Historia patria Caterva de rapaces callejera. Harapientos los más, traviesos todos, en pos de raudo coche se abalanza con la dulce esperanza de prendérsele al vuelo en la trasera, guindarse allí de pies, nucas y codos, y hacer, de gorra, una triunfal carrera. Rápido el coche va, pero los pillos lo que es correr sí saben; tres cuélgansele atrás como zarcillos. Tres, y no todos, porque más no caben; pero, en fin, son tres socios colocados. Tres héroes a su modo, entre chiquillos; y agur… ¿Quién dijo tal? —Los chasqueados, al ver a los demás ir viento en popa y ellos sin cucharada de la sopa, alíanse en el acto, y cruda guerra a sus felices cómplices declaran para echarlos por tierra. Lenguas, no sólo pies, ahora disparan; grítanle al postillón: «¡Postillón! ¡hola! ¡ahí va gente a la cola!» Oye el denuncio aquél, zumba el azote. Caen los otros maltrechos y los gritones ríen, satisfechos de no dejar ni un compañero a flote. Historia, actual y antigua, Prendérsele a la Patria como nigua, y cuantos no le quepan dedicarse a tumbar a los que trepan.
Cucufato y su gato Quiso el niño Cutufato divertirse con un gato; le ató piedras al pescuezo, y riéndose el impío desde lo alto de un cerezo lo echó al río. Por la noche se acostó; todo el mundo se durmió, y entró a verlo un visitante el espectro de un amigo, que le dijo: ¡Hola! al instante ¡Ven conmigo! Perdió el habla; ni un saludo Cutufato hacerle pudo. tiritando y sin resuello se ocultó bajo la almohada; mas salió, de una tirada del cabello Resistido estaba el chico; pero el otro callandico, Con la cola haciendo un nudo de una pierna lo amarró, Y, ¡qué horror! casi desnudo lo arrastró. Y voló con él al río, Con un tiempo oscuro y frío, Y colgándolo a manera de un ramito de cereza lo echó al agua horrenda y fiera de cabeza ¡Oh! ¡qué grande se hizo el gato! ¡qué chiquito el Cutufato! ¡Y qué caro al bribonzuelo su barbarie le costó! Más fue un sueño, y en el suelo despertó.
Decíamos ayer

Sobre tema de Ella Wheeler, dedicado a mi amigo C. M. S.

