Discurso en recordatorio de la liberación de Terezin pronunciado el 21 de mayo de 2000

«En estos días recordamos la liberación de Terezín, que surgió hace cincuenta y cinco a os, de una ciudad, que por la decisión de los nazis, se convirtió por a os en un lugar de sufrimiento y de muerte de miles de seres humanos. Mientras el Fuerte peque o fue un lugar de persecución del pueblo checo y el espacio donde se ajustaban cuentas con los miembros del movimiento de resistencia, la misma ciudad de Terezín se convirtió en un ghetto, en un lugar transitorio y en muchos casos en una estación final de los Judíos de toda la Europa, de los Judíos, la nación que fue, por una decisión tremenda de los nazis, destinada a la extinción. Lo llamaron eufemísticamente «la solución definitiva».

Pero las víctimas del nazismo morían también en un campo de concentración en la cercana ciudad de Litomerice. Además, también, después de la liberación de Terezín se moría gente a consecuencia del trato inhumano y por epidemias.

Rindo honores a la memoria de todos aquellos quienes arriesgaron sus vidas en la lucha contra el nazismo, quienes cayeron en esta gran lucha por la salvación de la humanidad, quienes fueron ejecutados o torturados, quienes no están entre nosotros el día de hoy.

«La cadena a la cual se parte un eslabón ya nunca puede ser lo que era». Estas palabras fueron escritas por Karel Polácek unos días antes de ser incluido en el transporte que lo llevó a los brazos de la muerte. Con la cadena entendió la sociedad multinacional de los Países Checos y como miembro consideró a los Judíos que vivieron en su territorio. Pero los nazis trataron de eliminar también a otra nación que vivió aquí, a los gitanos checos, los Romas. El Holocausto dejó una herida que no cicatriza en esta cadena imaginaria de la correlación entre naciones. Y no solamente nuestro país – todo el continente europeo fue así terriblemente marcado.

Estos horribles acontecimientos tenemos que volver a recordarlos siempre. A esto nos compromete el respeto al inmenso sufrimiento de nuestro prójimo, el deber de recordar y honrar su sacrificio y también la voluntad de tomar conciencia de la propia identidad, cuya parte inseparable es, asimismo, la conciencia de la historia real de nuestra sociedad.

La necesidad de recordar una y otra vez la tragedia de las víctimas del Holocausto, cuyas repercusiones interfieren en las vidas de hoy, estaba en los principios del proyecto checo – hoy día ya internacional – El Fenómeno Holocausto -, que auspicié. Este proyecto apunta al conocimiento más profundo de los momentos trágicos de nuestra propia historia, sobre todo del Holocausto de los Judíos y los Romas, a la reflexión y al entendimiento del Holocausto como parte de nuestra historia.

Siento que especialmente en las postrimerías del siglo es necesario recordar con más intensidad estos hechos. La atmósfera de nuestra actualidad recuerda en muchos rasgos al fin de siglo que hace cien años trajo, desgraciadamente a Europa, también el antisemitismo racial «científico». Igualmente hoy nos encontramos rodeados por los conflictos raciales, nacionales y religiosos, con los cuales los sedimentos más profundos de los complejos y de los deseos suprimidos salen a la superficie tomando la forma de odio y maldad. Las postrimerías traen en sí la esperanza en la reordenación justa de la sociedad humana. La realidad de hoy contiene en sí la promesa del amanecer y de la gran advertencia. Es del interés de toda la humanidad que ya no se rompa ninguna de las siempre renovadas cadenas por lo que fuera destruido cualquiera de sus eslabones.

Me gustaría que podamos honrar la memoria de todos los ejecutados, deportados y torturados no solamente en conmemoración de las vidas humanas malgastadas sin sentido, pero como algo más, como una conmemoración de personas, que ayudaron redimir el destino de los sobrevivientes. Esta gente murió, en cierto sentido, para que los otros pudieran vivir honestamente. En esto no cambia nada la realidad de que la mayoría de ellos no eligió este destino. Depende de nosotros si podemos de veras cumplimentar nuestra libertad de hoy, si podemos enfrentar la maldad también en sus primordiales, aparentemente inocentes expresiones, si podemos enfrentar incluso la indiferencia a estas expresiones de la maldad.

La conmemoración de las víctimas que hoy honramos debe convertirse en memento y en llamamiento imprescindible para las generaciones del siglo que comienza».

Fuente | Rosendo Fraga

Discurso ante las Juntas de Gobernadores del Fondo Monetario Internacional y el Grupo del Banco Mundial, en las deliberaciones anuales conjuntas del 2000

«Señoras y Señores,

distinguida audiencia:

Sean todos bienvenidos a la República Checa y a Praga. Doy la bienvenida a los participantes en la sesión anual del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, a todos los empresarios, banqueros, economistas, politólogos, ecologistas, pensadores, periodistas y a todas las personas de buena voluntad, que han venido a este lugar porque aquí se hablará, y, probablemente, se tomarán decisiones para nuestro futuro común. Es para nuestro país y para su capital un inmenso honor que esta gran reunión de miles de personas de todos los países y continentes, entre ellas personas de muchísima influencia, se celebre aquí y además en este a o, en un momento que se percibe de forma general como el final de un siglo y el comienzo de otro. Para nosotros ello constituye un honor, una alegría, un gran reto y un gran compromiso. Confío en que Praga, que por vez primera en su historia milenaria es la anfitriona de este encuentro de auténtica importancia mundial, ofrecerá un ambiente ameno y quedará inscrita tanto en la memoria de los participantes como en la historia de la cooperación mundial. Desde luego, Praga dispone de ciertos precedentes históricos: gracias a su situación geográfica en el centro de Europa, ha sido durante siglos, entre otras cosas, un lugar de confrontaciones y conflictos, aunque también de encuentros creadores, respeto mutuo, influencia recíproca y cooperación de distintas culturas, distintas naciones y etnias, distintas corrientes espirituales y movimientos sociales. Esa pluralidad ayudó a crear el rostro de la ciudad. Sería bueno, si después de decenas de a os de opresión, falta de libertad y aislamiento, después de haber doblado el espinazo, lográsemos recordar la antigua tradición, ofreciendo al mundo esta ciudad como un espacio idóneo donde discutir abiertamente sobre nosotros mismos.

