Yo soy la amada

 

Yo soy la amada, amante, soy la amada:
voy andando las horas que separan
mi cuerpo de tu cuerpo
y restañando las frágiles heridas
de huellas que volaron con tu nombre.

Yo soy la amada, amante, soy la amada:
la que brotó salvaje entre tu trigo
y lo tiñó de púrpura,
la que sin darse cuenta
iluminó de pronto tu paisaje,
la que acudió a tu llanto
y en su aljibe
atesoró tus lágrimas.

Yo soy la amada, amante, soy la amada:
la que en silencio mira.
La que te espera.
La que teje sus sueños con tu vida.

Las velas

 

Heme aquí viendo pasar la tarde.
La pereza se ha posado en hombro
y he enfilado un collar con tus palabras
para adornar la casa.
Construyo metáforas ardientes
para esparcir confetis de colores
donde tu ausencia marca la distancia.
Caen las hojas. Las velas se deshacen
y anuncia un eclipse total en el espejo.
Es un pequeño fuego, casi nada,
un festival de luz para mis ojos.
Cae la tarde y soy el único testigo
de unas mágicas sombras en el techo.

Mi madre cumple cien años

 

Dice mi madre que hace varias noches
una mujer se sienta al borde de su cama.
Sobre el oscuro traje, tal vez de terciopelo,
sus dos manos parecen dos palomas inválidas.
Mi madre me pregunta si puede ser la muerte.
Dice que no es mi abuela ni alguna de mis tías.
Que no la ha visto nunca…
Y yo procuro hablarle cosas divertidas.
Dime: ¿Tú crees que ella me busca?
Pues mira, madre, en el Jerte
Han florecido todos los cerezos.
Pero la mirada de mi madre
Esta cubierta por alas de penumbra.
Los álamos tan altos de la casa
echan sus hojas nuevas, madre.
El único prodigio que tenemos es la vida.
Yo la he gastado toda.
Por eso te pregunto si esa mujer de negro,
oscuramente inmóvil podría ser la muerte
Nos miramos. Miro para otro lado.
Dentro del pecho siento el hielo de la tarde.

Ángel de la poesia

 

Porque respiro el aire que respiras.
Porque percibo tu vagar intenso.
Porque escindes de lo vulgar mi alma.
Porque me acercas a tu sacro fuego.
Porque eres vuelo y nadie te retiene.
Porque en diálogos de luz me cantas.
Porque en tu ausencia todo es como nada.
Porque desbordas de emoción mis ansias.
Porque te busco y no te hallo nunca.
Porque te hallo sin buscarte siempre.
Porque suave rezo una oración contigo.
Porque grito en tu voz cuanto me duele.
Porque en la soledad estás. Y en el silencio.
Porque en tu vino bulle la alegría.
Porque pródigo estás en el que amo.
Porque inestable eres, pero puro.
Porque en tus alas vibran los otoños.
Porque ves tantas cosas que no existen.
Porque naces y mueres en la rosa.
Porque meces la palabra en ritmo.
Por que la muerte de tu mano es bella…
Hálleme la muerte respirando
el aire iluminado que respiras.

Amante

 

Amante, no pretendas mi cuerpo dibujado,
mira como en la arena se deshacen las formas,
coge sólo los besos que estallan en las olas,
Ahorca en mi garganta las palabras que flotan.
Amante, no me busques dormida entre las conchas.
Brillaré entre los peces, y sus abiertas bocas
Repetirán tu nombre.
Y el mar estará lleno de ensangrentadas rosas.
Amante, no me busques dormida entre las conchas.
Atada a tu tristeza, sólo seremos sombra.
Yo te conozco, es cierto: tus manos me deshojan
y atónitas galernas de tu saliva soplan
En la onda caliente de mi desnuda costa.
Amante, no me busques dormida entre las conchas.

Fueron tus manos…

 

Fueron tus manos tercas y
desnudas
las que me deshojaron.
Yo fui la eterna margarita
del sí y del no:
pétalo a pétalo
talada en tu cintura.
Toda ya cicatriz
abierta hacia la lluvia.

