Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera,
y así por fuera te buscaba; y, deforme como era,
me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste.
Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo.
Reteníanme lejos de tí aquellas cosas que,
si no estuviesen en ti, no existirían.
Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera;
brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera;
exhalaste tu perfume, y lo aspiré,…
… y ahora te anhelo;
gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti;
me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

 

Las Confesiones de San Agustín.
Libro 7, 10. 18, 27.

A Ti me vuelvo

 

Voy de regreso a tu casa.
Y a ti me vuelvo para pedirte los medios
que me permitan acercarme a ti.

Si tú me abandonas, la muerte caerá sobre mí.

Pero tú no abandonas a nadie que no te abandone.

Eres el sumo bien, y nadie te buscó debidamente sin hallarte.

Y te buscó debidamente el que tú quisiste que así te buscara.
Padre, que yo te busque sin caer en el error.

Que, al buscarte a ti, nadie me salga al paso en vez de ti.

Sal a mi encuentro, pues mi único deseo es poseerte.

Pido tu clemencia que me convierta plenamente a ti y destierre de mí todas las repugnancias que a ello me opongan.

Y mientras llevo sobre mí la carga de mi cuerpo, haz que sea puro, magnánimo y prudente, perfecto conocedor y amante de tu sabiduría, digno de habitación y habitador de tu beatísimo reino.

Angosta es la casa

 

Angosta es la casa de mi alma para que vengas a ella: sea ensanchada por Ti. Ruinosa está: repárala. Hay en ella cosas que ofenden tus ojos: lo confieso y lo sé; pero ¿quién la limpiará o a quién otro clamaré fuera de Ti? Tú lo sabes, Señor. No quiero contender en juicio contigo, que eres la verdad, y no quiero engañarme a mí mismo, para que no se engañe a sí misma mi iniquidad.

Ay de mi

 

Cuando yo me adhiriere a ti con tomo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será viva, llena toda de ti. Mas ahora, como al que tú llenas lo elevas, me soy carga a mí mismo, porque no estoy lleno de ti.

Contienden mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis tristezas, dignas de alegría, y no sé de qué parte está la victoria. Contienden mis tristezas malas con mis gozos buenos, y no sé de qué parte está la victoria. ¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! ¡Ay de mí!

Manda y ordena lo que quieras

 

Señor, tú que nos diste el que te encontráramos
y el ánimo para seguir buscándote,
no nos abandones al cansancio ni a la desesperanza.
Haznos buscarte siempre y cada vez con más ardor.
Y danos fuerzas para adelantar en la búsqueda.

Manda y ordena lo que quieras,
pero limpia mis oídos para que escuchen tu voz.
Sana y abre mis ojos
para que descubran tus indicaciones.
Aparta de mí toda ignorancia
para que reconozca tus caminos.
Dime a dónde debo dirigir la mirada para verte a ti,
y así poder cumplir lo que te agrada

 Fuerza para buscarte

 

Señor y Dios nuestro,
nuestra única esperanza,
no permitas que dejemos de buscarte por cansancio,
sino que te busquemos siempre
con renovada ilusión.

Tú, que hiciste que te encontráramos
y nos inculcaste ese afán por sumergidos
más y más en ti,
danos fuerza para continuar en ello.

Mira que ante ti están nuestras fuerzas
y nuestra debilidad.
Conserva aquellas, cura ésta.
Mira que ante ti están nuestros conocimientos
y nuestra ignorancia.

Allí donde nos abriste,
acógenos cuando entremos.
Y allí donde nos cerraste
ábrenos cuando llamemos.

Haz que nos acordemos de ti,
que te comprendamos,
que te amemos.

Acrecienta en nosotros estos dones
hasta que nos trasformemos completamente
en nuevas criaturas.

Grande eres Señor

 

Grande eres, Señor, y laudable sobre manera; grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene numero. ¿Y pretende alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación, y precisamente el hombre, que, revestido de su mortalidad, lleva consigo el testimonio de su pecado y el testimonio de que resistes a los soberbios? Con todo, quiere alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación. Tú mismo le excitas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Ti.

Amen.