La catedral de los Santos Vito, Wenceslao y Adalberto domina Praga y la torre gótica domina la catedral. Quizás se hayan fijado que en estos momentos la torre está cubierta de andamios. Esto se debe a que, por primera vez desde que se levantó y, por así decir, a última hora, es objeto de una complejísima reconstrucción. El andamio oculta temporalmente la belleza de la torre. Sin embargo, oculta esa belleza para que podamos salvarla para el futuro.

Me agradaría si pudiéramos entender este ejemplo como una metáfora y si pudiéramos declarar de este país que, igual que en otros países postcomunistas, algunas de sus buenas disposiciones no se perfilan con suficiente fuerza, debido a que el país entero está cubierto de andamios, porque está sufriendo una extensísima reconstrucción, en la que vuelve a buscar, esta vez con absoluta libertad, su verdadero rostro y su identidad, para intentar salvarla y reconstruirla.

Sería perfecto si la comparación pudiera tener un valor más general y si pudiéramos cifrar esperaranzas en que detrás de algunos fenómenos poco atractivos de nuestro mundo se ocultan los embriones del esfuerzo por salvar, mantener sostenidamente y desarrollar de manera auténticamente creadora los valores que nos ofrecen la historia de la Naturaleza, la Historia de la Vida y la historia de la Humanidad.

Señoras y Señores:

Uno de los temas principales de diversas discusiones sobre la situación del mundo actual y, de hecho, también de discusiones sobre la misión de las instituciones de BrettonWoods, es la pobreza cada vez más profunda que afecta a miles de millones de personas y la interrogante de cómo afrontar esta pobreza y cómo combatirla.

Me temo que ese tipo de discusiones nos expone a un peligro, a saber, el peligro, de que, instintivamente vayamos a percibir la pobreza como la desgracia de unos y la lucha contra ella como la tarea de otros, como si el azar hubiera dividido a la Humanidad en dos grupos: un primer grupo, relativamente peque o, de personas o países que, por lo general, viven holgadamente y, un segundo gran grupo de personas o países que viven muy mal, de lo cual se desprende que el primero debería ayudar al segundo financiera e intelectualemente, por razones humanitarias y de seguridad.

Cuando se percibe el mundo de tal manera, hay un solo paso hacia la muy extentida y errónea doctrina de que los más pudientes viven con más holgura, porque, como quien dice, han ganado la victoria sobre el universo y sus misterios, han descubierto sus leyes y han sabido aprovecharlas con destreza, en una palabra, se las saben todas, mientras que los otros, por contrario, no han entendido muchas cosas o simplemente no son capaces de entenderlas.

Por lo tanto, para conseguir mejorar el mundo, basta con que los primeros entreguen una parte de su bagaje a los segundos. Como todos sabemos, no es éste el caso. La enorme pobreza que existe en nuestros tiempos es una de las manifestaciones más visibles de nuestra civilización, tan llena de contradicciones, civilización que, de alguna manera, conformamos todos juntos y en la que todos somos responsables de lo bueno y de lo malo y donde nuestra tarea común consiste en solucionar los problemas que esta nos plantea. Nadie puede decir que es el que mejor lo sabe todo: todos somos criticables y ninguna voz debería despreciarse de antemano.

Una sola civilización global ciñe nuestro Planeta. Con certeza puede decirse que es la primera vez que esto ocurre en la historia del género humano. Esta civilización tiene naturalmente otra característica primordial, y es que, por la forma de sus movimientos internos y por sus principales manifestaciones exteriores, es, a todas luces, la primera civilización esencialmente atea, independientemente del hecho que miles de millones de personas profesen una religión de forma más o menos activa.

Esto significa que los valores sobre los que se asienta nuestra civilización no tienen relación con la eternidad, el infinito o lo absoluto. Por eso, en muchos centros de toma de decisiones, se pierde la preocupación por lo que vaya a venir después de nosotros, la preocupación por intereses auténticamente generales. Por eso es posible que en este mundo, que dispone de una suma inimaginable de conocimientos sobre sí mismo y en el que a vertiginosa velocidad se distribuyen todo tipo de informaciones sin censura alguna, capitales, bienes y cultura, un mundo del que difícilmente podemos declarar que no es capaz de prever la alternativa de su futura evolución, es un mundo donde el hombre suele comportarse como si todo fuera a terminarse con el fin de su propio paso por la Tierra, saqueando los recursos naturales que no son renovables y violando el clima terrestre, alejándose de su propia identidad, liquidando comunidades humanas que pueden abarcarse con una simple mirada, y, de manera general, acabando con la dimensión
humana, tolerando el culto del lucro material como valor supremo, culto ante el que todo debe apartarse y ante el que suele caer de rodillas la propia voluntad democrática. Con apatía nos conformamos ante el alarmante hecho de que, aunque sigue aumentando con celeridad el número de seres en la Tierra, la generación de las riquezas ya no va de la mano de la creación de valores auténticos y coherentes. Sencillamente, las paradojas entrelazan nuestra civilización. Por una parte ofrece posibilidades que, hasta hace poco, podían considerarse como fabulosas y por la otra, demuestra una capacidad bastante débil para impedir que en muchos lugares se llene de un contenido peligroso o que se abuse directamente de esas posibilidades.

