Cantares

 

La soledad voy buscando,
y yo no puedo encontrarla:
en mi soledad más grande
siempre el dolor me acompaña.

Con la risa de mis labios
voy ocultando mis penas;
porque he visto que en el mundo
nadie al que sufre se acerca.

Mi nombre escribí en la arena,
y lo borraron las olas:
¿serán de arena las almas
donde el cariño se borra?

Voy andando, voy andando,
y atrás los ojos volviendo;
que no he de volver a hallarme
lo que en el camino dejo.

Dicen que la vida es sueño,
y todos quieren soñar:
sueño yo cosas tan tristes,
que quisiera despertar.

Mis pensamientos son nubes,
y mi corazón es hielo;
mis penas son tempestades,
por que es mi vida el invierno.

Yo no quisiera cantar,
y llorar tampoco quiero,
y el que no canta ni llora
es que vive como muerto.

¡Aquí escribió juramentos
y promesas escribió!
¡Lo que conserva un papel
se borra de un corazón!

Por no perder la costumbre
voy a escribir una copla;
que una copla es la compaña
del alma que vive sola.

En el mar de la esperanza
eché la red del cariño,
y la saqué cargadita
de desengaños y olvido.

Ya no cantaré más coplas,
si no las quieres oír;
que es razón que mis penitas
queden sólo para mí.

El amor, ya sumiso, ya inhumano

 

El amor, ya sumiso, ya inhumano,
a caprichosas leyes se somete:
si es la mujer coqueta, es su juguete;
si tiene corazón, es su tirano.

La mujer y la flor son dos hermanas,
por la belleza y la desgracia unidas,
que suelen dar su aroma y dar sus vidas
a ingrato corazón o auras livianas.

¡Santa inocencia, aurora de la vida!
Al despertar la niña sonriente,
su risa alegra, como el sol naciente,
el dulce hogar donde el amor anida.

Entre naranjos y entre palmeras
las sevillanas cruzan ligeras,
la onda de encaje sobre la sien;
y con el aire de sus andares
se van cayendo los azahares,
formando alfombra para sus pies.

Hojas caídas

 

A los primeros vientos del Otoño
las amarillas hojas se columpian
entre los huecos que dejó el follaje
al perder su verdor y su espesura.
Y van cayendo; ráfagas ligeras
del árbol las desprenden una a una,
o en recia sacudida
hienden el aire como espesa lluvia.

El suelo cubren cual crujiente alfombra;
las pisa planta ruda,
y parece que exhalan un gemido
al verse holladas en la tierra dura.
¡Ellas, antes mecidas por las auras,
besadas por el sol y por la luna
en la alta copa que adornó el espacio
como oscilante cúpula;
ellas, que, en juventud, al árbol dieron
su pompa y hermosura,
y abrigaron cual madres cariñosas,
la flor temprana, la naciente fruta;
ellas, que dieron sombra al caminante
y al ave blanda cuna,
y a los desiertos campos sus rumores,
y a los cálidos aires su frescura!

Mas llegó la vejez, llegó el invierno,
y pálidas y mustias,
como tristes despojos de la vida
las llevará del huracán la furia.
Ya giran en revuelto remolino,
se alejan o se juntan,
y al hallar un momento de reposo,
se despiden, quizás por la vez última.
No verán más sus árboles queridos:
ya el aire las empuja,
y revolando irán, lejos, muy lejos,
¡para no volver nunca!

¿Adonde, adonde irán? En varia suerte,
del viento esclavas, por distintas rutas,
y en rápido tropel luego esparcidas,
caminarán a su ignorada tumba.
Subirán unas a la enhiesta cumbre,
bajarán otras a la sima obscura;
a unas arrastrará raudo el torrente,
otras irán del mar en las espumas,
y en las aguas perdidas, o en el polvo,
no dejarán al fin huella ninguna.
¡Pobres hojas caídas,
os miro con piedad y con angustia;
vuestro fin lastimoso me presenta
del humano existir la copia justa!
También somos los seres
débiles hojas que el destino impulsa,
y arrastran las pasiones
por sendas varias, entre horribles luchas.

Al cerrar para siempre nuestros ojos
a la luz de ese sol que nos alumbra,
nuestro fin es igual, ¡oh pobres hojas!:
desparecer… morir… no volver nunca.

La vida

 

Primero la niñez dulce y serena,
sin inquietud ni pena,
resbalando entre juegos y sonrisas:
¡puro y naciente albor, fresco capullo,
indescifrable arrullo
de hojas y ramas, pájaros y brisas!

Feliz después, la juventud despierta,
como la flor abierta,
y perfuma el amor los corazones:
¡ardiente claridad, fijo deseo;
misterioso aleteo
de sueños, de esperanzas, de ilusiones!

Luego, la ancianidad, triste y sombría,
como nublado día,
entre recuerdos al sepulcro marcha;
¡sombra crepuscular, seco ramaje,
tristísimo paraje
de olvido y muerte, lobreguez y escarcha!

Madre y fiera

 

A su ley te rindió Naturaleza,
de la pasión irresistible al grito,
y huyes del mundo, juez de tu delito,
a ocultar tu desdicha y tu flaqueza.
Un inocente que a vivir empieza,
sin nombre, sin hogar, quizás maldito,
yerto y temblando, cual jazmín marchito,
sobre tu pecho inclina su cabeza.
Reanímale al calor de tus abrazos;
que si es acusador de tu caída,
tu alma sujeta con amantes lazos;
y en tu misión augusta, ennoblecida,
sufriendo por su amor, desde sus brazos
puedes volver al mundo redimida.

De la Virtud y del deber el ruego
halló tu corazón débil y frío;
más de liviano amor el desvarío
le encontró, por tu mal, esclavo ciego.
Y recibes con ira y con despego
al débil ser que acusa tu extravío,
y lo desprendes de tu pecho impío,
y al ignorado azar lo arrojas luego.
Para olvidar cuanto el honor merece
invocaste ese amor, y hoy no te grita
que es vida de tu vida el que perece.
La clemencia de Dios, aunque infinita,
ante culpa tan vil desaparece:
para ti no hay perdón, estás maldita.

Nació una flor al pie de unas ruinas

 

Nació una flor al pie de unas ruinas
donde no la vio nadie:
el sol no más, desde su eterna altura,
supo que aquella flor vivió una tarde.

Así fue mi destino; vegetando
en la aridez de amargas soledades,
oculta en su dolor, vive mi alma.
¡Dios sólo de ella sabe!

Ofrenda de infortunios y dolores

 

Ofrenda de infortunios y dolores
el destino dejó sobre mi cuna:
no me brindó sus dones la fortuna,
y el amor me dio espinas, nunca flores.

Me hirió la ingratitud de los traidores,
a los que el alma abrí, sin sombra alguna;
vi prendas adoradas, una a una,
sucumbir de la muerte a los fulgores.

Ya nada a mi alrededor en pie subsiste,
y vivo como el árbol sin ramaje
que carcomido y solitario existe.

Y al fin, cayendo en lúgubre paraje,
mis pobres restos, en olvido triste,
descansarán de su fatal viaje.

¡Paz, Año Nuevo!

 

Ven, Año Nuevo, y sobre Europa ondea
la blanca enseña de la paz bendita:
del fiero encono, que a la lucha excita,
no más el mundo los horrores vea.