Usted, el ángel de la muerte

 

Usted y yo tenemos una cita.
Sé que jamás se retrasó en la hora.
Tal vez pueda darme algo de tiempo
para mirar mi vida.
¿Podré volver la vista hasta mi patio?
Allí la madreselva era alegría,
su aroma rebalaba por los sueños
de mi sangre crecida.
Será muy puntual. Siempre lo ha sido.
Usted perdonará si me entretengo
y acaricio mis libros con ternura.
Comprenda usted ¡son tantas horas juntos!
que así, partir, tan fríamente,
no me parece bien. Se quedan solos…
Quiero que sepa que sé que ha de venir
para llevarme con usted,
y créame si le digo que estoy lista.
He tratado de aprovechar mi tiempo:
Amar. Vivir. Vivir y amar.
No puede imaginarse el equipaje
que llevo en la memoria…
Usted ¡qué culpa tiene!
Sólo es usted el ángel de la muerte,
y usted y yo tenemos una cita.

Y nos llegó la hora…

 

Y nos llegó la hora de bailar. La música caía como
lluvia agitada y un mar en nuestros muslos acentuaba
el vértigo. Llegó la savia nueva con un ritmo de trópicos
y germinó en la piel. Olvidamos la sarga y la estameña
y nos cubrimos ágiles con la encendida pulpa del tamarindo.

Stella matutina

 

No te desciña el alba tu lindero
madrugado de noche,
porque en las horas pálidas
y en las nocturnas horas,
desnuda
para el extenso gozo
de mirarte,
navegaran tu cuerpo
asombradas luciérnagas.
El cálido universo
de tu mundo
-transgredido de sol
y errada lunaha
de ser
la promesa de luz
no fugitiva
que atraviese la sombra.
El amor no se aloje
difuminado y triste
en la penumbra,
porque se corre el riesgo
de que se vuelva opaco
y silencioso.
Aprende a estar
calladamente sola
y conduzcan a ti,
que en luz te otorgas,
las distintas estelas
de tu boca.

Para contar cualquier historia vieja…

Hoy mi playa se viste de amargura
Porque tu barca tiene que partir
A buscar otros mares de locura…

 

Para contar cualquier historia vieja. Para que el tiempo
reconozca que sangre, o grito, o verso es vida. Para decir
tu nombre y no caer en un proyecto de monotonía. Para
que las flores de Baudelaire encuentren esa capacidad de
asombro y abrir al hombre a una memoria compartida.
Para que las palabras que evitan desangrarse pierdan esa
solemnidad de pompas de jabón. Para que este dolor de
piedra y ala que se alza desde el pecho hasta la luna encuentre
la cicatriz precisa. Para que este miedo con percusión oscura
de campanas se seque al sol. Para que esto y aquello no se nos
vuelva añicos, debemos usar algo la locura.
Detesto a las abejas desde niña porque jamás poseerán
Los mares.

Mujer sin alcuza

Esta mujer no avanza por la acera
de esta ciudad.
Esta mujer va por un campo yerto.
Dámaso Alonso

 

La mujer deja la alcuza sobre su soledad.
Observa
La ciudad nocturna con sus negras pupilas
Donde habitan, furiosos, sólo pájaros ciegos.
Mira las luces de neón, su colorido
de acompasado parpadeo y respira
el turbio aroma de las calles flageladas de lluvia.
La mujer ha doblado su chal. De pie, junto al espejo
se coloca su nuevo vestuario de colores. Con sus manos
espectrales pone flores y plumas en su triste cabeza
carcomida de horas. Lentamente, en su rito, completa
su disfraz con guantes y zapatos de Dra.-queen.
No oye, no habla, no se ríe.
Desprende un viento frío de orfandades
y un hálito de flores derrotadas.
Esta mujer, viajera de lo inmóvil,
Jamás descansa en estación alguna.
Puede tardar, más llega a su destino,
a su espacio de tránsito, puntual y sedienta.
La mujer prepara su maleta:
para este nuevo viaje nada puede olvidar.
Como joyas maléficas va guardando cuidadosamente,
la coca, el éxtasis, el sida, la heroína.
Un nuevo álbum de fotos y una lista.
Esta mujer de paso leve y actitud sombría
irá hacia la noche
y entre una multitud ebria de luces y de sombras,
ebria de música, cumplirá cual verdugo su destino.

