Cansado estás y frío, oh extranjero, y no pareces…
Dedicado a la señora del consejero de minas von Charpentier
Cansado estás y frío, oh extranjero, y no pareces
adaptado a este cielo. Vientos más calientes
soplan que en tu patria, y más libre
en otro tiempo se alzaba el pecho joven.
¿No expandía la vida allí su colorido
por el campo sereno y la eterna primavera?
¿No tendía allí la paz sus densos hilos?
¿No florecía allí eternamente lo que una vez brotó?
Oh, buscas en vano. Se ha hundido
aquella tierra celestial. Ningún mortal
conoce ya el sendero inaccesible
que el mar ha sumergido para siempre.
Muy pocos de los tuyos han logrado
ponerse a salvo del feroz oleaje. Están dispersos
aquí y allá, y esperan
mejores tiempos para reencontrarse.
Ten voluntad y sígueme. Te ha sido
favorable el destino que aquí te ha conducido.
Gentes de tu tierra hay aquí, y que en silencio
celebran una fiesta entrañable.
No puedes sin embargo entender cómo sus corazones
allí se unían. Ves brillar en sus rostros
inocencia y amor, igual
que en otro tiempo allí en la patria.
Más clara se alza tu mirada. La tarde se despliega
como un sueño amistoso, y transcurre veloz
en dulce charla, y entre tanto
tu corazón se funde con la bondad que reina.
Mirad. Está aquí el extranjero. De una misma tierra
a la que pertenecéis se siente desterrado. Horas sombrías
han pasado por él. Muy pronto
se ha acabado para él el día feliz.
Con gusto permanece entre los suyos.
Feliz celebra entre ellos la fiesta del hogar.
La primavera, que fresca florece
en torno de sus padres, le cautiva.
Vuelva a celebrarse la fiesta entre nosotros,
antes de que la madre, disgustada, se aleje
de los hijos que lloran, y por sendas oscuras
siga al guía que la lleve a la patria.
Que el hechizo que estrecha vuestro lazo
no ceda, y los que lejos están
lo disfruten también, y todos juntos
caminéis felices por un mismo camino.
Esto es lo que el huésped desea, pero ha hablado el poeta
en su lugar, porque prefiere permanecer callado
cuando está contento y anhela la venida
de los seres que quiere y que están lejos.
Permaneced amables con el extranjero.
Escasas alegrías le están deparadas.
Rodeado de personas amigas espera con paciencia
el día de su gran nacimiento.
Clarea ya por el lejano oriente
Clarea ya por el lejano oriente,
Las horas grises huyen ya del mundo.
¡Oh, qué sorbo tan largo y tan profundo
De la luz en la misma excelsa fuente!
Colmado está tu anhelo, oh criatura;
Todo un Dios en amor se transfigura.
Por fin, la triste tierra ya visita
El hijo bendecido de los cielos;
Ya melodioso y gárrulo se agita
Viento de vida por los bajos suelos;
Reunir quiere en eternas llamaradas
Las chispas ya de tiempo dispersadas.
En todo seno ignoto de caverna,
De savia nueva surgen manantiales;
Sumérgese, por darnos paz eterna,
De la vida en los túrbidos raudales;
A nosotros sus pías manos tiende,
Y, compasivo, a todo ruego atiende
Deja que sus miradas amorosas
Penetren en la hondura de tu alma;
Déjate aprisionar, como entre rosas
Por su amor que difunde eterna calma.
Los espíritus, todos en alianza
Desde hoy comiencen una nueva danza.
No cejes hasta asir su a mano amada;
Sus rasgos en ti imprime arrobadores
Hacia él volverás siempre la mirada;
Siempre abrirás de cara al sol tus flores
Si entero el corazón le has entregado,
Cual fiel esposa, le tendrás al lado.
Nuestra eres ya, divinidad, que un día
Tus iras fulminabas inclemente;
Ya desde el septentrión al mediodía
Reavivaste la célica simiente.
Oh, déjanos de Dios en los alcores
Aguardar los pimpollos y las flores.
Yo no sé lo que más buscar podría
Yo no sé lo que más buscar podría
Si aquél tan dulce amigo, mío fuese,
Si él a mí me llamase »su alegría«,
Y cual si fuese suyo
A mi lado estuviese.
¡Oh, cuántos de la dicha en pos se afanan
Con rostro horriblemente contraído!
Fama de sabios en el mundo ganan,
E ignoran donde yace
El tesoro escondido
Que ya lo ha arrebatado, el uno entiende,
Y cuánto tiene solamente es oro.
Todo el orbe surcar otro pretende
Y tras tanto afán deja
Sólo un nombre sonoro
Varios tienden la mano a la victoria,
Y tras el lauro corre más de uno
Y quedan, por distinta vanagloria,
Bien engañados todos,
Rico, empero, ninguno.
¿El quizá a conocer no se os ha dado?
¿Y por vosotros quién palideció
Olvidásteis? Y quién atormentado
Por amor de nosotros
Cruel muerte sufrió?
¿Ni una palabra suya habéis oído?
¿De su vida no habéis leído nada?
Oh, ¿no sabéis cuán bueno nos ha sido,
Y qué gracia divina
Por él nos fue otorgada?
¿No sabéis que él bajó del alto cielo,
De la madre más bella hijo sublime?
¿Qué palabras sembró en el triste suelo?
¿Qué a todo hijo de Eva
El le sana y redime?
¿Qué del más puro amor él impelido,
Desolado corrió del hombre en pos,
Y que nuestra vil Tierra ha convertido
En el vivo cimiento
En una ciudad de Dios?
¿Un hombre tal aún no os es bastante?
¿Ni conmover logró vuestro egoísmo?
¿Y no abrís vuestras puertas al instante
A aquel que os salvó a todos
Del infernal abismo?
Dejadlo todo sin ningún reparo
Y de toda ilusión haced renuncia;
¿Qué corazón en él no busca amparo,
Si la firme promesa
De su gracia os anuncia?
Héroe de amor, recuéstame en tu seno;
Tú eres mi mundo, tú la vida mía.
Quedárame sin bien ni amor terreno,
Ya sé quién de su mano
A mí me sostendría.
¡Ah! Mis amores tú me devolviste;
Yo encuentro en ti fidelidad eterna.
Ante ti orando el cielo se posterna;
Y tu bondad, con todo,
Benéfica me asiste.
Conócete a ti mismo
Una cosa sólo ha buscado el hombre en todo tiempo,
y lo ha hecho en todas partes, en las cimas y en las simas
del mundo.
Bajo nombres distintos –en vano– se ocultaba siempre,
y siempre, aun creyéndola cerca, se le iba de las manos.
Hubo hace tiempo un hombre que en amables mitos
infantiles
revelaba a sus hijos las llaves y el camino de un castillo
escondido.
Pocos lograban conocer la sencilla clave del enigma,
pero esos pocos se convertían entonces en maestros
del destino.
Discurrió largo tiempo –el error nos aguzó el ingenio–
y el mito dejó ya de ocultarnos la verdad.
Feliz quien se ha hecho sabio y ha dejado su obsesión
por el mundo,
quien por sí mismo anhela la piedra de la sabiduría
eterna.
El hombre razonable se convierte entonces en discípulo
auténtico,
todo lo transforma en vida y en oro, no necesita ya los
elixires.
Bulle dentro de él el sagrado alambique, está el rey en él,
y también Delfos, y al final comprende lo que significa
conócete a ti mismo.
Consuelo del universo – ¿dónde te ocultas?
