A ti la siempre flor, la siempre viva

 

A ti la siempre flor, la siempre viva
raíz, la siempre voz de mi desvelo;
a ti la siempre luz, el siempre cielo,
abierto a dura piedra y verde oliva.

A ti la siempre sangre fugitiva
de cuanto en ti no halló razón y celo;
a ti mi siempre verso, el siempre vuelo
del torpe corazón y ala cautiva.

A ti mis pensamientos aguardando
antes de amanecer a que amanezca,
para montar su guardia a memoria;

a ti mis dulces sueños entornando
puertas al alba porque no amanezca,
y se pierda en la luz tu tierna historia.

Alguien me dice: ten cuidado

 

Alguien me dice: Ten cuidado
con Rosa que la matas,
las rosas, no tocarlas mejor,
no se te quede el corazón sin Rosa.

Divinamente dulce y bien plantada

 

Divinamente dulce y bien plantada,
en el florero, en las habitaciones
como que tienes tierra en las honduras
del corazón cantor, de la honda pena
donde nacen las rosas de este mundo,
la angustia que estercola la belleza,
el temblor que te presta los colores,
el rozar a que pides suavidades
y la esperanza que te lleva aleve,
!ala sobre las cosas, tan sin peso,
tan con suspiro, prisa, tan diciendo:
¿Estás bien? Tengo prisa. ¿Soy hermosa?

Esto es sólo deseo de ti, de tanta herida

 

Esto es sólo deseo de ti, de tanta herida
diaria de ti como he sufrido, como sigo
sufriendo con sólo decir Rosa.
¿Por qué me dueles tanto? Tus ocasiones
no sé si vivo o muerto me tienen,
porque quererte es morir y vivir,
como se sabe a un tiempo.

Yo no sé desear más que la vida

 

Yo no sé desear más que la vida,
porque entre las victorias de la muerte
nunca tendrás la grande de tenerte
como una de las suyas merecida

y porque más que a venda y más que a herida
está mi carne viva con quererte,
e igual mi corazón que un peso inerte,
halla su gravedad en tu medida.

¡Qué temblor no tenerlo en ningún lado,
ni en el pecho, la vena o la palabra,
y a lo mejor en valle, fuente o roca!

¡Corazón prisionero y emigrado,
que con cada latido el hierro labra,
y que convierte en sueño cuanto toca!

Etereidad

 

Y se queda uno con la esperanza,
colgando de su delgado hilo
de tantas cosas colgando,
de tantas esperanzas deshaciéndose,
con tanto temor oculto,
con tantos olvidos como caben
en un instante, tantos olvidos
vividos y padecidos,
como para llenar una estrella.
Y esa mujer que llegó hoy con su misterio,
con su etereidad, que lo hace posible,
que la define y la sostiene
y ha dejado la casa
llena de su misterio.

 

Hija de siempre de las cosas claras

 

Hija de siempre de las cosas claras,
las estancias de luz, las aguas donde
la paz halla aposento, el tiempo tiene
no paso mas temblor. El temblor queda.
No te cumple lo torpe. Todo sale
seguro al existir. No hay esperanza
porque la dicha existe, la tenemos
sin desear ni desazón. Se mide
con hermosura todo. La hermosura
fue en el comienzo. Su fluir no cesa.

La dicha, qué es la dicha?

 

La dicha, qué es la dicha? (La palabra
no me hace feliz, dicho de paso). Yo diría
que es sencillamente ir contigo de la mano,
detenerse un momento porque un olor nos llama,
una luz nos recorre, algo que nos calienta
por dentro, que nos hace pensar que no es la vida,
la que nos lleva, sino que nosotros somos
la vida, que vivir es eso, sencillamente eso.

La madre

 

La madre soñaba oscuramente:
Será rubio, tendrá estos ojos mismos,
le amarán las muchachas. Una tarde,
de pronto, llorará junto a una rosa.

Le crecerá la angustia sin saberlo.
y cada nuevo umbral será una herida.
Temblará al traspasarlos, hijo mío.
Acaso una paloma, acaso nada.

El viento por la frente; las caídas
hojas que se acumulan; los rumores
del corazón callados: nadie sabe
las formas repentinas de la dicha.

Yo lo siento aquí hondo, en mis entrañas,
el río de tu vida, que me deja
una nostalgia antigua, una dulzura
vieja en mi corazón, como la sangre.

Me hace toda ribera, toda muro
donde pasan las aguas de tus años.
Vuelvo otra vez a ser niña que juega,
corriendo como niña entre las rosas.

¡Oh sueño en mis entrañas! ¡Oh alto río,
resonando de siempre en mis entrañas!