Como Fray Luis tras de su largo encierro «Decíamos ayer…» también digamos. ¿Han pasado años? En la cuenta hay yerro, O nosotros con ellos no pasamos. Donde ayer lo dejamos, dulce dueño. Recomencemos. Recogiendo amantes. Los rotos hilos del antiguo sueño. Sigamos arrullándolo como antes. Respetuosa apartemos la mirada de tumbas que haya entre partida y vuelta. Y si hubiere una lágrima ya helada ruede al calor del corazón disuelta. Olvidemos la herrumbre que en el oro de la rica ilusión depuso el llanto, y los hielos que pálido, inodoro dejaron el jardín que amamos tanto. Olvidemos el hado que hizo injusto de nuestros corazones su juguete, y regalemos la orfandad del gusto con el añejo néctar del banquete. ¡No es tarde, es tiempo! Olvida la ígnea huella que al arador pesar cruzó en frente. Para mis ojos tú siempre eres bella yo para ti soy llama siempre ardiente: Llama que hoy mismo a mi pupila fría surge desde el recóndito santuario pese a la nieve que en mi sien rocía el invierno precoz del solitario. Mírame en estos ojos que tu imagen extáticos copiaron tantas veces. Allí estas tú, sin lágrimas que te ajen ni tiempo que interponga sus dobleces. Búscame sólo allí, que yo entretanto en los tiernos abismos de tus ojos torno a encontrar mi disipado encanto, la juventud que te ofrendé de hinojos. ¡Mi juventud!, espléndida al intenso reverberar de tu alma ingenua y pura, con brisas de verano por incienso, y por palma de triunfo tu hermosura. ¡Mi juventud!, por título divino espigadora en todo lo creado; nauta en persecución del vellocino de cuanto fuese de tu culto agrado. Islas de luz del cielo, margaritas de colgantes jardines y hondos mares, néctar de espirituales sibaritas, soplos de Dios a humanos luminares: Las miradas del sabio más profundas y del tal vez más sabio anacoreta; las perlas de Arte, hijas de amor fecundas; la suma voz de todo gran poeta. Esas trombas de lírica armonía, infiernos de pasión divinizados, en que nos arrebatan a porfía todos los embelesos conjurados: Auras de aquella cima do confluyen Hermosura y Verdad, pareja santa, y las dos una misma constituyen, y espíritu de amor sus nupcias canta. Buscar palabra al silencioso drama de la contemplación, mística guerra entre Dios, Padre amante que reclama al eterno extranjero de la tierra; y esta madre de muerte, inmensa y bella Venus que al por nos nutre y nos devora, y presintiendo que escapamos de ella con tanto hechizo nos abraza y llora. Leer amor en tanta ruda espina que escarnece a la fe y angustia al bueno. Mostrar flores del alma en la ruïna, luz en la oscuridad, oro en el cieno. La flor de cuanto existe, oro celeste, único que halagando tu alma noble brindara en vago esparcimiento agreste a nuestro doble ser regalo doble; tal era mi tributo. Una confianza, una sonrisa, una palabra tuya, retorno abrumador, que en mi balanza Dios, no un mortal, será quien retribuya. Pero todo en redor, la limpia esfera, el bosque, el viento, el pajarillo amable semejaba, en tu obsequio, que quisiera pagar por mí la dádiva impagable. Aún veo sobre el carbón de tus pupilas el arrebol fascinador de ocaso; veo la vacada, escucho las esquilas: va entrando en su redil paso entre paso. Escucha, recelosa de la sombra, la blanda codorniz que al nido llama y al sentirnos parece que te nombra y que por verte se empinó en la rama. Escúchate a ti misma entre el concento de aquella fiesta universal de amores, cuando nos coronaba el firmamento ciñéndonos de púrpura y de flores. Esas flores murieron. Pero ¿has muerto tú, fragancia inmortal del alma mía? Años y años pasaron. Pero ¿es cierto o es visión que existimos todavía? Juntos aquí como esa tarde estamos, y el mismo cielo es ara suntuosa de aquel amor que entonces nos juramos y hoy, en los mismos dos, arde y rebosa. Ahí está el campo, el mirador collado, el pasmoso horizonte, el sol propicio; la cúpula y el templo no han variado. Vuelva el glorificante sacrificio. ¿Y no ha herido tal vez tu fantasía que aquella tarde insólita, imponente, fue sólo misteriosa profecía de este rnisteriosísimo presente. . . ? En aquel hinmo universal, un dejo percibí melancólico; y al fondo de una lágrima tuya vi el bosquejo del duelo que hoy en lo pasado escondo. Pasó… Pero esa tarde en su misterio citó para otra tarde nuestra vida. Y hela aquí. El alma recobró su imperio del sol abrasador a la caída. ¡La tarde!, la hora del perfecto aroma, la hora de fe, de intimidad perfecta, cuando Dios sobre el sol que se desploma el infinito incógnito proyecta. Cuanto es ya el suelo en fuego y tintes falto, es de ardiente el espíritu y profundo; y abiertas las esclusas de lo alto flotamos como en brisas de otro mundo. Ve cómo el blanco Véspero fulgura, pasando intacto el arrebol sangriento. ¡Es la Amistad!, la roca firme y pura que sirve a nuestro amor de hondo cimiento. Nadie dejó de amar si amó de veras. Cuando en árido tronco te encarnices con la segur, tal vez lo regeneras si son como las nuestras sus raíces. Y antes te sonará más dulcemente templada en el raudal de los gemidos, la antigua voz que murmuraba ardiente la música de mi alma en tus oídos. ¿Han pasado años?