Así pues, son numerosos y graves los problemas que la acompa an. Las presiones civilizadoras de uniformidad y el hecho de que estamos cada vez más cerca los unos de los otros suscitan la necesidad de subrayar nuestra alteridad, a todo precio, lo que suele desembocar en un fanatismo étnico o religioso. Aparecen nuevos tipos de criminalidad muy sofisticados, crimen organizado y terrorismo. La corrupción florece. El abismo entre los pobres y los ricos se ahonda y mientras hay lugares donde las gentes mueren de hambre, en otros lugares es costumbre, por no decir obligación social, derrochar.

Naturalmente se viene dedicando mucha atención a todos estos problemas y los respectivos países, las instituciones internacionales y las diversas organizaciones gubernamentales y no gubernamentales intentan encontrar soluciones. Sin embargo, me temo que esas medidas o acciones, difícilmente logren cambiar, de manera fundamental, el rumbo de la evolución si no empieza a cambiar algo en el terreno ideológico del que brotan los modelos actuales de comportamiento humano, actividades empresariales y cooperación.

Muchas veces oímos hablar de la necesidad de reestructurar la economía de los países en vías de desarrollo o de los países menos ricos y también sobre la obligación que tienen los países más afortunados de ayudar a los primeros. Si se procede con sensibilidad y sobre el trasfondo de un profundo conocimiento del ambiente concreto, de los intereses y las necesidades específicos, ciertamente, esta actuación es buena y necesaria. Aunque yo considero que es mucho más importante, como salta a la vista, que empecemos a pensar también en otra reestructuración: la del propio sistema de valores en el que se apoya nuestra civilización actual. Esta es la tarea que incumbe a todos. Es más, me atrevería a decir, que incumbe más a los que viven con mayor holgura material.

La edad moderna euroamericana ha fijado el rumbo de la actual civilización planetaria, o si quieren, de la civilización global. Fueron sobre todo aquellos que hoy forman parte de los más ricos y desarrollados. Por esta razón, no se les puede eximir de la obligación de reflexionar, de forma crítica, sobre los movimientos que históricamente han inspirado.

Señoras y Señores:

Todos sabemos que se pueden inventar mil y un instrumentos reguladores ingeniosos que protejan el clima terrestre, los recursos no renovables, la biodiversidad, el aprovechamiento local de las fuentes, la identidad cultural de las naciones y la dimensión humana de los asentamientos, la libre competencia y las sanas relaciones sociales.

Con todo ello, naturalmente, es posible limitar la amenaza de un insensato desmoronamiento de la civilización, limitación que persiguen muchas personas y muchas instituciones. Ahora, se trata de reforzar esencialmente el sistema de normas morales, generalmente compartidas, para impedir a escala mundial que distintas reglas puedan ser burladas, una y otra vez, con más ingenio del que fue necesario para inventarlas. Se trata de crear unas
normas que potencien el peso de esas reglas, que despierten en la sociedad el respeto natural hacia las mismas. Los actos que de manera evidente ponen en peligro el futuro del género humano deberían ser, simple y llanamente sancionables, pero, sobre todo, deberían ser percibidos generalmente como actos vergonzosos.

Es poco probable que esto ocurra, si todos nosotros no encontramos el ánimo para cambiar profundamente el orden de valores y generar uno nuevo que seamos capaces de compartir y venerar juntos, en nuestra diversidad, integrando nuevamente esos valores en lo que se encuentra más allá del horizonte inmediato de nuestros intereses personales o de grupo. Cabe preguntar: ¿Cómo conseguirlo sin un nuevo y poderoso auge de la espiritualidad
humana? ¿Cómo ayudar concretamente a despertar ese auge? Estas son cuestiones fundamentales que llevo a os planteándome y que, con certeza, se
que muchos de ustedes se han planteado también y que, a mi juicio, no podrán ser evitadas en las discusiones praguenses.

Distinguidos presentes:

Estoy firmemente convencido de que sus debates serán un éxito, que ustedes coincidirán en importantes estrategias, programas y reformas. Pero, como es evidente, tengo fe en algo más: espero que desarrollen sus debates en aras de un diálogo extenso, abierto y amistoso sobre el mundo actual, sus problemas, las causas profundas de estos problemas y la manera de solucionarlos. Estoy seguro de que nadie a quien le importe el noble futuro del género humano en el planeta Tierra, no debe ser excluido del debate, aunque esté cien veces equivocado. Todos debemos vivir en nuestra Tierra, los unos al lado de los otros, sean cuales sean nuestras creencias; a todos nos amenaza nuestra propia miopía, nadie puede desasirse de nuestro destino común.

Tal como están las cosas, a mi juicio, nos queda una sola posibilidad, la de buscar dentro de nosotros y a nuestro alrededor nuevas fuentes de responsabilidad, nuevas fuentes de entendimiento y solidaridad y de humildad ante el milagro de la existencia, la capacidad de resignarse en aras del interés común y de hacer algo bueno incluso, aun cuando no sea visible y aunque quizás nadie lo aprecie.

Señoras y Señores:

Permítanme que para concluir vuelva al tema de la catedral que mencioné al comienzo. Pienso que las primeras personas en calcular sus beneficios fueron los hoteleros de Praga en el momento del restablecimiento de la economía de mercado en la República Checa. En estos días es aún más cierto.
Entonces, ¿porqué alguien, en un pasado remoto, se tomó la pena de construir algo tan costoso y, desde el punto de vista actual, tan poco útil?

Una de las posibles explicaciones es que, quizá, hubo momentos en la historia, en los que el beneficio material inmediato no constituía el máximo valor en la vida humana, en los que el hombre sabía que hay misterios que nunca entenderá y ante los que puede estar de pie en humilde admiración, o bien demostrar su admiración levantando edificios cuyas torres apuntan hacia arriba. Hacia arriba y más allá de las fronteras de los tiempos. Hacia arriba, hacia el infinito. Hacia el infinito, que por su silenciosa existencia excluye el derecho del hombre a comportarse en el mundo como si se tratara de una ilimitada fuente de beneficio inmediato, y le exhorta a la solidaridad con todos los que viven debajo de su misteriosa bóveda.

