre y esperanza mía,
como lo tengo merecido.
Que te mueva a compasión mi miseria;
socórreme y sálvame.
Con mis pecados he cerrado la puerta
a las luces y gracias
que del Señor me habías alcanzado.
Pero tu piedad para con los desdichados
y el poder de que dispones ante Dios
superan al número y malicia de mis pecados.
Conozcan cielo y tierra,
que el protegido por ti jamás se pierde.
Olvídense todos de mí,
con tal de que de mí no te olvides,
Madre de Dios omnipotente.
Dile a Dios que soy tu siervo,
que me defiendes y me salvaré.
Yo me fío de ti, María;
en esta esperanza vivo
y en ella espero morir diciendo:
“Jesús es mi única esperanza,
y tú, después de Jesús, Virgen María”

Oración en demanda del socorro de María

 

¡Madre de Dios y reina de los ángeles!
¡Esperanza de los hombres!
¡Mira al que te llama y a ti recurre!
Me postro ante ti, yo, pobre esclavo,
me consagro por tu siervo para siempre
y me ofrezco a servirte y honrarte
cuanto pueda, toda la vida.
Poco puede honrarte
un esclavo tan ruin y rebelde
que tanto ha ofendido a mi Dios y Redentor.
Pero si me aceptas, aunque sin merecerlo,
y con tu intercesión me haces digno,
tu misma misericordia me hará santo
y te daré el honor que yo solo no puedo.
Acéptame y no me rechaces, Madre mía.
Estas ovejas perdidas
vino a rescatar el Verbo eterno,
y por salvarlas se hizo Hijo tuyo.
¿Despreciarás a esta oveja extraviada
que a ti recurre para encontrar a Jesús?
Ya está entregado el rescate que me salva;
mi Salvador ya derramó su sangre preciosa,
la que basta para salvar mil mundos.
Basta que esa sangre se me aplique,
y esto en tus manos está, Virgen bendita.
En tus manos está salvar al que quieres.
Ayúdame, mi reina, y sálvame.
En ti confío, a tu intercesión me entrego.
Salud de los que te invocan, sálvame.

Oración ante el peligro

 

María, esperanza mía,
mira a tus pies a un pobre pecador
tantas veces por mi culpa esclavo del mal.
Reconozco que me dejé vencer del enemigo
por no acudir a ti, refugio mío.
Si a ti hubiera siempre recurrido
y siempre te hubiera invocado,
jamás hubiera caído.
Espero, Señora y Madre,
haber salido por tu medio del mal
y que Dios me habrá perdonado.
Pero temo caer de nuevo en sus cadenas.
Sé que mis enemigos desean perderme
y me preparan nuevos asaltos y tentaciones.
Ayúdame tú, mi reina y mi refugio.
Tenme bajo tu protección;
no consientas que de nuevo
me vea esclavo del pecado.
Sé que siempre que te invoque
me ayudarás a salir victorioso.
Virgen santísima,
que siempre de ti me acuerde,
sobre todo al encontrarme en la batalla;
haz que no deje de invocarte
diciendo: “María, ayúdame; ayúdame, María”.
Y cuando llegue la hora de mi muerte,
reina mía, asísteme entonces como nunca;
haz tú misma que me acuerde de invocarte
con la boca y el corazón con más frecuencia
para que, expirando
con tu dulce nombre en los labios
y el de tu Hijo Jesús,
pueda ir a bendeciros y alabaros
para no separarme de vosotros
por toda la eternidad en el paraíso. Amén.

Oración para pedir el amor de Dios

 

Qué esperanza de salvación y vida eterna
me da el Señor
al haberme otorgado por su misericordia
tal confianza en el auxilio de su Madre,
a pesar de que por mis pecados
he incurrido en su desgracia y he merecido fatal condena.
Doy gracias a Dios y a mi protectora María
que se ha dignado
acogerme bajo su manto,
como lo demuestran tantas gracias
como por su medio he recibido.
Sí que te agradezco, Madre mía,
tantos bienes como me has regalado.
Reina mía, ¡de cuántos peligros me has librado!
¡Cuántas luces y misericordias
me has alcanzado de Dios!
¿Qué atenciones o qué beneficios
has recibido de mí
para que así te empeñes en favorecerme?
Sólo tu bondad es quien te mueve.
Aunque diera por ti mi sangre y mi vida,
sería muy poco parea lo que te debo,
a ti que me has librado de eterna muerte
y por ti he recobrado la gracia de Dios, como confío.
De ti proviene, lo sé, toda mi dicha.
Mi Señora, yo lo que tengo que hacer
es alabarte siempre y amarte.
Acepta el afecto de un pobre pecador
que está enamorado de tu bondad.
Si mi corazón es indigno de amarte
por estar lleno de afectos terrenales,
cámbiamelo, que en tu mano está el hacerlo.
Y luego úneme a mi Dios de tal manera
que no pueda separarme de su amor.
Esto quieres de mí, que ame a tu Dios;
y lo mismo pido de ti, que yo le ame
y le ame siempre, que nada más deseo. Amén.

