Transfiguración Con manos de hierro, cava el profeta en la arena cambiante del desierto. El insecto retorna a su estado de larva, vuelve a ser semilla la rosa trepadora. A la garganta vacía de Moisés, como humo regresan todas sus palabras. El cuchillo de Caín deshace la estocada, Abel se levanta del polvo. Pilatos no puede encontrar su lengua. Está desnudo el árbol del que Judas colgó. Desde la tierra brama Lucifer, Cristo cae en su muerte. La costilla se pliega otra vez a Adán, una criatura llora en su costado. La extensión del Edén es verde y espesa. El bosque jadea, sin bestias a la vista. Con sed furiosa, el sol liberado alimenta al primer día con el último día.
Suicidio Cadáver A La trajeron adentro, un pequeña crisálida hecha trizas, con un cuerpito golpeado como una luna con miedo y todas sus sutiles sinfonías, una runa crepuscular. Cadáver B Rápido, le dieron unos empujones de acá y de allá. Su cuerpo abreviado por el shock como un gato de urbe. Ella estaba lánguida como un jarrito de cerveza que se quedó sin espuma.
Ocaso de lo ilícito Tú, con tus largas y vacías ubres Y tu calma, Tu ropa blanca manchada y tus Flácidos brazos. Con dedos saciados arrastrándose En tus palmas. Tus rodillas muy separadas como Pesadas esferas; Con discos sobre tus ojos como Cáscaras de lágrimas, Y grandes lívidos aros de oro Atrapados en tus orejas. Tu pelo teñido cardado a mano Alrededor de tu cabeza. Labios, mucho tiempo alargados por sabias Palabras Nunca dichas. Y en tu vivir todas las muecas De los muertos. Te veremos sentada al sol Dormida; Con los más dulces dones que tenías Y no has conservado, Nos afligimos de que los altares de Tu vicio reposen profundos. Tú, el polvo del ocaso de Un amanecer húmedo de fuego; Tú la gran madre de La cría ilícita; Mientras otras se encogen en virtud Tu has dado a luz. Te veremos mirando al sol Unos cuantos años más; Con discos sobre tus ojos como Cáscaras de lágrimas; Y grandes lívidos aros de oro Atrapados en tus orejas.
Dujna Barnes, poeta
A una de otro humor ¿Oh amada querida, debería dejar de mirarte, siempre con ojos húmedos, y quejumbrosos besos de estos labios donde yace más miel que en tus áloes? ¿Debería romper aún más oscuras hierbas, y suspirando no perder de vista con fingida lamentación y gritos temerosos, rodeándote lentamente con blasfemias porque estaría bailando? No, me falta la necesaria torpe salmodia de la desesperación. No resuena en mí tu sombrío humor, ni está en mi corazón. Ni en ningún lugar dentro de mi carne, la misma carne que enamoraste. ¿Entonces para qué aflojar mi trenzado pelo ocultando mis ojos, y pretender que cavilo?
Verso Si alguien pregunta «¿cómo es enamorarse De una que no puedes desechar, al ser ella más joven?» Cómo debería ser, contestamos, quién puede probar que La caída del diente de leche en la lengua,/ Es ya suficiente otoño en la boca. (¿Los jóvenes?)
Ella pasó por aquí Aquí donde los árboles aún tiemblan por tu huida Estoy yo y trenzo finos látigos para castigarte. ¿Cómo podremos encontrarte, a ti que te has ido Toda vestiditos, ceceando por la ciudad? Grandes hombres a caballo te cazan, y fuertes jóvenes Usan sus flechas en el leve aire. Pero a mí me escucharán silbando a donde voy Trenzando largos mechones de hierba y de pelo semental. Y en la noche cuando treinta halcones se eleven En ritmo pendiente, y el borde del camino en ruidos; Cuando ellos quemen campo y mata y seto, Yo te robaré como un penique entre la multitud.
Dujna Barnes, poeta
Antigüedad Una dama en una capucha de tela ligera Con rectas lengüetas fijas y ojos mudos, Y bellos labios finos y hábilmente dibujados y extrañamente sabios. Un camafeo, una gola de encaje, Un cuello cuadrado con los ángulos bien puestos; Una fina nariz griega y junto al rostro una lustrada trenza. Bajas, curvas hacia los lados, teñidas de ámbar Las pálidas orejas atrapadas en su trampa. Y un perfil como una daga yaciendo entre el pelo.
Quisiera que pensases en mí Como una que, recostada contra el muro, una vez arrancó Gruesas flores, y escuchó el zumbido De pesadas abejas lentas rondando la húmeda ciruela, Y escuchó a través de los campos el paciente arrullo De pájaros inquietos desconcertados con el rocío. Como una cuyos pensamientos eran locos en el doloroso mayo, Con ojos melancólicos vueltos hacia su amada Y hacia la inquieta tierra por la que se extendió El frío centeno y los nuevos espinos que echaban ramas– Con un flaco sabueso andante, por sola compañía.
La soñadora Cae la noche, en oscurecidas formas que parecen- Tantear, con misteriosos dedos hacia la ventana -luego- Descansan en el dormir, envolviéndome, como en un sueño Fe mía -¡que yo pueda despertar! Y gotea la lluvia con el mismo triste, insistente ritmo. Temblando a través del vidrio, inclinándose lacrimosa, Y suave golpetea, como pequeños pies temerosos. Fe mía -¡qué tiempo este! El plumoso fresno aletea; allí sobre el vidrio,- El fuego moribundo lanza un parpadeante rayo fantasmal,- Y luego se cierra en la noche y la lluvia cae suave. Fe mía -¡qué oscuridad!
El lamento de las mujeres ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío, qué es lo que amamos! ¿Esta carne puesta en nosotros como un guante arrugado? Huesos tomados deprisa de alguna lujuriosa cama, Y por ímpetu, el empujón del diablo. Qué es lo que besamos con prisa, Esta boca que busca la nuestra, o aún más ese Pequeño ojo lastimoso en la engañada cabeza, Como si lamentara aquello que a nosotros nos falta. Este pálido, este más que anhelante oído atento Que oye de la lastimosa boca el suave lamento, Para marcar la silenciosa y la angustiada caída De aún otra caliente y deformada lágrima. Brazos cortos y magullados pies muy separados Para caminar eternamente con nosotros desde la salida. ¿Ay Dios, es esta la razón que amamos -No son tales cosas golpes mortales al corazón?