Una vez más, les agradezco su atención y les deseo éxito en sus sesiones».

Discurso como Doctor Honoris Causa de la Universidad de Michigan pronunciado el 5 de septiembre del 2000

«Su Universidad fue fundada en el mismo año en que mi país presenció el descubrimiento de los supuestos manuscritos medievales de épicas patrióticas que revelaban las antiguas raíces de la cultura de nuestra nación, la riqueza de su historia y la grandeza de su creatividad mítica. Su descubrimiento impulsó nuestro auto-reconocimiento y confianza como nación, en momentos en que estuvimos privados de nuestra libertad, y los mismos estaban destinados a contribuir con nuestra emancipación.

Antes de asumir como primer presidente de Checoslovaquia, el Profesor Masaryk recabó pruebas que confirmaban la falsedad de dichos manuscritos, aunque estuviesen muy bien redactados y obviamente inspirados por la buena intención. Luego se desató la llamada ‘Batalla de los Manuscritos’, un período de gran importancia en la historia checa. La minoría que insistía en el carácter falso de dichos papeles fue tachada como traidora a la patria y acusada de que, al cuestionar las reliquias más preciadas del pueblo checo, socavaban la confianza de la nación y ponían en peligro todo el esfuerzo de la auto-liberación. El rechazo a la autenticidad de los manuscritos implicó un gran riesgo personal y la pérdida total de confianza ante los ojos del público patriota.

Masaryk, quien ya participaba en la política en aquellos tiempos, no cedería en su postura y ni sucumbiría a la tentación de complacer a las masas. Implacable ante el peligro de perder su prestigio, reputación y popularidad, se mantuvo fiel a su convicción. Consideraba inaceptable, en cuestión de principios, que el reconocimiento de la identidad nacional o la lucha por los derechos legítimos de su pueblos –primero en la formación del estado austro-húngaro y más tarde con el objetivo de restaurar la Nación Checa- deban estar fundados en mentiras o fraude. Para él, la piedra angular de la nueva existencia de la nación debía ser verdadera. Pero ¿qué es verdadero?

Vivimos en una era de revolución de información a través de cientos de miles, o millones, de lazos informáticos que cruzan el planeta cada segundo a la velocidad de la luz, cubriendo el mundo con una gran capa de comunicaciones. Sin dudas, éste es un logro maravilloso contra el que no tengo objeciones. Sin embargo, creo que es de suma importancia, especialmente después de este avance global en el campo de la información, comprender la delgada línea entre información y verdad. No soy ni el primero ni el último en señalar estas cuestiones, aunque debo ser el primer checo que tiene el honor de hacerlo en una ocasión tan importante ante esta Universidad, y quien ha tenido la oportunidad de explicar personalmente estos pensamientos a Bill Gates.

Entonces, ¿en dónde está la diferencia entre información y verdad?

En términos simples, creo que la verdad también es información pero al mismo tiempo es algo mayor. La verdad –como cualquier tipo de información- es información que ha sido probada, confirmada o verificada a través de un sistema de coordenadas y paradigmas, o información que es simplemente convincente; pero es más que eso. Es información respaldada por el hombre con su propia existencia, su nombre o reputación y su honor. No sé cuantos de los millones de datos que circulan alrededor del planeta adoptan este criterio. Resultó cierto en el caso de la información falsa contenida en los famosos manuscritos nacionales; información que no sólo se probó científicamente sino que fue respaldada por un gran hombre que permaneció fiel a esa información con todo su ser y que no dudó en luchar por ella y arriesgar casi todo en el proceso. Más tarde, el mismo hombre surgió como uno de los personajes más eminentes de los creadores de nuestra historia moderna.

La indeclinable lucha de Masaryk por la verdad, independientemente de su costo, al final dio sus frutos. Su énfasis en la verdad fue adoptado como uno de los ideales subyacentes de nuestro Estado moderno y el mismo Masaryk recibió el respeto universal como liberador de nuestra nación, como el primer Presidente de Checoslovaquia, convirtiéndose en objeto de veneración.

Pero nada fue tan certero. Masaryk pudo haber sido completamente obliterado y olvidado simplemente porque transgredió la tendencia de su época. En todo caso, la nación hubiera eventualmente reconocido el carácter falso de los manuscritos. En cuanto a mis contemporáneos concierne, creo que a la mayoría no les importa en lo más mínimo si los épicos eran auténticos o falsos. Muchos ni siquiera saben de su existencia. De todos modos, la actitud de Masaryk demuestra que el compromiso genuino con la verdad significa asumir una firme postura sin importar si trae sus frutos o no, si logra el reconocimiento universal o la condena universal, si la lucha por la verdad lleva al éxito o a la burla y oscuridad. El presidente Kennedy trató este tema en su libro ‘Profiles in Courage’, una obra que relata el destino de las personas que no temieron enfrentarse solos contra todos y arriesgar la derrota política porque estaban seguros de su verdad y obedecieron a su conciencia.

¿Por qué hablo de esto aquí y ahora? Los egresados de su Universidad pronto se convertirán en líderes de varias esferas de la vida pública estadounidense. Deseo que ellos, al igual que yo, podamos permanecer fieles a la verdad en la era de la información y que trabajen con este espíritu por la esperanza, quizás una absurda esperanza, de hacer del mundo un mejor lugar para vivir.

La esperanza de Masaryk pudo haber sido absurda también. Pero, ¿lo fue en verdad? ¿Es absurdo dejarnos llevar por la conciencia, insistir sobre la verdad y afirmar que la verdad es una verdad genuina en el sentido más profundo? ¿Fue realmente absurdo?