Echa a volar, gaviota de mi puerto…

 

Echa a volar, gaviota de mi puerto,
por las rotas arterias de mis olas,
y en las blancas estelas de mis pechos
dibújame tu sombra en la distancia.
Allí, donde parece que se estrellan
mi inquieta espuma y tu batir de alas,
allí será el encuentro todo fuego,
allí.
bajo la sombra de la luna helada.
Echa a volar, gaviota de mi puerto,
sin mirar hacia atrás: ve a tu bandada
y derrama mi sangre por el viento.

Querida olga: tu voz…

Ódiame por piedad, yo te lo pido,
ódiame sin medida ni clemencia.
Odio quiero yo mejor que indiferencia,
porque solamente se odia lo querido.

 

Querida Olga: tu voz como una algaida contaminaba
nuestros corazones y tu boca nos invitaba al odio.
Desconocíamos esa feroz pasión multiplicada en
víboras porque era nuestro tiempo un sistema solar
para la vida. Palabra por palabra sobre la piel caía
como un sudario en llamas todo el odio. Todo el
odio que puede acumular aquel que ha sucumbido al
amor y al filo de su sueño se derrumba todo un vol-
cán de sangre. Pero tu voz seguía como un diluvio
ebrio golpeando los tapiales de nuestra adolescen-
cia…aunque no comprendíamos.

Después…odiar. Saber odiar ha sido tan simple y tan
normal como vivir, pues ya la vida como una vieja
puta nos enseñó a beber en los cálices negros el
zumo genital de los chacales. Mas como tú avisabas
había algo peor: la indiferencia. Ella es copa de
escarcha que la sangre agria y gota a gota va que-
mando el alma. Y borra la ternura y a la compren-
sión levanta oscuros muros y a la esperanza con obs-
tinadas sombras amuralla. Anega la inocencia de ce-
nagosas aguas, constriñe la alegría entre escombros
de pena. Y no hay cielo ni infierno, sólo cirios que
alumbran los despojos de los siete pecados capitales.

El ángel caído

 

¡Ciudad mía! Hablo de ti,
de tu opulento parque.
Allí, donde tus árboles crecían
con la misma ternura que mi infancia.
Hojas…pájaros…ramas desprendidas
por un viento secreto que jugaba
con el gozoso asombro de lo nuevo.
También él: hermoso ángel caído
expulsado de los cielos y maldito,
sobre su alto pedestal ponía
en nuestro aletear su cruel belleza.
Él, que antes fuera Hijo de la mañana,
Portador de la luz, Príncipe del aire,
caído fue en desgracia por su orgullo.
Desterrado de Dios, ya en el Abismo
con su falo de lumbre copuló con la muerte.
Pero tú ¡abierta ciudad mía! lo acogiste
en tu seno, aunque por su oscura mirada
quedaran nuestros miedos esparcidos
y en celestial desgracia su pecado
devastara las risas trashumantes.
Busco, ahora, cuanto queda de mí, de ti,
de entonces…¡hermosa ciudad mía!
y son otros terrores los que habitan
tu vértigo y el sabor de mis horas.
Sobre su pedestal, Lucifer ha envejecido,
ni tú, ni él, ni yo, somos los mismos:
ahora nos cubren alas de otros ángeles
terriblemente oscuras
y sangrientas.

Un ángel pasa

 

Rosas con alas en el aire mudas.
Latido sin latido de la sangre.
Relámpago de pura luz sin trueno.
Música que, sin notas, acompaña.
La voz amada sin rumor alguno.
Hay un silencio pleno de alegría…
Y es que ha pasado un ángel.

