Yo estudiaba en el extranjero en 1953

Era la época en que yo juraba
que la Coca Cola uruguaya era mejor que la Coca Cola chilena
y que la nacionalidad era una cólera llameante
como cuando una tipa de la calle Bandera
no me quiso vender otra cerveza
porque dijo que estaba demasiado borracho
y que la prueba era que yo hablaba harto raro
haciéndome el extranjero
cuando evidentemente era más chileno que los porotos.

Solidaridad En el pasillo el anciano se prepara para la pelea teme particularmente los jabs al hígado y no va dar razón a la colmena ávida Es un hombre completamente de este siglo al albañil algebraico aguardentoso acostumbrado a saltar con ayuda del báculo por sobre las parejas que hacen como pichones caídos el amor El pasillo le queda un tanto corto porque al fin y al cabo el campeón es el campeón pero no todos pueden tocar el arcoiris La peor es la colmena que ahora mismo en las calles recoge como colillas de cigarro el rencor Es lo más que se me ocurre decir al respecto
Y sin embargo, amor Y sin embargo, amor, a través de las lágrimas, yo sabía que al fin iba a quedarme desnudo en la ribera de la risa. Aquí, hoy, digo: siempre recordaré tu desnudez en mis manos, tu olor a disfrutada madera de sándalo clavada junto al sol de la mañana; tu risa de muchacha, o de arroyo, o de pájaro; tus manos largas y amantes como un lirio traidor a sus antiguos colores; tu voz, tus ojos, lo de abarcable en ti que entre mis pasos pensaba sostener con las palabras. Pero ya no habrá tiempo de llorar. Ha terminado la hora de la ceniza para mi corazón. Hace frío sin ti, pero se vive.
Roque Dalton, poeta, San Salvador, 1935-1975
Vida, oficios Insoslayable para la vida, la nueva vida me amanece: es un pequeño sol con raíces que habré de regar mucho e impulsar a que juegue su propio ataque contra la cizaña. Pequeño y pobre pan de la solidaridad, bandera contra el frío, agua fresca para la sangre: elementos maternos que no deben alejarse del corazón. Y contra la melancolía, la confianza; contra la desesperación, la voz del pueblo vibrando en las ventanas de esta casa secreta. Descubrir, descifrar, articular, poner en marcha: viejos oficios de los libertadores y los mártires que ahora son nuestras obligaciones y que andan por allí contándonos los pasos: del desayuno al sueño, del sigilo en sigilo, de acción en acción, de vida en vida.
Permiso para lavarme Nunca entendí lo que es un laberinto hasta que cara a cara con mi mismo perfil hurgara en el espejo matutino con que me lavo el polvo y me preciso. Porque así somos más de lo que fuimos a la orilla del sol alado y fino: de sangre reja y muro bien vestidos de moho y vaho y rata amados hijos.
Muertos Yo escribí de los muertos sin saber de sus rudas zarabandas nocturnas Fue cuando murió mi primer hijo y mi novia murió a su manera y mi madre se quedó sin morir pero no importa porque ya había barrido gritando de sus ojos la luz Sin invitación sin desnudez apropiada sin miedo justo a mi medida llegué hasta sus territorios terribles con el cabello roto y el hambre vocinglera: Reñían horriblemente, como hermanos. Sus uñas de aire rasgaban sus mejillas y sus pechos de aire y su furia caía sobre los hombros de mis ojos como si la batalla solamente sirviera para insultarme por vivir. De entre todos ellos Oolgue hacía brillar como una luna su ancha ferocidad que merecía el respaldo del mármol o de la peor espina. Golpeaba a los demás y a mi miedo con más crueldad que un niño, como si desde el principio del tiempo hubiese recibido sin quererlo la espantosa encomienda de vengar a Dios. Oh, amigos, es duro ver matando a los que descansan en paz, es más grave que quedarse solo sabiendo que uno no sirve ni para que lo maten! Holgué me dejó escapar aquella noche porque era evidente en mi temblor de manos el odio por la vida. Desde el más allá de la muerte sus tenues camaradas me miraron partir con un desprecio inmenso absolutamente avergonzado de mi respiración
Roque Dalton, poeta, San Salvador, 1935-1975
Referencia de pasos Se me murió el ayer de parto y lo velo cantando. Como a una guitarra sola a quien se le quebrara la sonrisa circular y la música, solo, sin desbocados animales interiores, hueso en actividad, reciente hueso, hacía como que caminaba entre los hombres casado con mi madre, pueblerino feliz, poblado de olas. Ah, estúpida frontera, municipal y en paz con los estómagos: cómo tenía que morderme los retratos para poder reírme hasta de mí con todo y tus pesares, tus costosísimos harapos, la franca suciedad que te conoces! Cómo tenía sola y atrozmente que bajarme los pasos de los hombros y caminar!
