En alabanza de Silvia, dama granadina
¿Cuál de tus joyas, inmortal Granada,
Mayor sorpresa al caminante ofrece?
¿El áureo Darro que en tus muros crece,
O tu fecunda vega dilatada?
¿Será Generalife do encantada
Primavera sin término florece?
¿Será el claro Genil quien te envanece?
¿Será acaso tu Alhambra celebrada?
¿Será tu cielo plácido y sereno?
¿Será… Dímelo en fin, así en tus flores
No torne a solazarse el agareno.
Guarda, me dijo, admiración y amores
Silvia hermosa, que nació en mi seno
Para abrasar el alma a los pastores.
Pacto amoroso
No me pidas rubíes ni esmeraldas;
Que no me inclina a dádivas mi estrella;
No te ofendas si en brazos de otra bella
Me ciñe amor de lúbricas guirnaldas;
No extrañes que te vuelva las espaldas,
Si responder me enfada a tu querella;
Ni con celoso ardor sigas mi huella;
Ni me cosas, oh Mónica, a tus faldas.
Ya que no abras la puerta a mi porfía
No me cites de noche a tu terrero;
Que me expongo a traidora pulmonía;
En fin no hables de boda, que prefiero
Cadenas arrastrar en Berbería…;
¡Y tú verás, mi bien, cuánto te quiero!
El amante de todas
Me enamoran los ojos de Filena,
Y de Clori la túrgida cintura;
En Rosana me hechiza la blancura,
Y Anarda me cautiva por morena;
El talento de Elisa me enajena;
Me embelesa de Inés la travesura,
Y aun de la bizca Astrea la dulzura
Forja a mi corazón blanda cadena.
No hay una fea que me cause espanto.
Gorda, flaca; alta, baja; ardiente, fría;…
En todas hallo celestial encanto.
Perdona, de mi estrella es tiranía;
Mas aunque a todas quiero, a nadie tanto
Como a ti, que me escuchas, Nise mía.
La noche (Oda)
Abajo No para mí los anchurosos valles,
¡Oh sol! coronas de precoz espiga;
No a mi placer consolador majuelo
Dora tu llama.
No yo a gozar de tus hermosos rayos
Cuando la escarcha del Enero rompes
La ijada hiriendo de alazán brioso
Cruzo la vega.
¿Qué alumbra mío tu fulgente carro?
¡Ah! ¿Qué me anuncia que dolor no sea?
¿Cuándo a templar de mi destino el ceño,
Cuándo amaneces?
Aguija al menos tu cuadriga, ¡oh Febo!;
Hiende veloz el eternal zafiro,
Y allá perdido en los profundos mares
Huye a mi vista.
¡Cuánto más grata a mi abrasado pecho
De Cintia luce la dudosa tea
Cuando retarda su tranquilo curso
Tétrica nube!
¡Oh de Morfeo bonanzosa madre!
¡Oh dulce tregua a los afanes míos!
Ven. Tiende al orbe el misterioso manto,
Lóbrega Noche.
Yo te deseo como al nueva
De virgen rosa purpurado cáliz;
Y no es mi seno al horroroso crimen
Bárbaro asilo.
Ni tanto es fiero tu atezado rostro
Que al hombre infunda merecido espanto.
Más de una vez en hermosura y pompa.
Vences al día.
No siempre en torno a tu dosel umbroso
Rugen los vientos y el olimpo truena;
No siempre arrasa los floridos campos
Árido hielo.
¡Cuán apacible en el ardiente Julio
Con mil estrellas tachonando el cielo
Reposo al hombre y al vergel envías
Céfiro leve!
¡Oh cuánto es dulce sobre el haz dorado
Libre tender los fatigados miembros
Cuando en los brazos del pastor querido
Vela Diana!
Todo es sosiego. Murmurando apenas
Desciende al mar el argentado río.
Susurra apenas en tu copa el aura,
Plácido fresno.
Sólo el silencio de la noche viola
Suave cantar de codorniz amante,
O allá a lo lejos el zagal sonando
Rústica avena.
¡Horas felices! Corazón helado
Yace en el seno del mortal que os odia.
¡Horas de paz! En alabanza vuestra
Suene mi lira.
Si el sol recrea y reverdece el campo,
También su hoguera lo consume activa;
Si alguna vez a la virtud alumbra,
¡Cuántas al crimen!
¡Oh infausto siglo! Las nocturnas sombras,
Gratas un tiempo a los malvados fueron.
Hoy no; que impunes a la luz sus ojos
Alzan osados.
¡Oh Noche! En tanto que tranquilo sueño
El vil traidor y el asesino duermen,
Tú los prodigios de Natura sabia
Plácida velas.
¿Por qué te llaman de la muerte imagen?
¡Oh sacrilegio! Cuanto puebla el mundo
A ti su vida y sus delicias debe,
Próvida Noche.
Y tú de amor, que las tinieblas ama,
Los dulces hurtos con tu negro manto
Cubres amiga; y el amor mi culto
Lleva a tu templo.
Almas sensibles a la grata herida
Que el niño alado sonriendo graba,
¿Cuál de vosotras negará a mi canto
Precio sublime?
No empero, oh Noche, tus tranquilas horas
Torpe conato a bendecir me impele.
No amor venal de meretriz infame
Guía mi planta.
Ni el sacro lecho del ausente esposo
Corro a manchar; ni seductor aleve
De incauta virgen a la fama tiendo
Pérfido lazo.
Vuelo a la choza de mi Silvia bella,
Mansión celeste de inocencia pura:
De Silvia bella, que me llama, ¡oh gloria!
Bien de su vida.
Feliz entonces mi destino acerbo
Lanzo al olvido con la luz febea;
Y apenas puede contener el alma
Júbilo tanto.
Ora ingeniosa a las palabras yertas
Que a la importuna sociedad dirige
Sabe mezclar para embeleso mío
Blandos amores.
Ora sus labios deliciosos ríen;
Ora en sus ojos mi ventura leo,
Ora en las mías al descuido encierra,
Cándida mano.
Ora… Mas ya del perezoso día
Lánguida brilla la remota lumbre.
Silvia me espera. -Protectora Noche,
Dame tus alas.
La beneficencia (Oda)
A Dorila
Ángel radiante en el Edén creado,
Dulce consuelo al humanal gemido,
Plácido orgullo de las nobles almas,
Yo te saludo.
No a ti los hombres religioso incienso
Píos tributan y fragantes flores,
Bien que tu nombre por falaces lenguas
Sea ensalzado.
Eleva en tanto al opresor cruento
Soberbio altar la adulación cobarde
Y al ciego error el fanatismo inmola
Fiero holocausto.
Beldad voluble con falaz ternura
Tal vez usurpa la veraz ofrenda
De amante pecho, que en acerbo lloro
Baña traidora.
Ídolos crea a su placer el hombre,
Y patria, amigos, bienestar, conciencia
En torno arrastra del indigno templo
Tumba a su fama.
Uncido el siervo cual si bruto fuera
De atroz caudillo al insolente carro,
Calla, y ni aún osa maldecir su horrendo,
Bárbaro triunfo.
Y el ronco son de la guerrera trompa
Tu grito ahoga, desolada madre,
Y en vano al cielo tu clamor envías,
Huérfano triste.
El torvo Genio de la infanda guerra
Roba al amor la voluptuosa danza,
Y canta el pueblo que verter debía
Ríos de llanto.
¡Dios de bondad y de fraterna sangre
Te brinda el hombre el infernal tributo,
Y el himno impío de feroz victoria
Suena en tus aras!
¡Tanto el engaño, la codicia, el miedo
Al corrompido corazón humano,
Y la ignorancia y la fatal discordia
Tanto envilecen!
Ya no hay pasión ni detestable vicio
Sin pingüe ofrenda, sin ardiente culto;
¡Y nadie a ti, Beneficencia santa,
Nadie te adora!
¿Será tal vez que al afrentoso imperio
Del oro infausto sometido el hombre
Seguir de Astrea te ordenó la triste,
Prófuga planta?
¿Cómo dudarlo cuando en balde llega
De altivo prócer al cancel dorado
La inope virgen si a lasciva llama
Cierra su pecho?
¿Cómo a mirar el sobrecejo altivo
Con que desoye del anciano débil
El ruego humilde y los dolientes ayes
Mozo liviano?
¿Cómo dudarlo quien lloroso vea
A todo un pueblo en la miseria hundido,
Y al hambre insana disputar el crimen
Víctimas tantas?…
¡Ah! no. ¿Qué digo? Caridad ferviente,
¡Salve otra vez!; que los humanos valles
No para siempre abandonó tu influjo,
Don de los cielos.
No a mí tu grato, predilecto albergue,
Bien que no sea renombrado alcázar,
Se oculta ya, ni en tu loor mis votos
Vagan perdidos.