Consuelo del universo – ¿dónde te ocultas?
Ya está encargada hace tiempo – tu habitación,
Anhelan todos bien pronto ya verte
Y abren el pecho ya a tu bendición.
Arrójale de ti, Padre – violentamente;
Que de tu brazo al mundo – venga a caer.
Largos siglos su amor y su inocencia
Lejos del mundo hiciéronle esconder.
Despréndase de los tuyos – a nuestros brazos,
Que de tu aliento divino – cálido esté;
Mandale dentro de grávidas nubes
Y al fin nuestro suelo huelle su pie.
Mándale en frescos raudales – al mundo estéril
Fulmínale cual un fuego – deslumbrador;
Aire y perfume, música y rocío,
Embébase la tierra de su amor.
Así serás dirimida – oh, ¡santa lucha!
Así serás aplacada – ¡rabia infernal!
Y siempre en flor nos sonreirá de nuevo
El antiguo paraíso terrenal.
Ya la tierra se remoza – ya reverdece;
Llena a todos del Espíritu – el sacro ardor
De gozo henchido dispones el pecho
A acoger amoroso al Salvador.
Ya se retira el invierno; – un nuevo año
Hoy se llega del pesebre – cabe al altar:
El primer año es que el mundo mismo
El Niño se ha atrevido a reclamar.
Al Salvador que se acerca – ya ven los ojos,
Esos ojos ya tan llenos del Salvador
Entre las flores que ciñen su frente
Miran los suyos con sin par dulzor.
El es el sol y la estrella – para nosotros;
Es él de la vida eterna – fuente gentil,
En la mar, en la luz, plantas y piedras
Brilla y sonríe su faz infantil.
En parte y en cosa alguna – jamás descansa
Su amor inconmensurable – su obra de paz
A todo pecho, sin que éste lo advierta,
El se pliega y adhiérese tenaz.
Todo un Dios para nosotros – para sí un niño,
Ámanos con la más tierna solicitud;
Nuestro alimento es él, nuestra bebida;
Fieles hemos de serle en gratitud.
La humana miseria crece – de día en día;
Un clamor alza el hombre – en su estrechez:
Oh, Padre, deja partir al Amado
Y entre nosotros veámosle otra vez.
Cuando cifras y figuras
Cuando cifras y figuras dejen de ser
las claves de toda criatura,
cuando aquellos que al cantar o besarse
sepan más que los sabios más profundos,
cuando vuelva al mundo la libertad de nuevo,
vuelva el mundo a ser mundo otra vez,
cuando al fin las luces y las sombras se fundan
y juntas se conviertan en claridad perfecta,
cuando en versos y en cuentos
estén los verdaderos relatos del mundo,
entonces una sola palabra secreta
desterrará las discordancias de la tierra entera.
Cuando en horas terribles ya parece
Cuando en horas terribles ya parece
Que el corazón al sino se someta;
Cuando, por cruel dolencia atenazado,
Hinca el terror en mi alma su saeta;
Cuando pienso en mi dulce bienamada,
De pena y de mortal angustia presa,
Y se nublan mis ojos, y ni un rayo
De esperanza las nubes atraviesa,
Oh, entonces siento yo que Dios se inclina
Hacia mí y que su amor está cercano
De un más allá yo siento un santo anhelo
Y avanza mi ángel hacia mí su mano.
Me trae el cáliz de la vida virgen,
Me susurra buen ánimo y consuelo,
Y, por mi dulce y triste bienamada,
No en balde elevo mi plegaria al cielo.
El extranjero
Dedicado a la señora del consejero de minas von Charpentier
Cansado estás y frío, oh extranjero, y no pareces
adaptado a este cielo. Vientos más calientes
soplan que en tu patria, y más libre
en otro tiempo se alzaba el pecho joven.
¿No expandía la vida allí su colorido
por el campo sereno y la eterna primavera?
¿No tendía allí la paz sus densos hilos?
¿No florecía allí eternamente lo que una vez brotó?
Oh, buscas en vano. Se ha hundido
aquella tierra celestial. Ningún mortal
conoce ya el sendero inaccesible
que el mar ha sumergido para siempre.
Muy pocos de los tuyos han logrado
ponerse a salvo del feroz oleaje. Están dispersos
aquí y allá, y esperan
mejores tiempos para reencontrarse.
Ten voluntad y sígueme. Te ha sido
favorable el destino que aquí te ha conducido.
Gentes de tu tierra hay aquí, y que en silencio
celebran una fiesta entrañable.
No puedes sin embargo entender cómo sus corazones
allí se unían. Ves brillar en sus rostros
inocencia y amor, igual
que en otro tiempo allí en la patria.
Más clara se alza tu mirada. La tarde se despliega
como un sueño amistoso, y transcurre veloz
en dulce charla, y entre tanto
tu corazón se funde con la bondad que reina.
Mirad. Está aquí el extranjero. De una misma tierra
a la que pertenecéis se siente desterrado. Horas sombrías
han pasado por él. Muy pronto
se ha acabado para él el día feliz.
Con gusto permanece entre los suyos.
Feliz celebra entre ellos la fiesta del hogar.
La primavera, que fresca florece
en torno de sus padres, le cautiva.
Vuelva a celebrarse la fiesta entre nosotros,
antes de que la madre, disgustada, se aleje
de los hijos que lloran, y por sendas oscuras
siga al guía que la lleve a la patria.
Que el hechizo que estrecha vuestro lazo
no ceda, y los que lejos están
lo disfruten también, y todos juntos
caminéis felices por un mismo camino.
Esto es lo que el huésped desea, pero ha hablado el poeta
en su lugar, porque prefiere permanecer callado
cuando está contento y anhela la venida
de los seres que quiere y que están lejos.
Permaneced amables con el extranjero.
Escasas alegrías le están deparadas.
Rodeado de personas amigas espera con paciencia
el día de su gran nacimiento.
El poema
Vida celestial de azul vestida,
sereno deseo de pálida apariencia,
que en arenas de colores traza
los rasgos huidizos de su nombre.
Bajo los arcos altos, firmes,
iluminado sólo por las lámparas,
yace, huido ya el espíritu,
el mundo más sagrado.
En silencio nos anuncia una hoja
perdida los mejores días,
y vemos abrirse los ojos poderosos
de la antigua leyenda.
Acercaos en silencio a la puerta solemne,
escuchad el golpe que produce al abrirse,
bajad luego del coro y contemplad allí
dónde está el mármol que anuncia los presagios.
Vida fugaz y formas luminosas
llenan la noche anchurosa y vacía.
Ha transcurrido un tiempo sin final
que se ha perdido haciendo bromas sólo.
Trajo el amor las copas llenas,
como entre flores se derrama el espíritu,
y beben sin parar los comensales,
hasta que se rasga el tapiz sagrado.
En extrañas filas llegan
veloces carruajes de colores,
y llevada en el suyo por insectos variados
sola llegó la princesa de las flores.
Velos como nubes descendían
de su frente luminosa hasta los pies.
Caímos de rodillas para saludarla,
rompimos a llorar, y ya no estaba.
El que velando solo, sin consuelo
El que velando solo, sin consuelo
En lágrimas derrama su dolor,
Al ver en sombras de aflicción y duelo
Envuelto cuanto yace en derredor;
El que la triste imagen del pasado,
Cual de un profundo abismo, ve surgir,
Y gravita hacia el fondo nunca hollado
Do un dulce llanto le parece oír.
Es como el que un tesoro fabuloso
Viera allá abajo en brillador montón,
Y a él se abalancase codicioso,
Todo jadeante y ebrio de ilusión.