Caiga extinguida la incendiaria tea
que alza soberbia la ambición maldita,
y únanse pueblos, que el rencor agita,
con lazo fraternal que eterno sea.

Gime la tierra de la sangre al riego
bajo el tronante vendaval de fuego
que extermina a los míseros humanos.

Ven, y recuerda al hombre empedernido
la palabra de Dios, que está en olvido;
su palabra de amor: Todos hermanos .

¡Qué malo es el mundo!

 

¡Qué malo es el mundo,
qué triste es la vida
para aquellas almas que van por la tierra,
solitas… solitas…!

Si adonde fuera mi nombre
fuera la felicidad,
¡qué contenta me pondría
cuando firmo una postal!

Es una madre el ángel amoroso
que cuida con desvelo nuestra infancia:
si lloramos, el ángel del consuelo;
si dormimos, el ángel de la guarda.

¡Recuerdos de mi infancia venturosa!
Yo también me dormía
con besos de mi madre cariñosa…
¡Oh dulce sombra de la madre mía!
Acoge el pensamiento que te envío:
en sus hojas obscuras,
encontrarás mi llanto, cual rocío;
la huella de mis hondas amarguras;
algo que vive entre las muertas glorias;
mi amistad, siempre fiel y sin desvío;
de nuestra edad feliz dulces memorias,
y el grato aroma del recuerdo mío.

En la triste aridez del alma mía,
sólo brotan las flores del recuerdo:
por cada bien que pierdo
nace una flor obscura cada día.
Entre ellas, una ostenta más preciada
sus pétalos lucientes:
es la de mi amistad, nunca olvidada,
la que guarda su aroma a los ausentes.

En mi vida de dolor,
en la que todo lo pierdo,
sólo me queda una flor:
la triste flor del recuerdo,
que yo cuido con amor.
Mi llanto le da rocío,
mi constancia lozanía;
y esa es la flor que te envío
cual prenda del alma mía
que a tus cuidados confío.

No hay ninguna que le iguale,
y pregunta el extranjero
si es la feria de Sevilla,
o si es la feria del cielo.

Primavera de la vida,
risas, juego, sol y flores;
luego el invierno sombrío,
árbol seco, triste noche.

Safo

 

Una mujer, como visión o hada,
en la roca de Léucades se agita;
retrátase en su faz pena infinita,
la desesperación en su mirada.

Es Safo, la poetisa enamorada
que el arpa hiere con doliente cuita,
y en su última canción llora y palpita
la pasión infeliz y desdeñada.

Tú fuiste, oh mar, de su dolor testigo,
y en tu seno aquel cuerpo recibiste,
que al sacro numen y al amor dio abrigo.

Así, en tu inmensidad tumba le diste;
en tus amargas olas, llanto amigo,
y en tu eterno rumor, funeral triste.

Tú eres altar de mi cariño santo

 

Tú eres altar de mi cariño santo;
tú el solo bien de la existencia mía;
tú eres el astro que su luz me envía;
tu quien inspira mi amoroso canto.

Tú eres del alma misterioso encanto;
tú eres del corazón dulce alegría;
tú eres la estrella que mis pasos guía;
tú eres consuelo de mi atroz quebranto.

Tú eres la gloria donde nunca llego;
tú eres el mar do naufragó mi calma;
tú eres el rayo que encendió mi fuego,

Tú quien me diste del sufrir la palma;
tú a quien adoro, y si el amor es ciego,
tú eres la sola luz que ve mi alma.

Un libro

 

Tejieron en tu honor, hermano mío,
consagrados afectos bienhechores,
esta corona de admirables flores,
para librarlas de abandono impío.

Les dio tu numen mágico atavío;
tu sentimiento, aromas y colores;
el hondo manantial de mis dolores
les dará de mis lágrimas recio.

Esta ofrenda el cariño te destina:
el libro en que tu espíritu se siente
que tu genio altísimo ilumina.

Si, en larga noche, mi pensar doliente
sobre sus hojas mi cabeza inclina,
tu alma querida besará mi frente.

A la memoria de la Srta. María Montoto de Sedas

 

Era ayer juventud llena de encanto,
hermosura, bondad, inteligencia;
hoy, polvo nada más, que la conciencia
contempla muda en angustioso espanto.

Trueca el destino en fúnebre quebranto
el caro bien cifrado en su existencia,
y ojos que hallaban luz en su presencia
ciega la obscuridad y abrasa el llanto.

Pasó por esta tierra de tristura
breve mañana, como flor preciosa,
cual paloma sin mancha en su blancura.

En su eternal ausencia dolorosa,
deja de su recuerdo la dulzura,
de su virtud la estela luminosa.

Carta triste

 

Querida amiga del alma:
Tu carta llegó a mis manos
esta tarde, y el momento
de contestar no retardo,
agradeciendo el cariño
que me muestras en tus párrafos;
y tomo la torpe pluma
y el papel, de luto orlado,
que cual generoso amigo,
a quien no se acude en vano,
para mis negras ideas
me ofrece su fondo blanco.

De mi silencio al quejarte
justas tus razones hallo;
pero el dolor que me embarga
es tan hondo y pesa tanto,
que no siempre halla camino
para subir a mis labios.
Me pierdo en la pena mía
como en el mar pobre náufrago;
y en el aislamiento lloro,
recuerdo, medito y callo;
y hay voces en mi silencio,
y caricias en mi llanto,
que entienden y que recogen
las almas con que yo hablo.

De la dulce madre mía
pronuncio el nombre adorado,
y en su recuerdo me abismo,
y en mi delirio la llamo,
cuando no han de responderme
yertos y mudos sus labios;
cuando sus ojos dormidos
con sueño profundo y largo,
no verán las soledades
que a mi pecho dan espanto.

¡Ay, mi madre idolatrada,
ay del hogar solitario!
¡Ay del alma que va sola
por la tierra vegetando,
triste huérfana de amores
que llora su desamparo;
que están mis amores muertos
y vivo para llorarlos;
y sueño con otra vida,
con un amor, ignorado
que la muerte no me robe,
ni acabe el olvido ingrato;
sueño en un hogar tranquilo,
del mundo odioso alejado,
donde todas las heridas
cura inagotable bálsamo,
bálsamo de paz y olvido;
que ese hogar tan deseado
es el último que ofrece
al cuerpo reposo grato:
es un humilde sepulcro,
al de mi madre cercano,
que la luna a un tiempo mismo
baña con destello pálido,
y en las tormentas de invierno
alumbra un mismo relámpago.

Perdona, amiga del alma,
si llego a afligir tu ánimo;
mas ¡qué puede dar el triste,
sino de sus penas algo!

Si porque callo te quejas,
y te quejas porque hablo,
culpa sólo a mi destino,
que, riguroso y tirano,
cerrando al alma horizontes,
sepulcros abrió a mi paso,
y al robarme de mi madre
el amor inmenso y santo,
de mi postrera alegría
apagó el último rayo.

Por eso cada palabra
es una queja en mis labios;
por eso mis pensamientos
corren, en olas de llanto,
hacia las playas ignotas
que al dolor brindan descanso.
Sin duda, para el dichoso
será mi lenguaje extraño;
pero tú también del mundo
recogiste fruto amargo,
y del dolor el idioma
las desgracias te enseñaron.