En vano ya la hipocresía, en vano,
Robando artera tu sagrado nombre,
Ante mi vista mostrará su impía
Máscara infame.
Quien ve, Dorila, tu mansión callada,
Tu afable rostro, tu virtud sencilla,
Su velo sabe arrebatar al negro,
Pérfido monstruo.
De ti, Dorila, el impostor aprenda
Que no se cura de servil lisonja
Ni en vano alarde la virtud se halaga
Cándida y pura.
Dentro del alma el bienhechor encuentra
Mayor ventura, galardón más alto,
Y el hombre inicuo su mayor verdugo
Dentro del alma.
¡Ay, cuántas veces a piedad mentida
Estatuas funde y edifica altares
La ilusa plebe, y en el lodo al justo
Sume iracunda!
Tú más hermosa y duradera palma
Allá en el reino de la luz espera,
Si acá la fuerza, la falsía, el oro
Triunfan y ríen.
Tú, a quien no es dado con enjutos ojos
Penando ver al oprimido, al pobre;
Y nunca es solo compasión estéril
Dádiva tuya.
Tú, que no sientes criminal hastío
Si oyendo el ay de miserable viuda
Pisas tal vez con generosa planta
Rústica choza.
Rústica choza para ti más bella
Que el áureo techo y el tapiz de Oriente,
Do nuevo brillo a tu preclaro nombre
Dan tus virtudes.
Y no en el ara de imitar al cielo
Sagrados votos proferiste un día,
Ni el albo seno de engañosa cubres,
Áspera jerga.
No la virtud en aprendido metro
Sabes cantar, ni el anatema horrible,
Rayo eternal, con espumoso lanzas,
Cárdeno labio.
A ti y a Dios que el corazón sondea
Más gratos son tus eficaces dones.
Ellos te afianzan eternal corona,
Júbilo inmenso.
Ni austera tú la sociedad esquivas;
Que en ella vives de esplendor cercada,
Y aún besa ufano tu serena frente
Céfiro blando.
Y enciende amor con sus ligeras alas
La hermosa lumbre de tus negros ojos,
Y es del amor tu seductora risa
Plácido asilo.
¡Ah! si en las gracias que a natura plugo
Dar a tu rostro tu ambición fundaras,
¿Quién más trofeos al vendado Niño,
Quién le daría?
Mas tu modestia a tu hermosura iguala,
Y tu alma en vano sojuzgar anhela
Diestra lisonja, que en el vago viento
Rápida muere.
¡Cuánto más dulce en tu piadoso oído
Suena la voz que sin cesar tu nombre
Grata bendice y tutelar te llama,
Próvido numen.
Harto al amor y sus fugaces glorias
Suaves acentos consagró mi lira.
Hoy tu clemencia sublimar al cielo
Séame dado.
Lo sé, no es digno de tan alto asunto
Mi rudo canto, ni quizá lo fuera
Tu plectro mismo que inmortal florece,
Píndaro excelso.
Mas un altar mi corazón te erige,
Alma Piedad, si te lo niega el mundo,
Y en él la imagen de Dorila hermosa
Vive grabada.
El soldado y el carretero (Fábula)
Bueno es ser comedido, mas no tanto
Que raye la modestia en tontería.
Fábula al canto.
Ya no podía continuar su ruta,
Con la mochila y el fusil cargado,
Pobre recluta.
Viéndole un carretero muy bizarro
En tal angustia, «¡Militar!, le dijo,
Sube a mi carro.-
De perlas me vendría, que voy muerto;
Mas si a pagar el porte se me obliga…-
¡Eh! No por cierto. –
Gracias. Bendigo al cielo, que me trajo
Tan buen padrino,» le responde, y monta
No sin trabajo.
«Ahora, bueno será dar un refuerzo
Al estómago, dijo el trajinante.-
No, yo no almuerzo.
¡Eh! Nada de melindres y pamplinas.
La bota tengo llena, y en la alforja
Pan y sardinas.
Al fin, transido de hambre el buen soldado,
Aunque gravar temía su conciencia,
Toma un bocado.
Ya durmiendo, ya hablando al camarada,
Dejado había atrás el carretero
Media jornada;
Y todavía el mílite (¡da grima!)
No se había quitado la engorrosa
Mole de encima.
Ríe el otro y le dice: «El sol escalda,
¡Y aún la ruda mochila, majadero,
Veo en tu espalda!-
Ya que me ahorro de pisar hormigas,
No es justo dar a la cansada mula
Nuevas fatigas.-
¿Y alivias por ventura su molestia?
De ti y del carro y todo el cargamento
Tira la bestia.
No es tu propia carrera la castrense.-
¿Pues cuál? -Hazte, ya que eres tan pacato,
Fraile mostense.»
A la pereza
¡Qué dulce es una cama regalada!
¡Qué necio el que madruga con la aurora,
Aunque las musas digan que enamora
Oír cantar a un ave la alborada!
¡Oh qué lindo en poltrona dilatada
Reposar una hora, y otra hora!
Comer, holgar…, ¡qué vida encantadora
Sin ser de nadie, y sin pensar en nada!
¡Salve, oh Pereza! En tu macizo templo
Ya, tendido a la larga, me acomodo.
De tus graves alumnos el ejemplo
Me arrastra bostezando; y de tal modo
Tu estúpida modorra al entrarme empieza,
Que no acabo el soneto… de per…
A Laura en el campo
Hermosa Laura, prez de las mujeres,
Tú, cuyo blando talle amor bendiga,
¿Por qué reposas en la rubia espiga
Y no sobre las rosas de Citeres?
¿Por qué a las galas de Madrid prefieres
Triste retiro, rústica fatiga?
¿Será que su dosel, mi dulce amiga,
Te cedió por más bella la alma Ceres?
Torna, torna a la Corte desolada;
O pues ya esclavizaste mi albedrío,
Por siervo me recibe en tu majada.
Tus hatos guardaré del lobo impío,
Ya que no pude, ¡oh Laura idolatrada!
De tus ojos guardar el pecho mío.
A una amiga
Un queso, Carmen bella, me enviaste,
Paisano del ilustre Calatrava,
Y después una caja de guayaba…
Lo dulce y lo salado: ¡qué contraste!
Tú quieres dar con mi quietud al traste.
Con el dulce… pensé que te tragaba,
Y que el queso… (por cierto que hoy se acaba)
Con la sal que te sobra lo amasaste.
Y la que así mi gula satisfizo
¿Versos pide, no más? ¡Bondad inmensa!
Lloverán sobre ti como granizo.
¿Puedo negar tan leve recompensa
A quien tiene en su cara tanto hechizo…
Y tanta golosina en su despensa?
La boca de Lisaura
No hay pastor que no alabe la hermosura,
Dulce Lisaura, de tu boca breve;
Que en ella pone Amor el arco aleve
Do el tiro de sus flechas asegura.
Quién compara su aliento al alba pura,
Quién sus dientes al ampo de la nieve,
Quién a la copa que ministra Hebe
De su blando reír la donosura.
¡Ay simplecillos! Su mayor encanto
Que a delicias sin fin plácido guía
Cupido os cubre con espeso manto.
Yo lo callo y lo sé; que desde el día
En que apacible serenó mi llanto
Candado fue su boca de la mía.
El furor filarmónico (Sátira)
«[…] Ridentem dicere verum
Quid vetat?». Horacio.
No más, no más callar; que ya en mi seno
Tanta bilis no cabe, Anfriso mío,
Y tanta indignación, tanto veneno.
¿Yo sufrir el armónico extravío
Que así enloquece al grave castellano?
¡Yo que de castellano me glorío!
¿Yo sufrir que el gorjeo de un soprano
Muy más al pueblo estólido conmueva
Que el ruso combatiendo al otomano?
¿Y que a enseñar un hombre no se atreva
Luneta para el otro coliseo
Cuando anuncia el cartel ópera nueva?
¿Que en el café, en la calle, en el paseo,
En tertulia, doquier se hable tan sólo
De la Donna del lago o de Romeo?
¿Que la letra de un aria, horror de Apolo,
Aprenda de memoria un lechuguino,
Y desprecie a León y al dulce Polo?
¿Que me pruebe en añejo pergamino
Descender de Gerión, y yo le vea
Adulador de un buffo transalpino?
¿Que el sentido común negado sea
Por la meliflua turba a quien ignora
Lo que es un calderón y una corchea?
¿Que hasta para vender platos de Alcora
En escala cromática se grite,
Y anuncie el diapasón a una aguadora?
¿Que aplaudiendo un moscón se desgañite
Tal vez lo que rechiflas merecía,
Y entre bravos el hígado vomite?
No, no; mil veces no. Sacra Talía,
Ya tu fuego satírico me inflama.