Oración para pedir la protección de María

 

Reina y madre de misericordia
que otorgas la gracia
a todos los que a ti recurren
con tal generosidad porque eres reina
y con tanto amor
porque eres madre amantísima.
A ti acudo, pobre de méritos y virtudes
y cargado de deudas con la divina justicia.
María, tú tienes
las llaves de la divina misericordia;
no me abandones en mis miserias
y no me dejes postrado en mi pobreza.
Eres tan generosa con todos
y tan acostumbrada a otorgar
mucho más que lo que se te pide…
Sé igual de generosa conmigo.
Protégeme, Señora, que es lo que te pido.
Si tú me proteges, nada temo.
No temo a los demonios porque tú eres
más poderosa que todo el infierno.
No temo por mis pecados
porque me puedes conseguir perdón de todos
con una palabra que digas al Señor.
No temo ni al enojo de Dios
si tengo tu favor,
porque con una súplica tuya se aplaca.
Si tú me amparas
lo espero todo, porque lo puedes todo.
Madre de misericordia, en ayudar a pecadores
pones tu gozo y tu gloria;
y los socorres si no se obstinan.
Yo soy pecador, pero no soy obstinado.
Ya que puedes ayudarme, ayúdame.
Yo me pongo del todo en tus manos.
Dime lo que he de hacer para agradar a Dios,
que quiero hacerlo presto y con tu ayuda.
María, eres mi Madre, mi luz, mi consuelo,
refugio y esperanza mía. Amén, amén.

Oración para alcanzar el perdón

 

Excelsa Madre de Dios:
Habla, Señora, que tu Hijo escucha
y lo que pides conseguirás.
Habla, María, abogada nuestra,
a favor de nosotros, desdichados.
Recuerda que por nuestro bien
has recibido tanto poder y dignidad.
Dios ha querido hacerse tu deudor,
recibiendo de ti su ser humano,
para que puedas, a tu arbitrio,
dispensar misericordia en favor nuestro.
Somos tus siervos, y entre los mejores
quisiera yo encontrarme.
Nos gloriamos de estar bajo tu amparo.
Si a todos haces bien
aunque no te conozcan ni te honren,
y hasta a los que te ultrajan y blasfeman,
¿cuánto más debemos confiar en tu bondad,
que busca aliviar siempre al infeliz,
quienes te amamos y confiamos en ti?
Somos grandes pecadores,
pero Dios te ha dado tal poder y bondad
que puede aniquilar todas nuestras maldades.
Puedes y quieres salvarnos;
y tanto más lo esperamos
cuanto más indignos somos
para glorificarte más en el cielo,
a donde hemos de llegar con tu intercesión.
Madre de misericordia,
a ti nos presentamos, purifícanos.
Alcánzanos verdadera enmienda y el amor de Dios,
la perseverancia y el paraíso.
Te pedimos gracias enormes,
pero ¿es que no puedes conseguirlo todo?
¿Son demasiado para el amor que Dios te tiene?
Te basta desplegar los labios
y rogar a tu Hijo que nada te niega.
Ruega, María, ruega por nosotros;
ruega, que ciertamente serás oída,
y nosotros ciertamente nos salvaremos.

Oración a nuestra Abogada

 

Excelsa Madre de mi Señor, ya comprendo
que mis ingratitudes, durante tantos años
contigo y con Dios,
hacen que yo merezca, con razón,
que dejes tú de preocuparte de mí,
ya que el ingrato no merece beneficios.
Pero yo, sublime Señora,
tengo un gran concepto de tu bondad,
que es mucho mayor que mi ingratitud.
Prosigue, refugio de pecadores,
y no dejes de socorrer a uno que en ti confía.
Madre de misericordia, extiende tu mano,
y levanta a un caído que implora tu piedad.
María, o me defiendes tú,
o me dices a quién debo acudir
para que mejor que tú me defienda.
Mas ¿dónde podré encontrar abogada ante Dios
más compasiva y poderosa
que tú, que eres su Madre?
Tú, al ser elegida como Madre del Salvador,
has sido creada para salvar pecadores,
y a mí me has sido otorgada
para conseguirme la salvación.
María, salva al que a ti recurre.
Yo no merezco tu amor,
pero el deseo que tienes de salvar a los perdidos,
me hace tener confianza en que me amas.
Y si tú me quieres ¿cómo me voy a perder?
Amada Madre mía,
si me salvo por ti, como lo espero,
ya no seré jamás ingrato;
compensaré con alabanzas perpetuas,
y con todo el amor del alma mía,
mis ingratitudes pasadas
y el amor que siempre me has tenido.
En el cielo, donde reinas y reinarás por siempre,
feliz cantaré tu misericordia,
y besaré sin cesar esas manos amorosas
que tantas veces me libraron del infierno
cuantas yo lo merecí con mis pecados.
María, mi libertadora,
mi esperanza, mi Reina y mi Abogada,
Madre mía, yo te amo,
y te quiero amar
con todo el corazón y siempre.
Amén, amén. Así lo espero, así sea.