El vanidoso Yo sería un gran muerto. Mis vicios entonces lucirían como joyas antiguas con esos deliciosos colores del veneno. Habría flores de todos los aromas en mi tumba e imitarían los adolescentes mis gestos de júbilo, mis ocultas palabras de congoja. Tal vez alguien diría que fui leal y fui bueno. Pero solamente tú recordarías mi manera de mirar a los ojos.
Mi dolor Conozco perfectamente mi dolor: viene conmigo disfrazado en la sangre y se ha construido una risa especial para que no pregunten por su sombra. Mi dolor, ah, queridos, mi dolor, ah, querida, mi dolor, es capaz de inventaros un pájaro, un cubo de madera de esos donde los niños le adivinan un alma musical al alfabeto, un rincón entrañable y tibio como la geografía del vino o como la piel que me dejó las manos sin pronunciar el himno de tu ancha desnudez de mar Mi dolor tiene cara de rosa, de primavera personal que ha venido cantando. Tras ella esconde su violento cuchillo, su desatado tigre que me rompió las venas desde antes de nacer y que trazó los días de lluvia y de ceniza que mantengo. Amo profundamente mi dolor, como a un hijo malo.
Alta hora de la noche Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre porque se detendrá la muerte y el reposo. Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos, sería el tenue faro buscado por mi niebla. Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas. Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta. No dejes que tus labios hallen mis once letras. Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio. No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto desde la oscura tierra vendría por tu voz. No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre, Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre.
El gran despecho País mío no existes sólo eres una mala silueta mía una palabra que le creí al enemigo antes creía que solamente eras muy chico que no alcanzabas a tener de una vez Norte y Sur pero ahora sé que no existes y que además parece que nadie te necesita no se oye hablar a ninguna madre de tí Ello me alegra porque prueba que me inventé un país aunque me deba entonces a los manicomios soy pues un diocesillo a tu costa (Quiero decir: por expatriado yo tú eres ex patria)
Hora de la ceniza Finaliza septiembre. Es hora de decirte lo difícil que ha sido no morir. Por ejemplo, esta tarde tengo en las manos grises libros hermosos que no entiendo, no podría cantar aunque ha cesado ya la lluvia y me cae sin motivo el recuerdo del primer perro a quien amé cuando niño. Desde ayer que te fuiste hay humedad y frío hasta en la música. Cuando yo muera, sólo recordarán mi júbilo matutino y palpable, mi bandera sin derecho a cansarse, la concreta verdad que repartí desde el fuego, el puño que hice unánime con el clamor de piedra que exigió la esperanza. Hace frío sin ti. Cuando yo muera, cuando yo muera dirán con buenas intenciones que no supe llorar. Ahora llueve de nuevo. Nunca ha sido tan tarde a las siete menos cuarto como hoy. Siento deseos de reír o de matarme.
María Tecum Los días de leyenda en que me amabas sin hacer preguntas hicieron que la ciudad tomara la cara de un juguete como en los nacimientos al dejarte en las noches iba a mi casa alegre por calles de aserrín En el espejo tembloroso y tristón de los charcos me miraba la cara al lado de la luna me buscaban tus besos para que no alumbrasen los sueños de los pájaros perdidos en mi almohada Policías de barro y gallos de hojalata en silencio se burlaban de mí guiñándose a saber cómo los inmóviles ojos y es que e a mi paso hasta los dormidos chismeaban con envidia en sus habitaciones decían que tú eras la novia del niño Dios Con musgo arrancado de donde nacen los Chorros de Colón me esperaban los jardines del sueño con su frescura verde pero el calor de la punta de tus dedos había sido una puñalada tan honda que al amanecer el nixtamalero lavaba en mis pupilas como en dos huacalitos de sangre su gran ojo desnudo Entre árboles de papel de china vestidos desde el corazón del añil pasaba el nuevo día escuchando una orquesta de arcángeles ancianos que con su cabello de algodón formaban nuevos ríos en la brisa Después yo te encontraba a la par del crepúsculo -con su alto árbol de fuego incendiado de veras- y lamía en tus manos la piel del mazapán En los alrededores los muñecos con mejillas de flor bebían sus cervezas de polen y humo Ay pero a los pocos meses se te ocurrió crecer y te me fuiste lejos con un horrible gesto de persona mayor desde entonces la ciudad recobró también su tamaño de siempre y en sus negras calles de asfalto los ciudadanos pegan con las manos a mi alma de muchachito triste que todavía necesita jugar.