Sólo eso: pisar, sentir la tierra

 

Sólo eso: pisar, sentir la tierra
por la mañana con la fresca; que el rastrojo
cruja bajo tus pies cuando lo andas;
que tu perro te busque la caricia,
y el belfo de tu potro el verde tierno.
En la penumbra de la estancia luego,
quedarse quieto sin pensar, sintiendo
sólo el pasar del tiempo sin sentirlo.
La tarde, ya la promesa del jazmín cumplida,
no perderse un instante de su gozo.
Y en el corazón Rosa latiendo.
No fuera esto lo sumo. O demasiado.

Si te llamo azucena, si te llamo

 

Si te llamo azucena, si te llamo,
¿a qué jardín del mundo no le obligo?
Si te digo romero, si te digo,
¿a qué monte del mundo no reclamo

que tenga tu color y olor? Te amo
por el romero en ti, porque te sigo
como a jardín del alma que te digo,
como monte del alma que te llamo.

Y con tanto nombrarte y renombrarte
sin variar de nombre, a cada cosa
bella, la voy llamando con mi acento

y la dejo morir al silenciarte,
y si digo azucena y digo rosa,
las nombro a ellas, pero a ti te siento.

Me la encontré de pronto. Dije: ¡Rosa!

 

Me la encontré de pronto. Dije: ¡Rosa!
¿Por este corazón tú nuevamente?
Tú, la Rosa de siempre inesperada,
la dolorosa Rosa por quien vivo,
(espiando la hermosura por si en ella
vas ignorada, vas como las nubes
o la belleza por la noche, mientras
nosotros en el sueño. Así, de pronto.
¿Cómo esperar de pronto que en septiembre
ocupado en las cosas de septiembre,
en esperar la lluvia, arar el campo
o fatigar el monte, tú vinieras,
tan alegre diciendo: José mío,
si vieras qué hermosura de viaje?

Rosa, dulce, la temprana, salta

 

Rosa, dulce, la temprana, salta.
Figúrate que el agua te recoge.
Cierra los ojos. ¿Cuántas son? Las formas
de la dicha nacieron en los montes
y bajaron al llano con los ríos,
hacia la mar segura con las aguas.

Muchos me dicen: ¿Y esa Rosa tuya

 

Muchos me dicen: ¿Y esa Rosa tuya
es de verdad? Yo les contesto
Rosa y verdad son sólo una.
Rosa es el nombre de lo eterno,
que ella, eterna, si pronunciara
no sería rosa.
Ni yo este corazón que vive de eso.

Nada tienes que ver con la poesía

 

Nada tienes que ver con la poesía.
Una cosa es poesía y otra rosa,
aunque al nombrar los pétalos, las gentes
piensen que los poetas no andan lejos.
Mas no es verdad y sí que tras los pétalos
andan los muladares, los canteros,
los hortelanos, las fecundaciones,
tus manos indudablemente bellas,
que los recogen un momento, dudan,
y los entregan a las aguas mansas.

No estará José Estrada todavía

A José Estrada

 

No estará José Estrada todavía
oyendo el agua aquella en la Alhajuela,
peIpetuamente oyendo el agua. (Esto Rosa
fue antes de tu tiempo, si tiempo
alguna vez tuviste. ¡Oh Rosa y tiempo!)
Agua y memoria, ¿no son Rosa lo mismo,
corriendo siempre en la memoria,
de José Estrada en su Alhajuela?
Como yo lo estoy viendo en este instante,
si memoria no es también agua corriendo.

No será este latido

 

No será este latido
eso que llamas Rosa? Anoche
al asomarme al patio
me arrebató un olor.
Pensé: Mi Rosa. Mas no era.

Nunca como antes y siempre

 

Nunca como antes y siempre
como antes. Son los lugares mismos,
la mano misma que te escribe. ¿El agua misma
la que corría entonces? Estas luces
de finales de mayo, son las del mayo aquel,
cuando entre los granados me dijiste:
Te quiero como nunca. Yo te dije:
No me hables de nuncas que no existen,
sino de siempres nuestros para siempre,
o quizá todavías que nos aguardan.

Pensar que nunca más esta hermosura

 

Pensar que nunca más esta hermosura,
pensar que ya mañana estos vocablos,
pensar que estos colores, estas nubes.
¿Y no pensar? Las rosas no pensamos,
casadas al instante lo seguimos
hasta la muerte. Nuestra vida canta
con olor, suavidades, la dulzura
del existir aprisa o lentamente.
Lo demás tiene nombre sin historia.

Rosa de siempre

 

Tú de verdad y para ti mi vida,
Rosa de siempre lo mortal te sabe
de memoria y amor. ¿Qué en ti no cabe?
Mi verso para ti. Tú, su medida.

Pedazo de mi tiempo, de mi herida,
me llevas y te llevo, mar y nave,
¡oh, Rosa, ¿qué hará el labio que te alabe
mas que alabarte? Lo fugaz se olvida.