Oración de confianza en María

 

Señora mía, siendo tu oficio
el de mediadora entre los pecadores y Dios,
”ea, pues, abogada nuestra”,
cumple también ese oficio conmigo.
No me digas que mi causa
es muy difícil de ganar;
pues yo sé, como me dicen todos,
que toda causa por desesperada que sea,
si la defiendes tú, jamás se pierde.
Podría temer si sólo mirase
la muchedumbre de mis pecados,
y tú no aceptaras defenderme,
pero al ver tu misericordia inmensa,
y el sumo deseo de ayudar al pecador
que late en tu corazón, nada temo.
¿Quién se perdió jamás
habiendo recurrido a ti?
Por eso te llamo en mi socorro,
mi abogada, mi refugio y mi esperanza.
En tus manos pongo la causa
de mi eterna salvación,
perdida estaba,
pero tú la tienes que ganar.
Gracias le doy siempre al Señor
que me da esta gran confianza en ti,
la cual, a pesar de mis deméritos,
siento que me garantiza la salvación.
Sólo un temor me aflige, amada Reina mía;
y es que yo pueda, por mi descuido
perder esta confianza en ti.
Por eso te ruego, María, Madre mía,
por el amor que tienes a Jesús,
que siempre me conserves y acrecientes
esta confianza en tu intercesión
por la que espero, con toda certeza,
recuperar la amistad divina,
tantas veces por mí despreciada y perdida.
Recuperarla espero por tu medio y conservarla,
hasta llegar, gracias a ti, al Paraíso,
a agradecer y cantar
las misericordias de Dios y tuyas,
por toda la eternidad. Amén.

Oración para un buen arrepentimiento

 

Virgen santa, sublime criatura,
desde esta tierra te saluda un pecador
que merece castigos y no gracia,
justicia en vez de misericordia.
Bien sé que te complaces
en ser tanto más benigna, cuanto eres más grande;
cuantos son más pobres los que a ti recurren,
tanto más te empeñas en protegerlos y salvarlos.
Tú eres, Madre mía,
la que lloraste un día a tu Hijo muerto por mí.
Ofrécele, te ruego, tus lágrimas a Dios,
y por ellas, consígueme
un verdadero dolor de mis pecados.
Te han afligido tanto los pecadores
y tanto te afligí yo con mis pecados…
Alcánzame, María, que yo, en adelante,
no te aflija más con mis ingratitudes.
¿De qué me aprovecharía tu llanto
si yo continuara siendo ingrato?
¿Para qué me serviría tu misericordia,
si de nuevo te fuera infiel y me condenase?
Reina mía, no lo permitas.
Tú has remediado todas mis carencias.
Ya que obtienes de Dios cuanto te propones,
y escuchas a todo el que te ruega,
estas dos gracias te pido con plena confianza:
haz que sea fiel a Dios
y que le ame por cuanto le he ofendido.

Oración de gratitud a María

 

María, mi Madre muy amada:
en qué abismo de males no me encontraría,
si no me hubieras preservado tantas veces;
si con tu piadosa mano
no me hubieras sostenido
en cuántos peligros hubiera caído.
Cuántos años hace que estaría en el infierno
si tú no me hubieras librado con piadosos ruegos.
Mis graves pecados allí me arrojaban;
la divina justicia, ya me había condenado;
los demonios bramaban,
queriendo ver ejecutada la sentencia.
Pero tú acudiste, Madre,
sin que yo te llamara, y me salvaste.
Mi amada libertadora,
¿qué te ofrendaré por tal gracia y tanto amor?
Tú, después, venciste mi dureza,
y me atrajiste a tu amor y a confiar en ti.
Prosigue, vida y esperanza,
Madre a la que amo más que a mi vida,
prosigue empeñada en librarme del infierno,
y, antes, de los pecados en que puedo caer.
Mi Señora, tan querida, yo te amo.
¿Cómo podrá sufrir tu bondad
ver condenado a un devoto que te ama?
Consígueme que no sea en adelante ingrato,
ni contigo, ni con Dios,
que, por tu amor, tantas gracias me ha otorgado.
María, sé que me perderé si te abandono.
Pero ¿cómo tendré el valor para dejarte?
Tú, después de Dios,
eres todo el amor que me queda.
No soy capaz de vivir sin amarte.
Yo te quiero de veras, yo te amo,
y espero que siempre te amaré,
en el tiempo y en la eternidad,
porque eres la criatura más bella y santa,
más benigna y amable del mundo. Amén.

Oración de amor hacia María

 

¡Reina del cielo y de la tierra!
¡Madre del soberano Señor del Universo!
¡Criatura la más sublime, excelsa y amable!
Es verdad que muchos ni te conocen ni te aman;
pero miríadas de ángeles y santos en el cielo
te aman y no cesan de cantar tus alabanzas;
y aun en la tierra ¡cuántos felizmente
se consumen en tu amor,
y andan de tu bondad enamorados!
¡Ojalá te amara yo también, mi amable Señora!
¡Quién me diera el pensar siempre en ti
servirte, alabarte y honrarte,
y trabajar para que de todos fueras honrada y amada!
Has llegado a enamorar a Dios,
y con tu belleza, por decirlo así,
lo has atraído del seno del eterno Padre,
y lo has hecho venir a la tierra
para hacerse hombre e Hijo tuyo.
Y yo, pobre gusanillo, ¿viviré sin amarte?
También yo te quiero amar de verdad,
y hacer cuanto pueda por verte amada por todos.
Ya ves, Señora, el deseo que tengo de amarte;
ayúdame para cumplirlo.
Sé que a tus amantes,
tu Dios los mira complacido;
Él, después de su gloria, nada desea más que la tuya,
verte honrada y amada por todos.
Toda mi dicha la espero de ti, Señora,
tú me has de obtener
el perdón de todos mis pecados;
tú, la perseverancia;
tú me has de asistir en la hora de la muerte;
tú me has de librar del purgatorio;
tú, en fin, me has de conducir al paraíso.
Todo esto han esperado de ti los que te aman,
y ninguno se ha visto defraudado.
Lo mismo espero yo,
ya que te amo con todo el corazón,
y sobre todas las cosas, después de Dios.