Coro de ángeles

 

Un coro de ángeles juega con sus voces:
trisagios, improperios, dies irae;
antífonas, kirieleison, misereres;
benedictus, baladas, sinfonías;
magníficat, angélicas, salmodias…
Los ángeles se cansan de tanta algarabía,
porque saben que al estado de gracias
solamente se llega
cuando el silencio habita.

Ángeles barrocos

 

Bajo la nervaduras y los arcos
ángeles puros en racimos ebrios
con sus risas de lirios nos deslumbran.
Sobre su piel la pátina del tiempo
difumina los ópalos dormidos
prolongando los oros en su hondura.
En las columnas dóricas se apoyan,
roban sus alas las policromías
para fraguar azahares en el aire.
Con encajes de luz hieren las sombras
y del perfume de los incensarios
tejen guirnaldas de rosas de humo.
Se desmayan los bucles en las frentes
mientras, locos, estallan su alegría
contra la frigidez austera de los mármoles.

Los ángeles pequeños de las cosas

 

Y se abrió esa Janua caeli
para llenar tu hogar de acompañadas horas.
Crecieron tras de ti predestinados frutos.
Han llovido los mayos y dorado los junios,
y por tu casa habitan
los ángeles pequeños de las cosas.

Luz María Jiménez Faro, Madrid, 1937-2015

​​​​Ángeles sin alas

 

Hay pensamientos locos que habitan la memoria,
y ausente de memoria un viejo tiempo loco.
Hay amores que vuelven a la memoria rotos,
y un tiempo de memoria tenaz y duradero.
Lo inmediato se pierde, se archiva en la memoria.
Tras la memoria vive aquello que se olvida,
y malgastan algunos sus memorias de humo,
Nombres en la memoria quedan desdibujados,
y un solo nombre puede cubrir una memoria.
Fugaz, como una rosa, la memoria sucumbe,
y es sólo la memoria lo que nos sobrevive.
Imágenes lumínicas se encienden, se agigantan
sobre la fértil gleba de un predio de memorias.
Y en la memoria crece un campo de exterminio
por cada humano error, por cada desengaño.
Memoria en la palabra es el verso que escribo.
Y escribo sobre el agua que inunda la memoria
en este río-vida que nos lleva al olvido.
Tras las memorias muertas hay ángeles sin alas
que jamás lograrán su asunción a los cielos.

El ángel del amor

 

Dicen que llevas una venda…
Otros hablan de tu total ceguera,
y yo…
ni siquiera podría comentarte
nada de nuestro encuentro.
Sí, sé de aquella tarde
que cubriste de ardor mi indiferencia,
que una alegría fiera
saltó del corazón a la garganta,
de la garganta a los inquietos labios
que se tornaron nidos de luciérnagas.
Jamás imaginé que te encontrara
una tarde de lluvia
equivocada,
una tarde vulgar,
en un café vulgar,
entre gente vulgar,
…pero allí estabas.
Sí, te repito
que no puedo decirte más
de aquel encuentro.
Han pasado los años
y sigues acendrado en mí,
en mis palabras y en mi piel.
Que tomas diferente forma:
taza, mesa, cama, casa,
libros, hijos…
Y ya ves, fue un encuentro casual
en una tarde equivocada y gris,
en un café vulgar…
¡Ay, ángel mío…ciego mío!

El ángel de la muerte

 

Usted y yo tenemos una cita.
Se que jamás se retrasó en la hora.
Tal vez pueda darme algo ti tiempo
para mirar mi vida.
¿Podré volver la vista hasta mi patio?
Allí la madreselva era alegría
su aroma resbalaba por los sueños
de mi sangre crecida.
Será muy puntual. Siempre lo ha sido.
Usted perdonará si me entretengo
y acaricio mis libros con ternura.
Comprenda usted ¡son tantas horas juntos!
que así, partir, tan fríamente,
no me parece bien. Se quedan solos…
Quiero que sepa que sé que ha de venir
para llevarme con usted
y créame si digo que estoy lista.
He tratado de aprovecha mi tiempo:
Amar, Vivir. Vivir y amar.
No puede imaginarse el equipaje
Que llevo en la memoria…
Usted ¡que culpa tiene!
Sólo es usted el ángel de la muerte
Y usted y yo tenemos una cita.