Del porvenir la inmensidad baldía
Ábrese pavorosa frente a él
Y, por la soledad, falto de guía,
Busca a sí mismo con furor cruel.
Yo caigo entre sus brazos sollozando;
Sin aliento, cual tú, también me hallé
Más de mi pesadumbre estoy sanando;
Do puedo descansar sin fin ya se.
A mí y a ti el consuelo nos alienta
De aquel que tanto amó, sufrió y murió,
Y hasta el que desalmado le atormenta,
Al morir, sonriendo perdonó.
El murió y, sin embargo, a todas horas
Sientes su amor y en tu interior lo ves,
Y puedes en tus brazos, al que adoras,
Dulcemente estrechar, doquier estés.
Con nueva sangre y vida él es quien riega
Tu carne, condenada a perecer;
Si de tu corazón le haces entrega,
Vendrás por siempre el suyo a poseer.
Lo que perdí una vez, en él he hallado;
También encuentro en él cuanto amé yo,
Y eternamente queda a mí ligado
Lo que su mano a mí me devolvió.
El secreto del amor
El secreto del amor
Bien pocos lo saben;
Sienten una sed eterna
Y sienten hambre insaciable.
La Eucaristía es un extraño enigma
A los sentidos mortales.
Pero aquel que de unos labios
Cálidos, amantes,
De la vida el hálito, sorbido
Hubiere alguna vez; aquel que sabe
Cómo las brasas divinas
Al corazón del amante
Funden y derriten
El oleadas palpitantes;
Aquel que su honda mirada
Hacia los cielos levante
Y haya alguna vez sondeado
Las sacras profundidades,
Comerá de su cuerpo,
Beberá de su sangre
Eternamente
¿Quién del cuerpo terreno ha descifrado
El gran sentido inefable?
¿Quién decir podría
Que entiende lo que es la sangre?
Un tiempo todo era cuerpo,
– Un Cuerpo –; flotaban
En sangre celeste
Los venturosos amantes.
¡Oh, si de repente
Enrojecieran los mares!
¡Oh, si la carne olorosa
En los peñascos brotase! …
Nunca terminarás, dulce convite.
Oh, amor, no dirás nunca bastante.
La intimidad más perfecta
Con que al amado poseerá el amante
Honda bastante no es nunca,
Ni al deseo infinito satisface.
Por siempre más, dulces labios
Sentirás lo gozado transformarse
En algo siempre más íntimo.
Algo que más se adentra a cada instante.
Voluptad, a cada paso más ardiente,
Toda el alma invade.
Más sediento, más hambriento
Siéntese el corazón que de amor late:
Y, por eternidad de eternidad,
El placer del amor vive y renace.
Si pudiesen gustar los hombres sobrios
Deleite tan grande,
Todo olvidarían,
Vendrían con nosotros a sentarse
A esta mesa del infinito anhelo
Que nunca vacía verán las edades
Reconocieran del amor entonces
La plenitud inagotable.
Y entonarían himnos al convite
Del cuerpo y la sangre.
En mil cuadros he visto retratada
En mil cuadros he visto retratada
Tu bella faz dulcísima, oh, María;
Mas en ninguno estás representada
Tal como te contempla el alma mía.
A tu vista, el tumulto de la tierra
Se me disipa como un sueño inestable,
Y un cielo de dulzor inenarrable
Eternamente en mi ánima se encierra.
Entre tantas horas gratas
Entre tantas horas gratas
Que he pasado en mi existencia,
una tan sólo amo yo:
En que, entre acerbos dolores,
Descubrí dentro del alma
Quien por nosotros murió.
Vi mi mundo hecho pedazos,
Por un gusano roído;
Marchito mi corazón;
Toda ilusión, toda dicha,
Yacía bajo su losa;
En mí, todo era aflicción.
Enfermaba yo en silencio,
Dejar el mundo anhelaba
En mi eterno delirar,
Cuando al pronto, de la tumba,
Se alzó la losa, y el alma
Abriose de par en par.
A quien vi, quien de su mano
Llevaba, nadie lo supo;
Lo veré en eternidad.
Y esta serena, entre todas
Mis horas, cual mis heridas,
Abierta por siempre está.
Hay días desolados, que en el seno
Hay días desolados, que en el seno
Del miedo al alma echan,
En que parece estar el aire lleno
De espectros que te acechan.
Mil lívidos fantasmas se deslizan
Y llaman a tu puerta;
Las sombras de la noche atemorizan
Tu alma helada y yerta.
Vacila el que creías firme asiento;
La confianza perece;
Deshecho en torbellino el pensamiento,
Ningún freno obedece.
De la locura el indomable impulso
Al alma ciega azota;
Ya va la vida a detener su pulso;
El sentido se embota.
¿Quién la cruz ha plantado como abrigo
De todo ser viviente?
¿Quién habita en los cielos, dulce amigo
De toda alma doliente?
Vé al árbol milagroso que derrama
Celeste mansedumbre;
Todo tu afán consumirá la llama
Que brota de su cumbre.
Al fín un ángel en la playa tiende
Al náufrago con vida;
Y a tus pies ves gozoso que se extiende
La tierra prometida.
Hay en la piedra un signo misterioso
Hay en la piedra un signo misterioso
grabado en el fondo de su sangre ardiente.
es como un corazón en que estuviera
grabada la imagen de la desconocida.
mil fulgores en torno de la piedra,
y una clara marea ondea alrededor.
Hay en ella enterrado el brillo de una luz,
¿será esta un corazón dentro del corazón?
Marcha el poeta por ásperos caminos
Marcha el poeta por ásperos caminos
y los espinos rasgan su ropaje.
Tiene que atravesar ríos y ciénagas
y nadie le tiende una mano amiga.
Solo y perdido, empiezan a brotar
las quejas de su corazón cansado.
Apenas puede sostener la lira,
un profundo dolor le ha derribado.
«Un triste destino me ha empujado
a vagar por el mundo, abandonado.
Traigo a todos la ilusión y la paz,
pero nadie las quiere compartir conmigo.
Cada cual con su vida y con sus cosas,
ve cómo aumenta, al verme, su alegría.
Echan entonces una limosna triste
y rechazan las súplicas del corazón.
Me dejan ir, indolentes,
como ven las primaveras:
al alejarme afligido,
mi pena y dolor ignoran.
Exigen luego los frutos
sin saber quién ha sembrado.
Hago versos sobre el Cielo
y nadie reza por mí.
Agradecido percibo
poder mágico en mis labios.
Oh si el amor me llegara
como una atadura mágica.
Nadie se ocupa de un pobre
forastero e indigente.
¿Qué corazón va a apiadarse?
¿Quién me libra de la pena?»
En la hierba se ha arrojado
y se duerme entre sollozos.
La sublime voz del canto
llena su pecho oprimido:
«Olvida lo que has sufrido,
se va a aligerar tu carga:
lo que por chozas buscabas
en un palacio se encuentra.
Se acerca la recompensa,
tu caminar se termina.
El laurel se hará corona
que una mano fiel te imponga.
A un corazón armonioso
lo llaman a gloria y trono.
Y al poeta, fatigado,
lo nombran hijo del rey».
¿Qué hubiera sin tí sido? me pregunto
¿Qué hubiera sin tí sido? me pregunto
¿Qué es lo que yo sin tí no hubiera sido?
Al temor y a la angustia destinado,
Sólo en el mundo hubiérame yo visto.