Pero nunca la luz. El viejo río
seguirá su camino al mar, la nada.
Por los aires de Dios la primavera

seguirá proclamando el poderío
de lo que pasa. Oh, Rosa condenada
por dentro a florecer, morir por fuera.

Quiero contarte cosas que me pasan

 

Quiero contarte cosas que me pasan.
Cuando digo me pasan tiemblo, Rosa,
porque «me pasan» dice muchas cosas.
Esto de las palabras, Rosa, siempre
induce a confusión. Hablo, tropiezo,
caigo, me repongo, vuelvo a caer.
Hablar, Rosa, es darse trompicones
de palabra en palabra. La lengua dice
cosas que no quisiera, a tientas anda.
¿No ves, Rosa, que hablando, como hablo,
caigo en lo mismo y a lo mismo vuelvo?
Cosas que pasan. Te diré que anoche
ardieron los rastrojos, una hermosura
de fuego que en festones se corría
de gozo, dando saltos, crepitando,
la llama daba brincos, le ponía
un rostro diferente a los contornos,
sorprendida la noche en sus silencios
por la herida que abría en sus costados
la navaja de las llamas alegres.
Era una fiesta de purificación.

José Antonio Muñoz Rojas, Málaga, 1909-2009

Tu oficio, poeta…

 

Para que algo quede de este latir,
para que, si alguien quiere mirarse, pueda;
para calmar quizá alguna sed, y que alguien diga
«a mí me pasó algo semejante».

Los poetas estamos para eso:
para ofrecerles tránsito a los demás,
para que se encaramen sobre nuestros latidos, y que divisen
un poco más allá, en medio
de tanta oscuridad como nos circunda.
A veces nada tiene sentido, ni siquiera
que me des la mano o ese
limón redondo tan bello en la vereda.
A veces lo que tiene sentido no tiene sangre,
ese poco de sangre por la cual se muere.
Todo es ganas de morir de otra manera,
ganas de imitar a los ríos y que la tierra vea
que hay otras aguas y otras penas, y los cielos
contemplen misericordiosamente
nuestras peregrinaciones.

Tu oficio, poeta, es contemplar,
que todo se te escriba dentro; luego,
quizá leer allí mismo, quizá decir a los otros
lo que allí mismo, escrito, tú lees.

 

Oscuridad adentro, 1950-80.

Me dicen que os diga…

 

Soy un poeta que tiene
la voz temblorosa, y no sabe
qué clase de luz se le viene a las manos,
y cómo disponerla, y decirles
a los demás la clase de luz
que se le viene de pronto, sin saberlo, a las manos.

No sabría deciros, si alguien
no estuviera por dentro diciendo:
“Di ahora: La luz tenía esta forma,
y una vez comenzado sigue siempre”.

No sé muy bien qué luz sea esta;
no sabría deciros de la voz.
Soy un poeta a quien se le dice.
Escucho. Os hablo. Acaso me entendáis.

De esto que digo apenas sé la forma.
Siento una resonancia, pego el oído.
Se viene la palabra como un agua.
“Diles esto. No digas otra cosa”.

No es triste ni alegre. No es triste
ni alegre un poco de ceniza.
Es un poco de ceniza. Si lo vemos,
decimos: Es sólo un poco de ceniza.

Claro que no digo lo que tengo pensado,
porque tampoco lo sé muy bien. Me dicen
que os diga. Nunca dicen:
“Diles algo que entiendan”. Simplemente:
“Diles”, y a veces solamente
es como un poco de ceniza.

Como una chispa de luz que la ceniza
llena olvidada, y otras veces
es un derramarse de algo como la tristeza
o la alegría.
No me hagáis responsable.
Más vale que paséis sin parar.
Uno es un poeta que ve de pronto una rendija
abierta a una luz indudable.

 

Oscuridad adentro, 1950-80.

Esta mañana amanecí con un poema…

 

Esta mañana amanecí con un poema
en la cabeza. O dónde estaba que a poco
de levantarme estaba en el papel.
Y me dio alegría encontrármelo
así, como quien no quiere la cosa,
la misma alegría que a veces
me ha pasado, que es andar la tierra
en las Chozas (de eso hace tiempo)
y encontrarme una piedra rara y
darle un puntapié y resultar que era
un hacha prehistórica, del paleolítico creo
(sucedía con frecuencia en aquella tierra).
No es que el poema tuviera el valor
de un hacha prehistórica, pero encontrarse
un poema una mañana cualquiera,
que estaba alli, en la tierra, en el alma,
y que al darle un punta con qué pie
saliera… Estaba esperando
lo mismo que un hacha prehistórica:
el puntapié.

 

Entre otros olvidos, 2001.

José Antonio Muñoz Rojas, Málaga, 1909-2009