El reclinatorio

 

¿Quién colocó mentira sobre el suelo
para las descansadas bienvenidas?
¿Para qué fe sin luz, ansias mullidas
arropan al dolor con terciopelo?

Quien cabalgue amargura, vaya a pelo
con las roncas espuelas doloridas,
fluyéndole la sangre por las bridas,
sobre las ancas de la bestia en celo.

De rodillas aquéllos, los que ignoren
que pueden encontrarte en una rosa
o en la terrible soledad espesa.

Que es muy fácil, Señor, que aquí te lloren
con una bienvenida presurosa
y la sangre rotundamente ilesa.

Ya me tiene mi Dios. Me ha señalado

 

Ya me tiene mi Dios. Me ha señalado
el pecho y la razón con su caricia,
y ya siento el empuje que se inicia
en forma inmaterial. Me he levantado

sedienta de confines y, logrado
mi afán, he de buscarme la sonrisa
y al despertar, entre la nueva brisa,
veré mi corazón enajenado.

Porque ya voy a Ti, con esta entrega,
déjame despedirme de la rosa
y saludar la luz en su carrera.

Antes de comenzar mi dulce vuelo,
el árbol prestará toda su sombra
a la fiebre encendida de mi anhelo.

Mara

 

I

¿Dónde voy yo, Dios mío,
con este peso Tuyo entre los brazos?

¿Para qué has designado
mi pobreza fuerza a Tu cansancio inmenso?

Si quieres descansar, descansa en otros,
apoya Tu palabra en otra bocas
que te dirán mejor. Yo quiero ir
a solas por el campo, sin motivos,
sin lazos y sin cosas. Vete ya,
no soy yo quien debiera sostenerte.
Tu peso duele mucho, y es muy grande
Tu fatiga de Dios sobre mi cuerpo.

¿A dónde quieres ir sobre este vano
camino de mis pies, que no se orientan?

Búscate un lecho blando
en el pecho del niño, o del poeta
pero déjame a mí, muda y perdida,
sobre la tarde sola.
No huelles más mi hierba que humedece
un rocío continuo y desvelado.

Estoy empobrecida de lágrimas y gestos,
no tenga más calor que el de esta pena sorda,
y eres muy grande Tú para este frío,
y es muy pequeño el beso de mi boca.

¡Déjame ya, Señor! ¡Hay tanta espiga!
¡Hay tanta espiga enhiesta…!

No recorras
este arenal desierto de mi huida.
¡Déjame ya!… ¡Se está tan bien a solas!

Hemos llevado juntos esta pena

 

Hemos llevado juntos esta pena
como vaso de frágil porcelana.
Nos hemos arropado con el mismo
cobertor de tristeza. Hoy has cabido
dentro de un puño frío y apretado,
pero, a pesar de todo, te dormiste.
Eres hombre cabal hasta en el sueño.
Te duermes sin caer, sin derribarte,
te duermes como deben de dormirse
los cíclopes, los hércules, los dioses.
Los centauros, las fieras, así duermen.
Tienes el abandono de los grandes
y si el sueño te llega, tu victoria
la pregona las sombras y los mástiles.
Toda la tierra vela cuando duermes:
hombre, pecho de mar, párpado oscuro,
pan de trabajo, río de sudores,
hombre puro de cara a la fatiga
acosado de dientes y veranos.
Eres más hombre aún cuando se encierra
tu limpia forma de mirar la vida.
Hombre mío, cansado y solitario,
tenaz defendedor de pan y risas,
condenado al amor y al sufrimiento,
hombre, amor al que arrimo mi desvelo,
compañero de almohada y despertares.
Si tú has dormido al fin, también yo puedo,
y si tú velas, en amor yo velo.
Venga ya para mí un trozo de olvido,
tome mi pecho el ritmo de tu pecho.
No nos pudo la pena, y de tu mano
corrió la sombra y se apagó en mi río,
corrió el dolor y se agostó en mi vena,
me inundaste de sueño junto al tuyo
y me dormí junto a tus costillares.