Dardo aguzado es ya la pluma mía.
No es tan terrible el bruto de Jarama
Que agarrochado rompe la barrera,
Y embiste, y hiere, y espumante brama.
¡Quién tu mostaza, Juvenal, me diera,
O tu diestro pincel, divino Horacio,
Que admirará la prole postrimera!
¡Mas ay, que no es Madrid el noble Lacio,
Y aquí no hay un Mecenas ni un Augusto
Que proteja de un vate el cartapacio!
¿Y he de callar, con el pulmón robusto?
No, que es santa la causa que sostengo
Y de ignorantes zoilos no me asusto.
Harto es mi galardón si a España vengo
Del desprecio español, y en rima acerba
Su decoro impertérrito mantengo.
«¡Triste! ¿Qué vas a hacer? Aunque Minerva
Declamara por ti, no se corrige
La tenaz filarmónica caterva.
»Hay un genio infernal que la dirige,
Gigante enorme, que a domar su furia
Más robusto poder que el tuyo exige.
»Reprende los enredos de la curia,
Si comezón de sátira te roe,
La avaricia o la sórdida lujuria;
»Y deja que Madrid plácido loe
Los trinos de una amable virtuosa
Al compás del violín y del oboe.
»Triunfe Pacini, triunfe Cimarosa,
Y eríjase de mármol y granito
Pirámide a Rossini majestuosa.
»Deja que, sin alzar tu inútil grito,
Cual sus tablas un día en el desierto
Se adore de Moisés el spartito.
»Todo sea dulcísono concierto,
Y óigase el gorgorito almibarado
Hasta en el réquiem que se entona a un muerto.
»¿Por qué en poema cáustico y airado
Ese placer legítimo combates
Que tiene al español embelesado?
»¡El mundo siempre fue casa de orates,
¡Y al furor filarmónico te opones!
¿Quién en locura, quién vence a los vates?
»La música es consuelo de aflicciones.
¿Quién no canta en el mundo? Aún el esclavo
Canta al sonar los férreos eslabones.
»¡Dichoso el que no cuenta un solo ochavo
Para almorzar mañana, como pueda
Clamar en la luneta ¡bravo! ¡bravo!
»Sigue, vate infeliz, otra vereda.
¿Quién ataja un torrente con arcilla?
¡Guarda, no algún desastre te suceda!
»Ya no es Castilla lo que fue Castilla.
Aquí más que otro tiempo al gran Rodrigo
Hoy se aplaude a un maestro de capilla.
»Deja estar a los músicos, te digo,
Que son el ornamento de la Corte.
Mira que te aconsejo cual amigo.
»Tu satírica saña se reporte;
Que no bien un melómano te lea,
De enemigos tendrás una cohorte.
»Dirán (casi los oigo): ¡Estulta idea!
Ese hombre tiene el alma de peñasco
Cuando una dulce voz no le recrea.
»Mas ¿qué será lo que le altera el casco?
¡Audacia singular!… -Vamos, no hay duda,
Algún poema suyo ha fato fiasco.
»Más de una vez su musa testaruda
Entre la risa de ignorante plebe
Nos ha espetado la verdad desnuda.
»¡Venganza, guerra al poetastro aleve
Que a la divina Euterpe escarneciendo
Su viperina lengua osado mueve!
»El que impugna una stretta y un crescendo,
Quien maldice el adagio y el andante,
Reo es de crimen bárbaro y horrendo.»
Tente, Anfriso, y escucha tolerante.
No soy yo de la música contrario:
Sólo pudiera serlo un delirante.
Ni a condenar me atrevo temerario
El público placer, bien que mi diestra
Sólo a Dios elevara el incensario.
Quizá también mi júbilo se muestra
Al escuchar los ecos de Rossini
En Galli, en Rossi, en la sonora orchestra.
Pláceme Osmir en boca de Passini,
La Céssari en Arsace me arrebata,
Y admiro en Semirámide a la Albini.
Ni dejo de aplaudir una volata
Por cantarla Valencia, si me gusta;
Que nunca he sido mulo de reata.
Ni aún Llord cual subalterno me disgusta;
Que Orfeo no ha de hacer de confidente
Como pretende multitud injusta.
Mas mi cólera, Anfriso, no consiente
Que ensalzando de Italia a los cantores
Al español teatro así se afrente.
—21→
Tribútense en buen hora mil loores
A una voz peregrina, y no olvidemos
Que en Madrid hay comedias, hay actores.
No sea todo bravos, todo extremos
Cuando trina en rondó lengua toscana,
Y al escuchar a Lope bostecemos.
No clamen voces mil: ¡Hosanna! ¡Hosanna!
Cuando acate a su reina el pueblo asirio,
Y olvidemos la gloria castellana.
No aplaudamos un dúo con delirio,
Y Calderón y Rojas y Moreto
En vez de almo placer nos den martirio.
No vea yo a Cervantes incompleto
Por las cuadras rodar, y entre cristales
De la Schiava el insípido libretto.
No en el canto los duros a quintales
Ose invertir quien a Talía niega
Ocho maravedís y cuatro reales.
¿No es risa ver al pueblo cómo brega
Para alcanzar billete del Crociato?
¡A tanto, Anfriso, la locura llega!
Uno pierde la capa, otro un zapato;
Otro desde la víspera se aloja
Sobre la dura losa. ¡Mentecato!
Las diez. ¡Fiero motín! ¡Ruda congoja!-
«¡Orden! ¡Orden! ¡Soldados, en batalla!
Aquí la sangre azul; allí la roja.-
¡Atrás!- ¡Buen culatazo a la canalla!»-
¡Nada! ¿Quién la contiene? Aunque a sus ojos
Diez cañones cargasen de metralla.
¡Qué de jirones luego y de despojos!
¡Cuántos, sobre quedarse sin tarjeta,
Descalabrados van, mancos o cojos!
Otro, no menos huero de chaveta,
Compra a fuerza de plata el privilegio
De adquirir sin porrazos la luneta.
—22→
¿Qué ha de hacer? Si perdiera un solo arpegio
De la nueva función, otro elegante
Le acusara tal vez de sacrilegio.
No falta en tales días un tunante
Que revenda lunetas y sillones
Burlando al alguacil más vigilante.
Y hay hombre que daría diez doblones
Por escuchar el aria del contralto
Aunque fuera en el foso entre ratones.
Sabe Madrid que a la verdad no falto.
Cierto es el trasnochar, y el monopolio,
Y el tomar los billetes por asalto.
De cuanto pasa en él un tomo en folio
Se pudiera escribir; que menos fiero
El galo fue trepando al Capitolio.
Esto, y aún más que referir no quiero
Pasa en Madrid; ¡y me dirá mi abuela:
«¡Los tiempos están malos: no hay dinero!»
«¿A quién en tanto, a quién no desconsuela
El ver cuando no hay ópera desiertos
Patio, palcos, lunetas y cazuela?
«Este calor cruel nos tiene muertos.
Sudar en la comedía es de mal tono.
Los cómicos son torpes, inexpertos.
»Si es trágica la acción me desazono;
Si es moral me empalaga; si es jocosa…
Vaya usté en mi lugar: cedo el abono.»
Así el canto alienígena se endiosa;
Y aunque viera a mis plantas un abismo,
¿No ha de tronar mi saña procelosa?
Necio furor, risible fanatismo,
La guerra te declaro, y ¡oh si fuera
Cada verso que estampo un sinapismo!
¡Oh tú, santuario de virtud severa,
Teatro nacional, que fuiste un día
Norma y recreo de la gente ibera;
Prestigio de mi ardiente fantasía,
Tú, a quien tanta vigilia he consagrado,
Puerto amigable en la tormenta mía;
Tú que el sesgo camino me has trazado
Do Inarco laureó la docta frente,
Si bien se atasca en él mi pie cuitado;
Tú que en vano a la moda intercadente
Moral opones, variedad, buen gusto,
Ludibrio ya y botín de intrusa gente;
Teatro nacional, mi ceño adusto
Tu inicua depresión vengar ansía
Y vapular al populacho injusto!
Otro tan bajo apodo aplicaría
Sólo al humilde menestral honesto,
al que no viene de alta jerarquía;
Yo no, que a todo trance me he propuesto
Lo que siento decir, aunque mañana
Mordaz me llame un crítico indigesto.