Por eso el lóbrego abismo
de mi corazón te abro;
que con quien no ha de entenderme
penas y palabras guardo;
y adiós te digo, cual siempre
digo ¡adiós! a lo que amo;
que de tristes despedidas
mis desdichas se formaron.

¡Adiós! dije a mi esperanza,
a mis sueños, a mis lauros,
y adiós ¡el adiós supremo!
a mis muertos adorados.

Es mi afán tan inmenso por mirarte

 

Es mi afán tan inmenso por mirarte,
que el alma entera por mirarte diera;
más si doy por mirarte el alma entera,
me quedaré sin alma para amarte.

Quisiera aborrecerte y olvidarte;
no conocerte, por mi bien quisiera;
Pues he perdido mi ilusión primera,
y de dolor mi corazón se parte.

Era tu amor el sol que me alumbraba,
y ese sol ocultó nube sombría
que horrorosa tormenta presagiaba.

Por ti no encuentro calma ni alegría,
por ti suspiro si la noche acaba,
y por ti lloro si se aleja el día.

Lágrimas

 

Tiene, así como el cielo su rocío,
su llanto el corazón; lluvia escondida
que al hondo embate del dolor impío
corre de nuestros ojos desprendida.
No sabremos quizá por qué lloramos;
pero si que llorar es nuestra suerte,
y si con llanto el mundo saludamos,
con llanto nos despiden en la muerte.
El suelo del Edén, perdida gloria,
con las primeras lágrimas se quema,
y del pecado en eternal memoria
las hizo Dios de nuestra vida emblema.
Vamos en pos de fúlgida esperanza,
de la ilusión que nos mostró su encanto;
si el triste corazón no las alcanza,
¿qué le resta después? tan sólo el llanto.
Lloramos del destino la inclemencia;
del amor, inquietudes y recelos;
rigores de la muerte, y de la ausencia
miserias, desengaños, desconsuelos.
Que fue el mortal para llorar nacido,
y llora eternamente sus pesares:
el llanto, que en la tierra se ha vertido,
aumentó las corrientes de los mares.
Lágrimas, si, por el dolor creadas,
siempre del hombre compañeras fueron;
del Gólgota en la cima derramadas,
la humanidad culpable redimieron.
Cual la luz de una tarde que declina,
se extingue el bien, si a nuestro paso brota,
y sólo el sufrimiento no termina,
ni el raudal de las lágrimas se agota.
Mudo lenguaje del humano duelo,
no dejarán el mundo en abandono;
su reino desdichado es este suelo,
y el corazón de la mujer su trono.

Mi retrato

 

Ya que por mi biografía
sabes de cierto quien soy,
justo es que te mande hoy,
hecho a pluma, con la mía,

Mi retrato exacto y fiel,
pues no he de hacerme favor:
nada mejor ni peor
de lo que soy pondré en él.

Nunca pinté ni una mona,
y, por lo tanto, no sé
cómo me las compondré
para pintar mi persona.

Como no tengo belleza
que con raras perfecciones
se preste a comparaciones
de varia naturaleza,

Donde mi numen poético
algo pudiera lucir,
no sé cómo describir
mi físico nada estético.

Cantando a sus Dulcineas,
vates de triste figura
bien retratan su hermosura,
pues no aman nunca a las feas;

Y dicen a sus hermosas,
que son de todos metales;
que sus labios son corales,
sus ojos piedras preciosas,

Sus dientes de finas perlas,
y de cabellos de oro:
dueñas son de gran tesoro,
y es natural el quererlas.

Yo no me vi en ese espejo,
pues del Padre celestial
no obtuve tesoro tal,
sino huesos y pellejos;

Por lo cual no hay quien me cante;
y por darte mi retrato,
solita paso el mal rato
para salir adelante.

¿Por donde habré de empezar?
¿Mi estatura? no es enana;
soy delgada, y muestro ufana
cierta elegancia al andar.

El color de mi semblante
clarito aunque no de nieve,
y un sonrosadito leve;
la tez, fina como un guante.
Pequeñas son mis orejas,
y gozo en verlas tan monas;
que he visto a algunas personas
que las tienen como tejas.

De grande no tiene fama
mi boca, ni es muy pequeña,
y nunca fue pedigüeña;
y el que no llora, no mama.

Mi nariz no es un hechizo;
la hubiera querido griega,
pero quizás no me pega,
y Dios sabe lo que hizo.

Mis ojos chiquitos son;
mas de intensas miraditas,
ven las cosas muy claritas
donde no hay buena intención.

No es ancha, en verdad, mi frente;
mas debo decir, sin miedos,
que tengo más de dos dedos,
que no tiene mucha gente.

Mi cabello obscuro y fino,
en que cifré mi cuidado,
buen desengaño me ha dado:
¡tiene canas el indino!

Mi pie, pequeño, también
me suele dar malos ratos,
pues cuando busco zapatos
no hay uno que le esté bien.

¿Mi talle? No es presunción
si digo una cosa extraña:
dos vueltas sólo a una caña
le doy con mi cinturón.

Mis brazos, no los prefiero,
haciéndoles duros cargos;
que es mal que siendo tan largos
no alcancen adonde quiero.

La mano me es más simpática,
y acaso de ella presuma,
pues maneje aguja o pluma,
me parece aristocrática.

Y yo, en fin, de mi exterior
no sé qué más te diría.
Tu dirás si en armonía
está con el interior.

Hay quien pretende que sea
del alma espejo la cara:
la que yo tengo ¿declara
que yo tenga el alma fea?

Mas como en esta cuestión
no puedo ser juez y parte,
mi retrato al enviarte,
dejo a ti la solución.

Y en él, cuando yo esté en gloria,
quedará mi amistad fiel,
y me verás siempre en él,
pidiéndote una memoria.

Ni en la alta cumbre por el sol luciente

 

Ni en la alta cumbre por el sol luciente,
ni en el valle de flores matizado,
ni en el pico de nieves coronado,
ni sobre el cráter del volcán ardiente,

Ni en la ciudad de bulliciosa gente,
ni en el desierto estéril y abrasado,
ni en el mar anchuroso que he cruzado,
ni en el templo en que Dios está presente;

En parte alguna donde el ansia loca
me lleva de olvidarte, lo consigo,
y de Dante el poema mi alma evoca;

pues como aquellos que en atroz
castigo marchan cargados con la enorme roca,
yo tu recuerdo llevaré conmigo.

Plegaria

“Vengo a besar el sacro pavimento
y exhalar, en las horas solitarias,
un suspiro, una lágrima, un acento,
que comprende mi Dios en mis plegarias”.
Juan Arolas Bonet

 

Solo está el templo, silencioso y frío:
en su ámbito sombrío
todo es confuso a la primer mirada:
columnas de labrados capiteles,
cual centinelas fieles,
guardar parece la mansión sagrada.

Traspasa por los huecos ojivales,
policromos cristales,
un rayo temblador del sol poniente,
que en los arcos y altares desmayando,
extinguese besando
del Cristo augusto la divina frente.

De la mano de un ángel suspendida,
la lámpara bruñida
con oscilante luz al Cristo alumbra,
mientras la finge el ánimo medroso
espectro misterioso
de la desierta nave en la penumbra.