Amantes en la orilla

 

Me gustaría daros,
amantes en la orilla,
el tronco de algún árbol
donde pudierais todos
grabar las iniciales.
Un álamo o un pino,
o un roble, o algún chopo,
o la acacia de un parque
meticuloso y frío
que desdeñáis por este
salobre aire del mar.
Sí, un árbol para cada
pareja, un árbol trise
como todas las cosas
que sirven al recuerdo.
En el largo paseo
ni una mata, ni un trino,
ni una sombra. En lugar
de rosa y margarita
que deshojar, el alga,
la podrida y rotunda,
fuerte esencia marina.
El faro allá a lo lejos
ilumina de pronto
el abrazo furtivo
y hace, cómplice, guiños.
Un árbol sin raíces,
al aire, os traería.
Si alguna vez amantes
de este rincón, hubiera
olvidado el mensaje
de mayo, y la que os canta,
mi voz, ya no sintiera
su anuncio, os dejaría
mi garganta, y en ella
-como en un viejo tronco-
grabaríais el clásico
corazón, la promesa,
la inicial, y tal día
de tal año, en cualquiera
y feliz primavera.
Mi garganta aún podría
servir de algo al amor.

De tierra adentro a mar, de trecho a trecho

 

De tierra adentro a mar, de trecho a trecho
desde el invierno hasta el feliz verano,
de la estepa encendida de la mano
a la región volcánica del pecho

va posándose amor, y va en acecho
amor de cima a sima, y sobre el llano,
y va implantando en todos, soberano,
su ley, su ejecución y su derecho.

Rey de la geografía del semblante,
encendedor de lumbres abisales
toda región desconsolada anima.

Cruza desde el poniente hasta el levante
implantando sus órdenes reales:
su agua, su luz, su voluntad, su clima…

El rebelde

 

A mí la nieve me quema
siendo la nieve tan fría…

¿Que dentro? Salgo a la calle.
¿Que fuera? -No, ¿Que de día?
-Yo salgo de noche. ¿Que
de noche?
Y mi alma se empina
para darse contra el sol
rotundo del mediodía.

No. Si me tiendes tu mano
la apartaré de las mías,
si ponéis entre barandas
mi regresada alegría,
romperé los barandales
en seguida.

Ni tú, ni el otro, ni vuestra,
ni de nosotros. Mi vida
un «no» contra todo y siempre:
«no, así no», como una fría
espada de pesadumbre
contra márgenes y guías,

¿Que los demás? Los demás
podrán, pero yo no. Mira:
es preferible quedarse
seco como la ceniza.

No, a mí no. Descalzo y limpio
mi corazón no se agria,
pájaro neutral de marzo
vivo como él todavía.

Mi pie, mi mano. La mía.

¡A mí la nieve me quema
siendo la nieve tan fría!

Intermediario ser, anfibio alado

 

Intermediario ser, anfibio alado.
Amor hecho de raptos y de ausencia,
a otros alimentaste con tu ciencia
desposeyéndome del esperado.

Bien sé cómo eres, aunque disfrazado
cruzaras tantas veces mi dolencia,
haciéndome creer que era experiencia
de ti lo que ni apenas tu recado.

Ahora, burlada, llega el importuno
labio de quien te sabe a repetirme
tu nombre con informes y resabios.

Condenada a la espera y al ayuno
no te alzaré la voz ni habrás de oírme
porque la soledad no tiene labios.

Mundo nuevo

 

Este es mi mejor mundo
puesto que tú lo habitas
-lo habitamos-, en medio
del llanto y la palabra.
Para estrenarlo, hubimos
de adoptar la esperanza
que, como lazarillo,
guiara nuestros pasos.
La soledad contigo
qué dulce se presenta.
El mar, contigo, al fondo,
su amistad nos ofrece;
el pájaro nos canta,
el agua corre limpia,
por la noche asomamos
nuestros rostros en paz
juntos, frente a la estrella.
Y cuando en el instante
de sentir a Dios, tomas
mi mano, qué silencio
mi corazón recoge.
Todo está más que dicho
en ese mundo antiguo
donde tú rescataste
mi tristeza. Hoy estreno
la luz, la verdadera,
la única que podía
iluminar mis ojos.
Amor, un mundo nuevo,
un reducido mundo
para cantar: es todo.
Ya es bastante: lo único.