No sabría de cierto lo que amara,
Me sería el futuro un negro abismo;
Y cuando el corazón se conturbase
¿Quién dar podría a mi dolor alivio?
Consumido de amor y de tristeza
Fuérame el día cual la noche obscuro;
Sólo viera, a través de amargas lágrimas,
De nuestra vida el desbocado curso.
En mi hogar hallaría sólo angustia
Y perpetua inquietud dentro del mundo.
¿Quién sin un fiel amigo allá en el cielo
En la tierra podría estar seguro?
Pero Cristo se me ha manifestado
Y firmemente en él desde ahora creo.
Vida de luz, ¿cuán presto tú disipas
La vacua obscuridad sin fundamento!
Sólo él, sólo él me ha vuelto hombre;
Claro el destino a su presencia veo;
La flora tropical, hasta en el Norte,
En torno surgirá del que yo quiero.
Hora de amor es para mí la vida;
Habla amor y es delicia el mundo todo;
De salud brota hierba en toda herida
Y todo corazó late de gozo.
Sus infinitos dones, cual un niño
Dócil y humilde, sonriendo acojo;
Cierto que entre nosotros él alienta,
Aún cuando nos reunamos dos tan sólo.
Salid, salid por todos los caminos,
Id a buscar a los que van errantes,
Tendedles compasivos vuestra mano
Y a nuestra compañía convidadles.
El cielo ha descendido ya a la tierra;
Unidos todos en la fe veámosle.
De par en par también lo tendrá abierto
Aquel que en la fe nuestra comulgare.
El antiguo delirio del pecado
Anidaba de tiempo en nuestro pecho;
Meros juguetes del dolor y el goce,
En la noche vagábamos cual ciegos.
Parecía enemigo de los dioses.
El hombre, un crimen cada acción; si el cielo
Pareció alguna vez querer hablarnos,
Tan sólo nos habló de muerte y miedo.
El corazón, la fuente de la vida,
De maldad al espíritu alojaba;
Aún en nuestros días más risueños,
Era inqietud tan sólo la ganancia.
Aquí en la tierra férreas ligaduras
A los hombres temblando aprisionaban:
El temor a la muerte justiciera
Ahogaba el postrer rasgo de esperanza.
Un salvador, un hijo de los hombres
El gran libertador entonces vino,
Y encendió en lo interior de nuestro pecho
Fuego purificante de amor vivo
Sólo entonces el cielo, como el nuestro
Antiguo solar patrio, abierto vimos;
Podíamos tener fe y esperanza,
Y con Dios nos sentíamos unidos.
Desapareció el pecado de nosotros;
Gozoso se volvió nuestro camino;
Como el mejor de todos los regalos
Se hizo presente de esta fe a los niños.
Así, santificada nuestra vida,
Transcurrió como un sueño beatífico,
Y, apenas se notó, de tan sereno,
De nuestra muerte el tránsito temido.
Helo aquí aún a nuestro dulce Amado,
Envuelto en su esplendor maravilloso;
De espinas, su corona ensangrentada,
Acerbo llanto arranca a nuestros ojos.
Bienvenido nos sea todo hermano
Cuyas manos se tiendan a nosotros;
Limpio de corazón, pronto sazone
Del paraíso en fruto deleitoso.
Quien una vez, oh, Madre, te ha mirado
Quien una vez, oh, Madre, te ha mirado,
Jamás tendrá la perdición en suerte;
De aflicción llorará, de ti apartado,
Te amará con ardor hasta la muerte,
Y quedará de su alma soberana
La huella de tu gracia sobrehumana
En tu bondad mi corazón confía;
Si en mi necesidad no me desdeñas,
Ten de mi compasión, oh madre mía,
Hazme desde la gloria alegres señas.
En ti tiene mi ser su firme asiento,
En mi socorro ven, sólo un momento.
Ah, cuántas veces yo te vi en mi sueño,
Tan hermosa, que no es para descrito;
Entre tus brazos el Jesús pequeño
De mi se apiadaba, su amiguito.
Tú la augusta mirada al cielo alzabas
Y, entre esplendentes nubes, te alejabas.
Ah, ¿qué es, triste de mí, lo que te hice?
Póstrome aún orando en tu presencia
Los templos donde el mundo te bendice
Refugio son aún de mi existencia.
Oh tu, reina del cielo bendecida,
Toma este corazón, toma mi vida.
Cuan tuya sea toda mi pobre alma,
Oh tú, mi reina amada, verlo puedes.
¿Acaso no he gozado en dulce calma
Durante largos años tus mercedes?
En mi infancia feliz, oh suave encanto,
Sorbí la leche de tu pecho santo.
¡Cuántas veces tu gracia me bendijo!
Con candor infantil yo te miraba.
Sus manecitas dábame tu hijo,
Que un temor de perderme le agitaba.
Tú, llena de ternura, sonreías
Y me besabas ¡oh, dichosos días!
Lejos ya está este mundo bienhadado;
De pena sangra el corazón contrito;
Errante voy, sin guía y conturbado
¿Habrá sido tan grave mi delito?
Cual niño, toco el orla de tu manto;
Aligérame, al fin de mi quebranto.
Si un pobre niño tus facciones puras
Mirar puede y confiarse a tu cariño,
Desata de la edad las ligaduras
Y tú haz de mí tu párvulo, tu niño:
En mi pecho la más filial ternura
Desde aquella edad de oro aún perdura.
Si todos te son infieles
Si todos te son infieles,
Yo siempre fiel te seré;
No se diga que en la tierra
La gratitud muerta esté
Por mí sufriste tormento,
Por mí, una muerte cruel;
Mi corazón toma en pago
Por siempre más, tuyo es.
Lloro a menudo al pensar
Que tú moriste por mí,
Y que algunos de los tuyos
No se acuerdan ya de tí.
De puro amor penetrado,
¿Que no hiciste en tu vivir?
¡Y te olvida, ingrato el mundo
Que quisiste redimir!
Lleno del amor más tierno
Junto a cada uno estás,
Y, aunque todos te abandonen,
Tu no nos dejas jamás;
Amor fiel es el que vence,
Así siéntese al final;
Sollozándo en tus rodillas
Se va la frente a posar.
Ah, no me abandones nunca
Pues que en mí te siento yo,
Déjame estar abrazado
Contigo en eterna unión.
Sus ojos, al fin, los hombres
Alzarán a tu mansión,
Y, de amor enajenados,
Caerán en tu corazón.
Siempre llorar debiera, llorar siempre
Siempre llorar debiera, llorar siempre:
¡Ah, si una vez, al menos, él pudiera
Aparecer de lejos ante mí!
¡Santa melancolía! Jamás ceden
Mis angustias, mis lágrimas; quisiera
Permanecer, de dolor yerto, aquí.
Le veo eternamente en su tortura;
Le veo eternamente en agonía,
¡Oh, ¿cómo no te rompes, corazón?
¿Cómo por siempre no os cerráis, mis ojos?
¿Cómo no os deshacéis todos en llanto?
No merecí jamás tal galardón!
¿No llorará ninguno de vosotros?
¿Ha de caer su nombre en el olvido?
¿Es que tal vez el mundo muerto está?
¿Tal vez no volveré en sus dulces ojos
El néctar a beber de amor y vida?
¿Está, acaso, por siempre muerto ya?
Muerto … Mas qué es lo que esto significa?
Decídmelo vosotros, oh, los sabios;
¿Podéis este misterio descifrar?
¡Ved! El ha enmudecido y todos callan.
Nadie puede indicarme aquí en la tierra
Donde mi corazón le podrá hallar.