Poema de amor Los que ampliaron el Canal de Panamá (y fueron clasificados como «silver roll» y no como «gold roll»), los que repararon la flota del Pacífico en las bases de California, los que se pudrieron en la cárceles de Guatemala, México, Honduras, Nicaragua, por ladrones, por contrabandistas, por estafadores, por hambrientos, los siempre sospechosos de todo («me permito remitirle al interfecto por esquinero sospechoso y con el agravante de ser salvadoreño»), las que llenaron los bares y los burdeles de todos los puertos y las capitales de la zona («La gruta azul», «El Calzoncito», «Happyland»), los sembradores de maíz en plena selva extranjera, los reyes de la página roja, los que nunca sabe nadie de dónde son, los mejores artesanos del mundo, los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera, los que murieron de paludismo o de las picadas del escorpión o de la barba amarilla en el infierno de las bananeras, los que lloraran borrachos por el himno nacional bajo el ciclón del Pacífico o la nieve del norte, los arrimados, los mendigos, los marihuaneros, los guanacos hijos de la gran puta, los que apenitas pudieron regresar, los que tuvieron un poco más de suerte, los eternos indocumentados, los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo, los primeros en sacar el cuchillo, los tristes más tristes del mundo, mis compatriotas, mis hermanos.
Vals Clima emitido por un clavicordio en lontananza perdiendo el tiempo como el que arroja perejil a las medusas ángeles desdentados te acompañen mas no por accidente sino por no pinnípedos metal de cálices para hacer espéculos feto de títere yo quiero que tu me lleves al tambor de la alegría Y mi alma será sana para unos cuantos años más.
Nunca entendí lo que es un laberinto… Nunca entendí lo que es un laberinto hasta que cara a cara con mi mismo perfil hurgara en el espejo matutino con que me lavo el polvo y me preciso. Porque así somos más de lo que fuimos a la orilla del sol alado y fino: de sangre reja y muro bien vestidos de moho y vaho y rata amados hijos.
Hora de la ceniza Finaliza septiembre. Es hora de decirte lo difícil que ha sido no morir. Por ejemplo, esta tarde tengo en las manos grises libros hermosos que no entiendo, no podría cantar aunque ha cesado ya la lluvia y me cae sin motivo el recuerdo del primer perro a quien amé cuando niño. Desde ayer que te fuiste hay humedad y frío hasta en la música. Cuando yo muera, sólo recordarán mi júbilo matutino y palpable, mi bandera sin derecho a cansarse, la concreta verdad que repartí desde el fuego, el puño que hice unánime con el clamor de piedra que exigió la esperanza. Hace frío sin ti. Cuando yo muera, cuando yo muera dirán con buenas intenciones que no supe llorar. Ahora llueve de nuevo. Nunca ha sido tan tarde a las siete menos cuarto como hoy. Siento deseos de reír o de matarme.
Desnuda Amo tu desnudez porque desnuda me bebes con los poros, como hace el agua cuando entre sus paredes me sumerjo. Tu desnudez derriba con su calor los límites, me abre todas las puertas para que te adivine, me toma de la mano como a un niño perdido que en ti dejara quieta su edad y sus preguntas. Tu piel dulce y salobre que respiro y que sorbo pasa a ser mi universo, el credo que se nutre; la aromática lámpara que alzo estando ciego cuando junto a la sombras los deseos me ladran. Cuando te me desnudas con los ojos cerrados cabes en una copa vecina de mi lengua, cabes entre mis manos como el pan necesario, cabes bajo mi cuerpo más cabal que su sombra. El día en que te mueras te enterraré desnuda para que limpio sea tu reparto en la tierra, para poder besarte la piel en los caminos, trenzarte en cada río los cabellos dispersos. El día en que te mueras te enterraré desnuda, como cuando naciste de nuevo entre mis piernas.