Los monjes con sus hábitos obscuros,
pintados en los muros;
los santos en su dulce arrobamiento;
las losas sepulcrales, carcomidas,
sin orden esparcidas
en el viejo y gastado pavimento;

La soledad en que la paz reposa,
al alma religiosa
hablan mejor que el órgano sonoro
y los fulgores que el altar derrama,
reflejando su llama
sobre el rico mantel bordado en oro.

Yo te busco, Señor, en tu Calvario
y en tu Cruz, solitario,
para mostrarte el corazón doliente;
y en tus sagrados pies, que Magdalena
ungió, de piedad llena,
las lágrimas caerán del penitente.

Siguiendo los senderos de la vida,
yo vi mi fe extinguida;
rosas de juventud se marchitaron;
cuanto amé sucumbió; la pena aguda,
la tibieza y la duda
de tus benditas aras me alejaron.

Y hoy vuelvo a Ti mis ojos doloridos,
del llanto enrojecidos,
y el triste corazón desconsolado:
tiende hacia mí, para cerrar su herida,
tu mano bendecida,
y levanta mi espíritu postrado.

Dijiste No matar , y en odio ciego,
bajo el tronante fuego
de máquinas horrendas que exterminan
y en escombros convierten las ciudades,
entre inicuas maldades,
los hombres, los hermanos se asesinan.

¡Piedad, Señor! Piedad para el planeta
que tu mano sujeta
con riendas de luceros rutilantes.
Lloraremos, Señor, nuestros pecados:
tus brazos enclavados,
abiertos nos esperan siempre amantes.

Y los pobres de espíritu, afligidos,
y los arrepentidos
a ti claman: ¡Señor, misericordia!
Del trágico luchar cese el espanto;
alce tu cetro santo
al reino de la paz y la concordia.

Con tus bondades tu criatura sella:
¿por quién, sino por ella,
bajaste al mundo, Redentor sumiso,
y tu sangre purísima vertiste,
y muriendo le abriste
las puertas del cerrado Paraíso?

No sólo para mi tu gracia imploro;
su celestial tesoro
llegue a todos los míseros mortales:
sobre el haz de la tierra extremecida,
por el hierro oprimida,
pasan rugientes genios infernales.

¿Es Caín el que errante por la tierra
hace surgir la guerra
al salpicar la sangre de sus manos,
o es que del hombre el pecho empedernido
ha puesto en el olvido
tu palabra de amor: ¡Todos hermanos!

Descansen todos bajo enseña amiga:
que la dorada espiga
dé a todos de su seno el don fecundo;
broten del bien los puros manantiales,
y tienda, libre de tremendos males,
su red de amor y de justicia el mundo.

No entonces en Calvario luctuoso,
sino en Tabor glorioso
tu eterna Majestad se mostraría;
y adorando tus leyes, la criatura,
que formaste a tu hechura,
de nuevo en el Edén renacería.

Soy ave solitaria que canto en las ruinas

 

Soy ave solitaria que canto en las ruinas;
los vientos me acompañan con lúgubre rumor;
me envuelven en sus velos las húmedas neblinas;
la sombra es mi refugio, mi atmósfera el dolor.

Ya la tarjeta en el hogar se anhela,
pues lleva la expresión de un sentimiento;
un beso del amor que ausente vela;
de la amistad recuerdo que consuela;
del poeta inspirado un pensamiento.

La hermosa juventud todo lo encanta;
es murmurio de fuente cristalina,
flor que perfuma, pájaro que canta,
beso acariciador, sol que ilumina.

¡Belleza y juventud! hermosos dones
que a la mujer da el cielo,
y pueden conquistar los corazones,
mas no siempre la dicha en este suelo.

A Sevilla

 

¡Sevilla! suelo fecundo
lleno de luz y grandeza,
¿qué diré de tu belleza,
que ya no haya dicho el mundo?
Nunca mi afecto profundo
pudo elevarte canciones;
más hoy que, en otras regiones,
de verte la dicha pierdo,
es para mí tu recuerdo
manantial de inspiraciones.

Miré en ti la luz del día,
tus auras diéronme arrullo,
y te nombro y siento orgullo
de llamarte patria mía.
Hoy, que el afán que me guía
lejos de ti me ha lanzado,
tu recuerdo idolatrado
en mi corazón no muere:
¿cómo, quién así te quiere,
pudiera haberte olvidado?

¿Y cómo te he de olvidar,
si a más de lo que te adoro,
en ti he dejado el tesoro
de mi familia y mi hogar?
¿Cómo no habré de soñar
en tu encanto y tu hermosura,
si tiene en ti mi ternura
cuanto es su bien en la tierra?
¿Cómo no, si en ti se encierra
el templo de mi ventura?

Tu sol de fuego encendió
mi juvenil fantasía;
tú cielo, de su poesía
un átomo en mi vertió;
desde niña en mi brotó
de gloria el afán ardiente:
¿cómo hallarla, si mi mente
vierte confusa su idea?
¡No es fácil que nadie vea
lo que hay detrás de mi frente!

No debí tender el vuelo
lejos de mi dulce nido;
mas ya que así lo han querido
la suerte y mi loco anhelo,
mi alma, en continuo desvelo,
recordándote suspira;
el patrio amor que me inspira
es un amor grande y santo:
¡yo te ofrezco el primer canto
que brota aquí de mi lira!

De tu suelo en el vergel
fecunda vida tuvieron
los que el orbe conmovieron
con la pluma y el pincel.
De su gloria el rayo fiel
siempre iluminarte pudo,
y yo sus nombres saludo
en el libro de la historia:
¡viviendo fueron tu gloria,
y muertos serán tu escudo!

En tu mente no derrama
sus sombras estéril sueño;
que hoy muestras glorioso empeño
en acrecentar tu fama.
El genio su ardiente llama
entre tus hijos reparte,
y luchan por conquistarte
lauros de perpetuo brillo:
¡tú coronaste a Murillo,
y a ti te corona el arte!

Lejos tú de la región
donde hoy con dolor se escucha
el grito de horrible lucha
y el estruendo del cañón,
vigorosa inspiración
su sello en tu frente imprime;
y mientras la guerra esgrime
su espada en sangre teñida,
cumples en paz bendecida
tu misión, que es más sublime.

No con vil desconfianza
te entregues al desaliento,
porque es tan noble tu intento
como justa tu esperanza.
Con fe decidida avanza
por la senda en que caminas,
y tal vez, si es que imaginas
dar siempre tan alto ejemplo,
el porvenir te alce un templo
sobre tus propias ruinas.

¡Patria! A pensar y a sentir
en tu recinto empecé,
yo que en la gloria soñé,
fuí por ella a combatir.
Mi frente no ha de ceñir
el laurel de la victoria;
mas aunque olvide la historia
mi nombre desconocido,
si no merezco tu olvido
¿para qué quiero más gloria?

Abrí mi corazón, de amar ansiosa

 

Abrí mi corazón, de amar ansiosa,
a una ilusión, como al nacer el día,
recogiendo las perlas que le envía,
abre su cáliz la purpúrea rosa.

Sobre mi corazón vertió amorosa
mi mágica ilusión luz y alegría,
y de esa luz al resplandor veía
resbalar mi existencia venturosa.

Más la rosa que al alba sonriente
abre su cáliz de frescura lleno,
del sol la abrasa luego el rayo ardiente.

