Sobre tema de Ella Wheeler, dedicado a mi amigo C. M. S.
Como Fray Luis tras de su largo encierro «Decíamos ayer…» también digamos. ¿Han pasado años? En la cuenta hay yerro, O nosotros con ellos no pasamos. Donde ayer lo dejamos, dulce dueño. Recomencemos. Recogiendo amantes. Los rotos hilos del antiguo sueño. Sigamos arrullándolo como antes. Respetuosa apartemos la mirada de tumbas que haya entre partida y vuelta. Y si hubiere una lágrima ya helada ruede al calor del corazón disuelta. Olvidemos la herrumbre que en el oro de la rica ilusión depuso el llanto, y los hielos que pálido, inodoro dejaron el jardín que amamos tanto. Olvidemos el hado que hizo injusto de nuestros corazones su juguete, y regalemos la orfandad del gusto con el añejo néctar del banquete. ¡No es tarde, es tiempo! Olvida la ígnea huella que al arador pesar cruzó en frente. Para mis ojos tú siempre eres bella yo para ti soy llama siempre ardiente: Llama que hoy mismo a mi pupila fría surge desde el recóndito santuario pese a la nieve que en mi sien rocía el invierno precoz del solitario. Mírame en estos ojos que tu imagen extáticos copiaron tantas veces. Allí estas tú, sin lágrimas que te ajen ni tiempo que interponga sus dobleces. Búscame sólo allí, que yo entretanto en los tiernos abismos de tus ojos torno a encontrar mi disipado encanto, la juventud que te ofrendé de hinojos. ¡Mi juventud!, espléndida al intenso reverberar de tu alma ingenua y pura, con brisas de verano por incienso, y por palma de triunfo tu hermosura. ¡Mi juventud!, por título divino espigadora en todo lo creado; nauta en persecución del vellocino de cuanto fuese de tu culto agrado. Islas de luz del cielo, margaritas de colgantes jardines y hondos mares, néctar de espirituales sibaritas, soplos de Dios a humanos luminares: Las miradas del sabio más profundas y del tal vez más sabio anacoreta; las perlas de Arte, hijas de amor fecundas; la suma voz de todo gran poeta. Esas trombas de lírica armonía, infiernos de pasión divinizados, en que nos arrebatan a porfía todos los embelesos conjurados: Auras de aquella cima do confluyen Hermosura y Verdad, pareja santa, y las dos una misma constituyen, y espíritu de amor sus nupcias canta. Buscar palabra al silencioso drama de la contemplación, mística guerra entre Dios, Padre amante que reclama al eterno extranjero de la tierra; y esta madre de muerte, inmensa y bella Venus que al por nos nutre y nos devora, y presintiendo que escapamos de ella con tanto hechizo nos abraza y llora. Leer amor en tanta ruda espina que escarnece a la fe y angustia al bueno. Mostrar flores del alma en la ruïna, luz en la oscuridad, oro en el cieno. La flor de cuanto existe, oro celeste, único que halagando tu alma noble brindara en vago esparcimiento agreste a nuestro doble ser regalo doble; tal era mi tributo. Una confianza, una sonrisa, una palabra tuya, retorno abrumador, que en mi balanza Dios, no un mortal, será quien retribuya. Pero todo en redor, la limpia esfera, el bosque, el viento, el pajarillo amable semejaba, en tu obsequio, que quisiera pagar por mí la dádiva impagable. Aún veo sobre el carbón de tus pupilas el arrebol fascinador de ocaso; veo la vacada, escucho las esquilas: va entrando en su redil paso entre paso. Escucha, recelosa de la sombra, la blanda codorniz que al nido llama y al sentirnos parece que te nombra y que por verte se empinó en la rama. Escúchate a ti misma entre el concento de aquella fiesta universal de amores, cuando nos coronaba el firmamento ciñéndonos de púrpura y de flores. Esas flores murieron. Pero ¿has muerto tú, fragancia inmortal del alma mía? Años y años