Maremoto en el Índico

 

27 Diciembre 2004. La ira del tsunami acabó
con la vida de más de 200.000 personas.
Ese dios manso y tendido
dueño y señor de todos los azules
en su vasta humedad tan opulento.
Ese dios
generador de vida y de riqueza,
conversador de vientos y de lunas,
espejo de los vuelos.
Ese dios
responsable de mitos y leyendas,
centauro de marinos,
cómplice de poetas,
amigo iluminado de pintores.
Ese dios
de horizonte infinito
soñador y soñado murmurador de salmos.
Ese dios, bueno y terrible,
desató su pasión de asesino
y con dedos de espuma
preparó el barro, el lodo, el légamo
anegando la tierra y su hermosura.
Sin piedad cegó ojos, hinchó vientres,
partió huesos, desdibujó facciones,
y los muertos en retablos terribles exhibían
su cárdena sorpresa.
Bajo su gema acuática de plomo
este trozo de mundo fue una fosa común
para el gran caos,
un fantasmal arcano de vitrales.
Después.
el gran señor de todos los azules,
quedó manso y tendido
en su vasta humedad tan opulento.

La memoria es sólo un espejismo

 

Granos de arena. Travesía del polvo.
Piélago rendido a la distancia.
Vaharada de tiempo que sofoca
la ráfaga encendida.
Fiebre sedienta y ávida.
La memoria es sólo un espejismo.
No remuevas la arena.

Reloj…

 

Reloj: no marques las horas
porque voy a enloquecer;
ella se irá para siempre
cuando amanezca otra vez.

Para ti, compañero de todas las horas.

Reloj: Alimaña con ejes, rubíes, espirales y hasta
con un tic-tac de corazón; mas no percibe
nunca los sonidos del alma.

Horas: Brazadas de palomas en vuelo. Bisturíes
cortando las cintas plateadas del tacto y
de la carne. Miel rezagada que cae sobre
los muslos. Negrura atormentada de las
noches. Té de las cinco. Damas que te
reflejan en los espejos cóncavos y en los
convexos. Monjas sobre reclinatorios.
Lenguas bisexuales. Rasos y tules para
vestir tu boda. Vientres encinta y en
silencio. Babosas empedrando los ojos y
la piel. Procesión de las ánimas. Fragua
de sueños y de huellas. Garantía de origen.

A los pies, toda mansedumbre, se tiene la alimaña
y simplemente espera.

(De: Bolero)

Arcángel Raziel

 

Se congregan en ti todas las claves
del Universo, todos los misterios…
En tu libro pusiste por escrito
todo el saber del cielo
y de la tierra.
Su código concreto jamás descifrarán
ni las mas altas jerarquías celestiales.
No sirven ni plegarias ni conjuros
y sólo la fe salva tantos interrogantes.
Tal vez si en sueños tú vinieras
de tu sacro mutismo arrepentido,
revelarme podrías el secreto
de la fugaz belleza de las rosas.

Para contar cualquier historia…

 

Para contar cualquier historia vieja. Para que el tiempo reconozca que sangre, o grito, o verso es vida. Para decir tu nombre y no caer en un proyecto de monotonía. Para que las flores de Baudelaire encuentren esa capacidad de  asombro y abrir al hombre a una memoria compartida.

Para que las palabras que evitan desangrarse pierdan esa solemnidad de pompas de jabón. Para que este dolor de piedra y ala que se alza desde el pecho hasta la luna encuentre la cicatriz precisa. Para que este miedo con percusión  oscura de campanas se seque al sol. Para que esto y aquello no se nos vuelva añicos, debemos usar algo la locura.

Detesto a las abejas desde niña porque jamás poseerán los mares.