Mi corazón, que de temor ajeno
a una ilusión abrí, luego inclemente
del desengaño lo abrasó el veneno.

Ante unas cartas

 

No ajadas por el tiempo, como el día
en que amor o doblez os escribieron,
os mostráis a mis ojos, que tuvieron
en vosotras su luz y su alegría.

Olvido injusto y esquivez impía
mi pobre corazón rasgar pudieron;
pero yo no os rasgué, que os defendieron
mi fiel cariño y la constancia mía.

Aún guardáis, como restos de ventura,
¡hojas en que mi amor logró su palma!
promesas y palabras de dulzura.

Y diréis siempre a mi dolor sin calma
que en un frágil papel subsiste y dura
lo que tan pronto se borró de un alma

Mercedes de Velilla, Sevilla, 1852-1918

​Soneto al Arte

 

¡Arte! Eres sol espléndido y divino
Que el orbe inundas con destello ardiente:
Por ti vive el pasado en lo presente,
De una edad a otra edad te abres camino.

Siglos sin fin en raudo torbellino
Arrastra el tiempo en su veloz corriente,
Y un espíritu audaz marcha en tu frente
Vencedor de la muerte y el destino.

¡Arte Creador! ¡Cual ráfaga encendida,
Dejando vas, al caminar sin calma,
Luz en el lienzo y en el mármol vida!

¡Noble es tu gloria, sin igual tu palma,
Grande la humanidad que a ti va unida,
¡El mundo es todo un ser, y tú su alma!

Gustavo Adolfo

 

En la margen del Betis murmurante,
donde expira, entre flores, la onda inquieta,
en monumento digno del poeta,
su hermosa estatua se alzará triunfante.

El sol le ofrecerá nimbo radiante;
sus perfumes, la rosa y la violeta;
la aurora, el beso de su luz discreta;
el crepúsculo, brisa refrescante.

Traerá la noche espíritus y hadas,
visiones de Leyendas peregrinas
que poblarán las verdes enramadas.

La alondra y las obscuras golondrinas
cantarán, al lucir las alboradas,
las Rimas inmortales y divinas.

A Concepción Estevarena

 

Inmenso afán tu corazón sentía
y el mismo afán mi pecho alimentaba;
la misma juventud nos sonreía
y un sentimiento igual nos acercaba.
Me mirabas no más, y eran tus ojos
abierto libro, donde yo leía
tus luchas, tus enojos;
y tú, a través de mi aparente calma,
descifrabas también, con noble aliento,
los eternos combates de mi alma,
las dudas de un rebelde pensamiento.

Carta a un amigo

 

No sé qué pensará mi antiguo amigo
al ver que en tanto tiempo, atrás dejado,
con mi largo silencio el suyo obligo.
Perezas del espíritu cansado,
envuelto en los afanes del presente,
perdido en los recuerdos del pasado;
contemplación eterna de mi mente,
ansia de soledad muda y completa,
somnolencia del alma indiferente:
he aquí lo que me oculta y me sujeta
a no escribir de mi noticia alguna
al buen amigo y al genial poeta.
¿Qué pensará de mí, si es que importuna
a algún humano ser recuerdo mío
o interés de mi vida y mi fortuna?
¿Pensará que gozosa me confío
del mundo a los placeres y al encanto,
y en dulces glorias, sin cesar, me engrío,
o pensará, pues mi silencio es tanto,
que losa sepulcral mis labios cierra
en oculto rincón del campo santo?
No, amigo; que aún estoy sobre la tierra,
vegetando, es verdad, con vida obscura,
que en reducido círculo me encierra;
y alguna vez, con eco de dulzura,
de la antigua amistad recuerdo grato
mi muerta vida reanimar procura.
Quizás mi afecto, sin querer, fue ingrato…
Que mucho, al fin, que ingratitud aprenda,
¡si a tanto precio conocí su trato!
Ella, surgiendo en mi dichosa senda,
del alma holló la fe y el sentimiento.
¡Horrible y desigual fue la contienda!
Que mientras tuvo el corazón aliento,
luchó con la traición y la falsía;
mas la hoja seca, si la arrastra el viento,
¿podrá más que la fuerza que la guía
y en raudo, polvoriento remolino,
al hondo abismo sin piedad la envía?
Así en sus iras, me arrastró el destino;
de ajena voluntad fuerza implacable
me arrojó, ciega, en árido camino.
Y vencido en la lucha formidable
mi cariño infeliz, sin esperanza,
desolado quedó, pero inmutable.
¡Triste cariño que por premio alcanza
la risa del desdén, sarcasmo fiero,
y el negro olvido que al dolor me lanza!
¡Cuánto se engaña el corazón sincero
que, a cambio de su amor, lograr espera
otro amor inefable y verdadero:
que es la mujer, en su infeliz carrera,
flor delicada para amar nacida,
tronchada pronto en la borrasca fiera!
Mi juventud, por la desgracia herida,
huyó fugaz, sin galardón ni gloria,
dejando un cuerpo con inútil vida;
dejando un alma con tenaz memoria,
que en las páginas rotas del pasado
reanuda siempre de su amor la historia.
¡Demencia del cariño desdichado
que de mi pecho en la prisión sombría
sueña, muriendo, con el bien no hallado!
No, no pude olvidar: la pasión mía
hollada pudo ser, mas ni un momento
del ser que la impulsó renegaría;
y en el loco pensar, que es mi tormento,
quisiera que él la hallase en su presencia
cual sombra de su propio pensamiento,
como el aire vital de su existencia,
cual árbitro fatal de su destino,
cual eco acusador de su conciencia…
Y en cambio, ya lo sé, ya lo imagino,
no hará mi imagen, resignada y triste,
la más pequeña sombra en su camino.
…Perdona, amigo, si en mi labio viste
la queja del dolor que me asesina;
pues amistad sincera me ofreciste
y a ella, en su soledad, mi alma se inclina,
como a la luz que brilla en el santuario
el viajero perdido se encamina.
Yo llegaré hasta el fin de mi calvario
con mi pesada cruz, cruz del olvido,
que el corazón arrastra solitario.
Del cariño más fiel el premio ha sido,
y aunque agobio mi ser, miraba en ella
lo que restaba de mi amor perdido:
dulce recuerdo que mi vida sella;
que aunque tan breve fue mi amada gloria,
me consuela el pensar que existió ella.
Si acaso quieres escribir la historia
de amor tan infeliz y tan constante,
serás el guardador de su memoria,
y el trovador amigo que la cante.

En la altura

 

Logré al fin con esfuerzo sobrehumano
a la cumbre subir de esta montaña:
muéstranse abajo, en pequeñez extraña,
el bosque espeso, la colina, el llano.

Con cendales de púrpura engalano
mi frente altiva que en la luz se baña;
la estrella de la tarde me acompaña,
y el sol declina cerca de mi mano.

Y por subir aún más lucho y porfío:
que es la más alta luminosa cumbre
la que en mis sueños escalar ansío:

En donde el sol del genio me deslumbre,
y de él recoja el pensamiento mío
siquiera, un rayo que al morir me alumbre.

La vuelta al Cielo

 

Contemplando a las niñas en la cuna
el ángel de la guarda así decía:
¡Cuán bellas son! su mísera fortuna
a la región del llanto las envía!