Canto a nuestra posición

A Otto Rene Castillo

Nos preguntan los poetas de aterradores bigotes, los académicos polvorientos, afines de las arañas, los nuevos escritores asalariados, que suspiran porque la metafísica de los caracoles les cubra la impudicia: ¿Que hacéis vosotros de nuestra poesía azucarada y virgen? ¿Qué, del suspiro atroz y los cisnes purísimos? ¿Qué, de la rosa solitaria, del abstracto viento? ¿En que grupo os clasificaremos? ¿En que lugar os encasillaremos? Y no decimos nada. Y no decimos nada. Y no decimos nada. Porque aunque no digamos nada, los poetas de hoy estamos en un lugar exacto: estamos en el lugar en que se no obliga a establecer el grito. (Ah, como me dan risa los antiguos poetas empecinados en vendarse los ojos y en embadurnar de pétalos y de pajarillos famélicos la giba del dolor anonadante que se encarama sólida encima del hombro positivo universal desde el primer amanecer y el primer viento, y que se olvidaron del hombre) Estamos en el lugar exacto que la noche precisa para ascender al alba. (Muchos poetas inclinaron sus insomnios antiguos sobre la fácil almohada azul de la tristeza. Construyeron ciudades y astros y universos sobre la anatomía mediocre de un nido de muñecas cristalinas y exilaron la voz elemental hasta planos altisimos, desnudos de la raíz vital y la esperanza. Pero se olvidaron del hombre.) Estamos en el lugar donde se gesta definitivamente la alegría total que se atará a la tierra. (Ay, poetas, ¿Cómo pudisteis cantar infamemente a las abstractas rosas y a la luna bruñida cuando se caminaba paralelamente al litoral del hambre y se sentía el alma sepultada bajo un volcán de látigos y cárceles, de patrones borrachos y gangrenas y oscuros desperdicios de vida sin estrellas? Gritasteis alegría sobre un hacinamiento de cadáveres, cantasteis al plumaje regalón y las ciudades ciegas, a toda suerte de tísicas amantes; Pero os olvidasteis del hombre). Estamos en el lugar donde comienza el astillero que va a inundar los mares con sonrisas lanzadas. (Ay, poetas que os olvidasteis del hombre, que os ovidasteis de lo que duelen los calcetines rotos, que os olvidasteis del final de los meses de los inquilinos, que os olvidasteis del proletario que se quedo en una esquina con un bostezo eterno inacabado, lleno de balas y sin sangre, lleno de hormigas y definitivamente sin pan, que os olvidasteis de los niños enfermos sin jugetes, que os olvidasteis del modo de tragar de las mas negras minas, que os olvidasteis de la noche de estreno de las prostitutas, que os olvidasteis de los choferes de taxi vertiginosos, de los ferrocarrileros de los obreros de los andamios, de las represiones asesinantes contra el que pide pan para que no se le mueran de tedio los dientes en la boca, que os olvidasteis de todos los esclavos del mundo, ay, poetas, ¡como me duelen vuestras estaturas inútiles!) Estamos en el lugar en que se encuentra el hombre. Estamos en el lugar en que se asesina al hombre, en el lugar en que los pozos mas negros se sumergen en el hombre. Estamos con el hombre porque antes muchísimo antes que poetas somos hombres. Estamos con el pueblo, porque antes, muchísimo antes que cotorros alimentados somos pueblo. Estamos con una rosa roja entre las manos arrancada del pecho para ofrecerla al hombre! ¡Estamos con una rosa roja entre las manos arrancada del pecho para ofrecerla al hombre! ¡Estamos con una rosa roja entre las manos arrancada del pecho para ofrecerla al Pueblo! ¡Estamos con una rosa roja entre las manos arrancada del pecho para ofrecerla al Pueblo!