No le consientas tanto, que acostumbras

 

No le consientas tanto, que acostumbras
mal a mi corazón. Exige, hiere.
Niégale a mi pregunta lo que inquiere,
si pide luz, mantenla en las penumbras

del amor. Cuanto más lo alzas y encumbras
más insaciable está. Mi amor prefiere
luchar por la respuesta, y que él espere
impaciente la luz con que me alumbras.

No le perdones nada a mi descuido
que me duele ser siempre la deudora
de tanto amor, y tal renunciamiento.

Dame que perdonar. Yo te lo pido.
Hiere mi corazón, hiérele ahora
para que perdonando esté contento.

Por ellos no pasaste. Bien se advierte

 

Por ellos no pasaste. Bien se advierte
que están secos, con sólo la sonrisa.
Van de una cosa a otra tan deprisa
que el agua de la vida se les vierte.

Van de acá para allá sin conocerte,
gastados por el soplo de otra brisa,
pero nunca sabrán de la precisa
hora en que el mundo en fuego se convierte.

Míralos: desatentos, desalados,
desparramados, secos, sin saberte,
más solos que la luna y ateridos.

No supieron ganar y están ganados,
no supieron mirar y están sin verte…
¡Qué pocos son, amor, los elegidos!

Unidad

 

Madre, tu eres ya no tuya sino mía.
Te has ido dando como la luna sobre el agua.
Toda tu claridad se han reflejado
inmensa, sobre mi alma.
Madre, ya no eres tú,
tu risa no es tu risa.
Soy yo quien te sonríe, quien te mueve las manos.
Quien te vive y respira por ti. Ya no eres tú,
madre mía. Has fijado
tu claridad lo mismo
que la luna en el lago.
En mí tu imagen flota, reposa, duerme, gira,
en una simbiótica unidad que nivela
tu carne con mi carne, tus ojos con mis ojos,
tu pena con mi pena.
Y tu fin – extinguirte sonriendo – es el mío.
-¡Tu fin !- Allá en lo alto te esperará una estrella.
Yo te sujetaré con mis manos (¡tan jóvenes!)
más arriba del mar, más arriba del tiempo.
Y nos daremos juntos, madre mía, tan juntos
que Dios no sepa nunca distinguir si eres una
o somos dos a una los que nos hemos muerto.

Pilar Paz Pasamar, Jerez de la Frontera, 1932-2019

Río del olvido

 

A la sombra del árbol del olvido,
a la orilla de Guad-El-Letheo,
allí hicimos los hoyos para clavar la tienda
y vivir esa tregua que el destino nos daba.

Por el cielo, las blancas palomas,
por el río, las pausas del agua,
de tu mano a la mía un olor transferible,
el efluvio del liquen entre cantos rodados.

Contaba. Contaste. Supimos al fin qué decirnos.
Un pacto inaudito, sonoro, vibrante,
tal el fuego que apaga las brasas al tiempo
de hacerse humo y ceniza en la sombra insaciable.
Y el color amarillo y supremo,
el color del color que se extingue,
que devora el ocaso apetente de tonos,
plenitud de lo efímero el recaudo en la luz vespertina,
y un solo quejido. Y un paso de ala.

A la sombra del río comenzaba a escindirse
en mitades el todo que fuimos.
El agua mostraba su rostro implacable y solemne,
la luz despaciosa, las manchas rodaban en cuestas abajo,

Supimos, supiste de mí lo que hubo,
lo que hubiera podido ser otra la forma de vida…

¡Ay, que fuese el adiós quien pudiera
descifrar el sentido de aquello que no comprendimos!

¡Que un instante, una tregua tuviera respuesta,
diera sentido a todo, creara mil lenguajes!

¡Ay, que todos los besos fueran un solo beso
y uno solo -este último- el amor condensara!

A la sombra del árbol del olvido,
a la orilla de Guad-El-Letheo,
tu mano queda y oigo la voz innumerable,
la eternidad que al otro lado clama.