Unidas duermen, cándidos jazmines,
tiernos pichones, en el blando nido;
hermosos querubines
sonando con la gloria que han perdido.

La maldad, las pasiones, los placeres
del mundo mentiroso,
¿qué no harán contra débiles mujeres
para turbar su dicha y su reposo?

Acaso la miseria las azote
al borde de espantoso precipicio
acaso saquen la virtud a flote,
rindiendo el corazón al sacrificio.

¡Ah! ¿qué nube pasó por vuestro lado
y os arrojó a este suelo,
y en impura materia ha transformado
lo que era luz y espíritu en el cielo?,

Despertando al rumor de estas querellas,
las niñas sonreían
viendo al divino guarda junto a ellas,
y sus brazos de rosa le tendían.

Las besa el ángel en amor deshecho,
las envuelve en su blanca vestidura,
y, llevando a las dos contra su pecho,
torna gozoso a la celeste altura.

¡Padres, calmad vuestro dolor profundo!
¡Dichosa la inocencia
que sin saber que pasa por el mundo
vuelve a gozar del ángel la existencia!

Mi primer paso

 

Al torcer una curva del camino
lo diviso a lo lejos,
con sus casitas blancas cual palomas
y sus floridos huertos;
en derredor de la vetusta torre
desmoronada a trechos,
y que aún se yergue como fiel vigía
que vela por el pueblo.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Con qué emoción tan honda le saludo
y a sus contornos llego:
aquí las horas de mi dulce infancia
con placidez corrieron.
Estas silvestres flores,
que voy pisando en el camino estrecho;
el aire, recargado
de olores del tomillo y del romero;
el rudo campesino, descubriéndose
del Ángelus al toque, cuyo eco
de la torre desciende
lentamente perdiéndose en el viento;
el grupo alegre de garridas mozas,
de las eras volviendo,
cantando alguna copla intencionada
que entiende el mozo apuesto;
las montañas, allá en las lejanías,
sus ondulosas líneas extendiendo;
los campos silenciosos,
que el crepúsculo envuelve en sus misterios;
todo me muestra aquí de algo perdido
la imagen cierta que surgió de nuevo;
cuadro en que se renuevan los colores,
forma viva y real de mis recuerdos.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Este es el sitio ameno y delicioso
cuyo apacible encanto
mi madre amada disfrutar solía
las tardes del verano.
Aquí la Fuente-Santa
da al aire quieto su murmurio blando,
y corre de sus aguas rebosantes
el arroyuelo manso,
Su ramaje los árboles enlazan,
frescas grutas formando,
y dan al suelo las campestres flores,
tapiz vistoso de matices varios.
Aquí adoro un recuerdo; en este sitio
di yo mi primer paso;
aquí me acarició la madre mía
con regocijo santo.
Tal vez, en el reborde de la fuente
ella buscó descanso,
para darme la savia de su pecho
y los besos benditos de sus labios,
Quizás buscara, en calurosa tarde,
la sombra de aquel árbol,
y de sus flor, hermanas de esas flores,
formó sencillo ramo.
Quizás en ese arroyo cristalino
ella mojó su mano,
y cogió para mí las piedrecillas
que yo tiré jugando.
¡Ay, madre de mi alma,
ángel de mi niñez, siempre mi amparo,
de esta tierra querida
ya mi huella y la tuya se han borrado;
aquí de mi existencia vi la aurora,
y ya en la noche de la vida avanzo.
Aquí pasé de tu regazo amante
a la tierra que aún piso, y tú has dejado;
aquí amparó mi senda,
la triste senda del dolor humano.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Adiós, tierra sagrada,
que mi madre pisó; de ti me aparto,
y antes de proseguir la incierta ruta
que ha de llevarme a mis postreros pasos,
yo tu polvo bendigo
y te dejo mis besos y mi llanto.

Náufrago

 

Así van esperanzas e ilusiones
de nuestra breve vida
en el inquieto mar de las pasiones,
cual nave de agua y cielo combatida.

Náufrago… ¿Adonde iré? No hay alta roca,
ni a lo lejos la playa amarillea;
la angustia me sofoca,
el rayo, entre las nubes, serpentea,
el viento brama y crece la marea.

Cuanto quise y amé, cuanto he creído,
despojos son, cuyo recuerdo abruma,
que arrastra y rompe la revuelta espuma
de mares de dolor y no de olvido.
¡Ay! ¡qué lejano el puerto,
qué ruda la borrasca, el fin qué cierto!

Pensamiento

 

Como labra el artista inteligente,
del tosco barro, caprichosas flores,
ánfora o busto, que el salón luciente
adornarán después con sus primores;

Así labra también la inteligencia
la ilustración, cuando su luz reparte,
y forma al sabio para honrar la Ciencia,
y forma al genio para honrar al Arte.

¡Quién sabe!

 

Siempre escuché, con anhelo,
y yo siempre lo creí,
que los que se aman aquí
se aman también en el cielo.

Más yo, que perdí mi fe
luchando con lo inconstante,
al ver una estrella errante
de extraño modo pensé.

Quizás, en el cielo mismo,
la inconstancia no se borre,
y es cada estrella que corre
un amor que va al abismo.

Si buscáis de mi mente las creaciones

 

Si buscáis de mi mente las creaciones
ya no hallaréis sus rimas ni sus galas;
¡ya duermen en el arpa mis canciones,
del genio del dolor bajo las alas!

Más si buscáis un alma dolorida
que, amiga de los tristes, generosa,
pueda ofrecer su lágrima piadosa
a la pena que enluta vuestra vida,

Venid; que si mis cantos se extinguieron
del arpa muda entre las cuerdas rotas,
en lágrimas después se convirtieron:
lágrimas os daré… con esas notas
siempre las almas tristes se entendieron.

Una flor de azahar me diste un día

 

Una flor de azahar me diste un día,
que ya perdió su aroma y su hermosura:
para siempre murió cual mi ventura;
marchita está cual la esperanza mía.

Sobre su cáliz lágrimas vertía,
lágrimas de dolor y de amargura:
vertí llanto de fuego en mi locura,
y mi llanto tal vez la abrasaría.

Y al recordar que un tiempo ya perdido
bella y lozana embalsamó el ambiente,
mi pobre corazón lanza un gemido.

¡Ay! lo recuerda con pesar mi mente:
también un tiempo venturosa he sido,
y el desengaño marchitó mi frente.

A la memoria de mi hermano

 

Como la amante yedra al muro asida,
como dos aves juntas en su vuelo,
como lago tranquilo copia el cielo,
mi vida fue reflejo de tu vida.

¿Y has podido partir, alma querida,
dejando sola, en infecundo suelo,
la pobre yedra, que en su amargo duelo,
no será por tus brazos sostenida?

¡Ya el muro de mi hogar se ha derrumbado;
ya consiguió la muerte su victoria;
pero es más grande la que tú has logrado:

Que de la muerte triunfa tu memoria,
y es algo de tu ser, que me has dejado,
el destello bendito de tu gloria!

Cuando el ángel sombrío de la muerte

 

Cuando el ángel sombrío de la muerte
toque mi corazón con mano helada,
el dulce resplandor de tu mirada,
vertiendo sobre mi, quisiera verte.

Quien sólo supo, por su mal, quererte,
no en su pecho tu imagen adorada,
ni en su memoria tu memoria amada,
podrá tener cuando repose inerte.