Jesús es dulzura y amor

 

¡Oh Salvador mío, fuente inagotable de dulzura y de bondad!
No piense yo más que en Vos. Cuando al mismo tiempo que a Vos se ama
cualquiera otra cosa, ya no se os ama, ¡oh Dios mío!, con verdadero
amor. ¡ Oh amor lleno de dulzura, dulzura llena de amor, amor exento
de penas y seguido de infinidad de placeres; amor tan puro y tan
sincero que subsiste en todos los siglos; amor cuyo ardor no hay cosa
que pueda apagar ni entibiar! ¡ Jesús, mi adorable Salvador, cuyas
bondades, cuyas dulzuras son incomparables, caridad tan perfecta como
que sois nada menos que mi Dios! Véame yo abrasado en vuestras
divinas llamas, de suerte que no sienta ya más que aquellos torrentes
de dulzuras, de placeres, de delicias y de alegría, pero de una
alegría enteramente justa, enteramente casta, pura, santa y seguida
de aquella perfecta paz que solamente en Vos se encuentra. Sea yo
abrasado en las llamas de aquel amor, ¡oh Dios mío!, con todo el
afecto de mi corazón y de mi alma. No quiero, bien mío, no quiero en
lo sucesivo más amor que el vuestro. Amén.
en bondad tuya.

Amen

Oración al Espiritu Santo

 

Ven a mí, Espíritu Santo,
Espíritu de sabiduría:
dame mirada y oído interior
para que no me apegue a las cosas materiales,
sino que busque siempre las realidades del Espíritu.
Ven a mí, Espíritu Santo,
Espíritu de amor:
haz que mi corazón
siempre sea capaz de más caridad.
Ven a mí, Espíritu Santo,
Espíritu de verdad:
concédeme llegar al conocimiento de la verdad
en toda su plenitud.
Ven a mí, Espíritu Santo,
agua viva que lanza a la vida eterna:
concédeme la gracia de llegar
a contemplar el rostro del Padre
en la vida y en la alegría sin fin.

Amén

Oración del convertido

 

¡Oh Dios, creador de todas las cosas!
Concédeme primero el Don de saber pedirte;
después, el de hacerme digno de ser escuchado,
y, finalmente, el de ser libre.

¡Escucha, escucha, escúchame!, oh Dios mío!,
Padre mío, causa mía, esperanza mía, posesión mía,
honor mío, mi casa, mi patria, mi salud,
mi luz y mi vida.

¡Escucha, escucha, escúchame!
De esa manera tuya, de tan pocos conocida.

Ya solo te amo a ti, solo te sigo a ti,
solo te busco a ti, y solo a ti estoy dispuesto
a servir, por que eres el único, que tiene derecho
a mandar, y a ti solo deseo pertenecer.

Dame órdenes, te lo ruego; si, mándame lo que
quieras, pero sáname antes y ábreme mis oídos
para que pueda oír tu voz.

Sana y abre mis ojos para que pueda ver
las indicaciones tu voluntad;
aparta de mí la ignorancia, para que te conozca.

Dime a donde tengo que mirar para verte,
y confío en que cumpliré fielmente
todo lo que me mandes.

Amén.

Oración del evangelizador

 

Señor Dios mío, escucha mi oración.
Que tu misericordia escuche mi deseo,
que no me abrasa en aras de intereses puramente
personales, si no que busca ser útil al amor fraterno.
En mi propio corazón estas viendo que esto es así.

Permíteme ofrecerte el servicio de mi pensamiento
y de mi lengua. Pero dame también la misma
ofrenda que voy a presentarte, por que soy pobre
y necesitado, mientras que tu eres rico con todos
los que te invocan.

Tú, que estas libre de preocupaciones,
te preocupas de nosotros, purifica mis labios,
por dentro y por fuera, de toda temeridad
y de toda mentira.
Que tus escrituras constituyan para mi un encanto
lleno de pureza. Que no me engañe en ellas ni con
ellas sirva a otros de engaño.

Señor, escucha y ten piedad.

 

Confesiones 11, 2, 3

Oración del peregrino

 

¡Grande eres, Señor, y muy digno de alabanza!
¡grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene medida!.

Y pretende alabarte un hombre, pequeña migaja de
tu creación. Precisamente un hombre que lleva
entorno suyo la mortalidad, que lleva a flor de piel
la etiqueta de su pecado y el testimonio
de tu resistencia a los soberbios.