Les agradezco con todo mi corazón el honor que hoy me han concedido.

Espero no defraudar su confianza.

Muchas gracias».

Discurso pronunciado en la Cumbre del Milenio de las Naciones Unidas (Nueva York, EE.UU.) el 8 de septiembre del 2000

«¿Cómo se verán el mundo y las Naciones Unidas en cien años? Existen innumerables posibilidades, desde la más espantosa hasta la ideal. Iría en contra de nuestra principal obligación política perseguir las peores en vez de las mejores alternativas.

¿Cómo deben actuar las Naciones Unidas en el contexto de desarrollo favorable del mundo y cómo deben contribuir a realizar dicho desarrollo?

En primer lugar, debe cambiar su enfoque de enfrentamientos entre intereses particulares de varias naciones hacia una plataforma conjunta de toma de decisiones basada en la solidaridad sobre cómo organizar mejor nuestra vida en el planeta. Más precisamente, debería pasar de ser una comunidad de gobiernos, diplomáticos y funcionarios a conformar una institución conjunta para cada habitante del planeta, quienes la considerarían como su Organización propia por la que gastarían dinero no sólo para que los defienda como individuos sino para que, con el permiso del pueblo, busque formas de lograr un bienestar duradero para la humanidad y una genuina calidad de vida.

De este modo, las Naciones Unidas deberían descansar sobre dos pilares: uno constituido por una asamblea de representantes de países individuales, que se asemeje al plenario actual, y otra formada por un grupo elegido directamente por la población mundial, en el que el número de delegados que representen a las naciones individuales se adecue a las dimensiones de las naciones. Ambos organismos crearán y garantizarán la legislación global. El Consejo de Seguridad –o su sucesor- serviría como órgano ejecutivo que maneje algunos de los problemas cruciales del mundo.

Por supuesto, la composición de este órgano debería ser distinta a la del presente Consejo de Seguridad. Las calificaciones y personalidades de los miembros probablemente deban llevar más peso que la circunstancia del país del que provienen. Además, el derecho a veto probablemente no deba ser ejercido por un único miembro. Las Naciones Unidas del futuro deberán tener su propia fuerza militar y policial permanente. Este órgano superior ejecutivo debería controlar el cumplimiento de las leyes y decisiones de la Organización y procurar su aplicación en áreas de seguridad, derechos humanos, medio ambiente, alimentación, competencia económica, salud, finanzas, desarrollo local, etc.

Siempre que me enfrento con un problema de la civilización actual, inevitablemente llego a la misma conclusión: el tema de la responsabilidad humana. Esto no significa simplemente la responsabilidad de un ser humano hacia su propia vida o subsistencia, hacia su familia, su empresa o comunidad. También significa la responsabilidad ante lo infinito y lo eterno, en una palabra, responsabilidad por el mundo. En rigor de verdad, creo que el objetivo principal que debemos perseguir en esta era de la globalización es el sentido de la responsabilidad global.

En alguna parte de los pilares fundamentales de las religiones del mundo, encontramos básicamente los mismos imperativos morales. Es en estos ideales que debemos buscar la fuente, la energía y el carácter distintivo de la renovación global hacia una verdadera actitud de responsabilidad por nuestra Tierra y todos sus habitantes como también por las generaciones futuras. Sin el carácter distintivo que emane del renovado sentido de la responsabilidad global, cualquier reforma de las Naciones Unidas sería impensable y no tendría sentido alguno.

Permítanme concluir expresando un profundo elogio por el informe preparado para esta Cumbre por el Secretario General. Detrás de estas propuestas, veo precisamente el mismo carácter distintivo que recién describí.

Muchas gracias».

Fuente | Rosendo Fraga

Agradecimiento por el Otorgamiento del Grand Prix de la Academia Universal de Culturas (París) pronunciado en el College de France el 1 de febrero 2001

«Permítanme expresar mi agradecimiento a la Academia Universal de Culturas por el gran honor que hoy me conceden. En especial, quisiera agradecer al Presidente de esta Academia, Elie Wiesel. Estoy igualmente agradecido al Ministro Lang por hacer posible esta celebración hoy aquí, en este histórico predio. Extiendo un agradecimiento especial al Primer Ministro, el Sr. Jospin, cuyas elogiosas palabras sobre mi persona me han conmovido profundamente. En verdad es un gran honor para mí recibir este premio aquí, en París, una ciudad de singular importancia como centro europeo de corrientes espirituales.

Siempre que recibo un premio de esta naturaleza y significado, la primera pregunta que me hago es si verdaderamente lo merezco. Mi primera reacción, que es natural desde el punto de vista psicológico, es dudar si merezco semejante distinción o directamente pensar que no. Los honores de este tipo, y el presente premio en particular, me son conferidos por personalidades que poseen una mayor educación y quizás mayor experiencia que la mía y que se han distinguido por el alcance de su pensamiento.

Eventualmente, logro superar esas dudas personales y psicológicas respondiendo esa pregunta inicial con un enfoque psicológico o un concepto psicológico. Me auto-convenzo de que me reconocen y me honran porque represento al portador de un cierto destino, un individuo que comparte una determinada postura y recorre un mismo sendero con otros y se lo debe a la combinación de coincidencias históricas que se han tornado más visibles. Por lo tanto, concluyo que la distinción que me conceden significa un reconocimiento que también honra a muchas otras personas en lugares menos visibles.

Permítanme plantear dos pensamientos por los que la Academia Universal de Culturas ofrece el lugar más apropiado para el diálogo.