Oración pidiendo a María el don de amarla

 

Reina del paraíso y Madre del santo amor,
ya que eres la criatura más amable,
la más amada de Dios, y quien más le ha amado,
acepta que te ame también un pecador,
el más ingrato y desdichado del mundo.
Viéndome, gracias a ti, libre del infierno,
y tan favorecido por ti sin merecerlo,
me he prendado de tu bondad,
y en ti he puesto toda mi esperanza.
Señora mía, te amo, y quisiera amarte,
más de lo que te han amado
los santos de ti más enamorados.
Quisiera, si en mí estuviese,
hacer conocer a todos los que te ignoran,
cuán digna eres de ser amada,
para que todos te amasen y venerasen.
Quisiera morir por tu amor,
por defender tu virginidad,
tu dignidad de Madre de Dios,
tu Inmaculada Concepción,
si por defender estos privilegios,
fuera preciso dar la vida.
Amada Madre mía, recibe mis afectos,
y no permitas que un siervo que te ama,
vaya a ser enemigo del Dios que tanto quieres.
Así fui yo que ofendí a mi Señor.
Pero entonces, María, no te amaba,
y poco me importaba ser amado de ti.
Pero ahora, nada deseo tanto,
después de la gracia de Dios,
que amarte y ser por ti amado.
Sé, mi Señora, la más agradecida y benigna,
que no desdeñas amar a quien te ama,
a la vez que no te dejas ganar en el amor.
Quiero amarte en el paraíso.
Allí, a tu lado, conoceré de veras,
cuán amable eres,
y cuánto has hecho por salvarme;
por eso te amaré con más fervor,
y mi amor será eterno,
sin temor de dejar nunca de quererte.
María, yo confío salvarme por tu medio.
Ruega a Jesús por mí.
Yo nada más anhelo,
tú eres mi esperanza.
Por eso te cantaré siempre:
”María, esperanza mía,
tú me tienes que salvar”. 

Oración pidiendo los dones de Dios

 

Madre de misericordia, eres tan piadosa,
tienes tan gran deseo
de hacernos bien a los necesitados,
y dejarnos contentos cuando te suplicamos,
que yo, el más infeliz de todos
recurro a tu piedad
para que me otorgues lo que te pido.
Busquen otros cuanto quieran,
salud del cuerpo, riquezas
y otros bienes de la tierra;
Señora, yo vengo a pedirte
lo que deseas ver en mí:
Tú que fuiste tan humilde,
dame humildad y saber aceptar los desprecios.
Tú, tan sufrida en los trabajos,
hazme paciente en las adversidades.
Tú, tan llena de amor de Dios,
obtenme el amor puro y santo.
Tú, todo caridad para el prójimo,
consígueme caridad para con todos,
y también para los que me son adversos.
Tú, del todo unida al divino querer,
dame total conformidad con lo que Dios dispone.
Tú, la más santa entre las criaturas,
hazme santo, María.
Nunca te falta el amor,
y todo me lo puedes y quieres obtener.
Sólo me puede impedir
que yo reciba tu gracia,
o mi olvido de suplicarte,
o mi poca confianza en tu intercesión.
Pero el recurrir a ti,
y el hacerlo con total confianza,
tú misma me lo tienes que otorgar.
Estas dos gracias supremas,
son las que ahora quiero y te pido,
las que espero, con certeza, alcanzar por ti,
María, Madre y esperanza mía,
mi amor, mi vida, mi refugio,
mi ayudadora y consoladora. Amén.

Oración para invocar el nombre de María

 

¡Madre de Dios y Madre mía María!
Yo no soy digno de pronunciar tu nombre;
pero tú que deseas y quieres mi salvación,
me has de otorgar, aunque mi lengua no es pura,
que pueda llamar en mi socorro
tu santo y poderoso nombre,
que es ayuda en la vida y salvación al morir.
¡Dulce Madre, María!
haz que tu nombre, de hoy en adelante,
sea la respiración de mi vida.
No tardes, Señora, en auxiliarme
cada vez que te llame.
Pues en cada tentación que me combata,
y en cualquier necesidad que experimente,
quiero llamarte sin cesar; ¡María!
Así espero hacerlo en la vida,
y así, sobre todo, en la última hora,
para alabar, siempre en el cielo tu nombre amado:
“¡Oh clementísima, oh piadosa,
oh dulce Virgen María!”
¡Qué aliento, dulzura y confianza,
qué ternura siento
con sólo nombrarte y pensar en ti!
Doy gracias a nuestro Señor y Dios,
que nos ha dado para nuestro bien,
este nombre tan dulce, tan amable y poderoso.
Señora, no me contento
con sólo pronunciar tu nombre;
quiero que tu amor me recuerde
que debo llamarte a cada instante;
y que pueda exclamar con san Anselmo:
“¡Oh nombre de la Madre de Dios,
tú eres el amor mío!”
Amada María y amado Jesús mío,
que vivan siempre en mi corazón y en el de todos,
vuestros nombres salvadores.
Que se olvide mi mente de cualquier otro nombre,
para acordarme sólo y siempre,
de invocar vuestros nombres adorados.
Jesús, Redentor mío, y Madre mía María,
cuando llegue la hora de dejar esta vida,
concédeme entonces la gracia de deciros:
“Os amo, Jesús y María;
Jesús y María,
os doy el corazón y el alma mía”.