A pesar de todo, pretende alabarte un hombre,
pequeña migaja de tu creación. Y eres tu mismo
quien le estimula a que halle satisfacción
alabándote, por que nos has hecho para ti y nuestro
corazón esta inquieto hasta que descanse en ti.

 

Confesiones 1,1,1

Oración del buscador de Dios

 

Señor y Dios mío, en ti creo,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, mi única esperanza.

Óyeme para que no sucumba al desaliento
y deje de buscarte; sino que ansié siempre
tu rostro con ardor.

Dame fuerzas para la búsqueda, tú que hiciste
te encontrara y me has dado esperanzas
de un conocimiento mas perfecto.

Ante ti esta mi firmeza y mi debilidad: sana ésta,
conserva aquélla.

Ante ti esta mi ciencia y mi ignorancia:
si me abres, recibe al que entra;
si me cierras el postigo, abre al que llama.

Haz que me acuerde de ti,
te comprenda y te ame.
Acrecienta en mí estos dones
hasta mi reforma completa.

Amén.

 

Trinitate 15,28,51

​Que te conozca y me conozca

 

Concédeme conocerme a mí mismo
y conocerte a ti, Señor Jesús;
olvidarme a mí mismo y amarte a ti.
Que no piense sino en ti.
Que sepa mortificarme y vivir en ti.
Que todo cuanto me suceda lo reciba como tuyo.
Que siempre escoja ir detrás de ti.
Que aprenda a huirme a mí mismo
y a refugiarme junto a ti,
para que sea defendido por ti.
Que nada me atraiga sino tú.
Y que me haga pobre por ti.
Mírame para que yo te ame.
Llámame para que yo te vea,
para que por toda la eternidad goce de ti…

¿Quién me dará descansar en Ti?

 

¿Quién me dará descansar en Ti? ¿Quién me dará que vengas a mi corazón y le embriagues, para que olvide mis maldades y me abrace contigo, único bien mío? ¿Qué es lo que eres para mí?

Apiádate de mí para que te lo pueda decir. ¿Y qué soy yo para ti para que me mandes que te ame y si no lo hago te aíres contra mí y me amenaces con ingentes miserias? ¿Acaso es ya pequeña la misma de no amarte? ¡Ay de mí! Dime por tus misericordias, Señor y Dios mío, qué eres para mí.

Di a mi alma: «Yo soy tu salud.» Que yo corra tras esta voz y te dé alcance. No quieras esconderme tu rostro. Muera yo para que no muera y pueda así verle.

 

San Agustín ha descubierto que nada ni nadie puede darle reposo fuera de Dios. Y como Moisés desea ver su rostro. Por eso quiere morir para tener vida que no se acaba.

Respira de mi Oh Espiritu Santo

 

Respira en mi
Oh Espíritu Santo
Para que mis pensamientos
Puedan ser todos santos.

Actúa en mí
Oh Espíritu Santo
Para que mi trabajo,
también pueda ser santo.

Dibuja mi corazón
Oh Espíritu Santo
Para que sólo ame
Lo que es santo.

Fortaléceme
Oh Espíritu Santo
Para que defienda
Todo lo que es Santo.

Guárdame pues
Oh Espíritu Santo
Para que yo siempre
Pueda ser santo.

Amén.

Señor y Dios mío

 

Señor y Dios mío,
mi única esperanza,
óyeme para que no sucumba al desaliento
y deje de buscarte.
Dame la gracia de que yo
ansíe siempre ver tu rostro
dame fuerzas para la búsqueda,
tú que hiciste que te encontrara
y que me has dado esperanzas
de un conocimiento más perfecto.
Ante tí está mi firmeza y mi debilidad
sana esta, conserva aquella,
ante tí está mi ciencia y mi ignorancia
si me abres, recibe al que entra,
si me cierras el postigo, recibe al que llama,
Haz que me acuerde de tí,
que te comprenda y te ame.
acrecienta en mí estos dones,
hasta mi cambio completo,
cuando arribemos a tu presencia,
cesarán estas muchas cosas
que ahora hablamos sin comprenderlas,
y tú permanecerás todo en todos,
y entonces, viviremos siempre,
alabándote unánimemente,
Y hechos en tí
también nosotros una sola cosa….