Los policías y los guardias Siempre vieron al pueblo como un monton de espaldas que corrían para allá como un campo para dejar caer con odio los garrotes. Siempre vieron al pueblo como el ojo de afinar la puntería y entre el pueblo y el ojo la mira de la pistola o el fusil. (Un día ellos también fueron pueblo pero con la excusa del hambre y del desempleo aceptaron un arma un garrote y un sueldo mensual para defender a los hambreados y a los desempleadores.) Siempre vieron al pueblo aguantando sudando vociferando levantando carteles levantando puños y cuando más diciéndoles: “Chuchos hijos de puta el día les va a llegar”. (Y cada día que pasaba ellos creían que habían hecho el gran negocio al traicionar al pueblo del que nacieron: “El pueblo es un montón de débiles y pendejos —pensaban— qué bien hicimos al pasarnos del lado de los vivos y de los fuertes”.) Y entonces era de apretar el gatillo y las balas iban de la orilla de los policías y los guardias contra la orilla del pueblo así iban siempre de allá para acá y el pueblo caía desangrándose semana tras semana año tras año quebrantado de huesos lloraba por los ojos de las mujeres y los niños huía de espanto dejaba de ser pueblo para ser tropel en guinda desaparecía en forma de cada quién que se salvó para su casa y luego nada más soló los bomberos lavaban la sangre de las calles. (Los coroneles los acababan de convencer: “Eso muchacos —les decían— duro y a la cabeza con los civiles fuego con el populacho ustedes también son pilares uniformados de la Nación sacerdotes de primera fila en el culto a la bandera el escudo el himno los próceres la democracia representativa el partido oficial y el mundo libre cuyos scrificios no olvidará la gente decente de este país aunque por hoy no les podamos subir el sueldo como desde luego es nuestro deseo”.) Siempre vieron al pueblo crispado en el cuarto de las torturas colgado apaleado fracturado tumefacto asfixiado violado pinchado con agujas en los oídos y los ojos electrificado ahogado en orines y mierda escupido arrastrado achando espumitas de humo sus últimos restos en el infierno de la cal viva. (Cuando resultó muerto el décimo Guardia Nacional. Muerto [por el pueblo y el quinto cuilio bien despeinado por la guerrilla urbana los cuilios y los Guardias Nacionales comenzaron a pensar sobre todo porque los coroneles ya cambiaron de tono y hoy de cada fracaso le echan la culpa a “los elementos de tropa tan muelas que tenemos”.) El hecho es que los policías y los guardias siempre vieron al pueblo de allá para áca. que lo piensen mucho que ellos mismos decidan si es demasiado tarde para buscar la orilla del pueblo y disparar desde allí codo a codo junto a nosotros. Que lo piensen mucho pero entre tanto que no se muestren sorprendidos ni mucho menos pongan car de ofendidos hoy que ya algunas balas comienzan a llegarles desde este lado donde sigue estando el mismo pueblo de siempre sólo que a estas alturas ya viene de pecho y trae cada vez más fusiles.
Profecía sobre profetas

A N. Altamirano y herederos, a la familia Dutriz, a la familia Pinto

Puesto que la palabra debería ser como la mujer en el momento del amor como lo que verdaderamente entregamos en el momento de la muerte (cuando se ilustra una manera de ser que es fuente de vida el restablecimiento de la pureza la gran construcción del descubrimiento) los profetas tendrán que colocarse aquí para ser juzgados cada uno esperando su turno de pasar al espejo para apelar ante el gran coro de víctimas. Ay entonces del grito que no se emitió para dolerse de los hermanos sino para corromper sus oídos al tiempo que se loaba a su enemigo ay entonces de la frivolidad con que se apoyó la vigencia del becerro de oro ay entonces de las mariposerías con que se puso cortapisas a la identificación y al ajusticiamiento del hambre ay del traslado del crimen hacia los hombres de los débiles ay de las complicidades ay de las delaciones ay de los servilismos ay de los soplos al oído del verdugo ay de las tolerancias ay de las mentiras matutinas y vespertinas Porque toda esa miasma se derramó sobre la inocencia del pueblo sobre su blanco candor caído del cielo del gran desalojado del paraíso y no habrá rueda de molino suficientemente aplastante para las cabezas de sus envenenadores de quienes quemaron con perfume las pupilas de sus centinelas de quienes rompieron sus tímpanos de gritos de loras sobrevivientes de la experiencia de Jericó. Ni de los vivos ni de los muertos habrá perdón para ese uso de la palabra. El inocente gigante justiciero despertará de su ensordecimiento abrirá sus profundos oojos anegados por los profetas y los fulminará en sus propios asientos enraizados a la derecha del Amo desenmascarado por los siglos de los siglos para nunca jamás.
Roque Dalton, poeta, San Salvador, 1935-1975