… Puede ser. ¿Quién halla que el Tiempo sólo arrumbe o dañe o borre? ¡Cuánta espina embotó! ¡Qué de iras calla! ¡Su olvido a cuántos míseros socorre! Para los dos el ministerio suyo fue de ungido de Dios y extremo amigo. Te veo sagrada, y sacro cuanto es tuyo, y como de un cristal al casto abrigo. En torno a ti, y a cuanto es tuyo, encuentro halo de luz, atmósfera de santo; como al santuario a visitarte hoy entro y algo hay solemne en tu adorable encanto. ¡Dulce es sentir que hay almas, y que aman! Su amor… inerme el tiempo para ellas… Las vuelve, al Dios que férvidas aclaman, como Él las hizo… jóvenes y bellas. Han pasado años, sí… ¡por fin pasaron! ¡Rudo tropel que atravesó el camino!
Belleza y amor ¡Oh Padre, cuánto es bello El mundo que tú hiciste! No hay templo, no hay palacio. No hay sueño que su encanto rivalice. ¿Porqué, porqué los hombres, Como envidiosos tigres. Viven aborreciéndose El breve tiempo que en el mundo viven? Cuando aire, y cielo, y tierra Murmuran: ¡sed felices! ¡Amaos unos a otros Y trabajad para llamaros libres! ¡Oh Padre, cuánto es bello El mundo que tú hiciste! ¡Felices los que sepan Agradecerte, amarte y bendecirte!
Éxtasis ¡Gran noche!… ¡Tanta majestad me aterra tanta sublimidad me causa espanto! Dios cobija el misterio de la tierra con el misterio augusto de su manto. Al son de aquella mística armonía la inmensa tierra estático contemplo como un cadáver, lívida, sombría, bajo la santa bóveda del templo. Esta sublime paz que me estremece este silencio asombrador, profundo, mas bien que una hora mundanal, parece la víspera imponente de otro mundo. Como una tregua entre la culpa inerme y el rayo que se apronta a fulminarla, cuando la pobre humanidad se duerme Dios desciende en secreto a visitarla.
La tormenta de verano Al terrado subí buscando en donde Asistir a la esplendida tormenta, Fiesta lustral que ansiaba la sedienta Tierra en la faz mustia y abatida fronde. Préndese el cielo. Pálida se esconde La noche. El trueno asordador revienta, Y en toda la ancha esfera turbulenta, Estruendo a estruendo y luz a luz responde. Palestra de titánica porfia Turbiones y relámpagos destella, Y ruge y truena en bárbara armonía. Rasga el rayo honda grieta, clara y bella En la cuarteada bóveda sombría, Y vislumbrase a Dios a través della.
Rafael de Pombo, poeta, República de la Nueva Granada (Bogotá), 1833-1912
Estrofa Dicen que impreso en las pupilas queda los ojos del muerto el matador, estoy muerto, no se, mas no hay quien pueda los míos borrar. Que se lo veda corazón La imagen de mi amor.
Súplica Va entre sombras y luz mi pensamiento, va entre amor y dolor mi corazón: verte, es mi bien; no verte, mi tormento; y el verte es, ¡ay!, par decirte ¡adiós! ¡Ser feliz lo que dura una mirada! Ser nuestro amor secreto de los dos, ¡y no poder el alma enamorada ir a ti en alas de mi triste adiós! ¡Ser mío tu corazón, y amando tanto darme sólo un relámpago de amor! De ese incesante enamorado canto ¡sólo escuchar la nota del adiós! Mi bien, si me amas tú, si me adivinas responde a las tinieblas a mi voz: ciñe me así de flores o de espinas, ¡pero dame algo mas que un triste adiós!
Vals ¡Más y más rápida vuele la música! ¡Más y más ágiles giren los pies! En abrazo intimo locos lancémonos a la vorágine de la embriaguez. Amantes hálitos pueblan la atmósfera, y al rico estrépito cimbra el salón. Y de cien lámparas los prismas trémulos arpas eólicas vibrando son. Diamantes príncipes se eclipsan pálidos al ojo fébrido de la beldad. Y en lunas vénetas hierve a relámpagos de oro y de purpura, su claridad. Del valse al ímpetu formas angélicas despiden ráfagas de tentación.
A intacta ¿No sientes tú que tu exquisita boca pide otra boca que se estampe en ella, y un mirar que incendiador destella la bomba de los ósculos provoca? ¿Que para cárcel de tu pecho es poca esa malla que mórbido atropella; y en fin, que cuando Dios te hizo tan bella no dijo: «Esto se mira y no se toca»? ¿No sientes que tu misma no te sientes en todo tu sabor mientras no expriman en ti tu rico jugo extraños dientes? ¿Y que aguardas los brazos que te opriman tal como inerte y mudo aguarda el piano de ágil virtuoso la potente mano?
Barcarola Al rayo de la luna, fanal de mi fortuna, que boga por el rio ligero de ola en ola, te cantaré, bien mío, mi dulce barcarola. Al golpe de los remos durmamos y soñemos que vamos por el rio bogando de ola en ola cantándote, amor mío, mi dulce barcarola. ¡Que sueño mas precioso que en este tiempo hermoso por este mismo río bogando de ola en ola, cantándote, bien mío, tu dulce barcarola! O escucha: no cantemos, durmamos o soñemos, que al verte al lado mío enamorada y sola… siguió cantando el rio mi dulce barcarola.