Solo me queda el corazón

 

Solo me queda el corazón. Palabras
ya no me bastan. Sobra el pensamiento.
Solo me queda el corazón, más grande,
cada vez más amargo y más sediento.
Hablo con él, le digo: ten cuidado,
te has lastimado muchas veces. Pero
yo bien sé que me puede y que se crece
con cada asombro y cada desaliento.
He nacido con él y no hago nada
por emerger en otro clima. Pendo
como la luna más desamparada
en un vaivén de luces y de vientos.
Voy buscando señales en los ojos,
en las calles aparco mi desvelo,
me arrimo por las sombras de otras voces
y cuelgo mi pregunta en los aleros.

Cuando llega una tarde como éstas,
una tarde sin prisa ni deseos,
una tarde de pena, una de tantas
tardes oscuras del aburrimiento
puedo oírle mejor. Late despacio,
tremendamente solitario. Puedo
sentir el corazón en cada vena,
está casi en la punta de los dedos.
Casi puede romperse de tan frágil,
de tan crecido casi se escapa. Quepo
mejor yo en él que en mí cabe el latido…
¡Le viene grande el corazón al cuerpo!

Coplillas de un secreto

 

Nadie lo sabe y lo dice:
sólo tú por mi secreto,
¿Con qué llave penetraste
por la cárcel de mi sueño?
Teníamos la frontera:
una almohada de por medio
y de pronto, enredadera
que va alzándose del suelo,
le diste alcance a mi sombra
y se iluminó el momento.
Está, bien, mucho mejor.
Así nos sabrán más frescos
los abrazos, ya no queda
vallado entre los dos huertos.
Si alzábamos ese muro
fue por gusto de romperlo
después, que sabe mejor
lo que antes tuvo misterio.
Cada noche, colocaba
en tus manos el llavero.
mira si lo deseaba,
y ya me estaba doliendo
que tú supieras de mí
todo, y un poquito menos.
Mi secreto ya no era
ni la sombra de un secreto.
Con tu amor, subió hacia arriba,
flotaba como algo muerto
sobre mi mar porque tú
alzaras después su peso:
y ya ni pesa siquiera.
Casi vuela, al extenderlo
como una sábana limpia
debajo de nuestros cuerpos.
Nos hizo cómplices. Puso
su sal, bajo nuestros besos
y que el mundo pareciese
recién estrenado, nuevo.
Que yo no quiero tener
-ay, amor, que no quiero tenerlo-,
que no quiero conservar
ni siquiera un pensamiento
con las raíces antiguas
clavándose en el pecho.

Retorno

 

Si un verso olvido nunca me devuelve su cita.
Volver es tan difícil como morir de veras,
por eso son distintas todas las primaveras
y esperamos en vano que un sueño se repita.

¡Y tú quieres llegar! En mi mano vacía
tu presencia se vierte reducida y oscura;
se pudren las raíces y el brote no me dura
lo que dura el deseo bajo el golpe del día.

Si hay para cada instante una voz diferente,
ni hay silencio que envuelva por dos veces mi frente,
ni ola que desdoble repetida en la orilla,

¿cómo vas a llegar sobre tu propio paso
si el camino es distinto, y hasta Dios tiemble acaso
al besarnos dos veces en la misma mejilla?

Hasta luego

 

Me vais a perdonar, es ya la hora
de esconderme en el alma.
Una jornada como ésta tiene
demasiada luz.

¿Cuánta palabra hubo, cuánto vuelo
agobiador formaron los petreles?

El camino quedó como camino
debajo de los pasos?

Y tú, pobre emoción de cada día,
retornarás después de esta mañana?

¡Cómo duele ir al paso de las ancas,
las orejas tibias,
como se cansa el dedo que acaricia
las cosas cotidianas!

Hasta luego. Mi pecho no os resiste.
Ya vuestra mansedumbre me hace daño
¡y hay tanto que esperar en el silencio!

Mañana, quiera Dios, será otro día.