Amén

San Agustín de Hipona, Norte de África, 354-430

Frases

“Mi peso es mi amor; él me lleva doquiera soy llevado” (C 13,9,10)

“La raíz se halla profundamente afianzada en tierra; en donde está nuestra raíz, allí está nuestra vida, allí está nuestro amor” (CS 36,s.1 ,3).

“Si se enfría nuestro amor, se entumece nuestra acción” (CS 85,24).

“Oye, pues, de una vez un breve precepto: ama y haz lo que quieras; si callas, clamas, corriges, perdonas; calla, dama, corrige, perdona movido por la caridad. Dentro está la raíz de la caridad; no puede brotar de ella mal alguno” (TCJ 7,8)

“El que se pasa al lado de Cristo, pasa del temor al amor y comienza a poder cumplir con el amor lo que con el temor no podía” (S 32,8).

“Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial…” (CD 14,28).

“No hay amistad verdadera sino entre aquellos a quienes Tu aglutinas entre si por medio de la caridad” (C 4,4,7).

“Bienaventurado el que te ama a ti, Señor; y al amigo en ti, y al enemigo por ti, porque sólo no podrá perder al amigo quien tiene a todos por amigos en aquel que no puede perderse” (C 4,9,14).

“Amas al amigo cuando odias lo que le daña” (S 49,5).

“No te hallarás sin la amistad de tu prójimo allí donde tendrás a Dios por amigo” (S 299D,6).

“La verdadera amistad no se mide por intereses temporales, sino que se bebe por amor gratuito” (Ca 155,1,1).

“Nada manifiesta mejor al amigo como llevar la carga del amigo” (OC 71,1).

“Donde hay benevolencia hay amistad” (SM 1,11,31).

“No seáis sabios para vosotros solos. Recibe el Espíritu. En ti debe haber una fuente, nunca un depósito, de donde se pueda dar algo, no donde se acumule. Dígase lo mismo de la alforja” (S 101,6).

“Esparce el Evangelio; lo que concebiste en el corazón, dispérsalo con la boca. Crean los pueblos al oírte; pululen las naciones…” (S 116,7).

“No me permite callar la caridad de Cristo, para quien deseo conquistar a todos los hombres, en cuanto depende de mi voluntad” (Ca 105,1.1).

“Anunciar para el Señor sea como vivir para el Señor” (Ca 140,29.70).

“Seguid, pues, vuestra carrera y perseverad corriendo hasta la meta; y con el ejemplo de vuestra vida y con la palabra de vuestra exhortación arrastrad en vuestra carrera a cuantos podáis” (BV 23,28).

“Somos, en efecto, todos a la vez y cada uno en particular, templos suyos, ya que se digna morar en la concordia de todos y en cada uno en particular” (CD 10,3,2).

“Bien, tú puedes, yo no. Guardemos lo que uno y otro hemos recibido; inflamémonos en la caridad, amémonos unos a otros, y de esta forma yo amo tu fortaleza y tú soportas mi debilidad”(S 101,7).

“Dado que hablamos del camino, comportémonos como si fuéramos de camino: los más ligeros, esperad a los más lentos y caminad todos a la par” (S 101,9).

“En cuanto a bienes espirituales, considera tuyo lo que amas en el hermano, y él considere suyo lo que ama en ti” (S 205,2).

“Las almas de muchos hombres son muchas también; pero, si se aman, son una sola alma” (TEJ 14,9).

“Gran poder tiene para hacernos propicios a Dios la concordia fraterna” (TB2,13,18).

“La caridad, de la cual está escrito «que no busca sus propios intereses», se entiende de este modo: que antepone las cosas comunes a las propias, no las propias a las comunes” (R 5,2).

“Cuando soy malo, confesarte a ti no es otra cosa que desagradarme a mí; y cuando soy piadoso, confesarte a ti no es otra cosa que no atribuirmelo a mí” (C10,2,2).

“La confesión es de dos clases: o de pecados o de alabanzas. Cuando nos va mal, confesamos en la tribulación nuestros pecados; cuando nos va bien, confesamos o tributamos alabanzas a Dios en el regocijo de la justicia. Nunca vivimos sin confesión” (CS 29,2,19).

“La confesión de tus pecados se debe a la gracia de Dios. Confiesa tu iniquidad, confiesa la gracia de Dios” (CS 66,6).