Mi tipo

La belleza en la mujer
no es cuestión del Padre Astete,
y en que el tal molde la mete
muy bobos nos quiere hacer.
Tal vez querrá colocar,
dos o tres hijas tarascas,
o de amorosas borrascas
a un hijo alegrón salvar.
Mas yo entiendo la cuestión
como estrictamente estética,
y no ha de tachar de herética
ni un Santo mi solución:
Que la norma en la belleza
es variable y contingente,
porque cada cual la siente
según su naturaleza.
La insípida el tonto adora,
el sabio la intelectual,
y cada hombre su ideal
halla en donde se enamora.
Yo, por hoy libre y vacante,
diera el voto a una morena,
forma esbelta pero llena,
con faz correcta y picante.
Ingenua expresión de niña
con ojos de horno que quemen,
y labios de esos que tremen
como provocando a riña.
Belleza meridional
de alma y línea decidida:
no esa inerte y desabrida
de corderito pascual.
Acaramelada tez
más bien que batido blanco.
tipo ardiente, activo y franco
no de angélica insulsez.
Candor de cielo en el rostro
con un infierno inconsciente,
algo que encante y que tiente,
querub con visos de monstruo.
De monstruo que me devore
y que a la vez me arrebate,
que adorándome me mate
e insultándome me adore.
Quiero una beldad dramática
no una sílfide de idilio,
una Dido de Virgilio
mas que una Ofelia linfática.
No una lánguida pasiva,
igual, pintada hermosura,
sino agridulce en ternura
y gratamente agresiva.
Y sin jugar del vocablo,
diré que mi musa, en fin,
ha de ser una serafín
salpicadito de diablo.