Los que nunca leyeron a Mariana,
Y devoran insípidas novelas
En lengua gali-escita-castellana;
Los que charlando más que un sacamuelas
Insignes literatos se pregonan,
Y jamás saludaron las escuelas;
Los que su patria sin pudor baldonan;
Los que el oro negado al indigente
Por exóticos dijes abandonan;
Los que con cien aromas del Oriente
De sus almas no purgan la inmundicia,
Y llaman al danzar ciencia eminente;
El gallego o vascón cuya injusticia
Osa tildar de bárbaro salvaje
Al hijo de Navarra o de Galicia;
Los que llaman a un coche un equipaje,
Y hablando entre españoles mal gabacho
Sus costumbres olvidan, su lenguaje;
Anfriso, yo lo digo sin empacho;
Estos, su condición cual fuere sea,
Estos son, ¡vive Dios! el populacho.
Lejos de mí la extravagante idea
De condenar las óperas, repito;
Ni aun la débil de Osmir y Netzarea.
Mas aquel que al armónico apetito
Todo lo sacrifica afeminado,
Es un fatuo, un cabeza de chorlito.
«¡Bello dúo! Mi oreja ha regalado.»
Bien; mas ¿por qué el monarca babilonio
Ya cadáver entona un recitado?
¿Por qué Antenor, que viene hecho un demonio,
Canta rabiando y a Celmira aterra?
¿No es levantarle un falso testimonio?
¿En qué ignorado pueblo de la tierra,
Aunque perdone Il posto, canta un reo
Delante del consejo de la guerra?
¡Oh poder de la solfa! ¡Oh coliseo!
Cuando a mí me asaltaron los ladrones
No cantaban siguiendo a un corifeo.
¡Ay, que menos maldad, menos traiciones
Llorara el orbe si al compás y al tono
Los hombres sujetaran sus pasiones!
Mas no se diga que con ciego encono
Ando a caza de faltas en el canto,
Y al olvido sus gracias abandono.
Basta: sólo diré que no me espanto
Si entre bemoles el tam-tam resuena,
Ni Claudio cantarín me arranca llanto;
Que el canto los sentidos enajena,
Que conmueve tal vez; mas no convence,
Objeto primitivo de la escena.
Ni el comprender la letra a mí me vence,
Si cuando no debía Otelo canta,
Lo mismo es en toscano que en vascuence.
Sólo a su voz los triunfos que decanta
Quizá debe un tenor: la Poesía
Del genio vive, y no de la garganta.
De Melpómene fiera y de Talía
A los cuadros patéticos y fieles
También concede un genio la armonía.
La armonía de Fidias y de Apeles
Que el alma hiere, blanda, imperceptible,
Sin flautas, sin tam-tam, ni cascabeles.
Armónico placer indefinible,
Placer que sólo siente y sólo expresa
Quien nutre un corazón tierno y sensible.
¿Qué gozo iguala a la feliz sorpresa
De ver al torpe vicio escarnecido
Ceder su triunfo a la virtud opresa?
Si sucumbe, ¿qué pecho empedernido
No goza maldiciendo a los troyanos,
Lágrimas dando a la infelice Dido?
¿Quién de Dios no venera los arcanos
Cuando incestuoso gime y parricida
El miserable rey de los tebanos?
¿Quién si en su pecho la virtud anida,
No bendice a Jehová, que el alma fiera
Le negó y el orgullo de un Atrida?
¿Quién…? Pero ¿a qué me salgo de mi esfera?
¿Qué escribo yo? Una sátira picante,
Y no un tratado de moral austera.
¿Quién vale más, Racine o Mercadante?
¿Es más justo reír en El Avaro
Que aplaudir una pieza concertante?
¿Es lícito ignorar que Gundemaro
Fue de España monarca al madrileño
Que ha aprendido a decir: Addio, caro?
¿Se aplaudirá a un cantor con necio empeño
Antes que cante, sin saber si tiene
Mísera voz y oído berroqueño?
¿Callarán las deidades de Hipocrene
El talento español, y el de otra casta
Sonará desde Calpe hasta Pirene?
Que yo resuelva la cuestión no basta.
¿Y a qué fin? Cada cual a su albedrío,
Dirán, el tiempo y el dinero gasta.
Haced lo que queráis: tiradlo al río;
La solfa preferid; cuando haya canto
Olvidad los rigores del estío;
Pero, por Cristo y por su Padre santo,
No vayáis a ultrajar la patria escena
Los que la veis con tedio y con espanto.
No porque una comedía os cause pena
Miréis como a un idiota de reojo
Al pobre diablo que la juzga buena.
No apuntéis sin cesar el doble anteojo
Para ver en tertulia y aposentos
Si Filis se vistió de azul o rojo.
No allí el tiempo gastéis contando cuentos,
Y hasta ver si es el drama bueno o malo
No le volváis la espalda descontentos.
No charle usted tan fuerte, don Gonzalo,
O vaya con su cháchara al pasillo;
Que los que están detrás no son de palo.
No se ha anunciado en el cartel sencillo,
Ni puede autorizar el presidente
Que usted nos administre un tabardillo.
Ya que aplaude a rabiar, Dios se lo aumente,
Al tiple y al tenor, con sus paisanos
Sea usted, a lo menos, indulgente.
No tema lastimar sus lindas manos
Si aplaude a un español; que no por eso
Gemirán los cantores italianos.
Indigno fuera tan culpable exceso
De un artista eminente, cuya fama
No se funda en los bravos de un camueso.
Alguno de ellos, que las leyes ama
De la santa equidad, allá en su idioma
Llorando nuestra mengua al cielo clama.
¡Ay, que el llanto a mis párpados asoma
Cuando a ser españoles nos enseña
El que ha nacido en Nápoles o en Roma!
«¿Por qué, dice, la gente madrileña,
Bien que aplaudidos sean tiple y bajo,
La escena nacional tanto desdeña?
»Esmerado y asiduo es su trabajo.
¿No hacen más de lo justo los actores
Que por poco dinero echan el cuajo?»
Dice bien. Y si en premio a sus sudores
La soledad reciben y el desprecio,
Mal se corregirán de sus errores.
Hoy dan nueva función. ¡Oh vulgo necio!
¿Por qué no vas a verla? Si es mezquina,
Si la ejecutan mal, silba de recio.
Canta la donna mal su cavatina,
Y exclamas al momento compasivo:
«Está mala; está ronca: ¡poverina!»
¿Pecar no pudo por igual motivo
Un actor español? Quizá trabaja
Después de haber tomado un vomitivo.
Quizá ese mismo que tu lengua ultraja,
Inmolado al escénico decoro,
Come gazpacho y duerme sobre paja.
¿No fuera más razón en rudo coro,
Si delinquen, silbar a los de allende
Que han venido a embolsar montones de oro?
Mas en vano mi sátira pretende
Reformar a la ciega muchedumbre
Que la razón esquiva, o no la entiende.
¡Basta; me canso ya! ¡Dios los alumbre!;
Que si decir quisiera lo que callo
Aún gastara de tinta media azumbre.
Si en vano, ¡oh patria! por tu honor batallo;
Si no me escuchan como en Troya un día
Al que arengó contra el fatal caballo;
Si los necios me juran guerra impía;
¿Qué importa? La verdad siempre es mi norte.
Muchos aplaudirán la audacia mía;
Que no todos son necios en la Corte.
Defensa de las mujeres (Sátira)
«Es honrar a las mujeres
Deuda a que obligados nacen
Todos los hombres de bien.» Lope de Vega.
Mitad preciosa del linaje humano,
Triste Mujer esclavizada al Hombre,
Que tu escudo nació, no tu tirano;
Yo a defender tu mancillado nombre
Dulce a mi corazón, audaz me arrojo,
Bien que mi sexo indómito se asombre.
Tal vez me atraiga su temible enojo;
Que en tu defensa combatir no puedo
Sin cubrir a los hombres de sonrojo.
¡Oh! si mi bella con semblante ledo
Reconoce mi amor en mi poema,
Ni a todo un batallón le tengo miedo.
Mas ¡ay de mí si un crítico postema
Con indigesta pluma envenenada
A mis versos fulmina su anatema!…
¡Piedad, piedad! Sumisa, arrodillada
(¿Qué más quieres de mí?) pues no te ofende
Gracia pide esta sátira cuitada.
Tal vez en vano deleitar pretende.
No importa: sé indulgente, que harta pena
Tendrá su pobre autor si no la vende.
La Mujer ha nacido dulce y buena,
a recrear, a embellecer la vida
Como al campo la cándida azucena.
Si a los deberes falta inadvertida
De cariñosa madre y fiel consorte;
Si el virgíneo pudor acaso olvida;
¡Hombre severo! Si perdido el norte
A alguna ves que mísera naufraga
En el mar borrascoso de la Corte,
Tuya es la-culpa. Si el poder embriaga
De orgullo tus sentidos, al opreso
También sus grillos quebrantar halaga.
Hasta el insano tigre allá en lo espeso
Del arduo monte, y la feroz pantera
De tu barbarie culpan el exceso;
Que si ceban la garra carnicera
En la sangre del tímido cervato,
Dulces son a la dulce compañera.