En parte alguna de este bajo suelo
No volveré jamás a ser dichoso;
Todo fue, todo fue sueño fugaz
Yo también, yo también con él he muerto.
¡Ah, si yo en las entrañas de la tierra
Pudiese descansar con él en paz!
Óyeme, tú, su padre y padre mío:
Junta a los suyos mis ruines huesos,
Sin tardar, en la lóbrega mansión.
Verdeará de su fosa la eminencia,
En ella el viento rozará sus alas,
Y entrará mi vil cuerpo en corrupción.
Si supiesen su amor todos los hombres,
Sin vacilar, haríanse cristianos;
Lo dejarían todo por su honor;
Su único amor pondrían en el Único;
Dieran conmigo rienda suelta al llanto,
Y se consumirían de dolor.
Solo que yo le tenga
Solo que yo le tenga,
Solo que sea mío
Solo que el corazón, hasta la tumba,
Ya nunca, nunca de él caiga en olvido;
Nada se ya de pena, nada siento,
sino un férvido amor, gozo infinito.
Solo que yo le tenga,
Todo de grado olvido,
Y, empuñando el bastón del caminante
Dócil a mi señor tan solo sigo,
Y, sin pensar, yo dejo que los otros
Anden por anchos, fáciles caminos
Solo que yo le tenga
Me dormiré tranquilo,
Eternamente, un dulce refrigerio
Encontraré en el caudaloso río,
Que de su pecho fluye y todo inunda,
Cubre y penetra entre sus blandos giros.
Solo que yo le tenga,
Ya es todo el mundo mío;
Dichoso cual un niño que, en la gloria,
Sostuviese a María el velo níveo,
En la contemplación beata absorto,
No me estremece ya el terreno abismo
Allí donde le tengo,
Allí mi patria habito;
Cuando llueven sus gracias en mi mano,
Como preciada herencia las recibo;
Hermanos que de tiempo a faltar echo,
Hoy a encontrarlos vuelvo en sus discípulos.
Vida celestial de azul vestida…
Vida celestial de azul vestida,
sereno deseo de pálida apariencia,
que en arenas de colores traza
los rasgos huidizos de su nombre.
Bajo los arcos altos, firmes,
iluminado sólo por las lámparas,
yace, huido ya el espíritu,
el mundo más sagrado.
En silencio nos anuncia una hoja
perdida los mejores días,
y vemos abrirse los ojos poderosos
de la antigua leyenda.
Acercaos en silencio a la puerta solemne,
escuchad el golpe que produce al abrirse,
bajad luego del coro y contemplad allí
dónde está el mármol que anuncia los presagios.
Vida fugaz y formas luminosas
llenan la noche anchurosa y vacía.
Ha transcurrido un tiempo sin final
que se ha perdido haciendo bromas sólo.
Trajo el amor las copas llenas,
como entre flores se derrama el espíritu,
y beben sin parar los comensales,
hasta que se rasga el tapiz sagrado.
En extrañas filas llegan
veloces carruajes de colores,
y llevada en el suyo por insectos variados
sola llegó la princesa de las flores.
Velos como nubes descendían
de su frente luminosa hasta los pies.
Caímos de rodillas para saludarla,
rompimos a llorar, y ya no estaba.
Yo les digo a todos, vive todavía
Yo les digo a todos, vive todavía,
Pues ha resucitado;
En medio de nosotros – aún está presente
Y en nosotros alienta eternamente.
Lo digo a todos; dígalo al instante
Cada uno a sus amigos.
Dígalo sin demora – por valle, monte y llano,
Que ya el reino de Dios está cercano.
Ahora comienza a aparecer el mundo
Cual una común patria;
Con gozo aceptan todos – el don de nueva vida,
Que llueve de su mano bendecida.
Hundiose ya del mar en lo profundo
El horror de la muerte;
Ya todo mortal puede – con ánimo seguro,
Ver la sublimidad de su futuro.
El sombrío sendero que él hollaba
En el cielo termina;
Aquel que a su consejo – el corazón entrega,
A la casa del padre por fin llega.
Aquí ya nadie llora; cuando alguno
Cierra a la luz los ojos,
Tan gran dolor se endulza – con la santa alegría
De volver a encontrarse allá algún día.
Al bien obrar ya puede quien lo quiera
Con fervor consagrarse,
Pues toda esta semilla – él la vera gozoso
Dar flor en un vergel más deleitoso.
El vive; entre nosotros va a quedarse
Aunque nos dejen todos.
Celebremos la fiesta – que el día nos ofrece
Hoy nuestro mundo se rejuvenece.
Himno – Solo unos cuantos…
Solo unos cuantos
gozan del misterio del amor,
y desconocen la insatisfacción
y no sufren la eterna sed.
El significado divino de la Cena
es un enigma para el entendimiento humano;
pero quien solo una vez,
en los ardientes y amados labios
haya aspirado el aliento de la vida,
quien haya sentido fundir su corazón
con el escalofrío de las ondas
de la divina llama,
quien, con los ojos abiertos,
haya medido el abismo
insondable del cielo,
ése comerá de su cuerpo
y beberá de su sangre
para la eternidad.
¿Quién ha descifrado
el sublime significado
del cuerpo terrenal?
¿Quién puede asegurar
que ha comprendido la sangre?
Un día todo será cuerpo,
un único cuerpo,
y en la sangre celestial
se bañará la feliz pareja.
¡Oh!, ¿acaso no se tiñe de rojo
el inmenso océano?
¿no es ya la roca que emerge
pura carne perfumada?
Es interminable el delicioso banquete,
el amor no se sacia jamás,
y nunca se acaba de poseer al ser amado,
nunca el abrazo es suficiente.
Los labios se tornan más delicados,
el alimento se transforma de nuevo
y se vuelve más profundo, más íntimo y cercano.
El alma se estremece y tiembla
con mayor voluptuosidad,
el corazón tiene siempre hambre y sed,
y así, para la eternidad,
el amor y la voluptuosidad se perpetúan.
Si los que ayunan
lo hubiesen saboreado solo una vez
lo abandonarían todo
para venir a sentarse con nosotros
a la mesa servida y nunca vacía
del ferviente deseo.
Y de ese modo reconocerían
la inagotable plenitud del amor,
y celebrarían la consumación
del cuerpo y de la sangre.
Himnos a la noche
1 – ¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama…
¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama,
por encima de todas las maravillas del espacio que lo envuelve,
a la que todo lo alegra, la Luz
–con sus colores, sus rayos y sus ondas; su dulce omnipresencia–,
cuando ella es el alba que despunta?
Como el más profundo aliento de la vida
la respira el mundo gigantesco de los astros,
que flotan, en danza sin reposo, por sus mares azules,
la respira la piedra, centelleante y en eterno reposo,
la respira la planta, meditativa, sorbiendo la vida de la Tierra,
y el salvaje y ardiente animal multiforme,
pero, más que todos ellos, la respira el egregio Extranjero,
de ojos pensativos y andar flotante,
de labios dulcemente cerrados y llenos de música.
Lo mismo que un rey de la Naturaleza terrestre,
la Luz concita todas las fuerzas a cambios innúmeros,
ata y desata vínculos sin fin, envuelve todo ser de la Tierra con su imagen celeste.
Su sola presencia abre la maravilla de los imperios del mundo.
Pero me vuelvo hacia el valle,
a la sacra, indecible, misteriosa Noche.
Lejos yace el mundo –sumido en una profunda gruta–
desierta y solitaria es su estancia.