Amor y ausencia ¡Que dulce sabe el amor tras el dolor de la ausencia cuando hay fiel correspondencia entre amada y amador! Cuando, en su separación, cual la amante aguja esclava del Norte, siempre apuntaba, uno al otro corazón; Cuando el sol que alumbra el día, ¡día de eterno desearse! tan sólo para buscarse al uno y otro servía, Y la enamorada bella soñaba sueños de miel con su amado, y jamás él soñaba sino con ella. Cuando sordos los oídos y los ojos con ceguera, cuando de su amor no fuera les hablaba sin sentidos. Y querrían que hasta el viento, en todo tiempo y lugar les hablara sin cesar de su único pensamiento… Y la más preciosa estrella y el más bello ángel de Dios era feo para los dos, porque no era ni él ni ella. Porque fuera de su amor, no había mundo ni vida y era hermosura perdida cuanto más hizo el Señor. No vuelvas ni a mi memoria ¡o infierno del mal ausente! Con razón dice el creyente que ver a Dios es la gloria: que el infinito consuelo que siento al volverte a ver, me dice cual ha de ser el de ver al Dios del Cielo. ¡Oh Dios! Hasta en tu rigor reconozco tu clemencia. Por tu bondad es la ausencia resurrección del amor. ¡Tu no sabes, vida mía, cuan bella te encuentro ahora y como te ama y te adora el que apenas te quería! Como el campo al redimido bajo de un cielo esplendente, o como al convaleciente el bocado apetecido.
Rafael de Pombo, poeta, República de la Nueva Granada (Bogotá), 1833-1912
De noche No ya mi corazón desasosiegan las mágicas visiones de otros días. ¡Oh Patria! ¡oh casa! ¡oh sacras musas mías!… Silencio! Unas no son, otras me niegan. Los gajos del pomar ya no doblegan para mí sus purpúreas ambrosías; y del rumor de ajenas alegrías sólo ecos melancólicos me llegan. Dios lo hizo así. Las quejas, el reproche son ceguedad. ¡Feliz el que consulta oráculos más altos que su dueño! Es la Vejez viajera de la noche; y al paso que la tierra se le oculta, ábrese amigo a su mirada el cielo.
Preludio de primavera Ya viene la galana primavera con su séquito de aves y flores, anunciando a la lívida pradera blando engramado y música de amores. Deja ¡oh amiga! el nido acostumbrado enfrente de la inútil chimenea; ve a mirar el sol resucitado y el milagro de luz que nos rodea. Deja ese hogar, nuestra invención mezquina: ven a este cielo, al inmortal brasero; con el amor de Dios nos ilumina y abrasa como padre al mundo entero. Ven a este mirador, ven y presencia la primera entrevista cariñosa tras largo tedio y dolorosa ausencia del rubio sol y su morena esposa; ella no ha desceñido todavía su sayal melancólico de duelo, y en su primer sonrisa de alegría con llanto de dolor empapa el suelo. No esperaba tan pronto al tierno amante, y recelosa en su contento llora, y parece decirle sollozante: ¿Por qué si te has de ir vienes ahora? Ya se oye palpitar bajo esa nieve tu noble pecho maternal, Natura, y el sol palpita enamorado y bebe el llanto postrimer de tu amargura. «¡Oh, que brisa tan dulce! –va diciendo-. »Yo traeré miel cáliz de las flores; »y a su rico festín ya irán viniendo »mis veraneros huéspedes cantores» ¡Que luz tan deliciosa! es cada rayo, larga mirada intensa de cariño, sacude el cuerpo su letal desmayo y el corazón se siente otra vez niño. Esta es la luz que rompe generosa sus cadenas de hielo a los torrentes y devuelve su plática armoniosa y su alba espuma a las dormidas fuentes. Esta es la luz que pinta los jardines y en ricas tintas la creación retoca; la que devuelve al rostro los carmines y las francas sonrisas a la boca. Múdanse el cierzo el ábrego enojosos y andan auras y céfiros triscando como enjambre de niños bulliciosos que salen de su escuela retozando. Naturaleza entera estremecida comienza a preludiar la grande orquesta, y hospitalaria a todos nos convida a disfrutar su regalada fiesta. Y todos le responden, toda casa ábrese al sol bebiéndolo a torrentes, y cada boca al céfiro que pasa, y al cielo azul los ojos y las frentes. Al fin soltó su garra áspera y fría al concentrado y taciturno invierno y entran en comunión de simpatía nuestro mundo interior y el mundo externo.
Elvira Tracy ¡He aquí del año el más hermoso día, digno del paraíso! ¡Es el temprano saludo que el otoño nos envía; son los adioses que nos da el verano! Ondas de luz purísima abrillantan la blanca alcoba de la dulce Elvira; los pajarillos cariñosos cantan, el perfumado céfiro suspira. He allí su tocador: aún se estremece cual de su virgen forma al tacto blando. He allí a la madre de Jesús: parece estar sus oraciones escuchando. ¡Un féretro en el centro, un paño, un Cristo! ¡Un cadáver! ¡Gran Dios!… ¡Elvira!… ¡Es ella! Alegremente linda ayer la he visto. ¿Y hoy?… hela allí… ¡Solamente bella! ¡No ha muerto: duerme! ¡Vedla sonreída! Ayer, en esta alcoba deliciosa, feliz soñaba el sueño de la vida; ¡Hoy sueña el de una vida aún más dichosa: Ya de la rosa el tinte pudibundo murió en su faz; pero en augusta calma la ilumina un reflejo de otro mundo que al morir se entreabrió para su alma. Ya para los sentidos no se enciende la efímera beldad de arcilla impura: mas, tras de ella, el espíritu sorprende la santa eternidad de otra hermosura. Cumplió quince años; ¡ay, edad festiva, mas misterios y rara; edad traidora! ¡Cuando es la niña para el hombre esquiva, y a los ángeles férvida enamora! ¡Pobre madre! ¡Del hombre la guardaste, pero esconderla a su ángel no supiste! ¡La vio, se amaron, nada sospechaste y en el impensado instante la perdiste! Vio al expirar a su ángel adorado y abrió los ojos al fulgor del cielo, y dijo: -El sacrificio ha terminado. ¡Ven vámonos a casa!-, y tendió el vuelo. ¡Por eso luce tan hermoso el día indiferente al llanto que nos cuesta! Hoy hay boda en el cielo; él se gloria: ¡La patria de la novia está de fiesta!