Mas ¿qué admirar de ti cuando insensato
A la mujer inerme tiranizas,
Si ni al Hombre perdonas, Hombre ingrato?
De tu nombre el escándalo eternizas,
No la gloria, matando, destruyendo,
Jamás harto de sangre y de cenizas.
Y es suave a tus orejas el estruendo
Del infernal cañón, que el muro atierra,
Y de la alzada bomba el silbo horrendo.
Si una vez la ambición tu pecho encierra,
En saña vences al caudal torrente
Que el Noto arroja de la adusta sierra.
Mas ¿dónde voy? Del dios armipotente
Narrar no es mío el carro sanguinoso,
Ni Talía bufona lo consiente.
Así, bien que de cólera reboso,
Combatiré del Hombre la injusticia
En tono menos grave y ampuloso.
¡Oh tú, que tanto culpas la malicia
De tu pobre mujer!, ¿por qué primero
No culpas, di, tu sórdida avaricia?
Si tanto le escatimas el puchero,
Y comer es forzoso, ¿cómo quieres
Que tenga amor ni a ti, ni a tu dinero?
¡Qué tibios son de Venus los placeres,
Dijo allá in illo témpore un poeta,
Sin dulce Baco y regalada Ceres!
Tú, que apuras en vicios la gaveta,
Marido de una hermosa, ¿por qué exiges
Que penitente viva y recoleta?
Sin cesar la reprendes, y te afliges
Porque baila y se alegra; pero en tanto
Tu perversa conducta no corriges.
¿Y qué diré de ti, necio Crisanto,
Que con sesenta Eneros a la cola
Humillas tu cerviz al yugo santo?
¡Y con quién! Con Leonor, que campa sola
En gracias, en frescura y lozanía,
Y a quien tanto galán su pecho inmola.
¿Cuándo han vivido en plácida armonía
El suave nardo con el rudo espino,
El alegre con la noche fría?
¿Y no ha de renegar de su destino
Si recuerda que es joven, que es amable,
Y encuadernada vive en pergamino?
Compara tu braguero miserable,
Y tu rugosa frente ilimitada,
Y el asma que te aflige perdurable,
Con aquella cintura delicada,
Aquellas formas de beldad modelo,
Aquella tez brillante y sonrosada;
Y luego, si te atreves, clama al cielo,
Y acúsala de infiel y de perjura
Si sucumbe al amor de algún mozuelo.
«¿Era menos infausta mi figura
Cuando me unió, dirás, el sacro nudo
A su liviana y pérfida hermosura?»
¿Y no compraste escudo sobre escudo,
Respondo yo, la inicua tiranía
De su padre avariento y testarudo?
¿No la robó tu bárbara porfía
Al dulce amigo de su infancia tierna
Con quien dichosa y casta viviría?
O darse a ti, o clausura sempiterna:
¿Qué otro medio restaba a la infelice
Para aplacar la cólera paterna?
Llama sin tregua en el abismo atice
El tétrico Plutón al que de un hijo
La inclinación honesta contradice.
Lleve el diablo al decrépito canijo
Que no espera su término cercano
Tranquilo y sin bodorrio en su cortijo.
Y tú, lindo don Diego casquivano,
Que por salir de trampas y pobreza
Vendiste a doña Críspula tu mano;
Si porque el hado le negó belleza
La desprecias ingrato, ¿cómo extrañas
De su gruñir eterno la rudeza?
¿Se encuentran cada día esas cucañas?
¿No debes nada a tu mujer, que entero
Te consagras sin rienda a las extrañas?
«No se compra el amor con el dinero.
Por qué enlazarse a mí?» ¡Linda salida!
¿Te explicabas así cuando soltero?
¿Y aquello de mi amor, mi bien, mi vida?
¿Qué se hicieron los dulces madrigales
Do tu pasión pintabas desmedida?
«Rojos tus labios son como corales;
Nieve tu seno, que Cupido precia
Más que en Chipre su cuna de rosales.
«Ni Cleopatra famosa, ni Lucrecia
Te igualan en beldad, ni la traidora
Que tantos lloros arrancó a la Grecia.»
Así hablaba tu boca engañadora.
¿Por qué es hoy a tus ojos una arpía
La que antes fue sirena encantadora?
«Que pague su orgullosa tontería.
¿Por qué no consultaba algún espejo,
Y hubiera visto en él que yo mentía?
»A un hombre de mi garbo y mi gracejo
Harto cuesta el llamarse su marido
Sin hacer el papel de su cortejo.»
Y acaso, dime, ¿la primera ha sido
Que hermosa se ha juzgado, o menos fea
A fuerza de adularla un fementido?
¿Es por ventura extraño que se crea,
Y más en la mujer, débil, sencilla,
Lo que el orgullo humano lisonjea?
¡Y cuántas veces el amor humilla
A una fea dichosa el Ganimedes
Admiración y hechizo de la villa!
¿Ni aun el consuelo a la infeliz concedes
De haber creído conquistar tu pecho,
Si no con su beldad, con sus mercedes?
¿Tan mal fundado juzgas el derecho
De una rica al amor de un pelagatos
Que no tiene ni viña ni barbecho?
Recuerda cuando andabas sin zapatos,
Y si un creso la sopa te ofrecía
Te tragabas hambriento hasta los platos.
«¡No se hubiera casado!» ¿Y qué sería,
Qué sería de ti, que tal profieres,
Si, pudiendo ser madre, aún fuera tía?
¡Ah! bien pudo nadar en los placeres
Sin gemir en amargo cautiverio;
Mas ¡oh suerte cruel de las mujeres!
Si del amor cedéis al dulce imperio,
Sólo el placer el Hombre se reserva:
Vuestro es el deshonor y el vituperio.
Pasa por gracia en la viril caterva
Lo que castiga cual atroz delito
En la mujer, su infortunada sierva.
No hay un freno que dome su apetito;
Que más aplauden al que más codicia
El lupanar, la crápula, el garito.
Y en tanto ¡cuál te oprime su injusticia,
Triste Mujer! Feroz si te condena,
Cocodrilo falaz si te acaricia.
¿Es mucho, pues, si de Natura suena
Dentro en su pecho la incesante aldaba,
Que anhele una infeliz nupcial cadena?
¿Y qué mujer de resistir se alaba
Al soberano amor? Su arpón maldito
A la hermosa, a la fea, a todas clava.
Y hoy que domina el interés precito
¿No ha de esperar que el oro la haga bella
Aunque sea una furia del Cocito?
¿De rabia no arderá como centella
Si es despreciada del marido injusto
Que sus derechos sacrosantos huella?
¿No ha de tenerle en sempiterno susto
Espiando al perjuro día y noche?
¿No ha de arañarle el entrecejo adusto?
¡No, que verá tranquila que derroche
Su hacienda en un burdel, y a una piruja
Querrá ceder el heredado coche!
¡Y tú la llamas deslenguada y bruja
Porque charla, y te aturde y desespera!
Hace bien en charlar; que no es cartuja.
Mas ¿cuál infame y cínica cohorte
A mis ojos parece?… ¡Ah vil canalla,
Escándalo y escoria de la Corte!
Ahora sí que saltar quiero la valla;
Ahora como la pólvora tronante
Mi cáustico furor arde y estalla.
¿Quién puede ver sin cólera a un tunante,
A su triste mitad poner en venta,
Del conyugal pudor vil traficante?
«Resista la mujer tamaña afrenta.»
¿Cómo podrá si su holgazán marido
La hace vivir desesperada, hambrienta?
Si en tanto algún ricacho corrompido
Con larga mano a su hermosura brinda
Ya el collar, ya el magnífico vestido;
Menos heroica que graciosa y linda,
¿Es mucho que por hambre o por despecho
Al pródigo magnate al fin se rinda?
Así el macizo artesonado techo
Que una gotera mina sin reposo
Al fin viene a caer roto y deshecho;
Así en el alto cerro pedernoso
Un año y otro la robusta encina
Al huracán resiste proceloso;
Y al fin la copa vacilante inclina,
Cruje el tronco tenaz, y al valle umbrío
Baja rodando en estruendosa ruina;
Así al oso feroz del Alpe frío
A fuerza de hambre y palos y cadena
Hace bailar el hombre a su albedrío;
Así a dormir con ruda cantilena
La serosa nodriza de Vizcaya
Los infantiles párpados condena;
Y tanto boga, sin hallar la playa
El desvalido párvulo en su cuna,
Que al fin duerme sin sueño o se desmaya.
¡Ay! en tanto que halaga la fortuna
A un gandul sin vergüenza, torpe, idiota,
Gime el talento y el honor ayuna.
¿No ha de sufrir la pública chacota
Un marido venal? ¿Por qué a ese reo
Sin honra ni pudor no se le azota?