Oración de anhelo por ver a María en el Cielo

 

Señora mía Inmaculada, yo me alegro contigo
de verte enriquecida con tanta pureza.
Doy gracias y siempre las daré a nuestro Creador,
por haberte preservado de toda mancha de culpa,
como lo tengo por cierto,
y por defender este grande y singular privilegio
de tu Inmaculada Concepción,
estoy pronto y juro dar
si fuera menester, hasta mi vida.
Quisiera que todo el mundo te reconociese
y te aclamase como aquella hermosa aurora
siempre iluminada por la divina luz;
como el arca elegida de la salvación,
libre del universal naufragio del pecado;
por aquella perfecta e inmaculada paloma,
como te llamó tu divino esposo;
como aquel jardín cerrado
que hizo las delicias de Dios;
por aquella fuente sellada
que jamás pudo enturbiar el enemigo;
en fin, por aquella blanca azucena que eres tú,
y que naciendo entre las espinas,
que son los hijos de Adán,
manchados por la culpa y enemigos de Dios,
tú sola viniste pura y limpia,
toda hermosa y del todo amiga del Creador.
Déjame que te alabe como lo hizo Dios:
”Toda tú eres hermosa
y no hay mancha alguna en ti” (Ct 4, 7).
Purísima paloma, toda blanca,
toda bella y siempre amiga de Dios:
“¡Qué hermosa eres, amiga mía,
qué hermosa eres!” (Ct 4, 1).
María, tan bella a los ojos del Señor,
no te desdeñes de mirarme piadosa;
compadécete de mí y sáname.
Hermoso imán de los corazones,
atrae hacia ti el pobre corazón mío.
Tú que, desde el primer instante,
te presentas pura y bella ante Dios,
ten piedad de mí, que no sólo nací en pecado,
sino que también después del bautismo
he vuelto a mancillar mi alma con nuevas culpas.
¿Qué te podrá negar el Dios que te escogió
por su hija, su madre y su esposa,
que por esto te ha preservado de toda mancha,
y te ha preferido en su amor
a todas las criaturas?
Virgen Inmaculada, tú me has de salvar.
Haz que siempre me acuerde de ti
y tú nunca te olvides de mí.
Mil años me parece que faltan
hasta que pueda llegar a contemplar
esa tu belleza en el paraíso,
para sin fin amarte y alabarte,
madre mía, reina mía, amada mía, María.

Oración confiada para pedir la propia conversión

 

¡Santa y celestial niña!
Tú que eres la elegida por Madre de mi Redentor
y la augusta medianera de los pobres pecadores,
ten piedad de mí.
Mira postrado a tus pies a otro ingrato,
que a ti recurre en demanda de piedad.
Verdad es que por mis ingratitudes
contra Dios y contra ti,
merecía ser de Dios y de ti desamparado;
pero oigo decir y así lo siento,
sabiendo que es inmensa tu misericordia,
que no te niegas a ayudar
al que a ti se encomienda confiado.
Tú eres la criatura más excelsa del mundo,
pues sobre ti sólo está Dios,
y ante ti, son pequeños
los más encumbrados de los cielos;
María, la más santa entre los santos,
abismo de gracias y llena de gracia,
socorre a un miserable
que la ha perdido por su culpa.
Yo sé que eres tan amada de Dios,
que él nada te puede negar.
Y sé también que disfrutas
empleando toda tu grandeza
en aliviar a miserables pecadores.
Hazme ver, Señora,
el gran poder que tienes ante Dios
consiguiéndome una luz
y una llama divina tan potente,
que me transforme de pecador en santo,
y que, arrancándome de todo afecto terreno,
me inflame del todo en el divino amor.
Señora, hazlo, por amor de ese Dios
que te ha hecho tan grande,
tan poderosa y tan piadosa.
Así lo espero, así sea.

Oración de entrega total a Dios

 

Santa María, que desde niña,
fuiste la criatura más amada de Dios.
Así como al presentarte en el templo
te consagraste pronto y del todo,
a la gloria y amor de tu Señor,
así quisiera yo ofrecerte
los primeros años de mi vida,
y consagrarme por entero a tu servicio,
santa y dulce Señora.
Pero son vanos mis deseos
cuando he perdido tantos años
sirviendo al mundo y sus caprichos
despreocupado de Dios y de ti.
Detesto el tiempo en que viví sin amarte.
Pero mejor comenzar tarde que nunca.
Ante ti me presento, María,
y me consagro para siempre a tu servicio.
Como tú, quiero entregarme al Creador.
Te consagro, Reina mía, mi entendimiento
para pensar siempre en el amor que mereces,
te consagro mi lengua para alabarte
y mi corazón para amarte.
Acepta, Virgen bendita, la ofrenda
que este pobre pecador te presenta.
Acéptala por la inefable alegría
que sintió tu corazón
al consagrarte a Dios en el templo.
Si tarde me pongo a servirte,
debo recuperar el tiempo perdido
redoblando mi amor y mis obsequios.
Ayúdame con tu poderosa intercesión.
Madre de misericordia, fortalece mi flaqueza;
alcánzame de Jesús perseverancia
y valor para serte siempre fiel.
Que habiéndote servido en esta vida,
pueda ir a bendecirte
y alabarte por siempre en el cielo. Amén.