pasaron. Pero ¿es cierto o es visión que existimos todavía? Juntos aquí como esa tarde estamos, y el mismo cielo es ara suntuosa de aquel amor que entonces nos juramos y hoy, en los mismos dos, arde y rebosa. Ahí está el campo, el mirador collado, el pasmoso horizonte, el sol propicio; la cúpula y el templo no han variado. Vuelva el glorificante sacrificio. ¿Y no ha herido tal vez tu fantasía que aquella tarde insólita, imponente, fue sólo misteriosa profecía de este rnisteriosísimo presente. . . ? En aquel hinmo universal, un dejo percibí melancólico; y al fondo de una lágrima tuya vi el bosquejo del duelo que hoy en lo pasado escondo. Pasó… Pero esa tarde en su misterio citó para otra tarde nuestra vida. Y hela aquí. El alma recobró su imperio del sol abrasador a la caída. ¡La tarde!, la hora del perfecto aroma, la hora de fe, de intimidad perfecta, cuando Dios sobre el sol que se desploma el infinito incógnito proyecta. Cuanto es ya el suelo en fuego y tintes falto, es de ardiente el espíritu y profundo; y abiertas las esclusas de lo alto flotamos como en brisas de otro mundo. Ve cómo el blanco Véspero fulgura, pasando intacto el arrebol sangriento. ¡Es la Amistad!, la roca firme y pura que sirve a nuestro amor de hondo cimiento. Nadie dejó de amar si amó de veras. Cuando en árido tronco te encarnices con la segur, tal vez lo regeneras si son como las nuestras sus raíces. Y antes te sonará más dulcemente templada en el raudal de los gemidos, la antigua voz que murmuraba ardiente la música de mi alma en tus oídos. ¿Han pasado años?… Puede ser. ¿Quién halla que el Tiempo sólo arrumbe o dañe o borre? ¡Cuánta espina embotó! ¡Qué de iras calla! ¡Su olvido a cuántos míseros socorre! Para los dos el ministerio suyo fue de ungido de Dios y extremo amigo. Te veo sagrada, y sacro cuanto es tuyo, y como de un cristal al casto abrigo. En torno a ti, y a cuanto es tuyo, encuentro halo de luz, atmósfera de santo; como al santuario a visitarte hoy entro y algo hay solemne en tu adorable encanto. ¡Dulce es sentir que hay almas, y que aman! Su amor… inerme el tiempo para ellas… Las vuelve, al Dios que férvidas aclaman, como Él las hizo… jóvenes y bellas. Han pasado años, sí… ¡por fin pasaron! ¡Rudo tropel que atravesó el camino!Mi tipo
La belleza en la mujer
no es cuestión del Padre Astete,
y en que el tal molde la mete
muy bobos nos quiere hacer.
Tal vez querrá colocar,
dos o tres hijas tarascas,
o de amorosas borrascas
a un hijo alegrón salvar.
Mas yo entiendo la cuestión
como estrictamente estética,
y no ha de tachar de herética
ni un Santo mi solución:
Que la norma en la belleza
es variable y contingente,
porque cada cual la siente
según su naturaleza.
La insípida el tonto adora,
el sabio la intelectual,
y cada hombre su ideal
halla en donde se enamora.
Yo, por hoy libre y vacante,
diera el voto a una morena,
forma esbelta pero llena,
con faz correcta y picante.
Ingenua expresión de niña
con ojos de horno que quemen,
y labios de esos que tremen
como provocando a riña.
Belleza meridional
de alma y línea decidida:
no esa inerte y desabrida
de corderito pascual.
Acaramelada tez
más bien que batido blanco.
tipo ardiente, activo y franco
no de angélica insulsez.
Candor de cielo en el rostro
con un infierno inconsciente,
algo que encante y que tiente,
querub con visos de monstruo.
De monstruo que me devore
y que a la vez me arrebate,
que adorándome me mate
e insultándome me adore.
Quiero una beldad dramática
no una sílfide de idilio,
una Dido de Virgilio
mas que una Ofelia linfática.
No una lánguida pasiva,
igual, pintada hermosura,
sino agridulce en ternura
y gratamente agresiva.