Por las cuerdas del pecho sopla profunda tristeza.
En gotas de rocío quiero hundirme y mezclarme con la ceniza.
–Lejanías del recuerdo, deseos de la juventud, sueños de la niñez,
breves alegrías de una larga vida,
vanas esperanzas se acercan en grises ropajes,
como niebla del atardecer tras la puesta del Sol–.
En otros espacios abrió la Luz sus bulliciosas tiendas.
¿No tenía que volver con sus hijos,
con los que esperaban su retorno con la fe de la inocencia?
¿Qué es lo que, de repente, tan lleno de presagios, brota
en el fondo del corazón y sorbe la brisa suave de la melancolía?
¿Te complaces también en nosotros, Noche obscura?
¿Qué es lo que ocultas bajo tu manto, que, con fuerza invisible, toca mi alma?
Un bálsamo precioso destila de tu mano,
como de un haz de adormideras.
Por ti levantan el vuelo las pesadas alas del espíritu.
Obscuramente, inefablemente nos sentimos movidos
–alegre y asustado, veo ante mí un rostro grave,
un rostro que dulce y piadoso se inclina hacia mí,
y, entre la infinita maraña de sus rizos,
reconozco la dulce juventud de la Madre–.
¡Qué pobre y pequeña me parece ahora la Luz!
¡Qué alegre y bendita la despedida del día!
Así, sólo porque la Noche aleja de ti a tus servidores,
por esto sólo sembraste en las inmensidades del espacio las esferas luminosas,
para que pregonaran tu omnipotencia –tu regreso– durante el tiempo de tu ausencia.
Más celestes que aquellas centelleantes estrellas
nos parecen los ojos infinitos que abrió la Noche en nosotros.
Más lejos ven ellos que los ojos blancos y pálidos de aquellos incontables ejércitos
–sin necesitar la Luz,
ellos penetran las honduras de un espíritu que ama–
y esto llena de indecible delicia un espacio más alto.
Gloria a la Reina del mundo,
a la gran anunciadora de Universos sagrados,
a la tuteladora del Amor dichoso
–ella te envía hacia mí, tierna amada, dulce y amable Sol de la Noche–
ahora permanezco despierto
–porque soy Tuyo y soy Mío *–
tú me has anunciado la Noche: ella es ahora mi vida
–tú me has hecho hombre–
que el ardor del espíritu devore mi cuerpo,
que, convertido en aire, me una y me disuelva contigo íntimamente
y así va a ser eterna nuestra Noche de bodas.
Himnos a la noche
2 – ¿Tiene que volver siempre la mañana?…
¿Tiene que volver siempre la mañana?
¿No acabará jamás el poder de la Tierra?
Siniestra agitación devora las alas de la Noche que llega.
¿No va a arder jamás para siempre la víctima secreta del Amor?
Los días de la Luz están contados;
pero fuera del tiempo y del espacio está el imperio de la Noche.
–El Sueño dura eternamente. Sagrado Sueño.–
No escatimes la felicidad
a los que en esta jornada terrena se han consagrado a la Noche.
Solamente los locos te desconocen, y no saben del Sueño,
de esta sombra que tu, compasiva,
en aquel crepúsculo de la verdadera Noche
arrojas sobre nosotros.
Ellos no te sienten en las doradas aguas de las uvas,
en el maravilloso aceite del almendro
y en el pardo jugo de la adormidera.
Ellos no saben que tú eres
la que envuelves los pechos de la tierna muchacha
y conviertes su seno en un cielo,
ellos ni barruntan siquiera
que tú,
viniendo de antiguas historias,
sales a nuestro encuentro abriéndonos el Cielo
y trayendo la llave de las moradas de los bienaventurados,
de los silenciosos mensajeros de infinitos misterios.
Himnos a la noche
3 – Antaño…
Antaño,
cuando yo derramaba amargas lágrimas;
cuando, disuelto en dolor, se desvanecía mi esperanza;
cuando estaba en la estéril colina,
que, en angosto y obscuro lugar albergaba la imagen de mí
–solo, como jamás estuvo nunca un solitario,
hostigado por un miedo indecible–
sin fuerzas, pensamiento de la miseria sólo.
Cuando entonces buscaba auxilio por un lado y por otro
–avanzar no podía, retroceder tampoco–
y un anhelo infinito me ataba a la vida apagada que huía:
entonces, de horizontes lejanos azules
–de las cimas de mi antigua beatitud–,
llegó un escalofrío de crepúsculo,
y, de repente, se rompió el vínculo del nacimiento,
se rompieron las cadenas de la Luz.
Huyó la maravilla de la Tierra, y huyó con ella mi tristeza
–la melancolía se fundió en un mundo nuevo, insondable
ebriedad de la Noche, Sueño del Cielo–,
tú viniste sobre mí
el paisaje se fue levantando dulcemente;
sobre el paisaje, suspendido en el aire, flotaba mi espíritu,
libre de ataduras, nacido de nuevo.
En nube de polvo se convirtió la colina,
a través de la nube vi los rasgos glorificados de la Amada
–en sus ojos descansaba la eternidad–.
Cogí sus manos. y las lágrimas se hicieron un vínculo
centelleante, indestructible.
Pasaron milenios huyendo a la lejanía, como huracanes.
Apoyado en su hombro lloré;
lloré lágrimas de encanto para la nueva vida.
–Fue el primero, el único Sueño.–
Y desde entonces,
desde entonces sólo,
siento una fe eterna. una inmutable confianza en el Cielo de la Noche,
y en la Luz de este Cielo: la Amada.
Himnos a la noche
4 – Ahora sé cuándo será la última mañana…
Ahora sé cuándo será la última mañana
–cuándo la Luz dejará de ahuyentar la Noche y el Amor–
cuándo el sueño será eterno y será solamente Una Visión inagotable,
un Sueño.
Celeste cansancio siento en mí:
larga y fatigosa fue mi peregrinación al Santo Sepulcro, pesada, la cruz.
La ola cristalina,
al sentido ordinario imperceptible,
brota en el obscuro seno de la colina,
a sus pies rompe la terrestre corriente,
quien ha gustado de ella,
quien ha estado en el monte que separa los dos reinos
y ha mirado al otro lado, al mundo nuevo, a la morada de la Noche
–en verdad–, éste ya no regresa a la agitación del mundo,
al país en el que anida la Luz en eterna inquietud.
Arriba se construyen cabañas, cabañas de paz,
anhela y ama, mira al otro lado,
hasta que la más esperada de todas las horas le hace descender
y le lleva al lugar donde mana la fuente,
sobre él flota lo terreno,
las tormentas lo llevan de nuevo a la cumbre,
pero lo que el toque del Amor santificó
fluye disuelto por ocultas galerías,
al reino del más allá,
donde, como perfumes,
se mezcla con los amados que duermen en lo eterno.
Todavía despiertas,
viva Luz,
al cansado y le llamas al trabajo
–me infundes alegre vida–
pero tu seducción no es capaz de sacarme
del musgoso monumento del recuerdo.
Con placer moveré mis manos laboriosas,
miraré a todas partes adonde tú me llames
–glorificaré la gran magnificencia de tu brillo–,
iré en pos, incansable, del hermoso entramado de tus obras de arte
–contemplaré la sabia andadura de tu inmenso y luciente reloj–,
escudriñaré el equilibrio de las fuerzas
que rigen el maravilloso juego de los espacios, innúmeros, con sus tiempos.
Pero mi corazón, en secreto,
permanece fiel a la Noche,
y fiel a su hijo, el Amor creador.