Oración pidiendo el favor de María

 

Inmaculada Virgen y Madre mía, María,
criatura la más humilde y la mayor ante Dios,
Él te exaltó hasta hacerte Madre suya y Reina del cielo.
¡Bendito sea Dios que quiso ensalzarte tanto!
Desde mi reconocida indignidad me atrevo a saludarte:
”Dios te salve, María, llena eres de gracia…”
Tú que posees la plenitud de gracia, dame parte de ella.
“El Señor está contigo…”
ya desde que te creó, y por entero al hacerse Hijo tuyo.
“Bendita tú entre todas las mujeres…”
alcánzame del Señor su divina bendición.
“Y bendito es el fruto de tu vientre…”
¡Venerable planta que diste al mundo
fruto tan noble y santo!
“Santa María, Madre de Dios…”
me asombra la grandeza de tu maternidad divina,
y estoy dispuesto a morir por defender esta verdad.
“Ruega por nosotros, pecadores…”
al ser Madre de Dios, eres Madre de nuestra salvación,
porque Dios se hizo hombre en ti para salvarnos,
tu oración de Madre por nosotros todo lo puede.
“Ahora y en la hora de nuestra muerte…”
Ayúdanos en el presente cargado de peligros,
pero aún más en nuestra última hora.
Salvados por los méritos de Jesucristo y con tu intercesión,
podremos saludarte y alabarte con tu Hijo en el cielo.
Amén. 

Oración pidiendo la intercesión de María

 

¡Virgen Inmaculada y bendita!
Eres la universal dispensadora
de todas las gracias divinas,
con razón te puedo llamar
la esperanza de todos, mi esperanza.
Bendigo al Señor porque me muestra
el modo de alcanzar la gracia y salvarme.
Este medio eres tú, santa Madre de Dios.
Por los méritos de Jesús, ante todo,
me he de salvar; y después,
por tu poderosa intercesión.
Reina mía, ya que acudiste presurosa
a santificar la casa de Isabel,
visita presto la pobre casa de mi alma.
Apresúrate, pues mejor que yo sabes
lo pobre que está y los males que me agobian:
afectos desordenados, hábitos depravados,
pecados sin cuento, y mil enfermedades
capaces de causarme la muerte eterna.
Pero tú, tesorera de Dios,
puedes enriquecerla con todos los bienes
y curarla de toda dolencia.
Visítame durante la vida, y sobre todo,
visítame en la hora de la muerte,
cuando me será más necesaria tu ayuda.
Como indigno que soy, no pretendo
que me visites con tu presencia,
como lo has hecho con otros devotos tuyos.
Me contento con que ruegues por mí
y me visites con tu misericordia
para ir a contemplarte en el cielo,
para amarte con toda el alma
y agradecerte todos tus beneficios.
Ruega por mí, María,
encomiéndame a tu Hijo.
Mejor que yo conoces
mis miserias y necesidades.
¿Qué más te puedo suplicar
sino que tengas compasión de mí?
Es tan grande mi ignorancia,
que no sé pedir lo que necesito.
Dulce Reina mía, María,
pide y alcánzame de tu Hijo
las gracias más convenientes
y más necesarias para mi alma;
del todo me abandono en tus manos
pidiendo a la Divina Majestad,
que por los méritos de Jesús, mi Salvador,
me conceda las gracias que tú le pidas.
Pide por mí, Virgen santísima
lo que más me conviene.
Tus oraciones, siempre las escucha Dios
porque son plegarias de Madre
para con el Hijo que tanto te ama
y goza en otorgarte lo que pides
para mejor honrarte y mostrar su amor a ti.
En esto quedamos, Señora:
Yo vivo confiando en ti.
Preocúpate por salvarme. Amén.

Oración de ofrecimiento a Dios

 

Santa Madre de Dios y Madre mía, María.
¿Tanto te interesaste por mi salvación
que llegaste a ofrecer al sacrificio
lo más querido para tu corazón,
a tu adorado Jesús?
Si tanto deseas que me salve,
con razón pongo en ti mi confianza
después de colocarla en Dios.
Virgen bendita, en ti confío del todo.
Por el mérito del gran sacrificio
que en este día ofreciste a Dios
al entregarle la vida de tu Hijo,
ruégale que tenga piedad de mi alma
por la que este cordero inmaculado
quiso morir en la cruz.
Quisiera, Reina mía, en este día,
a semejanza tuya,
ofrecer a Dios mi pobre corazón;
mas temo que lo rechace
al verlo tan enfangado y sucio.
Pero si tú se lo ofreces
no lo rehusará, pues las ofrendas
que le llegan en tus manos,
todas las recibe y agradece.
Me presento, María, para consagrarme a ti;
ofréceme al eterno Padre,
junto con Jesús,
como algo que te pertenece;
y ruégale que por los méritos de tu Hijo
y en consideración a ti,
me acepte y me tome por suyo.
Madre mía dulcísima,
por el amor de tu Hijo sacrificado
ayúdame siempre y no me abandones.
No permitas que a mi Redentor
tan amable, y por ti ofrecido,
lo vaya a perder por mis pecados.
Dile que soy tu siervo; dile que en ti
tengo depositada mi esperanza;
dile, en fin, que quieres mi salvación;
que él seguro te habrá de escuchar. Amén