¿Por qué ha de ser escudo el himeneo…
Mas silencio: mi pluma avergonzada
Se niega ya a pintar cuadro tan feo.
«Escuche usted, me dice un camarada:
Veamos cuál disculpa a la soltera.
El vengador de la mujer casada.
«¿Por qué Flérida esquiva y altanera
Me precia en menos que su mano hermosa,
Talle gentil y rubia cabellera?»
No la adulara tanto la enfadosa
Cuadrilla de babiecas que la hostiga,
Y frívola no fuera y vanidosa.
«¿Por qué si a tantos sin rubor prodiga
La blanda risa y la mirada ardiente,
Inés se llama mi constante amiga?»
Porque ya la ha engañado un pretendiente;
Y pues en todo el hombre da el ejemplo,
No es mucho que le imite… y le escarmiente.
«¿Por qué, si bien a Fílida contemplo,
Más humana la encuentra y más propicia
Quien lleva más ofrendas a su templo?»
¿Qué ha de hacer! De su padre la codicia
Al que suspira a secas no consiente,
Y al que regala, aplaude y acaricia.
«¿Por qué, si es cierto que Belarda siente
El amor que su boca me ha jurado,
En sus heladas cartas lo desmiente?
»Amor tan circunspecto y reservado
Es farsa, no es amor. ¿Por qué no imita
Mi volcánico estilo apasionado?»
Porque a la imberbe tropa hermafrodita
En el café no leas el billete,
Y la insulten después con su risita.
¡Mal haya el confitado mozalbete
Que por darse ridícula importancia
La opinión de una hermosa compromete!
Escuchadle contar, ¡oh petulancia!
Más victorias de amor, que de Belona
Ilustraron al héroe de Numancia.
Mirad cómo su lengua fanfarrona
A alguno cierto, que callar debiera,
Mil placeres soñados eslabona.
«¿Veis aquella que va por la carrera?…
Pues cierta noche hasta rayar el…»
¡Infame! ¡Y no ha pisado su escalera!
«¿Diréis que Petronila es una malva?
Pues me da cada lunes una cita,
Y el marido… ¡Infeliz! La fe le salva.»
¿Cuál de su lengua gárrula, maldita,
Aunque sea una santa se liberta?
¿Cuál no fue suya si nació bonita?
¡Ay desdichada joven si inexperta
Vencer te dejas del procaz lampiño!
¡Ay si le atranca tu virtud la puerta!
Que, muerto en breve su falaz cariño,
Tu honor es su juguete o su venganza,
Aunque sea más puro que el armiño.
Mas la florida edad de la esperanza,
Del placer, del amor rápida vuela,
Y a luengos pasos la vejez se avanza;
O bien el lindo rostro de Marcela,
Que fue portento ayer, hoy desfigura
Crudo tumor, aleve erisipela.
¡Y cuánta soledad, cuánta amargura
Guarda el hado cruel a la que llora
Marchita o jubilada su hermosura!
Si la rosa de Mayo encantadora
Del hombre esquiva la canosa frente,
Ciñe al menos oliva triunfadora.
Si en sus aras Amor no le consiente,
Temis le acoge, y próvida Minerva
Le brinda del saber la sacra fuente.
Si el crudo tiempo su vigor enerva,
Riquezas prodigándole y honores.
Del hambre y de la infamia le preserva.
Días ha que disputan los doctores
Si es justo o no que la Mujer se ciña
A mezquinas domésticas labores.
En buen hora se niegue a la basquiña
Regir la noble cátedra severa,
Blandir el asta y escardar la viña;
Pero al menos el Hombre ¿no pudiera
De algunas artes reservar el uso
A la pobre Mujer su compañera?
Todo lo abarca su poder intruso.
Tejedor es el Hombre, y cocinero,
Y sastre, que es el colmo del abuso.
¡Oh mecánico siglo chapucero!
¡Oh molicie del Hombre vergonzosa!
¡¡¡Yo he visto hacer calceta a un granadero!!!
Y porque anhela el título de esposa
Con ardor incesante una doncella
¿La censura tu lengua ponzoñosa?
¿Dirás que es liviandad si se atropella,
Por si otro más gentil no se aparece,
A escoger un marido indigno de ella?
¿Qué mucho si de un hombre se guarece,
Quien fuere sea, contra el hombre injusto
Que si no la persigue la escarnece?
¡Triste!… ¿No ha de temer el ceño adusto
Del que la juzga y manda soberano
Sólo porque ha nacido más robusto?
Bien con el corazón diera su mano
Al bello mozo que en secreto quiere,
Y no a su novio enclenque y chabacano.
Mas ¡ay, que en vano sin piedad la hiere
Del caprichoso amor la flecha aguda;
¡Que ha de arrancarla o despechada muere!
Su mal recata ruborosa y muda
Si movido por rara simpatía
Amoroso el doncel no la saluda.
El Hombre con descaro y osadía
Declara sus amores, pobre y feo;
A la hermosa de excelsa jerarquía.
No es dique la opinión a su deseo,
Y de una en otra hasta encontrar posada
Convierte el trashumante galanteo.
Mas en todo la Hembra infortunada
Contra su pecho para amar nacido
Nace a perpetua lucha destinada.
Legislador el Hombre empedernido
Ni aun el consuelo, ¡ay mísera! te deja
De elegir un tirano en un marido.
Así con el cetrino la bermeja,
La niña con el trémulo caduco,
La aguda con el fatuo se empareja.
¡Persiga Capricornio al mameluco
Que sin pasiones vegetar te manda
Cual si fueras de mármol, o de estuco!
«Bien; resignada estoy, dice Fernanda.
Ya del sexo opresor la ley recibo,
Aunque me dicta amor otra más blanda.
«Mas valga de mi rostro el atractivo,
Valga a adquirirme racional esposo
El laudable recato con que vivo.»
¡Inútil esperanza! Licencioso
Prefiere el Hombre al plácido himeneo
Celibato infecundo y vergonzoso.
Griego, romano, egipcio, persa, hebreo;
Todos honraban cuando Dios quería
El santo nudo que ultrajado veo.
Si alguno con culpable antipatía
Osaba desdeñarlo, era maldito,
Y en el desprecio y el baldón vivía.
Mas hoy se tiene a gala el sambenito.
«¿Casarme? dice Erasto, ni por pienso.
No caiga yo jamás en el garlito.
»Otro al ara nupcial lleve su incienso.
Libre quiero vivir, independiente;
Libre gastar mi patrimonio inmenso.
»No sea yo ludibrio de la gente.
No sufra yo, tras la mujer y el dogo,
Cuñado hambrón y suegra impertinente;
»Y una recua de primos… (¡yo me ahogo!…
Y ¡oh Dios! la ambigua prole venidera,
Y el comadrón, el ama, el pedagogo…
«¡Qué horror! Ya ¿quién se casa? Un calavera,
O el palurdo, si amaga alguna quinta
Que en morrión le transforme la montera.»
Santo Himeneo, quien así te pinta,
Quien te denuesta así no tiene un alma,
O más negra la tiene que mi tinta.
Y cuando veo su insolente palma
Blandir al vicio ¿enfrenaré mi furia?
¿Veré su impunidad en torpe calma?
¿Hasta cuándo, ¡oh virtud! cual hija espuria
Te abnegará el ibero corrompido
Del Lete al Duero, desde el Miño al Turia?
¿Nada debes al suelo en que has nacido?
¿Nada a ti mismo por ventura debes,
Tú que el nombre escarneces de marido?
¡Hombre que al escuchar no te conmueves
De la natura el imperioso acento,
Feliz te llamas y a vivir te atreves!
No más hinchado prócer opulento
Compra el amor, sincero, don divino,
Que el piloto en el mar próspero viento.
Basta a alcanzar el oro alto destino,
Basta a lograr efímeros placeres,
Basta a rendir el muro diamantino;
Mas si algún corazón rendir quisieres,
Te ha de costar el tuyo; a menos precio,
Te afanarás en balde; no lo adquieres.
¡Ay miserable, miserable y necio!
El que compra lisonjas con el oro
Comprará la par su ruina y su desprecio.
Vendrá la senectud, y amargo lloro
Te ha de bañar el lánguido semblante,
Si hoy tal vez lo embellece tu tesoro.
No habrá una hiedra cariñosa, amante,
Que en abrigar se goce al tronco yerto
Lozano en otro tiempo y arrogante.
Muerto a ti mismo, a los placeres muerto,
El mundo que hoy no basta a tus antojos
¿Qué será para ti? Mudo desierto.
¿A quién entonces volverás los ojos?
¿Quién cubrirá de rozagantes flores
De tu vejez los áridos abrojos?
¿Quién vendrá a consolarte en tus dolores?