¿Puedes tú ofrecerme un corazón eternamente fiel?
¿Tiene tu Sol ojos amorosos que me reconozcan?
¿Puede mi mano ansiosa alcanzar tus estrellas?
¿Me van a devolver ellas el tierno apretón y una palabra amable?
¿Eres tu quien la ha adornado con colores y un leve contorno,
o fue Ella la que ha dado a tus galas un sentido más alto y más dulce?
¿Qué deleite, qué placer ofrece tu Vida
que suscite y levante los éxtasis de la muerte?
¿No lleva todo lo que nos entusiasma el color de la Noche?
Ella te lleva a ti como una madre y tú le debes a ella todo tu esplendor.
Tú te hubieras disuelto en ti misma,
te hubieras evaporado en los espacios infinitos,
si ella no te hubiera sostenido,
no te hubiera ceñido con sus lazos para que naciera en ti el calor
y para que, con tus llamas, engendraras el mundo.
En verdad, yo existía antes de que tú existieras,
la Madre me mandó, con mis hermanos,
a que poblara el mundo,
a que lo santificara por el Amor,
para que el Universo se convirtiera
en un monumento de eterna contemplación
–me mandó a que plantara en él flores inmarcesibles–.
Pero aún no maduraron estos divinos pensamientos.
–Son pocas todavía las huellas de nuestra revelación.–
Un día tu reloj marcará el fin de los tiempos,
cuando tú seas una como nosotros,
y, desbordante de anhelo y de fervor,
te apagues y te mueras.
En mí siento llegar el fin de tu agitación
–celeste libertad, bienaventurado regreso–.
Mis terribles dolores me hacen ver que estás lejos todavía de nuestra patria;
veo que te resistes al Cielo, magnífico y antiguo.
Pero es inútil tu furia y tu delirio.
He aquí, levantada, la Cruz, la Cruz que jamás arderá
–victorioso estandarte de nuestro linaje–.
Camino al otro lado,
y sé que cada pena
va a ser el aguijón
de un placer infinito.
Todavía algún tiempo,
y seré liberado,
yaceré embriagado
en brazos del Amor.
La vida infinita
bulle dentro de mí:
de lo alto yo miro,
me asomo hacia ti.
En aquella colina
tu brillo palidece,
y una sombra te ofrece
una fresca corona.
¡Oh, Bienamada, aspira
mi ser todo hacia ti;
así podré amar,
así podré morir.
Ya siento de la muerte
olas de juventud:
en bálsamo y en éter
mi sangre se convierte.
Vivo durante el día
lleno de fe y de valor,
y por la Noche muero
presa de un santo ardor.
Himnos a la noche
5 – Sobre los amplios linajes del hombre reinaba…
Sobre los amplios linajes del hombre reinaba,
hace siglos, con mudo poder,
un destino de hierro:
Pesada, obscura venda envolvía su alma temerosa.
La tierra era infinita, morada y patria de los dioses.
Desde la eternidad estuvo en pie su misteriosa arquitectura.
Sobre los rojos montes de Oriente, en el sagrado seno de la mar,
moraba el Sol, la Luz viva que todo lo inflama.
Un viejo gigante * llevaba en sus hombros el mundo feliz.
Encerrados bajo las montañas yacían los hijos primeros de la madre Tierra.
Impotentes en su furor destructor contra la nueva y magnífica estirpe de Dios
y la de sus allegados, los hombres alegres.
La sima obscura y verde del mar, el seno de una diosa.
En las grutas cristalinas retozaba un pueblo próspero y feliz.
Ríos y árboles, animales y flores tenían sentido humano.
Dulce era el vino, servido por la plenitud visible de los jóvenes,
un dios en las uvas,
una diosa, amante y maternal,
creciendo hacia el cielo en plenitud y el oro de la espiga,
la sagrada ebriedad del Amor, un dulce culto a la más bella de las diosas,
eterna, polícroma fiesta de los hijos del cielo y de los moradores de la Tierra,
pasaba, rumorosa, la vida,
como una primavera, a través de los siglos.
Todas las generaciones veneraban con fervor infantil la tierna llama,
la llama de mil formas, como lo supremo del mundo.
Un pensamiento sólo fue, una espantosa imagen vista en sueños.
Terrible se acercó a la alegre mesa,
y envolvió el alma en salvaje pavor;
ni los dioses supieron consolar
el pecho acongojado de tristeza.
Por sendas misteriosas llegó el Mal;
a su furor fue inútil toda súplica,
Era la muerte, que el bello festín
interrumpía con dolor y lágrimas.
Entonces, separado para siempre
de lo que alegra aquí el corazón,
lejos de los amigos, que en la Tierra
sufren nostalgia y dolores sin fin,
parecía que el muerto conocía
sólo un pesado sueño, una lucha impotente.
La ola de la alegría se rompió
contra la roca de un tedio infinito.
Espíritu osado y ardiente sentido,
el hombre embelleció la horrible larva;
un tierno adolescente apaga la Luz y duerme,
dulce Tierra, como viento en el arpa,
el recuerdo se funde en los ríos de sombra,
la poesía cantó así nuestra triste pobreza,
pero quedaba el misterio de la Noche eterna,
el grave signo de un poder lejano.
A su fin se inclinaba el viejo mundo.
Se marchitaba el jardín de delicias de la joven estirpe
–arriba, al libre espacio, al espacio desierto, aspiraban los hombres subir,
los que ya no eran niños, los que iban creciendo hacia su edad madura.
Huyeron los dioses, con todo su séquito.
Sola y sin vida estaba la Naturaleza.
Con cadena de hierro ató el árido número y la exacta medida.
Como en polvo y en brisas se deshizo
en obscuras palabras la inmensa floración de la vida.
Había huido la fe que conjura y la compañera de los dioses,
la que todo lo muda, la que todo lo hermana:
la Fantasía.
Frío y hostil soplaba un viento del Norte sobre el campo aterido,
y el país del ensueño, la patria entumecida por el frío, se levantó hacia el éter.
Las lejanías del cielo se llenaron de mundos de Luz.
Al profundo santuario, a los altos espacios del espíritu,
se retiró con sus fuerzas el alma del mundo,
para reinar allí hasta que despuntara la aurora de la gloria del mundo.
La Luz ya no fue más la mansión de los dioses,
con el velo de la Noche se cubrieron.
Y la Noche fue el gran seno de la revelación,
a él regresaron los dioses, en él se durmieron,
para resurgir, en nuevas y magníficas figuras, ante el mundo transfigurado.
En el pueblo, despreciado por todos, madurado temprano,
extraño tercamente a la beata inocencia de su juventud,
apareció, con rostro nunca visto, el mundo nuevo
–en la poética cueva de la pobreza–.
Un Hijo de la primera Virgen y Madre,
de un misterioso abrazo el infinito fruto.
Rico en flor y en presagios, el saber de Oriente
reconoció el primero el comienzo de los nuevos tiempos.
Una estrella le señaló el camino que llevaba a la humilde cuna del Rey.
En nombre del Gran Futuro le rindieron vasallaje:
esplendor y perfume, maravillas supremas de la Naturaleza.
Solitario, el corazón celestial se desplegó en un cáliz de omnipotente Amor,
vuelto su rostro al gran rostro del Padre,
recostado en el pecho, rico en presagios y dulces esperanzas, de la Madre
amorosamente grave.
Con ardor que diviniza,
los proféticos ojos del Niño en flor
contemplaban los días futuros; miraba
a sus amados, los retoños de su estirpe divina,
sin temer por el destino terrestre de sus días.
