¡Pídele!

 

Pídele muchas cosas, pídele cuanto quieras,
mas pídele de veras.
Pídele rosas rojas de martirios;
pídele flores blancas,
alegría de cumbres y barrancas;
pídele lirios
que no hilan sus nevadas corolas;
pídele florecillas de las que nacen solas,
sin sembrador, ni riego, ni semillas;
pídele primaveras, maravillas;
pídele lo que quieras:
Dios más querría darte de lo que tú pidieras.

Mas no alegues tu amor: alega el suyo.
Ni tu derecho: su derecho es tuyo.
Y nunca, nunca dudes: suplica sin cansarte,
y él sabrá si a la noche o a la mañana
y si a tu puerta viene, o a tu ventana,
con su divino amor a visitarte.

Pídele cuanto quieras:
las cosas cotidianas; las triviales y efímeras…
Mas no alegues tu amor. Alega el suyo.
¡Y pídele de veras!

Exploraciones

 

El fresco de la noche
juega sobre mi cara;
hay evasión de aromas,
huele a tierra mojada;
el disco de la luna
rueda por nubes mansas
y un íntimo sosiego
va ganándome el alma.
La quietud de las cosas
me subyuga y contagia,
mi corazón es diáfano
como la noche clara
y propicia la hora
para ahondar en mi nada.

Recuentos dolorosos,
exploraciones santas,
irreparables pérdidas,
haberes y ganancias,
quiebras de mis pecados
y tesoros de gracia…
El fresco de la noche
se divierte en mi cara,
hay íntimo sosiego,
huele a tierra mojada
y el disco de la luna,
que en las nubes se entraña,
me describe la órbita
secreta de la gracia.

Por esto traigo diáfano
el corazón; mi nada
reverbera y explota
la divina bonanza,
mi apretada tiniebla
se alboroza y contagia
y hay evasión de aromas
y exploraciones santas.

Paz

 

No creo en Dios porque nunca lo he visto.
Si él quisiera que yo creyese en él
sin duda que vendría a hablar conmigo,
empujaría la puerta y entraría
diciéndome: “¡Aquí estoy!”

Lo tuyo y lo mío

 

Quiero ser siempre yo, sin engañarme,
y como soy abrirme a Tu mirada:
seno de fango y piedras en lo mío,
en lo tuyo, regueros de luz clara;
lo mismo, sí, lo mismo que te pide
la nitidez del agua.

Concédeme ahondar límpidamente
mi pobreza enfangada;
permíteme escrutar Tus hermosuras
sin miedo a la distancia […]

Introito

 

Voy a dejar mi lira
Contra el quicio mohoso de esta puerta,
que la pulsen los aires
en tanto que yo vuelva,
con divinas canciones,
a sacudir la trama de sus cuerdas.

Auscultación

 

Mas no le quise hablar… Dejé que entrase,
divinamente hermoso, por mi puerta,
con el disfraz volcánico
de sus nieves eternas;
dejé que su cayado abandonara
y buscase calor junto a la hoguera…

¡Ese viento!

 

Quién me diera dormir sueño profundo,
Señor, en una casa que no fuera,
ni azotada por vientos bramadores,
ni turbada jamás por una puerta…!

Manantial. La Rodilla del Diablo.

 

Hiende las peñas porque ya no cabe
soterrado su grito, al sol delira,
un aire libre y cálido respira
y el cabello destrenza, blondo y suave.

Un espejo y en él volando un ave,
una canción de transparente lira,
un tan puro cristal que no se mira,
un tan limpio nacer que no se sabe.

Desnuda el agua, porque todo sea
en su diafanidad flor y lucero,
roca invertida, luz que se ajetrea,

y báñese nervioso algún jilguero
y la niña del cántaro se vea
y rebrillen los ojos del viajero.

Consuelo

A Alejandro Ruiz Villaloz

 

Alejandro, en la vida es un Consuelo
la compañera cuando así se llama,
cuando tan sólo, ya por serlo, ama,
cuando riman su nombre y el del cielo.

¿Quién no, con tal mujer, se atreve al vuelo?
¿Quién no, plácido, quema en fértil llama
escarbillos de amor, o a viento y fama
el rostro esquiva con guardado celo?

Pero si, a más, señora de su casa,
cuida los dulces hijos y a esto suma
nacer fuego de sí, como la brasa

y vestirse aderezos de la espuma;
¿no es razón, cuando breve y linda pasa,
que feliz su marido la presuma?

La santidad es ciencia sólo de acomodar
(y es la perogrullada que el padre Ignacio glosa),
de hacerle su lugar a cada cosa
y poner cada cosa en su lugar.
Vine a ver si este cristo de agonías eternas
se muere o no por fin; si lo hallo que ha muerto,
a dejarle de adrede su corazón abierto,
y si no, ¿qué más hago?, a quebrarle las piernas.

 

Del «Libro de los ejercicios» (inconcluso)

Francisco Alday McCormick, México, 1908-1964