El silencio
Calla la vieja muerte hospitalaria,
calla Dios en su cielo,
calla el amor si es hondo, y también calla,
como el dolor, el tiempo.
Para qué tus palabras, si todo lo que importa
pertenece al silencio.
Cuando se hayan marchado
Cuando se hayan marchado
Los coléricos, los que destrozan,
Los que lo llenan todo de furia y de cascotes,
Y de sangre,
Habrá quien limpie, en silencio,
Quien recoja y ordene,
Y mire, y calle, y siga.
Tu sitio está entre ellos. No lo olvides.
Nunca
Nunca dormí en tus brazos.
Nunca me desperté de madrugada y vi el armario, la ventana, los libros,
o escuché el ruido de las cañerías, los pasos solitarios en la calle,
y pensé, incrédulo, que, puesto que todo aquello era real,
tú también debías serlo.
No supe a qué sabían tus labios, o tu risa.
No te vi desnudarte.
No supe ni sabré jamás cómo tus ojos, en el acto del amor, incendiaban la noche.
Esa ausencia es, lo sé bien, una mutilación irremediable;
es un triste muñón, que llevaré conmigo hasta la muerte.
También es, a su modo, forma y prueba de amor, de lúcido y humillado amor,
de devastado y verdadero amor, que ofrezco a tu recuerdo.
Los dones del otoño
Los dones del otoño
van estando contigo: la tierna luz cansada,
la silenciosa gloria del paisaje,
la familiar torpeza, la
intimidad con lo que muere. Son una compañía
más reservada, es cierto, acaso más difícil,
pero también más fiel: capaz de ser tú mismo
en una medida en que no lo sería
la petulancia, el apresuramiento
del verano. Una riqueza menos obvia,
pero más permanente.
Extensamente, el árbol abre sus brazos
Extensamente, el árbol abre sus brazos
a los pájaros, al aire, al sol,
a sus propias hojas, que pronto lo desertan.
Cuando, en invierno, el cielo esté vacío,
ha de seguir allí, aún los brazos abiertos,
acogedores también de esa inclemencia,
de esa intensa desnudez rigurosa.
No veas –no cometas ese error egoísta-,
en ese extraño gesto, una lección. Es algo
más puro y más profundo: una sabiduría.
Epitafio
Yo, que fui tantas cosas,
tantas horas de amor, de lluvia o de silencio,
tantos sueños oscuros, tantos amaneceres,
tantos viejos recuerdos y tantas despedidas,
ya no soy más que un nombre olvidado y vacío:
algo que sólo puede vivir en tu memoria.
Testamento
A Francisco Brines
Este profundo azul del cielo en primavera,
el canto de los pájaros, el rumor de los sueños,
el amor de los libros, siempre correspondido,
el silencio del alba,
el de mi corazón, algunas veces,
las horas que hacen dulce, secreta la memoria:
es todo para ella.
Todo para la muerte, que me ha querido tanto.
Aprender a callar
Aprender a callar
como calla la lluvia,
como callan las hojas
a las que ella golpea o acaricia.
Si la vida te acoge o te rechaza,
que lo haga a su manera,
no a la tuya.
Melancolía
Una tarde callada, y misteriosa, y pura,
que está mirando un niño,
ya para no olvidarla.
La juventud, que al alejarse deja
detrás de sí una música
conmovedora y bella, que tú desconocías.
Esos ojos que un tiempo, como un lago la luna,
contuvieron el mundo,
¿siguen siendo algo más que pálida ceniza,
una espina punzando la memoria?
No maldigas entonces de la melancolía,
esa piedad del tiempo.
Armónico murmullo
Armónico murmullo de las hojas
en el aire tranquilo de la tarde,
agudo y leve canto de los pájaros,
pequeñas, palpitantes flechas vivas;
aroma silencioso de las flores,
hondura transparente del crepúsculo.
Escucha, siente, mira, goza, aprende:
todo esto tiene que morir, y canta.
Luz de marzo
En esta luz de marzo,
en esta luz estremecida y pura
que un dios benevolente trajo hoy a tu ventana
y que hace avergonzarse a tu silencio,
además de su inmensa, callada compañía,
hay una lección honda que debes aprender:
no pueden tus palabras retenerla;
no pueden mejorarla.
Acata esa belleza, tan superior a ti, y déjala perderse.
Y que el silencio sea tu forma de homenaje.
Mortalidad
Medio despierto aún,
Una voz, algo de ti, que susurra de pronto:
“has de morir, un día
Te borrará la muerte”. Y esa idea terrible
Te penetra hasta el fondo,
Como no lograría hacerlo en la vigilia.
Y te quedas allí, sobrecogido,
Privado por completo
De toda reacción, de cualquier luz,
Casi de inteligencia; hasta que el mismo exceso del
Espanto
Te obliga a despertar. Y te recobras,
Y dejas de saber, en ese instante,
Siquiera qué sentías. Eres otro,
Que es capaz de decir, y de creerlo,
“morir, todos morirnos;
Ser hombre es ser moral. No te des importancia”.
Y te levantas, vuelves
A ser el de costumbre,
Olvidado ya el miedo.
Aunque dentro de ti siga creciendo,
Silencioso, el abismo.
Si te vas
La imagen de las casas lavadas por la lluvia.
Las nubes poderosas a las que barre el viento.
Esta luna inicial, y frágil, y amarilla.
Las primeras estrellas, los espejos del agua, el olor de la tierra.
Para ti voy diciendo estas pequeñas cosas
que ha perdido tu muerte.