Oración confiando en la protección de María

 

María, señora y madre nuestra,
has dejado la tierra y subido al cielo,
donde estás sentada como reina
sobre los coros de los ángeles.
Como de ti canta la Iglesia:
”Has sido exaltada sobre los coros angélicos
en el reino celestial”.
Nosotros, pecadores, sabemos
que no somos dignos de tenerte
en este valle de tinieblas.
Pero sabemos también que en tu grandeza
no te has olvidado
de nosotros, miserables pecadores;
y con ser sublimada a tanta gloria,
no se ha perdido sino acrecentado
tu compasión hacia nosotros,
los pobres hijos de Adán.
Desde tu excelso trono de reina
vuelve, María, hacia nosotros
esos tus ojos misericordiosos
y ten piedad de nosotros.
Recuerda que al dejar esta tierra
prometiste acordarte de nosotros.
Míranos y socórrenos.
Ya ves cuántas tempestades
tendremos que arrostrar
hasta que lleguemos al final de nuestra vida.
Por los méritos de tu asunción, consíguenos
la santa perseverancia en la amistad divina
para que salgamos finalmente de este mundo
en la gracia de Dios
y así podamos llegar un día
a besar tus plantas en el paraíso
y, unidos a los bienaventurados,
alabar y cantar tus glorias
como lo mereces. Amén.

Oración pidiendo todo don por María

 

Gloriosa y excelsa Señora,
postrados ante tu trono te veneramos
desde este valle de lágrimas.
Vemos complacidos la inmensa gloria
con que te ha enriquecido el Señor.
Ya que eres reina del cielo y de la tierra,
no te olvides de tus pobres siervos.
Cuanto más cerca estás del manantial de gracia,
más fácilmente nos la puedes otorgar.
Desde el cielo conoces mejor nuestras miserias,
por eso es preciso que te apiades más
y que nos socorras mejor.
Haz que seamos tus siervos fieles
para llegar a bendecirte en el cielo.
En este día en que has sido hecha
la reina del universo,
nosotros nos consagramos a tu servicio.
En medio de tanto júbilo
consuélanos al tomarnos por vasallos.
Tú eres de veras nuestra madre.
Madre piadosa y la más amable,
vemos tus altares cercados de gente:
unos te piden la curación de sus males
y otros remedios a sus necesidades;
éstos piden buenas cosechas,
aquellos ganar algún pleito.
Nosotros, te pedimos gracias
más agradables a tu corazón:
obtennos la gracia de ser humildes,
desprendidos de los bienes terrenos
y conformes con el divino querer.
Consíguenos el santo amor de Dios,
una buena muerte y el paraíso.
Señora, cámbianos de pecadores en santos,
haz de este milagro que te dará más gloria
que dar vista a mil ciegos
y resucitar a miles de muertos.
Eres tan poderosa para con Dios
que basta que le digas que eres su Madre,
la más amada, la llena de gracia.
Y entonces, ¿qué te podrá negar?
Reina nuestra amorosa,
no pretendemos verte en la tierra,
pero sí queremos verte en el paraíso;
y tú nos lo has de obtener.
Así lo esperamos con toda certeza. Amén

Oración pidiendo a María tres favores

 

Madre mía afligida,
reina de los mártires y de los dolores,
que tanto has llorado a tu Hijo,
muerto por mi salvación.
¿De qué me servirían tus lágrimas
si llegara a condenarme?
Por los méritos de tus dolores
alcánzame el dolor de mis pecados,
y verdadera enmienda de mi vida,
con una constante y tierna compasión
de la Pasión de Jesús
y de tus sufrimientos.
Si Jesús y tú, siendo inocentes,
tanto habéis sufrido por mí,
obtenedme que sepa sufrir por vuestro amor.
Señora mía, si te ofendí,
justo es que hieras mi corazón.
Y si fiel te he servido,
hiérelo también por especial favor.
Es injusto ver a mi Jesús herido
y a ti, que estás también con él, herida,
y yo, en cambio, encontrarme ileso.
Por la angustia que sentiste, Madre mía,
al contemplar a tu Hijo,
abrumado de penas, muriendo en la cruz,
te suplico me obtengas
la gracia de una buena muerte.
Abogada de los pecadores,
no dejes de asistirme
cuando, afligido y conturbado,
esté para pasar a la eternidad.
Os invoco ahora por si no tengo voz
para invocar el nombre de Jesús y el tuyo,
y pido a tu Hijo y a ti me socorráis
en el último instante, y ahora digo:
Jesús y María, mi esperanza,
a vosotros encomiendo el alma mía. Amén.