Y sin jugar del vocablo,
diré que mi musa, en fin,
ha de ser una serafín
salpicadito de diablo.
El último instante
Si sólo un instante resta
a nuestro amor desgraciado,
y si ese instante ha llegado
para nunca más volver,
¡Deja, por Dios, este instante
que te acaricie y te adore,
que de amor y angustia llore,
y que llore de placer!
Postrer vez tus blandas formas
sobre mi amante regazo,
tu cuello sobre mi brazo
y el otro en torno de ti.
Locos, atónitos, ebrios,
en delicioso desmayo,
pidamos que venga un rayo
a refundirnos así.
¡Al negro umbral de un infierno
de sufrimiento infinito,
den nuestras almas un grito
de inmensa felicidad!
Que nunca nieguen que amaron,
que un paraíso perdieron:
¡Soñaron cuanto quisieron,
y ese sueño fue verdad!
¡Venga un beso! Y sea más dulce
que aquel primer dulce beso,
y el mismo ardiente embeleso
timbre en tu mágica voz.
Gocemos cual dos que ausentes
tornan al fin a abrazarse,
no cual dos que al separase
se dan el último adiós.
¿Último? No, amada mía,
que el corazón con que te amo
fiel a ti como a su amo
el perro del montañés.
Del naufragio de la vida
me rescatará triunfante
para que venga anhelante
a deponerlo a tus pies.
¿Último? No, que a despecho
del envidioso destino,
no ha de faltarme camino
para volver hasta ti;
ave de amor que anidaste,
yo sabré tender el vuelo
tras del ángel hasta el Cielo,
tras de la mujer aquí.
Más mientras llega la hora
del recuerdo y de la ausencia
y unida con tu existencia
veo mi existencia correr;
¡Deja, por Dios, este instante
que te acaricie y te adore,
que de amor y angustia llore,
y que llore de placer!
La hora de las tinieblas
I.
¡Oh, que misterio espantoso
es este de la existencia!
¡Revélame algo conciencia!
¡Háblame, Dios poderoso!
Hay no se qué pavoroso
En el ser de nuestro ser.
¿Por qué vine yo a nacer?
¿Quién a padecer me obliga?
¿Quién dio esa ley enemiga
de ser para padecer?
II.
Si en la nada estaba yo,
¿por qué salí de la nada
a execrar la hora menguada
en que mi vida empezó?
Y una vez que se cumplió
ese prodigio funesto,
¿por qué el mismo que lo ha impuesto
de él no me viene a librar?
¿Y he de tener que cargar
un bien contra el cual protesto?
III.
¡Alma! Si vienes del Cielo,
si allá viviste otra vida,
si eres imagen cumplida
del Soberano Modelo,
¿Cómo has perdido en el suelo
la fe de tu original?
¿Cómo en tu lengua inmortal
no explicas al hombre rudo
este fatídico nudo,
entre un Dios y un animal?
IV.
O si es que antes no existe,
y al abrir del mundo al sol
tu divino girasol,
gemela del polvo fuiste,
¿qué crimen obrar pudiste?
¿do, contra quien, cómo y cuándo
que estuviese a Dios clamando
que al hondo valle en que estas
surgieses tu, nada más
que para expiarlo llorando?
V.
Pues cuanto ha sido y será
de Dios reside en la mente
tanto infortunio presente
¿no lo contemplaba ya?
Y ¿por qué, si en él está
del bien la fuente suprema
lanzó esa voz o anatema
que hizo súbito existir
un mundo en que oye gemir
y un hombre que de él blasfema?
VI.
¿Cómo de un bien infinito
surge un infinito mal,
de lo justo, lo fatal,
de lo sabio, lo fortuito?
¿Por qué está de Dios proscrito
el que antes no le ofendió,
y por qué se le formó
para enloquecerlo así
de un alma que dice si
y un cuerpo que dice no?
VII.
¿Por qué estoy en donde estoy
con esta vida que tengo
sin saber de donde vengo
sin saber a donde voy;
con traidora libertad
e inteligencia engañosa,
ciego a merced de horrorosa
desatada tempestad?
El gato guardián
Las siete vidas del gato