Que han de perderse en cuanto no las mires
Mira la vieja puerta de madera
por la que ya has pasado tantas veces.
Mira la acera gris que es tu camino,
y en la que no reparas al pisarla.
Mira también las nubes de esta tarde,
los árboles dormidos del paseo,
los delicados juegos de la luz.
Todo lo que sucede para nadie,
lo que es puro ausentarse de sí mismo,
como acaso la vida.
Mira, por una vez, estas cosas oscuras
que han de perderse en cuanto no las mires,
que no serán recuerdos.
Maldición
Que alguna enfermedad impecable y secrete te devore
por dentro, lentamente.
Que no haya en ningún sitio agua para tu sed, sueño
para tus ojos extraviados, tiempo para tu corazón.
que la vida, continuamente hostil, te ofrezca sólo
espinas, peligros, negaciones.
que todo lo que lleves a los labios se llene de un sabor
amargo y póstumo.
Que seas, en fin, todo lo que yo soy, todo lo que seré
mientras que no consiga
Librarme de tu ausencia.
Haykus
La tarde intensa
y olorosa de Junio
te deseaba.
……..
A mis recuerdos
les pregunté por ti.
aún discuten.
……..
Ven: paseemos
otra vez junto al río.
Él no lo sabe.
……..
Bajo la tierra
repetiré: «estoy muerto»,
hasta entenderlo.
……..
Que yo no sea más…
Que yo no sea más que una fugaz imagen
que brilla en la memoria un instante, y se apaga.
Que yo no sea más que un papel olvidado,
y que tal vez contiene algunos viejos versos.
Un rincón de ti misma por el que ya no pasas;
una fotografía que ya no mira nadie.
El levísimo roce solitario del viento.
Lo que ya sé que soy:
pero que esté contigo.
Daño
Quisiera no saber esto que sé: que el amor hace daño, que es un veneno lento,
Una bestia feroz que muerde y que desgarra, y tortura constante su aciaga compañía; y que sólo su ausencia
Es más insoportable.
Si te vas
Si te vas, sé feliz. Y no pienses que es sólo
un generoso impulso quien dicta estas palabras,
o el viejo afecto, vivo todavía:
también es el orgullo.
Que la dicha nos sea preferida
es triste, nada más. Pero que el tedio,
la grisura, el cansancio,
aparezcan también mejores que nosotros
a los ojos de aquel a quien amamos,
que prefiera su carga a nuestro alivio…
También por egoísmo, ya lo ves: si es que puedes,
por favor, sé feliz.
Los brazos
Para A.
Cuando seas feliz, cuando todas las cosas
estén a tu favor, y tu vida se vuelva
un lugar habitable, no te acuerdes de mí.
Pero si alguna vez sintieras que la carga
te pesa demasiado; si ya no puedes más,
y empiezas a dudar de ti misma y de todo,
recuerda que hubo alguien que alguna vez te amó
y que hubiese querido, si le fuera posible,
aliviarte esa carga. Y piensa en esos brazos
ya impalpables, aéreos, y que ya no sabrían
hacerte daño alguno.
Y un momento, si puedes,
abandónate en ellos, por favor, y descansa.
Perduración
No sé qué puede perdurar al fin de las calladas dádivas, más de una vez amargas, que fueron tu presencia:
Unas pocas imágenes dispersas, una cierta costumbre de calor, una conformidad -o disconformidad- con la existencia; más dolor, menos sueño.
Tú no estarás en ellas: aunque la que dibujan es sin duda una imagen real, es de mí, no de ti, de quien se trata.
Es triste y humillante pensar que, incluso en esto, estamos siempre solos.
Te miraré despacio
Te miraré despacio,
me perderé en tus ojos,
igual que un viajero
que se pierde en un bosque
en el que vive aún
alguna antigua magia.
Conoceré el silencio,
la angustia y la belleza
que existen en las cosas
más grandes que nosotros.
Y luego, al retirar
mis ojos de los tuyos,
llenos de vida,
habrá pasado un siglo.
Que así el amor construye
su eternidad, tan breve.
Falta de fe
No quieras engañarte a ti mismo diciendo que la fe te ha abandonado; no te está permitido ese error.
En el alba que espera, ya no será importante la razón de la lucha: es lo real quien dictará las leyes. Tu tarea es tan sólo obedecerlas.
No intentes, pues, seguir a la que huye: todos verían allí solamente un pretexto
Para tu propia huida, y tendrían razón. Mejor que se haya ido; no es escudo fiable.
Agradece a tus dioses el bien que así te otorgan, y reviste en silencio la sólida armadura
De tu falta de fe.
El amante recuerda
No todo lo he perdido. Queda tu nombre. Queda
la hondura del silencio después de pronunciarlo.
Queda lo que no pasa ni puede pasar nunca:
lo que nunca ha pasado.
El contraste
También en la amargura aguarda, sin embargo, una sabiduría.
Descubre cada cosa que grite su vacío en su vivo contorno
Y su valor exacto: es en la realidad, incluso errada, donde a tu corazón espera siempre
Cumplimiento y sosiego, y la sola piedad que puede redimirlo; pues sin ese contraste que da su validez a cuanto el alma sueña,
Es vano el sueño mismo, y es inútil.
Ausencia
Tu ausencia me obliga a la lucidez, al ejercicio
implacable del autoconocimiento
o del autoengaño. Pero esa voz es como la del
viento, entre las paredes de una casa deshabitada:
Terriblemente fría.
Quisiera no saber nada de mí.
Y tenerte en mis brazos.