Oración de dolor de los pecados

 

Bendita Madre mía, María;
no sólo con una espada,
sino con tantas cuantas son mis pecados
te he traspasado el corazón.
Señora mía, no eres tú, la inocente,
sino yo, reo de tantos delitos,
quien debe sufrir las penas.
Pero ya que has querido
padecer tanto por mí,
consígueme por tus méritos
un gran dolor de mis culpas y paciencia
para soportar los trabajos de esta vida.
Siempre serán muy leves para mí,
que tantas veces merecí la condena.

Oración pidiendo ayuda y perdón

 

¿Será posible, Virgen María,
que después que tu Hijo ha muerto
a manos de los hombres,
que lo persiguieron con saña mortal,
aún sigan estos ingratos
persiguiéndolo con sus pecados
y afligiéndote a ti, Madre dolorosa?
¿Y que yo sea también
uno de esos desagradecidos?
Madre mía dulcísima,
da a mis ojos lágrimas
para llorar tamaña ingratitud.
Y por los trabajos que padeciste
en la huida a Egipto,
asísteme con tu ayuda
en mi viaje hacia la eternidad,
para que al fin pueda llegar
a amar para siempre, unido a ti,
en la patria de los bienaventurados,
a mi perseguido Salvador. Amén. 

Oración para hallar a Jesús

 

Virgen bendita, ¿por qué te afliges
buscando a tu Hijo perdido?
¿Es que ignoras dónde está?
¿No te acuerdas de que mora
dentro de tu corazón?
¿No sabes que se apacienta entre lirios?
Tú misma dices:
”Mi amado para mí y yo para él,
que se apacienta entre las azucenas” (Ct 2, 16).
Tus pensamientos y afectos,
tan humildes, puros y santos,
son los lirios que invitan
a habitar en ti al divino esposo.
¿Suspiras por Jesús, María,
porque sólo a él le amas?
Déjame a mí que suspire por él
y por tantos pecadores que no le aman
y que al ofenderle lo han perdido.
Madre mía amantísima,
haz que yo encuentre a tu Hijo.
Bien es verdad que él
se deja encontrar de quien lo busca.
”Bueno es el Señor
para el alma que lo busca” (Lm 3, 25).
Pero haz que yo le busque
como debo buscarlo.
Tú eres la puerta por donde todos
acabamos encontrando a Jesús;
por ti espero encontrarlo yo también. Amén.

Oración para llevar la Cruz

 

Madre dolorosa,
por el mérito del dolor que sentiste
al ver a tu amado Jesús condenado a muerte,
alcánzame la gracia de llevar con paciencia
las cruces que Dios me manda.
¡Feliz de mí si logro acompañaros
llevando mi cruz hasta la muerte!
Tú y Jesús, inocentes,
habéis llevado una cruz muy pesada;
y yo, pecador, que he merecido el infierno,
¿rehusaré llevar la mía?
Oh Virgen inmaculada,
de ti espero la ayuda
para sufrir las cruces con paciencia. Amén.

Oración pidiendo el amor de Cristo

 

¡Oh Madre, la más dolorosa de todas!
¡Ha muerto tu Hijo,
el más amable y el que tanto te amaba!
Llora, que te sobra razón para llorar.
¿Quién podrá consolarte?
Sólo puede consolarte el pensamiento
de que Jesús, con su muerte,
ha vencido al infierno,
ha abierto el paraíso
que estaba cerrado para los hombres
y ha conquistado multitud de almas.
Desde el trono de la cruz ha de reinar
sobre muchos corazones
que, vencidos por su amor,
con amor le han de servir.
No te desdeñes entre tanto, Madre mía,
de admitirme a tu lado
para llorar contigo,
pues más motivo tengo yo para llorar
por haberle ofendido tanto.
Madre de misericordia,
yo, por los méritos de mi Redentor
y por el mérito de tus dolores,
espero el perdón y la eterna salvación. Amén.

Oración pidiendo el amor de Dios

 

Virgen Dolorosa,
alma grande en las virtudes
y grande en los dolores,
enséñame a sufrir contigo,
imitando tu entrega y fortaleza
que nacen del gran incendio de amor
que tienes a Dios, pues tu corazón
no sabe amar más que a él.
Madre mía, ten compasión de mí
que no he amado a Dios
y que tanto le he ofendido.
Tus dolores me dan gran confianza
de conseguir el perdón.
Pero con esto no basta,
quiero amar a mi Señor.
¿Y quién mejor que tú, Madre del amor hermoso,
me lo puede alcanzar?
María, tú que consuelas a todos,
consuélame también a mí. Amén.

Oración para alcanzar paz y salvación

 

Madre mía dolorosa,
no quiero dejarte sola con tu llanto,
sino que a tus lágrimas quiero unir las mías.
Esta gracia te pido hoy:
un recuerdo continuo, con tierna devoción,
de la pasión de Jesús y de la tuya
para que en los días que me queden de vida
siempre llore tus dolores, Madre mía,
y los de mi Redentor.
Espero que en la hora de mi muerte
estos dolores me darán confianza
para no desesperarme
a la vista de los pecados
con que ofendí a mi Señor.
Ellos me han de alcanzar el perdón,
la perseverancia y el paraíso,
donde espero regocijarme contigo
y cantar por siempre
las infinitas misericordias de mi Dios.
Así lo espero, así sea. Amén.

San Alfonso María de Ligorio, Reino de Nápoles, 1696-1787