El último instante

 

Si sólo un instante resta
a nuestro amor desgraciado,
y si ese instante ha llegado
para nunca más volver,
¡Deja, por Dios, este instante
que te acaricie y te adore,
que de amor y angustia llore,
y que llore de placer!
Postrer vez tus blandas formas
sobre mi amante regazo,
tu cuello sobre mi brazo
y el otro en torno de ti.
Locos, atónitos, ebrios,
en delicioso desmayo,
pidamos que venga un rayo
a refundirnos así.
¡Al negro umbral de un infierno
de sufrimiento infinito,
den nuestras almas un grito
de inmensa felicidad!
Que nunca nieguen que amaron,
que un paraíso perdieron:
¡Soñaron cuanto quisieron,
y ese sueño fue verdad!
¡Venga un beso! Y sea más dulce
que aquel primer dulce beso,
y el mismo ardiente embeleso
timbre en tu mágica voz.
Gocemos cual dos que ausentes
tornan al fin a abrazarse,
no cual dos que al separase
se dan el último adiós.
¿Último? No, amada mía,
que el corazón con que te amo
fiel a ti como a su amo
el perro del montañés.
Del naufragio de la vida
me rescatará triunfante
para que venga anhelante
a deponerlo a tus pies.
¿Último? No, que a despecho
del envidioso destino,
no ha de faltarme camino
para volver hasta ti;
ave de amor que anidaste,
yo sabré tender el vuelo
tras del ángel hasta el Cielo,
tras de la mujer aquí.
Más mientras llega la hora
del recuerdo y de la ausencia
y unida con tu existencia
veo mi existencia correr;
¡Deja, por Dios, este instante
que te acaricie y te adore,
que de amor y angustia llore,
y que llore de placer!

La hora de las tinieblas

 

I.

¡Oh, que misterio espantoso
es este de la existencia!
¡Revélame algo conciencia!
¡Háblame, Dios poderoso!
Hay no se qué pavoroso
En el ser de nuestro ser.
¿Por qué vine yo a nacer?
¿Quién a padecer me obliga?
¿Quién dio esa ley enemiga
de ser para padecer?

II.

Si en la nada estaba yo,
¿por qué salí de la nada
a execrar la hora menguada
en que mi vida empezó?
Y una vez que se cumplió
ese prodigio funesto,
¿por qué el mismo que lo ha impuesto
de él no me viene a librar?
¿Y he de tener que cargar
un bien contra el cual protesto?

III.

¡Alma! Si vienes del Cielo,
si allá viviste otra vida,
si eres imagen cumplida
del Soberano Modelo,
¿Cómo has perdido en el suelo
la fe de tu original?
¿Cómo en tu lengua inmortal
no explicas al hombre rudo
este fatídico nudo,
entre un Dios y un animal?

IV.

O si es que antes no existe,
y al abrir del mundo al sol
tu divino girasol,
gemela del polvo fuiste,
¿qué crimen obrar pudiste?
¿do, contra quien, cómo y cuándo
que estuviese a Dios clamando
que al hondo valle en que estas
surgieses tu, nada más
que para expiarlo llorando?

V.

Pues cuanto ha sido y será
de Dios reside en la mente
tanto infortunio presente
¿no lo contemplaba ya?
Y ¿por qué, si en él está
del bien la fuente suprema
lanzó esa voz o anatema
que hizo súbito existir
un mundo en que oye gemir
y un hombre que de él blasfema?

VI.

¿Cómo de un bien infinito
surge un infinito mal,
de lo justo, lo fatal,
de lo sabio, lo fortuito?
¿Por qué está de Dios proscrito
el que antes no le ofendió,
y por qué se le formó
para enloquecerlo así
de un alma que dice si
y un cuerpo que dice no?

VII.

¿Por qué estoy en donde estoy
con esta vida que tengo
sin saber de donde vengo
sin saber a donde voy;
con traidora libertad
e inteligencia engañosa,
ciego a merced de horrorosa
desatada tempestad?

El gato guardián

Un campesino que en su alacena
guardaba un queso de Nochebuena,
oyó un ruidito ratoncillesco
por los contornos de su refresco.
Y pronto, pronto, como hombre listo
que nadie pesca de desprovisto,
trájose al gato, para que en vela
le hiciese al pillo la centinela.
E hízola el gato con tal suceso,
que ambos marcharon: ratón y queso.
Gobierno dignos y timoratos,
donde haya queso no mandéis gatos.

Las siete vidas del gato

Preguntó al gato Mambrú
el lebrel Perdonavidas:
—Pariente de Micifú,
¿qué secreto tienes tú
para vivir siete vidas?
Y Mambrú le contestó:
—Mi secreto es muy sencillo,
pues no consiste sinó
en frecuentar como yo
el aseo y el cepillo.
Rafael de Pombo, poeta, República de la Nueva Granada (Bogotá), 1833-1912