Las primeras incursiones de Joan Brossa en la plástica, con una técnica cercana al caligrama, datan de 1941, cuando ni siquiera el término «poesía visual» había sido acuñado. Pronto empezó a incluir los poemas visuales en sus libros de poesía literaria, como si solo se tratara de una especulación sobre géneros, para acabar componiendo más de mil quinientos (la mayoría inéditos) agrupados y pautados para que tomaran la forma de libros singulares. Algunos de estos poemas, descontextualizados de sus respectivos libros, acabarían editándose el serigrafía y actualmente ya cuelgan en numerosas colecciones privadas, galerías y museos del mundo entero.
Desde 1943 empieza a trabajar con los poemas objeto que empiezan a exponerse públicamente a partir de 1956, frecuentemente en colaboración con pintores como Miró, Tàpies o Ponç. Es a partir de 1960 que su obra plástica alcanza su plenitud, tanto en número como en profundidad. En este año realiza el poema visual Cerilla y en 1965 el libro de artista Novel·la (éste en colaboración con Antoni Tàpies), considerados auténticas obras maestras del arte conceptual universal.
Retomó tardíamente el poema objeto, en la senda de Marcel Duchamp aunque superándolo en cuanto a proyección externa y compromiso social. Para Brossa se trata de descubrir la magia en el objeto más vulgar, siguiendo la línea del arte pobre, pero nunca gratuitamente, sino con un claro mensaje detrás de cada producción. A partir de los 70 manipula los objetos para profundizar en su sentido o bien para representar el concepto desnudo. Objetos y poemas son muy cotidianos. Su interés radica frecuentemente en el contraste entre el título y el objeto insólito que nos presenta.
El objeto brossiano evoluciona hacia la instalación, a menudo de gran formato, y a menudo también efímera. Destaca en este sentido la intervención en todos los espacios expositivos del Palacio de la Virreina de Barcelona en 1994, en los que creó, partiendo del continente, un contenido variado y de fuerte impacto quasiteatral.
Con el tiempo la obra plástica de Brossa alcanza su dimensión cívica: sus poemas visuales corpóreos se instalan en espacios públicos como poemas transitables que se integran en la realidad cotidiana de Barcelona. Más tarde estos poemas corpóreos llegarán a muchos puntos de Cataluña y también a Baleares, a Andorra, a Alemania y a Cuba.