“Desdeñada la confesión, no habrá lugar para la misericordia. Si tú te haces defensor de tu pecado, ¿cómo será Dios libertador? Para que Él sea libertador, sé tú acusador” (CS 68,1,19).

“El Espíritu Santo nos amonesta y exhorta a que ofrezcamos el sacrificio de confesión a Dios. La confesión o es de alabanza a Dios o es de nuestros pecados” (CS 117,1).

“Cuando en el pecado te acusas a ti, alabas al que sin pecado te hizo a ti” (S 68,3).

“El hombre nuevo nace del viejo, porque la regeneración espiritual se inicia con el cambio de la vida terrestre y mundana” (CS 8,10).

“El cántico nuevo es el cántico de la gracia; el cántico nuevo es el cántico del hombre nuevo; el cántico nuevo es el cántico del Nuevo Testamento” (CS 143,16).

“El temor es el comienzo de la conversión” (AJ 9,28).

“La conversión del corazón tiene que estar polarizada hacia Dios (AJ 28,11).

“Antes de llenar el vaso con el líquido bueno hay que derramar el malo” (AFe 1,13).

“No tardes en convertirte al Señor». Estas palabras no son mías, pero son también mías; si las amo, son mías; amadlas, y serán vuestras”(S 339,7).

“Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” (C 1,1,1).

“En mi corazón soy lo que soy” (C 10,3,4).

“Cuando nuestro corazón se levanta a Dios, se hace su altar” (CD 3,2).

“Cuando entras en tu aposento, entras en tu corazón. Bienaventurados los que se alegran cuando entran en su corazón y no encuentran allí nada malo” (CS 33,s.2,8).

“El frío de la caridad es el silencio del corazón, y el fuego del amor, el clamor del corazón” (CS 37,14).

“Pregunta a tu corazón; ve si posee la caridad. Si posee la caridad, posee la plenitud de la ley, y entonces ya habita Dios en ti, ya te hiciste trono de Dios” (CS 98,3).

“Volved. ¿Adónde? Al Señor. Es pronto todavía. Vuelve primero a tu corazón; como en un destierro andas errante fuera de ti. ¿Te ignoras a ti mismo y vas en busca de quien te creó?” (TEJ 18,10).

“Dame un corazón amante, y sentirá lo que digo. Dame un corazón que desee y que tenga hambre; dame un corazón que se mire como desterrado, y que tenga sed, y que suspire por la fuente de la patria eterna; dame un corazón así, y éste se dará perfecta cuenta de lo que estoy diciendo” (TEJ 26,4).

“El que llama Padre nuestro a Dios, llama a Cristo hermano. Luego quien tiene a Dios por Padre y a Cristo por hermano, no tema en el día malo” (CS 48,1,8).

“Oyes orar al Maestro; aprende a orar; Oró para enseñarnos a orar, padeció para enseñarnos a padecer, resucitó para enseñarnos a esperar la resurrección”(CS 56,5).

“Temed al Cristo de arriba y sed benévolos con el Cristo de abajo. Tienes arriba el Cristo dadivoso, tienes abajo el Cristo menesteroso. Aquí es pobre, y está en los pobres” (S 123,4).

“Tal es el camino: camina por la humildad para llegar a la eternidad. Dios-Cristo es la patria adonde vamos; Cristo-hombre, el camino por donde vamos” (S 123,3).

“No vamos a Cristo corriendo, sino creyendo; no se acerca uno a Cristo por el movimiento del cuerpo, sino por el afecto del corazón” (TEJ 26,3).

“Cristo el Señor se humilló para que nosotros aprendiéramos a ser humildes” (S 272A).

“Se extiende o dilata el ánimo con el deseo de la cosa anhelada, no con la alegría de lo conseguido” (CS 39,3).

“Quien desea, aunque la lengua calle, canta con el corazón. Quien no desea, aunque hiera los oídos de los hombres con cualquier clamor, enmudece para Dios” (CS 86,1).

“No hay que aniquilar el deseo; hay que cambiar su objeto” (S 313A,2).

“Si quieres cambiar tu vida, cambia tus deseos” (S 345,7).

“El deseo es el seno del corazón. Poseeremos a Dios si dilatamos el deseo cuanto nos fuere posible”(TEJ 40,10).

“Como ahora no podéis ver, sea vuestro ejercicio el deseo. Toda la vida del hombre cristiano es un santo deseo” (TCJ 4,6).