La casa

 

La casa es como un pájaro
prisionero en sí mismo,
que no medirá nunca
la longitud del trino.
Encarcelada ella
que no yo, pues la habito
conociéndola, y pongo
mi cuidado y mi tino
en algo que no sabe
ni sabrá de mi cuido.
¿No me siente por dentro
removerme, lo mismo
que se siente en la entraña
la presencia del hijo?
Me ignoran los cristales
no nos sienten los vidrios
tras los cuales luchamos
contra el mar y sus ruidos.
No sabe que en sus muros
crece el amor, que hay sitio
para soñar, y que hay mundos
y faros escondidos.
Ignora de qué modo
la nombro y la bendigo.
Le digo muchas cosas;
la pongo por testigo
de todos mis secretos.
De lejos, si la miro,
me parece que tiene
la tristeza de un niño
abandonado. Subo
sus peldaños, le digo
mi nombre, porque note
que he regresado. Giro
por su caliente espuma,
me afano por su brillo,
la quiero clara, alegre
la enciendo con mis gritos,
con el sol, con el aire
del salado vecino.
Casa nuestra, mi casa…
¡Cómo crecen sus filos!
¡Cómo crece la sombra
de Dios aquí escondido!
¡Qué inevitable y fácil
la soledad, contigo!

La tristeza

 

No te asustes por mí. No me habías visto
-¿verdad?- nunca tan triste. Ya conoces
mí rostro de dolor; lo llevo oculto
y a veces, sin querer, cubre mi cara.
No temas, volveré pronto a la risa-
-Basta que oiga un trino, o tu palabra-.
No te preocupes que ha de volver pronto
a florecer intacta la sonrisa.
Me has descubierto a solas con la pena
e inquieres el porqué. ¡Si no hay motivo!
Cuando menos se espera, el aguacero
cae sobre la tranquila piel del día.
Así ocurre. No temas, no te aflijas,
no hay secreto, mi amor, que nos separe.
La tristeza es un soplo, o un aroma,
para llevarlo dulce y suavemente.
No te quejes de mí. Yo estaba sola
y vino ella, y quiso acariciarme.
Déjanos un momento entretenidas
en escuchar los pasos del silencio
y sentir la tristeza de otros muchos
que no tienen amor ni compañía.

​Reprocho a las cosas que le entretienen

 

( ¡Ay, qué grandes debéis ser
que así me lo entretenéis! )

Altas de talle y, bien plantadas.
y cien veces aborrecidas
cuando se espera de esta forma
desesperada y decidida.
¿Con qué hebras tejéis los hilos
que me lo ensartan y desvían,
urdidoras de mi coraje
y robadoras en porfía?
¿Por qué caminos o qué atajos,
agazapadas, repentinas,
le dais el alto, santo y seña,
paso le dáis para que os siga?
¡Si yo no puedo en la distancia
ganar batallas ni partidas,
enfrentarme con vuestros aires,
regatearos con mi risa,
reclamaros con mi presencia
su. necesaria compañía!

( ¡Ay, qué blancas debéis ser
que así me lo entretenéis! )

Cuando llegue, no habrá palabras,
razón que valga y que me asista,
vendrá cansado y solitario
con la frente desvanecida
y -a tres cuartas el corazón,
achicada y medio escondida-
yo iré quitándole de en medio
toda la carga de este día,
porque no note mi cansancio
ni se le acerque mi ceniza:
los desperdicios de mi sueño,
los retales de mi alegría,
las cortezas de aburrimiento
y el agua muda que se agria.
A nadie le dolerá el aire,
a nadie pasará este día…
¡Y he de llevar el plomo oscuro
de su cuerpo mientras viva,
la memoria de aquellas horas
en las que todo enmudecía,
en las que todo fue silencio,
latir de alas oprimidas,
metal de espera por las manos,
por las sienes y las rodillas!
Nadie sabrá. Nadie. Ni él mismo.
Una de tantos… Sólo un día…
Todo perdió su sal, su vez…

( ¡Ay, qué grandes debéis ser
que así me lo entretenéis! )

Pilar Paz Pasamar, Jerez de la Frontera, 1932-2019