El primero de estos pensamientos es que la búsqueda de nuestra identidad, nuestra individualidad, de aquello que nos hace lo que realmente somos, siempre implica comprender aquello que es diferente. Como Presidente, tuve la oportunidad de verlo en muchas ocasiones. Siempre que en mis visitas a decenas de países en todos los continentes, me enfrentaba con otras naciones y sus culturas, otras esferas de la civilización y otros estilos de vida, pensaba qué poca modestia y qué poco respeto por ‘lo distinto’ nosotros, los europeos, demostramos. Creo que el mundo global al que estamos ingresando –el planeta envuelto en una única civilización interconectada- debe crecer a partir del respeto natural por las distintas identidades, distintas culturas y distintas instancias de ‘lo distinto’ y del compromiso con el principio de igualdad de todas esas culturas.

En el pasado, Europa solía exportar su propia cultura hacia el resto del mundo, por lo general lo hacía de un modo agresivo. En muchas ocasiones, Europa era una fuerza generadora de conflictos en varios problemas que afligían a nuestra civilización y ciertamente exportaba esos conflictos, incluyendo las dos Guerras Mundiales, ambas originadas en suelo europeo. Pienso que el reconocimiento de esa función de doble filo de Europa en el pasado debería impulsarnos a propagar las maravillosas huellas de la tradición del espíritu europeo de un modo distinto, de un modo que emane del respeto por ‘lo distinto’. En otras palabras, debemos inspirar más que conquistar, y servir como modelo más que como colonizadores.

La raza humana debe encontrar una nueva relación con el planeta en que vive, con el medio ambiente, con la convivencia humana, con el desarrollo urbano, con nuestros propios logros tecnológicos y con los frutos de nuestro propio intelecto. Dedicarnos a la noble dimensión de la tradición espiritual europea y protegerla de sus rasgos menos nobles, creo que es la tarea más valiosa que Europa pueda tener en el próximo siglo. Esto significa desterrar la intolerancia, la agresión y la violencia y demostrar cómo es posible construir nuestra vida sobre los principios de la igualdad y el respeto por los otros en armonía con el planeta. No podemos imponer nuestras propias normas ambientales sobre el resto de la Tierra pero podemos mostrar, a través del ejemplo, qué tan beneficioso es cumplirlas.

El segundo pensamiento que quisiera compartir con ustedes hoy se relaciona con una experiencia que describiría como poscomunista. Me refiero a una experiencia que ya no se asocia al sistema totalitario como tal sino a la situación después de su caída.

Durante mis once años en política, he observado una y otra vez que la cultura precede todo lo demás. En mi propio país, esto se ha manifestado con renovada urgencia en los últimos días. La cultura precede al sistema y a la ideología, también precede al orden, a la ley y a las reglas de la convivencia humana. Un sistema político democrático, el imperio de la ley y las normas de convivencia son de suma importancia pero todas derivan de una naturaleza cultural superior, en el sentido más amplio de la palabra, de una moralidad y costumbre política, de ciertas tradiciones, del respeto mutuo, de la capacidad de vivir juntos, de una cultura de comportamiento político.

El sistema legal y sus normas encierran un propósito. Sin embargo, mi experiencia poscomunista me ha demostrado qué fácil el culto de estas normas, su deificación o alabanza fetichista eventualmente los enajena de su significado o propósito intrínseco como fue originalmente ideado por el legislador. Este es el fenómeno que presencié en los últimos años en mi propio país y en otros países que se han librado de regímenes totalitarios que dejaron una profunda degradación moral.

En esta ocasión, dentro de esta institución y en este renovado sitio, quisiera hacer hincapié en la premisa de que la moralidad precede a la política.

Muchas gracias».

Fuente | Rosendo Fraga

Discurso de Año Nuevo pronunciado en la Televisión y la Radio Checa el 1 de enero 2002

«Quisiera compartir con ustedes un sentimiento muy profundo y personal. Esta noche siento que nos hemos embarcado hacia un año que puede ser de crucial importancia para nuestra nación. No sólo se llevarán a cabo un total de cuatro elecciones sino que, más importante aún, cuestiones de suma importancia se debatirán en esas elecciones.

Recién ahora, doce años después de la caída del Comunismo, innumerables factores convergen, se entrelazan y se complementan de varias maneras para crear una situación en la que debamos decidir sobre el futuro carácter de nuestra sociedad y nuestro Estado, la forma de nuestra convivencia mutua, el modo en que el país se incorporará al resto del mundo y el clima que prevalecerá en nuestra vida pública y consecuentemente, de modo indirecto, en las vidas de cada uno de nosotros.

¿Seremos una sociedad genuinamente abierta y civil, que les permita a todas las personas participar de las cuestiones en múltiples niveles y en una serie de maneras, que les permita participar de la vida política en el más amplio sentido de la palabra? ¿O será nuestro sistema social tan imperceptible e irreversiblemente autónomo que las cuestiones más cruciales serán siempre decididas por la misma fraternidad, en cuyas manos se concentran las principales potencias económicas, políticas y mediáticas, que no temen ni siquiera los límites de la criminalidad? ¿Seremos un país genuinamente democrático en el que todos los ciudadanos y sus asociaciones libremente constituidas puedan co-determinar el curso de los acontecimientos? ¿O seremos una democracia formal, técnica e institucional satisfecha con su parlamento, elecciones y partidos políticos?

¿Seremos un país de ciudadanos orgullosos, sin temor a hablar ante cualquier individuo y sin necesidad de congraciarnos con nadie? ¿O seremos un país en el que de nada sirve entrar en conflicto con aquellos en el poder? ¿Seremos un país que forje relaciones decentes, solidaridad mutua y la preservación conjunta de nuestras comunidades y nuestros campos? ¿O seremos un país cuya vida pública esté atada al odio, la envidia, la intriga y la manipulación?