“Gracias a Ti, dulzura mía, esperanza mía y Dios mío, gracias a Ti por tus dones; pero guárdamelos Tú para mi. Así me guardarás también a mí y se aumentarán y perfeccionarán los que me diste, y yo seré contigo, porque Tú me diste que existiera” (C 1,20,31).

“Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz” (C 10,27,38).

“Dios es nuestra posesión y nosotros somos posesión de Dios” (CS 36,s.1,4).

“Vuelve, vuelve, prevaricador, al corazón; no se apreste tu alma a la lucha. Más potente que tú es Aquel a quien declaraste la guerra. Cuantas más grandes piedras lances al cielo, tanta más grande ruina se cernirá sobre ti. Entra más bien en tu corazón; conócete. Te desagrada Dios; avergüénzate; desagrádate a ti mismo. Nada bueno harías si El no fuese bueno y en nada me soportarías si El no fuese justo” (CS 70,1,14).

“Nadie logra de Dios la firmeza, sino quien en sí mismo reconoce su flaqueza” (S 76,6).

“Todo lo que Dios obra en nosotros, lo obra sabiendo lo que hace; nadie es mejor que él, nadie más sabio, nadie más poderoso” (S 293D,5).

“Dios es tu todo: si tienes hambre, es tu pan; y si tienes sed, es tu agua; y si estás en la oscuridad, es tu luz, que permanece siempre incorruptible; y si estás desnudo, será tu vestido de inmortalidad, cuando todo lo que es corruptible se vista de incorruptibilidad y lo que es mortal se vista de inmortalidad” (TEJ 13,5).

“Este es aquel Espíritu en el que clamamos: «¡Abba, Padre!», y, por lo mismo, Él nos hace pedir a quien deseamos recibir, Él nos hace buscar al que deseamos encontrar, Él nos hace llamar al que nos proponemos llegar” (CS 118,14,2).

“Nadie cumple la ley sino por la gracia del Espíritu Santo” (S 8,17).

“Por tanto, si queréis recibir la vida del Espíritu Santo, conservad la caridad, amad la verdad y desead la unidad para llegar a la eternidad” (S 267,4).

“No es pequeña cosa la que nos enseña el Espíritu Santo. Nos insinúa que somos peregrinos y nos enseña a suspirar por la patria, y los gemidos son esos mismos suspiros” (TEJ 6,2).

“Por tanto, si somos hijos de Dios, el Espíritu de Dios nos guía y el Espíritu de Dios actúa en nosotros” (S 335J,4).

“Así como el cuerpo de carne es sencillamente la carne, el don del Espíritu Santo es el mismo Espíritu Santo. Es don de Dios en cuanto se da a los que se da” (T 15,19,36).

“Pienso en mi rescate, y lo como y bebo y distribuyo, y, pobre, deseo saciarme de él en compañía de aquellos que lo comen y son saciados” (C 10,43,70)

“Grandiosa es la mesa en la que los manjares son el mismo Señor de la mesa. Nadie se da a si mismo como manjar a los invitados; esto es lo que hace Cristo el Señor; él es quien invita, él la comida y la bebida” (S 329,1).

“Cuando nos entrega su cuerpo y su sangre, nos entrega su humildad” (CS 33,s.2,4).

“Cristo te muestra su mesa, es decir, a sí mismo. Acércate a esa mesa y sáciate. Sé pobre, y quedarás saciado” (S 332,2).

“Llamo cuerpo y sangre de Cristo… al fruto formado de la semilla terrena consagrado por la oración mística, siendo para el que lo recibe salud del alma y memorial de la pasión del Señor” (T3,4,10).

“Sacramento hecho visible por intervención de los hombres, pero santificado por la acción invisible del Espíritu Santo…” (T 3,4,10).

“La vida feliz es gozo de la verdad, porque este es gozo de ti, que eres la verdad” (C 10,23,33).

“La felicidad plena sólo se hallará en aquella vida donde ya nadie será siervo” (CD 4,33).

“Está ya claro cómo la satisfacción de todos los deseos es la felicidad, que no es una diosa, sino un don de Dios” (CD 5, pról.).

“No es lo mismo vivir que vivir felizmente” (C 13,4,5).