¿Quién besará tu mano, dulce fruto,
Dulce acuerdo de plácidos amores?
Y cuando pagues el fatal tributo
¿Quién cerrará tus párpados gimiendo?
¿Quién vestirá por ti fúnebre luto?
Así rasgada con horrible estruendo.
Pasa fugaz la nube veraniega
Entre granizo y rayos descendiendo;
Y ni una planta generosa riega;
Que al caer se disipa, no dejando
Vestigio de su tránsito en la vega.
Mas ¡cómo ciega al Hombre el vicio infando!
¡Cuántos la arrastran, ay! más ponderosa
La conyugal cadena desdeñando!
Arruina a Damis Lesbia, la Raposa,
Inmunda meretriz; y Damis fiero
Desprecia a Laura linda y virtuosa.
No quiere que al olor de su dinero
Algún pariente acuda; y el pazguato
Pariente viene a ser del pueblo entero.
Mucho cacarear su celibato;
Y obedece la ley de una buscona
Que ayer fue propiedad de un maragato.
Su corazón le ofrece la bribona;
Pero ¿qué corazón ni qué embeleco
Si ni aun manda absoluto en la persona?
Mírale al tonto pasear tan hueco
En soberbio landó con su manceba,
Que le burla después como a un muñeco.
¡Mira cuál le engatusa la hija de Eva,
Y cuán cara le vende su conquista!
¡Pobre caudal! El diablo se lo lleva.
¿Dónde hay repleto cofre que resista
Tanto gastar en fonda y coliseo
Y peluquero y tiendas y modista?
Cual si fuese la hacienda de un hebreo,
La tía de alquiler, el falso primo,
Todos entran a parte en el saqueo.
Así a la viña de su fruto opimo,
Lindera del camino, se despoja,
Si al paso cada cual corta un racimo.
¿Y a quién apiada luego su congoja
Si reducida su fortuna a cero
La ingrata Lesbia del umbral le arroja?
¿Quién no se ha de reír del majadero,
Del bagaje mayor que de este modo
Su juventud consume y su dinero?
«¿No es fuerte cosa, desde el sucio lodo
Do yace hundido, me dirá fulano,
Que en todo has de culpar al hombre, en todo?
«¿A mí me llamas cínico y liviano,
Y bagaje mayor, ¡sangrienta injuria!
Y estéril monstruo del linaje humano?
»¿Y acaso es una Porcia, una Veturia,
O más bien una torpe Mesalina
Quien vende su beldad a mi lujuria?
»Tu lógica es por cierto peregrina.
Porque estoy arruinado ¿soy culpable?
¡Pues, qué! ¿No peca más la que me arruina.
»¿Querrás tal vez el título de amable
Ganar entre las damas abogando
Por la ramera inmunda y despreciable?
»Y con la vieja infame que el nefando
Lenocinio ejercita ¿por ventura
Serás también caritativo y blando?
»No fuera tal del hombre la locura
Si mercenaria la mujer no fuera.
Más bendiciones echaría el cura.
»Cierto que mueve a lástima Glicera
Linda y graciosa, sin hallar marido,
Consumir su galana primavera;
»Mas ¿qué mucho si un joven aturdido
A la adusta Glicera recatada
La fácil Araminta ha preferido?
»¿Quién no coge la poma sazonada
De rama dócil que su mano toca
Mejor que de alta copa enmarañada?
»¿Qué marinero con audacia loca
Cuando le brinda la amigable arena
Se va a estrellar en la erizada roca?
»¿Quién si la rubia miel puede sin pena
Gustar en libre mesa, quién la busca
expensas de algún ojo en la colmena?
»¡Vate mordaz! ¿Qué vértigo te ofusca?
Contra tu mismo sexo ¿quién te mueve
A escribir una sátira tan brusca?
»Eso faltaba a la Mujer aleve
Para colmar su orgullo. ¡Ah! quien la apoya
Caiga en sus lazos; sus engaños pruebe.
»Acuérdate de Elena. ¡Linda joya!
Ella fue de su patria horror y estrago;
Ella ardió los alcázares de Troya.
»Fíate, necio, de amoroso halago;
Patrocina y elogia a las mujeres;
Temprano o tarde te darán el pago.
»Dones lleva a la diosa de Citeres;
Leda con una mano los recibe,
Y con otra envenena tus placeres.
»¡Dichoso quien a tiempo se apercibe
Contra el sexo falaz y más dichoso
Quien sin amor y sin mujeres vive!»
¿Has dicho? Óyeme ahora; que celoso
A mi defensa vuelvo y a mi ataque,
Homenaje debido al sexo hermoso.
Quizá ya el triunfo cantarás muy jaque;
Mas basta a evaporar tu vanagloria,
No digo yo, cualquiera badulaque.
¿Qué vale recordar la añeja historia
De la hermosa Tindárida funesta?
Sólo pruebas con eso tu memoria.
Citar mujeres mil poco me cuesta
De castidad y de valor modelo;
Mas no es del caso erudición molesta.
Ni cubre mi razón tan denso velo
Que a todas las disculpe. ¡A buen seguro!
Muchas son el oprobio de su suelo.
Mas para alguna que rompiendo el muro
De la austera opinión al torpe crimen
Guiar se deje por conato impuro,
¡Cuántas el hambre déspota redimen
Con su indefenso honor! ¡Cuántas, ay! Cuántas
de artera seducción víctimas gimen!
Censor injusto que de ver te espantas
De Isaura la flaqueza, ¿acaso ignoras
Que el lloro de Damón bañó sus plantas?
Las palabras recuerda engañadoras
Que insidiaron su cándida inocencia,
Las elocuentes cartas seductoras.
Viérasle de su amor en la demencia
Jurar por el divino firmamento
Consagrarla por siempre su existencia.
Viérasle cuán solícito y atento
Sus más leves caprichos prevenía,
Y así velaba su traidor intento,
Y gimiendo a su lado noche y día
Cuán rendido ensalzaba su hermosura,
Su ingenio, su donaire y bizarría.
Así entre gayas flores y verdura
Se oculta el áspid y en manjar sabroso
La ponzoña vertió mano perjura.
No de otra forma el piélago espumoso
Con mansas olas el fatal bajío
Al marinero cubre cauteloso.
¡Ah! ¿Qué no inventa el corruptor impío
Hasta que el triunfo bárbaro asegura,
Que olvida luego con cruel desvío?
Ora baña su rostro de dulzura,
Diestro camaleón; ora abismado
En el dolor lo finge y la amargura.
Viérasle, en fin ante el objeto amado
Con mentido furor el hierro agudo
Convertir a su seno depravado.
Débil Mujer, en el combate rudo
Do a par de la natura el hombre lidia,
¿Qué Palas te defiende con su escudo?
Nutrida en la ignorancia, en la desidia,
Y tierna más que el Hombre y amorosa,
¿No ha de vencer del Hombre la perfidia?
Así en torpe ramera escandalosa
La seducción convierte a quien sin ella
Tierna madre sería y fiel esposa.
Así, Clori infeliz, tu frente bella
Do celestial pudor resplandecía
Marchita el vicio y la ignominia sella.
Aquella que en inmunda mercancía
Torna el amor, decrépita rufiana,
Aún llora de un amante la falsía.
Nunca la hubieran en su edad lozana
Con pérfidas lisonjas seducido;
Y ahora sería respetable anciana.
¡Ay! después que una mísera ha perdido
La buena fama, su mayor tesoro,
¿Qué asombro si el pudor lanza al olvido?
Sin apiadarse de su ardiente lloro
Hoy lenguaz la deshonra el embustero
Que ayer la repetía: yo te adoro.
«De la virtud, respondes, al sendero
Puede tornar. Si el Hombre se lo niega,
Dios le dará el perdón, menos severo.»
¡Saludable moral más que a la vega
El fecundo rocío!, aunque en la boca
De un botarate lúbrico no pega.
Mas tu ejemplo al desorden la provoca.
¿Y por qué llamas hoy crimen horrible
Lo que llamaste ayer una bicoca?
La que ayer, a tus lágrimas sensible,
De gracia fue raudal y de delicias
¿Infame ha de ser hoy y aborrecible?
Hoy no vendiera Lola sus caricias
Si no la despreciase el insolente,
Que robó a su hermosura las primicias.
Y no es menos ludibrio de la gente
La que al vicio aprendido se abandona
Que aquella que lo llora y se arrepiente.
¿Qué digo? Despreciada se arrincona
La que siente pesar de su flaqueza,
A la relapsa la opulencia abona.
Perdió a Dorila su gentil belleza.
Pues otro bien no tiene, ¿será extraño
Que con ella conjure la pobreza?
Ya me replicas tétrico y huraño
Que eso de traficar con la hermosura
Causa a la sociedad inmenso daño.