Que libre entonces de su cárcel dura,
tal vez, tal vez el alma volaría
a un ignorado cielo de ventura.

Y abandonara el cielo el alma mía;
que por vivir mirando tu hermosura,
otra vez a la tierra volvería.

Esa catedral grandiosa

 

Esa catedral grandiosa,
que es del mundo admiración,
desde hoy será más famosa:
guarda triste, aunque orgullosa,
las cenizas de Colón.

Si yo fuera una flor bella,
te diere aroma suave;
mi canto, si fuera un ave;
mi luz, si fuere una estrella;
mas solo te puedo dar,
de lo que conmigo existe,
un pensamiento muy triste
y un nombre que han de olvidar.

Tiene muy tristes colores
la flor de mi pensamiento:
no te lleva la alegría,
sólo te lleva un recuerdo.

Los Reyes Magos

 

Llegad, Reyes del Oriente;
la estrella que os va guiando
ya de Belén en la gruta
fija sus destellos claros;
y cuando llenos de gozo
adoréis al niño santo,
seguid por nuevos caminos,
cruzad ligeros los campos,
y atravesad las ciudades
donde os están esperando
los pequeñuelos: dormidos,
con la sonrisa en los labios,
parece que están diciendo:
¿qué traerán los Reyes Magos?

Los adurmió la esperanza,
y en el sueño, dulce y grato,
ven agrandarse, agrandarse,
las figurillas de barro
que estaban quietas y fijas
del Nacimiento en lo alto;
y por las calles obscuras
pasáis en bullicio extraño,
en ricos mantos envueltos,
sobre los caballos blancos
y en los cestos primorosos,
que en las ventanas colgaron,
dejáis los lindos juguetes
y confites delicados,
y al toque de las trompetas,
y al trote de los caballos,
cual fantasmas de la noche
vais pasando, vais pasando.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ya pasasteis, ya pasasteis;
¡también los tiempos pasaron!
En las sendas de la vida
atrás os fuimos dejando,
y a otros reyes ofrecimos
el corazón por esclavo:
al oro, que es rey del mundo;
al amor, que es rey tirano;
al éxito, que envanece
con su pasajero aplauso;
y cuando en alas del tiempo
también se van alejando
y en el borde del camino
tristes y solos quedamos,
¡ah! cómo entonces volvemos
los ojos a lo pasado,
buscando vuestros contornos
en el imborrable cuadro
de aquella edad venturosa
que os esperaba soñando.

Porque fuisteis la inocencia
de nuestros primeros años;
porque fuisteis la caricia
de aquella bendita man
que os colocó, cuidadosa,
del Nacimiento en lo alto,
y en el cestillo de mimbres
colocó vuestro agasajo.
¡Ah! si venís todavía
como en los tiempos lejanos,
para ser de los pequeños
el regocijo y encanto,
dejad también a los grandes
de vuestros presentes algo;
dejad también a los tristes,
para el corazón, un bálsamo,
algún consuelo en el alma
y una oración en los labios;
y al dormirnos, dulces sueños
de la infancia recordando,
tal vez una blanca sombra
nos tienda amorosos brazos,
diciéndonos, como entonces:
¡ya vienen los Reyes Magos!

Mi único amigo

 

Tengo un amigo: el sólo que me resta
de los que en otro tiempo así llamaba
y ya me arrebataron
el olvido, la muerte o la distancia.
Tierna amistad nos une
desde aquella niñez, ya tan lejana,
que en las manos del tiempo
rotas dejó sus deslumbrantes alas,
por la razón cambiando la inocencia,
la paz del cielo por la lucha humana.

Lo hallé una noche del abril risueño,
de esas de encantos y delicias llenas,
que perfuman los blancos azahares
y alumbran, rutilantes, las estrellas.
Yo sentí penetrar dentro del alma
su mirada serena
que hablarme parecía
de otro mundo más bello que la tierra;
mirada melancólica
que el corazón de su dulzura impregna;
beso de luz suave
que aduerme, que acaricia, que consuela.
¿Qué singular y mágico atractivo
esa mirada encierra?
Yo, en mi niñez, la amaba,
y fue siempre el imán de mi existencia.

Mi amigo desde entonces
me siguió de la vida en los senderos;
él consolaba mi escondida pena,
él me mostró los mundos del ensueño,
los nobles ideales
que el alma elevan del impuro suelo.
En una noche que jamás olvido,
de mi propio dolor como el reflejo,
pálido, triste y mudo
besó la frente de mi padre muerto;
y hoy, de mi amor, que ni la muerte amengua,
piadoso mensajero,
lleva a su tumba flores de mi alma,
flores de la oración y del recuerdo.

No me abandonará: si fiel me sigue,
aquí, en las soledades de la vida,
allá, en las soledades de la muerte
-quizás menos sombrías-,
me seguirá también; y su mirada,
doliente y compasiva,
derramará sobre el sepulcro mío
su claridad bendita,
cual santa ofrenda, cual divino lazo
de unión eterna con su fiel amiga.
¿Queréis saber el nombre misterioso
del ser extraño que mi ser subyuga,
y habla de lo infinito a mi conciencia,
y sostiene mi espíritu en la lucha,
y el cielo muestra a mis cansados ojos
siempre que el bien y la justicia buscan?

Yo su nombre os diré, su claro nombre
que la mano de Dios grabó en la altura;
que es este dulce amigo de mi alma
un rayo de la luna.

¿No lo sabéis quizás? Yo sé la historia

 

¿No lo sabéis quizás? Yo sé la historia.
El ángel, que velaba
Sus purísimos sueños, no ignoraba
que la niña soñaba con la gloria.

Y él, que amaba sus gracias virginales,
pidió al Señor la cándida criatura;
y le dijo el Señor: aquí en la altura
celebrad vuestras bodas celestiales.

Cumplió el ángel su anhelo;
desató el lazo de la humana vida,
y llevando a su dulce prometida
en sus brazos, dormida,
como lleva una madre al pequeñuelo,
al celestial edén tendió su vuelo.

Postales

 

En donde luce el sol de Andalucía
no asustan del invierno los rigores:
el cielo es siempre azul, templado el día,
y siempre canta el ave y nacen flores.
¡Tierra es de bendición la tierra mía!

¡Qué triste es el invierno de la vida!
Como los campos en su muda calma,
como el árbol sin hojas, aterida,
en los recuerdos se refugia el alma;
que ellos dan su calor a quien no olvida.

En las serenas aguas, la barquilla
se mece con placer; no siempre al puerto
arribará la débil navecilla…
No siempre arriba el corazón desierto
de un dulce amor a la soñada orilla.

Sueño: ¿por qué si ahuyentas mis dolores?

 

Sueño: ¿por qué si ahuyentas mis dolores
hora no acudes al acento mío?
Ven, que tú calmas mi dolor impío;
ven, no te muestres sordo a mis clamores.

Ven, que escucho fatídicos rumores
entre el silencio aterrador, sombrío;
ven, que en tus brazos contemplar ansío
al ángel celestial de mis amores.

¡Cuánto le adora el alma dolorida!
Más su fiero desdén me da la muerte;
que yo no quiero sin su amor la vida.

¡Ay! si consigo la dichosa suerte
de contemplarlo, cuando esté dormida,
¡déjame, sueño, que jamás despierte!