Existen ambas posibilidades. Muchas fuerzas pueden impulsar los avances de modo lento o rápido en cualquiera de ambas direcciones. Existen entre nosotros modernos y refinados ‘normalizadores’ que preferirían tirar de las cuerdas de casi cada esfera, desde las grandes empresas, la televisión y la prensa hasta nuestros órganos representantes. Sin embargo, cientos de miles de ciudadanos, que a pesar de los obstáculos burocráticos, aún manejan sus negocios con honestidad, percibiendo sus esfuerzos comerciales como la producción de valores concretos.

También existen cientos de miles de individuos que, como empleados, no pueden trabajar de otro modo que no sea el mejor. Existen cientos de miles de individuos que, a pesar de las adversidades, sin afán de ganancias o fama, luchan en conjunto por causas valederas para ayudar a sus conciudadanos a preservar la Naturaleza.

Más aún, existen, entre nosotros, cientos de miles de personas que, en beneficio de preservar nuestros valores y en nuestro nombre, están llevando complejas vidas como soldados y policías al igual que aquellos que como criminólogos, fiscales federales, jueces, sindicalistas o simplemente ciudadanos valientes, son capaces de desafiar el poder de esa minoría de individuos que no tienen escrúpulos pero han amasado fortunas y han logrado la influencia de esas fortunas.

Todo depende de la medida de coraje y previsión que cada uno de nosotros debe aplicar en nuestra toma de decisiones diarias y de la prudente reflexión que debemos ejercer durante las elecciones, que determinarán cuáles de las fuerzas anteriormente mencionadas prevalecerá. En mi opinión, todos nosotros debemos cuestionar abiertamente a aquellos políticos que aspiran al apoyo de sus electores y debemos observar cuidadosamente si nos están engañando o no. Debemos saber de qué modos intentan confrontar todas las mafias y el concepto mafioso de capitalismo. ¿Cómo? En términos concretos, ellos piensan reforzar la fuerza de la ley y la influencia de la ciudadanía, sus asociaciones y sus órganos auto-administrativos.

Debemos saber cómo es que quieren crear un respeto generalizado por un sistema legal ético sin engañarse a sí mismos con la ilusión ficticia de que dicho sistema se puede lograr a través de artículos de leyes más detallados, que finalmente no sólo se pasan por alto sino que además se tornan cada vez más difíciles de comprender. También creo que nuestros políticos y partidos políticos deben expresar sus propios puntos de vista asociados al desarrollo actual de las civilizaciones del mundo y de nuestro país. Deberían explicar elocuentemente sus opiniones a los electores, especialmente considerando que los avances traen aparejado diversos peligros y amenazas.

Finalmente, creo que nuestros partidos políticos deberían tener la obligación de anunciar, de modo oportuno y justificar, las nominaciones que designen para los distintos cargos, incluyendo el de Presidente de la República Checa. La afirmación de que ‘el tiempo dirá’, es inaceptable. Dicha afirmación significa, en realidad, que después de las elecciones, los políticos desearán tener la mayor libertad posible para intercambiar los cargos entre ellos sin la interferencia del pueblo y de modo tal que ninguno resulte perjudicado.

Juan Amos Comenio escribió que los europeos somos como pasajeros de un enorme barco. Ciertamente es así. Europa siempre ha sido un único y gigantesco sistema político complejamente estructurado. Sin embargo, su orden interno siempre fue impuesto por entidades poderosas sobre entidades débiles, y siempre que las entidades débiles lograban salvaguardar sus dignas posiciones, lo hacían a expensas de eternos sacrificios. Cincuenta años de integración europea constituyen el primer intento histórico por organizar Europa de un modo verdaderamente igualitario, guardando pleno respeto por la voluntad de todos aquellos que allí participan. Por lo tanto, esta integración ha estado prosperando en beneficio de todos los europeos. Es debido a esta integración que la paz ha prevalecido por tanto tiempo en nuestro continente.

Existe la firme esperanza de que en el transcurso de este año se van a concluir deliberaciones importantes y se confeccionará o, quizás incluso se firme la admisión de la República Checa a la Unión Europea. Esta oportunidad además confirma que éste será un año clave. Quizás por primera vez en su historia, nuestro país se convierta en parte importante de una alianza conjuntamente respaldada y genuinamente democrática, que gradualmente y en ciertos aspectos rápidamente, se traducirá en una serie de beneficios prácticos y adquirirá una absoluta importancia histórica. Independientemente de cómo percibamos la estructura futura óptima de la Unión Europea y de qué modos podamos participar en las discusiones europeas sobre esta cuestión, estaríamos exponiendo nuestro destino y el de nuestros descendientes a grandes riesgos si socavamos este proceso y posponemos la participación de nuestro país en el mismo.

Básicamente, este avance plantea el mismo dilema al que me acabo de referir: ya sea que como una sociedad verdaderamente abierta nos abramos a nuestro entorno y abramos dicho entorno hacia nosotros o bien nos transformemos en autónomos con la esperanza de conseguir el mejor resultado si nadie interfiere en nuestros asuntos, ya que obviamente somos nosotros quienes tenemos el mayor conocimiento de todo.

Podemos permitir que nuestro país se impregne del espíritu de la libertad, del sentido de la legalidad y del comportamiento cívico de aquellos Estados que durante décadas han cultivado asiduamente estos valores; un enfoque que a su vez nos ayudaría rápidamente a reforzar la decencia bajo las circunstancias de nuestro propio país, o bien podemos rechazar esta oportunidad, facilitándoles la vida a aquellos individuos embelesados e inescrupulosos. En el interconectado mundo de hoy en día, podemos asumir una participación igualitaria en el cultivo de los valores materiales y espirituales de nuestro continente o bien podemos tornarnos autosuficientes y optar por la ilusión de que a la luz de nuestros supuestos intereses nacionales y la identidad nacional no especificada, sería más apropiado convertirse en una reliquia ensimismada en decadencia.

En estas mismas cuestiones nuestros políticos deberían expresar claramente sus intenciones. En el transcurso de los últimos doce años pocas veces nos enfrentamos a tan seria y relevante alternativa.