Sí; mas viviendo mísera y oscura
¿Por qué a la sociedad ser inmolada,
Que la arroja de sí como basura?
Ni premio espera la mujer honrada,
Que entre los hombres vive como ilota,
Ni socorro y piedad la descarriada.
A tu lengua mordaz el filo embota,
Pues, si no seductor, cómplice fuiste,
Y no la imprimas indeleble nota.
El poder con que el hado te reviste
Templa tú con la plácida indulgencia;
Y harto será si tu poder resiste.
Si el saber y el valor fueron tu herencia,
De la Mujer son dotes la ternura,
El candor, la piedad y la paciencia.
No ve el rostro a la negra desventura
El que de una mujer amado vive
Que de sus males temple la amargura.
La Mujer en su seno te recibe,
Y a tu labio infantil el pecho ofrece
Do el almo néctar sin descanso libe.
No la aurora tan próvida amanece,
No a serenar el hórrido nublado
Tan halagüeño el iris aparece,
Cual su labio amoroso y regalado
Sonriendo saluda al caro dueño
Cuando a sus lares torna fatigado.
Ella, a olvidar el enconado ceño
De su estrella enemiga, le previene
La limpia mesa y el tranquilo sueño.
El cielo dio a su acento que resuene
Grato y consolador, y que a tu ira,
Hombre feroz, los ímpetus enfrene.
La Mujer con el mísero suspira,
Y mano tiende al pobre bienhechora
Como el Hombre impasible la retira.
Su mirar enternece y enamora,
Y su sonrisa el alma lisonjea
Como las auras al dosel de Flora.
Mientras el Hombre bárbaro pelea;
Mientras de acero la discordia insana
Arma su diestra o de encendida tea;
Sobria, dulce, benéfica y humana,
Paz amorosa la Mujer ansía,
Fuente de dichas que incesante mana.
Y en los altares fervorosa y pía,
Cuando el Hombre los huye pervertido,
Preces al Alto por el Hombre envía.
Ni, bien que débil gima y abatido,
Al eco de la patria, de la gloria
El sexo del amor cierra su oído.
¡Cuántas ganaron inmortal memoria
En los campos de Marte y a su frente
Ciñeron el laurel de la victoria!
Ni labio luminoso y elocuente
A la Mujer negó Naturaleza,
Y claro ingenio y fantasía ardiente.
No es patrimonio suyo la rudeza,
Como pretende el Hombre; que el talento
Bien se sabe hermanar con la belleza.
Mas no ya a la Mujer como portento
De gracia y de virtud el Hombre estime:
Sólo su compasión mover intento.
Duélete, sí, de la Mujer que gime,
Por nacer menos fuerte, condenada
A adular al tirano que la oprime.
Aún por el mismo amor atormentada,
En tutela infeliz desde la cuna
Vivir la mira hasta la tumba helada;
Y en soledad austera la importuna
Existencia arrastrar; y al hombre avaro
Los favores ceder de la fortuna.
Cual rota nave, si luciente faro
El puerto no le enseña en noche umbrosa,
La cuitada perece sin tu amparo.
Contempla que madrastra rigorosa
Le envía en cada gozo mil dolores
Natura, para ti madre amorosa.
Contempla en fin los negros sinsabores
Que por tu causa sin cesar padece,
Y si la has de ultrajar no la enamores.
Basta; que ya mi sátira te escuece.
Si en vano corregirte me prometo,
Confiésame a lo menos que merece
Más amor la Mujer y más respeto.
El tabaco (Octavas)
Canten otros el Nabo y la Judía,
Cantar que tiene a fe, cuatro bemoles;
Lleve otro su poética manía
Hasta el extremo de cantar las Coles;
Cante alguno mañana u otro día
La gloria del arroz con caracoles;
Mas con permiso yo de Horacio Flaco
Canto las alabanzas del Tabaco.
Si algún bien positivo a España trujo
Nauta atrevido el genovés Colombo,
No el oro fue que Potosí produjo,
No el tostado café que sirve Pombo,
Ni el ave tropical que habla por lujo;
¡No, nada de eso! O yo soy un zambombo,
O no vino de allá, ¡voto a dios Baco!,
Mercancía más útil que el Tabaco.
Negro, como el Brasil lo fabricaba
Para arrollarlo en sempiterna soga,
Que dulce al catalán como guayaba
Le parecía cuando estaba en boga;
O en luengo puro, que hace echar la baba;
O en papelillo envuelto como droga,
O quemado en la pipa al modo austriaco,
Inestimable yerba es el Tabaco.
Reine la ley, o el despotismo aleve,
De la santa igualdad él es la escuela.
Fuma el último quídam de la plebe;
Fuma el prócer que brilla en carretela.
¿Qué hombre a decir a otro hombre no se atreve:
Hágame usted el favor de la candela?
¿Quién la niega al más ruin hominicaco?
¡Oh virtud fraternal la del Tabaco!
¿Qué importa si los pobres lo consumen
De Virginia o Kentuqui, a cuarto el puro?
¿Qué importa que otros prójimos lo fumen
Habano rico, la docena un duro?
La calidad ¿qué importa si, en resumen,
Flojo o más fuerte, claro o más oscuro,
Barato o no, por consecuencia saco
Que todo ello es fumar, todo es Tabaco?
Un cigarro las fuerzas restituye
Al tostado jayán que cava y suda;
La bota el zapatero no concluye
Si el humo del cigarro no le ayuda;
El letrado con él chupa y arguye,
Y si la gota crónica y aguda
Aflige al sesentón hipocondriaco,
Le alivia, más que el médico, el Tabaco.
Al jugador que pierde su dinero,
Al aguador que rompe su botijo,
En su hondo calabozo al prisionero,
Al reo pregonado en su escondrijo,
Al demente en su jaula, al mundo entero
Es consuelo el fumar. ¡Oh qué bien dijo,
Llámese Pedro o Juan, Diego o Ciriaco,
El que dijo: ¡a mal dar, tomar Tabaco!
¿Quién no ha visto en presidios y cuarteles,
Cual su hacienda Esaú por un potaje,
Vender a veteranos los noveles,
Tras del último harapo de su traje,
Y aunque sufran después ansias crueles
Y el estómago hambriento se relaje,
El cotidiano pan negro y bellaco
Para comprar dos onzas de Tabaco?
Aunque andrajoso, abigarrado y feo
El soldado español vaya a la guerra
Y tenga que vivir del merodeo
Y descansar sobre la dura tierra,
(Porque las corvas uñas de un hebreo
Roban la plata que el Tesoro encierra)
Derrotará al calmuco y al cosaco
Si no le faltan pólvora y Tabaco.
Amigo (otros dirían alcahuete)
Es de Amor el Tabaco. So pretexto
De encender un cigarro, el mozalbete
A declarar su fin, no siempre honesto,
En el hogar de Brígida se mete…,
Aunque se expone a que con agrio gesto,
Si es sorprendido haciendo un arrumaco,
Padre o rival le den para Tabaco.
Y ¡qué es ver a un currillo malagueño,
Después que en Estepona hace el alijo
Y el género cubano o brasileño
Resguarda del resguardo en un cortijo,
Con una mano de su dulce dueño
La cintura estrechar… ¡ay regocijo!…
Mientras tiene en la otra su retaco
Y en la boca la muestra del Tabaco!
Y ¡qué es ver sobre el puente de Triana,
A babor y estribor terciado el dengue,
Pasearse la gárrula gitana
Columpiando con brío el bullarengue,
Y encendido un chicote de la Habana
Desafiar osada a Dios y al mengue!
Movería a un bajel su aire de taco 95
Y a otro el denso vapor de su Tabaco.
Y si tomado en humo por la boca
Da el Tabaco momentos tan felices,
¿Qué gratas sensaciones no provoca
Cuando en polvo lo gozan las narices?
Dígalo la abadesa con su toca;
Díganlo más de tres sobrepellices.
Cura hay que sorberá sal amoniaco
Y dirá en su ilusión: ¡qué buen Tabaco!
El segador que viene de Galicia
Flaco vuelve a su tierra como alambre.
Por ahorrar un ochavo (¡vil codicia!)
Se dejará morir de sed y de hambre.
Sólo el polvo es su orgullo y su delicia
Aunque en vez de rapé huela a cochambre;
Ni siente ver vacío el sucio saco
Si el fusique está lleno de Tabaco.
Finalmente, el Tabaco es cosa grande,
Ya al paladar o a la nariz se pegue,
Y al que lo niegue, Dios se lo demande,
Si hay algún temerario que lo niegue;
Y sin que humana súplica me ablande
Yo exclamaré fumando: ¡al cielo plegue
Que salga un golondrino en el sobaco
Al que sea enemigo del Tabaco!