A una bailarina de cabaret

Mil luces la han deformado En esta cosa; La vida la tomó y le dio Un lugar para cantar. Llegó con risa ancha y tranquila; Y espléndida gracia; Y buscó entre las luces y el vino Un fino rostro. Y encontró la única amplia pasión de su vida Entre boca y vino. Cesó de buscar, y al volverse sabia Se hizo menos fina. Sin embargo una cosa maravillosa en el desorden Se controló: -Faltaba mientras ella tanteaba y se colgaba Alrededor del cuello de él. Un acorde maestro que no podíamos hacer sonar Pues perdimos las teclas, Sin embargo ella lo sugería mientras cantaba Entre nuestras rodillas. La miramos cuando llegaba con fuego sutil Y avezados pies, Tropezando entre los borrachos lujuriosos Pero dulce a su manera. Vimos que el carmesí que abandonaba sus mejillas Flameaba en sus ojos; Pues cuando una mujer vive en terrible prisa Una mujer muere. Las burlas que encienden nuestras horas por la noche Y las hacen alegres, Mancharon un alma dulce e ignorante Y ensuciaron su juego. Barreras y corazón ambos rotos –polvo Bajo sus pies. Has pasado frente a ella cuarenta veces y la has despreciado Allí en la calle. Mil burlas la han llevado Al fin a esto; Hasta que el arruinado carmesí de sus labios creció vago y vasto. Hasta que su alma sin canto admitió Que el tiempo mata; Pagas su precio y te preguntas por qué Aún la necesitas.

Silencio antes del amor

Una voz se levantó en la oscuridad diciendo “Amor”, Y en el establo los ratones dispersos se aquietaron, Donde aún dormía el buey blanco, y en el umbral El gallo cantor hacía una pausa, y la gris paloma casera Giraba dos veces sobre la elevada cornisa.