“La felicidad verdadera y segura en sumo grado la alcanzan, ante todo, los hombres de bien que honran a Dios, el único que la puede conceder” (CD 2,23,1).

“Mejor es una felicidad temporal, que una eternidad miserable” (CD 8,16).

“Dios es fuente de nuestra felicidad y meta de nuestro apetito” (CD 10,3,2).

“Deseando todos la felicidad, muchos ignoran el modo de llegar a ella” (CS 118,1,1).

“La felicidad engañosa es la más grande desdicha” (CS 129,1).

“Luego, si Dios obra en ti, obras bien por la gracia de Dios, no por tus fuerzas. Luego, si te alegras, teme también; no sea que lo que se dio al humilde se le quite al soberbio”(CS 65,5).

“Esta es la doctrina cristiana: nadie obra bien si no es con la gracia de Cristo. Lo que el hombre obra mal es propio de él; lo que obra bien, lo obra por la gracia de Dios” (CS 93,15).

“Ayúdame para hacer lo que ordenas y dame lo que mandas” (CS 118,12,5).

“La gracia es la que hace a los santos” (S 145,3).

“La gracia precedió a tus merecimientos. No procede la gracia del mérito, sino el mérito de la gracia. Pues si la gracia procede del mérito, la compraste, no la recibiste gratuitamente” (S 169,3).

“Tal es la gracia que gratuitamente se da, no por méritos del que obra, sino por la misericordia del que la otorga” (Ca 140,19.48).

“Si la gracia no ayuda, no podemos tener ni piedad ni justicia, ni en nuestras obras ni en nuestra voluntad” (Ca 186,1.3).

“Yo, que no era humilde, no tenía a Jesús humilde por mi Dios, ni sabía de qué cosa pudiera ser maestra su flaqueza” (C 7,18,24).

“La humildad levanta el corazón y la soberbia lo abate” (CD 14,13,1).

“Sé humilde ante tu Dios; humilde para que seas excelso con tu Dios glorificado. Si eres rociado con el hisopo, te limpiará la humildad de Cristo” (CS 50,12).

“La flaqueza que se da en la humildad es la mayor fortaleza” (CS 92,6).

“Es en la humildad donde se cumple la justicia”(S 52,1).

“¿Buscas escaleras para subir hasta El? Busca el madero de la humildad y ya llegaste” (S 70A,2).

“A todos agrada la altura, pero la humildad es el peldaño para alcanzarla” (S 96,3).

“La humildad del hombre es su confesión, y la mayor elevación de Dios es su misericordia” (TEJ 14,5).

“Toda la humildad consiste en que te conozcas” (TEJ 25,16)

“La simulación de la humildad es la mayor soberbia” (SV 43,44).

“La humildad es la más grande de las enseñanzas cristianas, pues por la humildad se conserva la caridad, y a ella ninguna otra cosa la corrompe más pronto que la soberbia” (ECG 15).

“La Iglesia se mantiene en pie con la oración para ser purificada por la confesión, y mientras vive aquí, así se mantiene” (S 181,7).

“También la Iglesia, hermanos, es la posada del viajero, donde se cura a los heridos durante esta vida mortal; pero allá arriba tiene reservada la posesión de la herencia” (TEJ 41,13).

“El redil de Cristo es la Iglesia católica. Quien quiera entrar en el redil, entre por la puerta, confiese al verdadero Cristo” (TEJ 45,5).

“Yo, en verdad, no creería en el Evangelio si no me impulsase a ello la autoridad de la Iglesia católica” (RM 5).

“En medio de los paganos hay hijos de la Iglesia, y dentro de la Iglesia hay falsos cristianos” (CD 1,35).

“La casa de Dios es la Iglesia; aún contiene malos, pero la belleza de la casa de Dios reside en los buenos; se halla en los santos” (CS 25,2,12).

“En el campo del Señor, esto es, la Iglesia, a veces, lo que era trigo se hace cizaña y lo que era cizaña se convierte en trigo; y nadie sabe lo que será mañana” (S 73A,1).

“No nos retiremos de la Iglesia porque veamos que hay cizaña en ella. Únicamente hemos de esforzarnos en ser nosotros trigo” (Ca 108,3.10).

“Nadie puede tener propicio a Dios Padre si desprecia a la Iglesia madre” (S 255A).

