De alivio el suspiro y de ansiosa espera,
del que vive en el límite de su cadena
y también de gozo, y el del cojo por su cojera;
suspiro del esclavo asido a su condena
y olvido de respiro del enamorado.

Al perder su reino llora y suspira el moro
y, atravesando el puente, el condenado;
el cálamo junto al río por su amor su pena,
el pirata por añoranza de su tesoro
y por dejar ir tristezas ¡suspiro sonoro!

Y qué ternura apremia cuando, sin esperanza,
en lugar de disertar tan sólo se suspira,
pues con un suspiro muéstrase tanta añoranza,
decepción, aburrimiento, alivio y nostalgia,
que nos sentimos uno en otro convenidos.

Suspiros que preceden arranque de un enojo
o estallido del llanto, siempre intercedidos,
y que ante el desconsuelo son la liturgia
del aire incierto que nos sobra, en desalojo
por aquello cierto que le falta al ojo.

Aliento de ausencia, pasión, deseo y desvelo,
tormento y ternura, catarsis de frustración,
también dicen que es por no morir su expelo,
mas yo me atengo al suspiro por el sufrimiento
ajeno, por el que Él dio voz al mudo y oído al sordo,
al ¡Ay! que añora primer hogar y último huerto
y a ese anhelo vital que, en postrer trasbordo,
es parto de esperanza, dulce escalpelo,
hálito vital que nos trajo al primer puerto
y, al llegar la hora, exhala a Psique una vez muerto.

 

del libro Fulgor en la oscuridad

Los suspiros poema de Fulgor en la oscuridad