A la poesía

 

Augusta musa, divinal poesía;
si te ensalzaron liras inmortales
y tú mereces cantos celestiales,
¿cómo mi humilde voz te cantaría?

Yo adoro tu dulzura y tu harmonía,
la luz de tus divinos ideales,
y amo el fuego que guardan tus vestales,
llama del genio que a la gloria guía.

Mas si piadosa tú, cuanto eres bella,
también aceptas los humildes dones,
yo seguiré tu luminosa huella.

Toma mi lira de apagados sones,
y a un beso tuyo brotarán en ella
inspiradas, dulcísimas canciones.

A los poetas sevillanos

 

¡Hermanos!: ¡Paz y salud!
Alzo mi voz dolorida,
que es voz de la senectud,
y os saludo conmovida
con frases de gratitud.

Varones que a la ardua ciencia
disteis con firme tesón
vuestra noble inteligencia;
los de galana elocuencia;
los de rica inspiración:

Gracias en este momento
en que en mi pobre poesía
pusisteis el pensamiento
con afable sentimiento
de indulgente simpatía.

De vuestro aplauso sincero,
que llega a mi soledad,
recojo el don lisonjero,
como signo verdadero
de santa fraternidad.

De mi olvidada canción
los ecos al resurgir,
revive mi corazón;
porque esas canciones son
el ritmo de su latir.

Guardadlas en la memoria,
y ellas os dirán mi historia,
que, humilde, en poco se encierra;
en el amor a la gloria,
y en el amor a mi tierra;

En el culto al hogar santo
donde era luz y alegría
la madre a quien amé tanto;
en adorar la poesía
que daba al alma su encanto.

Cuanto hermoso y grande hallé
ensalcé con vivo ardor,
y a mi lira confié
mis esperanzas, mi amor,

Soñaba en mi bella edad
con las célicas visiones
de gloria y felicidad:
¡qué dulces las ilusiones!
¡qué amarga la realidad!

Como el invierno deshoja
al árbol de su hermosura,
y con la lluvia le moja,
y con el viento le arroja
derribado en la llanura,

Así el mal me ha combatido,
y su implacable rigor,
que a la vejez me ha seguido,
ha destrozado y ha hundido
todo cuanto fue mi amor.

Vientos de muerte pasaron;
cayó de mi hogar el muro;
pobres mujeres lloraron
y bajo techo inseguro
sus desdichas albergaron.

Por el pan de cada día
la materia lucha y gime:
castigo a la rebeldía
del hombre, en su primer día,
y expiación que la redime.
mis entusiasmos, mi fe.

Del hogar escudo fuerte
Dios hizo que el hombre fuera:
¡ay si por terrible suerte
se lo arrebata la muerte
a su débil compañera!

Ya el árbol no se levanta;
las hojas al polvo van,
y es su desventura tanta,
que las pisa tosca planta
y las barre el huracán.

¿Qué mucho si fui abatida
yo, la más pequeña gota
que arrastra el mar de la vida,
átomo errante, hoja rota
por los vientos combatida,

Si los que gigantes fueron
y con su genio asombraron,
entre infortunios vivieron,
con la adversidad lucharon
y en la pobreza murieron?

Ellos a la humanidad
dieron su aliento fecundo,
que fue ciencia o santidad,
que fue un libro, que fue un mundo,
y hallan la inmortalidad.

No es tan alto mi destino:
no tengo el genio divino
que deja eternal memoria;
las zarzas de mi camino
no se convierten en gloria.

De mi vida en el ocaso,
ya la sombra se acrecienta.
¿Qué os dejaré de mi paso,
al romper el frágil vaso
en que el espíritu alienta?
mis entusiasmos, mi fe.

Páginas descoloridas
que guardan marchitas flores,
y unas lágrimas vertidas,
por mi pluma recogidas
para escribir mis dolores.
Nada más, pues nada fuí.
¿Qué puedo al mundo dejar
que eterno perdure aquí?
Yo tan sólo supe amar…
¡Quién se acordará de mi!

Si al pasar mi último día
durmiese mi polvo humano
en la tierra extraña y fría
del cementerio aldeano,
lejos de la tierra mía;

Hermanos, ved lo que os pido:
no me dejéis siempre sola
en mi sepulcro escondido,
porque me espanta la ola
quieta y muda del olvido.

Me espanta que a mi alrededor,
entre sepulturas huecas,
brame el viento mugidor,
y cubran las hojas secas
mi tumba sin una flor.

Llegue también vuestra egida
a mi eterna soledad;
que una memoria sentida
es también, en la otra vida,
una Flor de Caridad.

Mírame tú

 

Mírame tú; que si dolor impío
rasga mi corazón con mano dura,
como el rayo de sol la niebla oscura,
disipa tu mirada el dolor mío.

Mírame tú, porque la muerte ansío
cuando alcanzar no puedo esa ventura:
si no me alumbra el sol de tu hermosura,
mi vida es un desierto muy sombrío.

Mírame tú; que son de mis enojos
tus miradas dulcísimos consuelo,
flores que nacen donde miro abrojos.

Mírame tú; que en mi amoroso anhelo,
viendo la luz de tus azules ojos,
pienso mirar el resplandor del cielo.

No puedo más: mi corazón se parte

 

No puedo más: mi corazón se parte
de sus dolores al impulso fiero;
que llegue un día en que te olvide espero,
y no tengo valor para olvidarte.

Que fue en la tierra mi destino amarte
con fiel cariño, con amor sincero,
y siempre te amaré, que en vano quiero
¡ay! ni pensar en ti, ni recordarte.

Calma el dolor de un alma que te adora,
que no vio en su camino más que abrojos
y en un mar de pesares vive ahora.

Y no tienen consuelo mis enojos;
sed de tu amor mi corazón devora,
y sólo bebe el llanto de mis ojos.

Primavera

 

Huye el invierno: a tu sonrisa pura
nacen las mariposas y las flores;
los pájaros, tus dulces trovadores,
celebran en la fronda tu hermosura.

Los campos con su verde vestidura
del labrador compensan los sudores,
y en tus brillantes galas, sus amores,
sus glorias, simboliza la criatura.

Desde el átomo al ser tu influjo alcanza,
y a tus dones la tierra, agradecida,
himnos de amor a los espacios lanza.

Nos dejas, por consuelo, en la partida,
y en señal de retorno, la esperanza,
¡supremo bien de la afanosa vida!

Puesta de sol

 

Brillante sol que hacia el Ocaso ruedas,
¡ay! no te mire aparecer mañana,
si no ha de ver aparecer contigo
mi pobre corazón una esperanza.

Cubren tu frente en púrpura teñidas
las nubes a tu rayo sonrosadas,
en ese cielo azul, como los ojos
que con sus rayos al mirar me matan.

Guarda ya de tu lumbre los fulgores;
que está para tu luz ciega mi alma,
porque el radiante sol que a mí me alumbra
es la radiante luz de una mirada.

Y sí apareces tú dando amoroso
a los seres calor, vida a las plantas,
vida, calor, consuelo y alegría,
si aparece mi sol, en mí derrama.

Mas así como tú dejas al irte
los seres sin calor, las flores lacias,
así también mi sol, cuando se aleja,
¡ay! me deja sin vida y desolada.

Mercedes de Velilla, Sevilla, 1852-1918