Muy pronto, extrañamente conmovidos por un íntimo Amor,
se reunieron en torno a él los espíritus ingenuos y sencillos.
Como flores,
germinaba una nueva y extraña vida a la vera del Niño.
Insondables palabras, el más alegre de los mensajes, caían,
como centellas de un espíritu divino, de sus labios amables.
De costas lejanas,
bajo el cielo sereno y alegre de Héllade
llegó a Palestina un cantor, y entregó su corazón entero al Niño del Milagro:
Tú eres el adolescente que desde hace tiempo
estás pensando, sobre nuestras tumbas:
un signo de consuelo en las tinieblas
–alegre comenzar de un nuevo hombre–.
Lo que nos hunde en profunda tristeza
en un dulce anhelar se nos lleva:
la Muerte nos anuncia eterna Vida,
Tú eres la Muerte, y sólo Tú nos salvas.
Lleno de alegría,
partió el cantor hacia Indostán
–ebrio su corazón de dulce Amor–;
y esparció la noticia con ardientes canciones bajo aquel dulce cielo,
y miles de corazones se inclinaron hacia él,
y el alegre mensaje en mil ramas creció.
El cantor se marchó,
y la vida preciosa fue víctima pronto de la honda caída del hombre.
Murió en sus años mozos,
arrancado del mundo que amaba,
de su madre, llorosa, y los amigos, medroso.
El negro cáliz de indecibles dolores
tuvieron que apurar sus labios amorosos.
Entre angustias terribles llegaba la hora del parto del mundo nuevo.
Libró duro combate con el espanto de la vieja muerte,
–grande era el peso del viejo mundo sobre él–.
Una vez más volvió a mirar a su madre con afecto
–y llegó entonces la mano que libera,
la dulce mano del eterno Amor–,
y se durmió en la eternidad.
Por unos días, unos pocos tan sólo,
cayó un profundo velo sobre el mar rugiente y la convulsa Tierra
–mil lágrimas lloraron los amados–,
cayó el sello del misterio
–espíritus celestes levantaron la piedra,
la vieja losa de la obscura tumba–.
Junto al durmiente
–moldeados dulcemente por sus sueños–
estaban sentados ángeles.
En nuevo esplendor divino despertado
ascendió a las alturas de aquel mundo nacido de nuevo,
con sus propias manos sepultó el viejo cadáver en la huesa que había abandonado
y, con mano omnipotente, colocó sobre ella una losa que ningún poder levanta.
Tus amados aún lloran lágrimas de alegría, lágrimas de emoción, de gratitud infinita,
junto a tu sepulcro –sobrecogidos de alegría, te ven aún resucitar–
y se ven a sí mismos resucitar contigo;
te ven llorar, con dulce fervor, en el pecho feliz de la Madre;
pasear, grave, con los amigos;
decir palabras que parecen arrancadas del Árbol de la Vida;
te ven correr anhelante a los brazos del Padre,
llevando contigo la nueva Humanidad,
el cáliz inagotable del dorado Futuro.
La Madre corrió pronto hacia ti –en triunfo celeste–.
Ella fue la primera que estuvo contigo en la nueva patria.
Largo tiempo transcurrió desde entonces,
y en creciente esplendor se agitó tu nueva creación
–y miles de hombres siguieron tus pasos:
dolores y angustias, la fe y la añoranza les llevaron confiados tras ti–
contigo y la Virgen celeste caminan por el reino del Amor
–servidores del templo de la muerte divina, tuyos para la Eternidad–.
Se levantó la losa.
–Resucitó la Humanidad.–
Tuyos por siempre somos,
no sentimos ya lazos.
Huye la amarga pena
ante el cáliz de Oro,
Vida y Tierra cedieron
en la última Cena.
La muerte llama a bodas.
–Con Luz arden las lámparas.–
Las vírgenes ya esperan
–no va a faltar aceite–.
Resuene el horizonte
del cortejo que llega,
nos hablen las estrellas
con voz y acento humanos.
A ti, mil corazones,
María, se levantan.
En esta vida en sombras
te buscan sólo a ti.
La salud de ti esperan
con gozo y esperanza,
si tú, Santa María,
a tu pecho les llevas.
Cuántos se consumieron
en amargos tormentos,
y, huyendo de este mundo,
volvieron hacia ti,
Ellos son nuestro auxilio
en penas y amarguras,
vamos ahora a ellos,
para ser allí eternos.
Nadie que crea y ame
llorará ante una tumba:
el Amor, dulce bien,
nadie le robará.
–Su nostalgia mitiga
la ebriedad de la Noche.–
Fieles hijos del Cielo
velan su corazón.
Con tal consuelo avanza
la vida hacia lo eterno;
un fuego interno ensancha
y da Luz a nuestra alma;
una lluvia de estrellas
se hace vino de vida,
beberemos e él
y seremos estrellas.
El Amor se prodiga:
ya no hay separación.
La vida, llena, ondea
como un mar infinito;
una Noche de gozo
–un eterno poema–
y el Sol, el Sol de todos,
será el rostro de Dios.
Himnos a la noche
6 – Nostalgia de la muerte
Descendamos al seno de la Tierra,
dejemos los imperios de la Luz;
el golpe y el furor de los dolores
son la alegre señal de la partida.
Veloces, en angosta embarcación,
a la orilla del Cielo llegaremos.
Loada sea la Noche eterna;
sea loado el Sueño sin fin.
El día, con su Sol, nos calentó,
una larga aflicción nos marchitó.
Dejó ya de atraernos lo lejano,
queremos ir a la casa del Padre.
¿Qué haremos, pues, en este mundo,
llenos de Amor y de fidelidad?
El hombre abandonó todo lo viejo;
ahora va a estar solo y afligido.
Quien amó con piedad el mundo pasado
no sabrá ya qué hacer en este mundo.
Los tiempos en que aún nuestros sentidos
ardían luminosos como llamas;
los tiempos en que el hombre conocía
el rostro y la mano de su padre;
en que algunos, sencillos y profundos,
conservaban la impronta de la Imagen.
Los tiempos en que aún, ricos en flores,
resplandecían antiguos linajes;
los tiempos en que niños, por el Cielo,
buscaban los tormentos y la muerte;
y aunque reinara también la alegría,
algún corazón se rompía de Amor.
Tiempos en que, en ardor de juventud,
el mismo Dios se revelaba al hombre
y consagraba con Amor y arrojo
su dulce vida a una temprana muerte,
sin rechazar angustias y dolores,
tan sólo por estar a nuestro lado.
Medrosos y nostálgicos los vemos,
velados por las sombras de la Noche;
jamás en este mundo temporal
se calmará la sed que nos abrasa.
Debemos regresar a nuestra patria,
allí encontraremos este bendito tiempo.
¿Qué es lo que nos retiene aún aquí?
Los amados descansan hace tiempo.
En su tumba termina nuestra vida;
miedo y dolor invaden nuestra alma.
Ya no tenemos nada que buscar
–harto está el corazón–, vacío el mundo.
De un modo misterioso e infinito,
un dulce escalofrío nos anega,
como si de profundas lejanías
llegara el eco de nuestra tristeza:
¿Será que los amados nos recuerdan
y nos mandan su aliento de añoranza?
Bajemos a encontrar la dulce Amada,
a Jesús, el Amado, descendamos.
No temáis ya: el crepúsculo florece
para todos los que aman, para los afligidos.
Un sueño rompe nuestras ataduras
y nos sumerge en el seno del Padre.