“Y, amonestado de aquí a volver a mí mismo, entré en mi interior guiado por ti; y púdelo hacer porque tú te hiciste mi ayuda. Entré y vi con el ojo de mi alma, como quiera que él fuese, sobre el mismo ojo de mi alma, sobre mi mente, una luz inconmutable…” (C 7,10,16).

“Levantémonos volviendo sobre nosotros mismos como el hijo menor del Evangelio, a fin de volver a Él, de quien nos habíamos apartado por el pecado” (CD 11,28).

“A cualquier parte que vaya me sigo. Tú, hombre, puedes huir a donde quieras, pero no fuera de tu conciencia. Entra en tu casa, descansa en tu lecho, penetra en lo interior; nada más interno puedes hallar a donde huir fuera de tu conciencia, si te remuerden tus pecados” (CS 30,2,s.1,8).

“Me volveré a mí; allí encontraré lo que he de inmolar. Entraré dentro de mí; en mi encontraré la inmolación de alabanza; sea tu altar mi conciencia” (CS 49,21).

“Dentro tendré la caridad; no estará en la superficie; en lo más íntimo del corazón estará lo que amo. Nada hay más interior que nuestra medula” (CS 65,20).

“Tú que me eres más interior que mis cosas más íntimas; tú dentro, en mi corazón…” (CS 118,22,6).

“En el hombre interior habita Cristo, y en el hombre interior serás renovado según la imagen de Dios; conoce en su imagen a su Creador” (TEJ 18,10).

“No quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad; y si hallares que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo, mas no olvides que, al remontarte sobre las cimas de tu ser, te elevas sobre tu alma, dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos allí donde la luz de la razón se enciende…” (VR 39,72).

“El albedrío de la voluntad es libre cuando no se somete a los vicios y a los pecados” (CD 14,11,1).

“No abuses, pues, de la libertad para pecar libremente, sino usa de ella para no pecar” (TEJ 41,8).

“Se acomodan a la libertad en cuanto se acomodan a la verdad” (Ca 101,2).

“La libertad vale para obrar bien, si Dios la ayuda, lo cual se realiza en la oración y en la confesión humildes” (Ca 157,2.5).

“La verdadera libertad consiste en la alegría del bien obrar, y es también piadosa servidumbre por la obediencia a la ley” (E 30,9).

“La ley de la libertad es la ley de la caridad, no la del temor” (NG 57,67).

“Gimamos ahora, roguemos ahora; el gemido es propio de los infelices; la súplica, de los indigentes. Pasará la súplica, seguirá la alabanza; pasará el llanto, seguirá el gozo” (CS 26,2,14).

“El gozo se da en el canto; el gemido, en la oración. Gime por las cosas presentes, canta por las futuras; ora sobre lo actual, canta sobre lo que esperas” (CS 29,2,16).

“Si el hombre desea tener lo que Dios le manda, ha de rogar a Dios que le dé lo que Él manda” (CS 118,4,2).

“Estas son las dos alas de la oración con las que se vuela hacia Dios: perdonar al culpable su delito y dar al necesitado” (5 205,3).

“Dios, Padre nuestro, que nos exhortas a la oración y concedes lo que se te pide, pues rogándote vivimos mejor y somos mejores: escúchame, porque voy tanteando en estas tinieblas; dame tu diestra, socórreme con tu luz y líbrame de los errores; con tu dirección entre dentro de mí para subir a ti. Así sea” (Sí 2,6,9).

“Muchas veces el afecto del que ruega supera el defecto de la oración” (TB 6,25,47).

“La unidad de Cristo es fortísima; nadie la divida, nadie la destruya” (CS 97,3).

“Quien abandona la unidad, viola la caridad, y quien viola la caridad, tenga lo que tenga, nada es” (S 88,21).

“La unidad es la forma de cualquier hermosura” (Ca 18,2).

“Nunca deben amarse las disensiones. Pero a veces nacen de la caridad o le sirven de prueba” (Ca 210,2).

“El amor a la unidad puede encubrir la multitud de los pecados” (TB 5,2,2).

“No pueden decir que tienen caridad quienes dividen la unidad” (TEJ 7,3).

“La armonía comienza por la unidad y es bella gracias a la igualdad y a la simetría y se une por el orden” (Mu 6,17,56).

San Agustín de Hipona, Norte de África, 354-430