Canción de cuna

Cuando era niña dormía con un perro, Vivía sin problemas y no pensaba en maldades; Corría con los niños y jugaba a la pídola Ahora es la cabeza de una joven la que reposa en mi brazo. Luego crecí un poco, recogía llantén en el patio; Ahora vivo en Greenwich, y la gente no me visita; Luego planté semillas de pimienta y las aplasté con fuerza. Ahora estoy muy callada y rara vez hago planes. Entonces me pinchaba el dedo con una espina o un cardo, Me llevaba el dedo a la boca y corría hacia mi madre. Ahora yazgo aquí, con mis ojos en una pistola. Y habrá un mañana y otro y otro.

Descontento

En verdad, cuando me paro a pensar Que con cuerda de cáñamo yaceré ovillada a la cama, Consciente de que las nacientes lágrimas de las plañideras Son meras salpicaduras marinas de la agitada cabeza, Entonces, como la ardilla que pelea con su nuez, Con mi acopio para el invierno disputo mi territorio, Pues nadie cavará madrigueras para compartir mi pan.

Sátiras (El hombre no puede…) El hombre no puede purgarse de su tema. Como hace el gusano de seda transportando su hebra, Comandante Supremo, ¿dime qué es hombre Y qué conjetura? ¿Se encuentra la leche del seno ya en la lamentación? Oh depredadora víctima de la rueda, Santa Catalina de las rosas, vuelve tu mirada Hacia donde está la desgracia; Purga al cuerpo de su miedo, Como hace el algodón de relleno agitándose en su horno Para tejer un sudario donde metamorfosearse Para re-considerarse en él ¿Qué centella de estragos guarda tu miedo? ¿En qué molde de terror te alimentas?
Sátiras (El miembro del hombre…) El miembro del hombre, como el áspero cuello del cisne (De suave párpado como el ojo del durmiente) Engañando colgajos, hinchándose en su regazo Y ¡Bang! la vida tiene otra muerte en sus encías.
Faraón Faraones en piedra Piensa en Ramsés No son bromistas de velatorio estos: Están sentados hablando en silencio. Hijas, esposas Como cuchilla de carnicero colgando Entre las rodillas Soldadura de siglos.
Abandono (El hombre no puede…) El hombre no puede purgarse de su tema, Como el gusano de seda transportando su hebra, Para hilvanar un sudario donde metamorfosearse Desde una boca orgullosa de su seda Pero no hay santuario en el ojo del fósil Alcahuete, pásalo por alto.
¿Quién murió ese día en Dannemara? Dicen que en el momento de la electrocución;la victima se vuelve «algún otro». «Si el oro se enferma cuando lo pica el mercurio» ¿Qué hace el bajo metal picado por la muerte? Si los campos eléctricos destruyen nuestras conjuras; Y la decadencia de la gravedad posee la llave; Si el fuego puede hacer con la carne una nueva aleación, Y cautivos rayos guían ese rumbo, Si correas de plomo liberan «algún otro» muchacho; Como los topos más pequeños destapan nuestros ocultos engranajes; Entonces pregunta al carcelero ¿qué fundió El día en que se carbonizó el cinturon de Van Allen? ¿Qué combustible lo hizo resinoso, qué jubilo Saltó sobre la barrera sónica de la culpa?
Cuando la carne que besamos se ha ido Cuando la carne que besamos se ha ido y diente con diente los amantes verdaderos yacen En ocioso enredo, hueso con hueso; ¿Llamaríais éxtasis a eso? No, pero amor en litigio. En la postera extremidad; En el duelo con la eternidad; Postrado amor que pide clemencia; ¡Y complica la engañosa fidelidad!
Tom Fool Tienes la lengua áspera del carroñero; Y yo así te digo Que la lengua de la golondrina baja Oportuna y bate el polvo; Qué valor tiene el hombre- Y Filomena, tañe su trozo de lengua en su boca “Para hablar del dolor”.
Dujna Barnes, poeta