En un salón de La Habana

 

Hay mujeres que empapadas en ron
hacen memoria de las cosas perdidas.
La lumbre de sus cuerpos,
el tibio don donde la fruta canta
y se desborda el júbilo,
es un manjar del trópico
para bocas de ortiga.
Mujeres dulces de trago desmedido.
Mujeres de voz clara y de resaca.
Color mulato de música habitado
y caderas ciñéndose al sonido.
Vosotras,
puro habano: humo que exhala
la Caridad del Cobre
os entregáis a Yemayá Olokun
para que nunca os falte
el pan de cada día.
Vosotras,
luz del Caribe, flor de la guayaba,
jineteras de luna sin pecado.
Aquí dejo memoria de vosotras.

De este talado tránsito…

 

De este talado tránsito del que nunca podrás volver sobre tus huellas, lo verdadramente útil es el tiempo. Tal vez nunca ha tenido buena prensa por aquello de desgastar la piel y restar a los cuerpos el sabor de las frutas, la miel y la  armonía. Tal vez sea posible que con las prisas llenándonos de acíbar, olvidamos invitarle a café y darle ánimos porque es de uso común y no cotiza en bolsa.

Si lo aceptas, y le hablas de ti, porque es tu sed su sed y escribís juntos ese diario íntimo que no es cadena sino ruta de la memoria adentro y no le humillas, ni le deshabitas, pagará con largueza cuanto ansíes.

Yo ya le abrí la puerta de mi casa y le ofrecí la mecedora de mi madre.

Madrid era…

Cuando estoy contigo
no cambio la gloria
por la dicha grande
de estar en tu historia.

 

Madrid era la luz y la penumbra en los años sesenta. Era tan solamente luz su pavimiento para aquellos zapatos primeros de tacón. Perder un poco la ciudad ha sido perder nuestra niñez y nuestra adolescencia. Íbamos a las Cuevas  de Sésamo para jugar al existencialismo, pero entre vaso y vaso, jamás nos encontramos con Julietta. Las calles son ahora como espejos oscuros que nos devuelven imágenes que no nos pertenecen. Que extrañamos. Pasan los  autobuses y parece que nadie viaja en ellos. Son forajidos transportando cargas de soledad. Buscamos aquel viejo café donde entrgábamos los sueños a la vida, y tan sólo encontramos un pulso de rencor entre unos muros que ya no  son los nuestros. Pero uno muere y resucita tantas veces como sacude la memoria al corazón. Y cada ausencia, cada sombra, tiene su propio nombre en esta geografía urbana.

Madrid es ahora una ciudad enorme donde el miedo, la droga, el semen y las ratas cohabitan en la imperfecta noche, para luego, sin perder el zapato de cristal, vestirse de fulgurantes rasos. Y en esta situación de límite amanecemos. Y la ciudad y yo nos encontramos como viejas  amigas. Nos amamos con todos los defectos. Juntas tomamos un café y seguimos organizando fechas en la agenda común. Comentamos los ya primeros brotes de los árboles que la hacen tan hermosa en primavera y que al batir de alas no es vuelo de palomas, sino de arcángeles que en la ciudad habitan:

Cita con mis poetas

 

Oblicuamente noche llegas
a sacudir la fiebre que recorre
el azulado horóscopo que anudo.
Abro las manos torpe
y cuento mis diez dedos
que como diez cuchillos afilados
apuñalan lo oscuro.
Y yo,
y tú,
nosotros y vosotros,
los que amamos la voz y la palabra
al margen del insomnio,
descifraremos el ajedrez de espejos
para después, a plena luz, reconocernos.

Derribado el crepúsculo se alza…

 

Derribado el crepúsculo se alza
el hueco de tu frente en el ensueño
por el ámbito oscuro de la alcoba.
Tu perfil transfundido se dibuja
en la pared de cal, y dulcemente
en su blancor se unen nuestras sombras.
No hay derrota en el gesto: soplo somos
compañeros de viaje hacia un poema
fugitivos anclados en un verso.

Luz María Jiménez Faro, Madrid, 1937-2015