Al analizar esta cuestión no debemos creer que dentro de la Unión Europea la identidad de nuestra nación checa desaparecería. Somos nosotros los únicos que podemos hacerla desaparecer, y muchos de nosotros lo hacen día a día al corromper la lengua checa, al trivializar la arquitectura checa, al destruir la campiña checa, al subestimar la cultura checa como un simple ‘apéndice’, al reprimir el pensamiento libre. Nuestra identidad nacional y la amenaza ,que supuestamente enfrenta, es tema de debate de aquellos que no tienen la menor idea sobre si aún la conservan o no.

El modo en que nos podemos incorporar a las relaciones europeas e internacionales es siendo conscientes de lo que somos, es decir, ganándonos el respeto por nuestra eficiencia, por nuestros descubrimientos, nuestro pensamiento, nuestro coraje, nuestra responsabilidad por el mundo, la manera en que protegemos nuestra herencia cultural y por nuestra preocupación por el estado de nuestro país y no hablando incesantemente de nuestra identidad y asustándonos cada vez más con la idea de que alguien podrían querer robárnosla.

No tengo referencias de que la Unión Europea haya dañado de algún modo las identidades de los finlandeses, los portugueses o los irlandeses. Por el contrario, para aquellas naciones las Unión Europea ha marcado el camino hacia el progreso, planteándoles el modo en que podrían contribuir al progreso común.

Un amigo estadounidense concluyó en que los sacrificios causados por los ataques terroristas del 11 de septiembre del año pasado no fueron en vano. En cierto modo peculiar, aquellas personas murieron por su patria y por toda la civilización contemporánea. Sus terribles muertes y el consecuente sufrimiento de sus familias, como también el impacto que sintió el mundo entero, nos han alertado drásticamente ante la existencia del mal en el mundo y el fácil acceso que posee a las invenciones de los tiempos modernos, que en manos de fanáticos pueden fácilmente convertiste en instrumentos de destrucción masiva.

Ha sido una gran advertencia, un fuerte desafío a actuar, un gran impulso a reforzar la solidaridad humana, a prepararnos para luchar por los valores humanos fundamentales. Ha sido un estímulo hacia una nueva percepción del mundo en que vivimos y de todas las amenazas que lo acechan. Es una triste paradoja que las personas que perecieron como pasajeros en los aviones secuestrados y, aquellos que murieron en los edificios, señalan los problemas de la civilización de un modo más claro y preciso que los cientos de miles, incluso millones de personas que están muriendo de hambre, enfermedades y guerras locales en diversas partes del mundo empobrecidas y olvidadas. Sin embargo, de alguna manera las víctimas del 11 de septiembre dirigieron la atención a los destinos de esas personas también.

Esperemos que aquella atrocidad contribuya a despertar todas las fuerzas del bien latentes en la humanidad.

A esta altura, permítanme sugerir una breve metáfora: el horror descendió de los cielos envuelto en el espíritu del Apocalipsis. ¡Si sólo nos impulsara a todos a mirar por encima de nosotros, con más frecuencia y atención, hacia donde las civilizaciones humanas han percibido tradicionalmente la fuente de ese obsequio misterioso: el mundo, la vida que habita en él, y el espíritu humano!

Creo que ese acontecimiento ha tenido y seguirá teniendo un significado catártico en nuestra región. Pienso que fortalecerá en nosotros la conciencia de que no somos simples ciudadanos de la República Checa, habitantes de una u otra comunidad, especialistas en una u otro área, electores de un partido u otro pero que en última instancia somos habitantes del planeta, cuyos destinos individuales nunca han estado tan íntimamente conectados hacia un único destino.

La noción de que un posible ataque en la ciudad de Nueva York o Washington D.C. también constituye un ataque sobre Praga hubiese parecido hasta hace poco un mero cliché. Sin embargo, constituye una descripción precisa de la verdadera situación.

Como nunca antes en la historia de nuestro país, este año tendremos la gran oportunidad de participar en el curso de los acontecimientos mundiales. Se celebrará la Cumbre de la OTAN en Praga, a la que asistirán al menos cuarenta y seis Jefes de Estado entre otros miles de participantes. Será la primera reunión a realizarse en un país que perteneció a la Cortina de Hierro y más aún en la ciudad en donde se disolvió el Pacto de Varsovia.

Por muchas razones estoy profundamente convencido de que esta reunión puede tener un significado inconmensurable para el mundo en general y para la creación de su futura estructura pacífica. Es probable que a fines de este año, trece años después de que la división bipolar del mundo se desintegrara y un año después de los acontecimientos del 11 de septiembre, se sienten bases decisivas en Praga, la mágica intersección de lazos históricos visibles y ocultos, con vistas a un mundo más seguro y equitativo y a una convivencia más propicia para todas las civilizaciones y la población total del mundo contemporáneo.

Si el ataque terrorista en contra de la civilización verdaderamente significó un umbral sombrío hacia el tercer milenio, entonces la futura reunión a realizarse en Praga puede convertirse en la luz que ilumine el camino hacia su potencial para el bien. Para nosotros, la reunión puede representar un elemento más de crucial importancia. Puede ayudarnos a ser más conscientes y permitirnos demostrar ante el mundo que nos preocupamos no sólo por nosotros mismos sino que aceptamos nuestra participación en la responsabilidad por nuestro planeta, la Tierra, y por el futuro de aquellos que habitan en el.

Valoro profundamente el arduo esfuerzo que han realizado en el transcurso de los últimos años para nuestra sociedad, para sus seres queridos, para ustedes mismos. Valoro la paciencia y la perseverancia que ha acompañado sus esfuerzos profesionales. Estoy plenamente convencido de que en el transcurso del presente año, todos nosotros venceremos a aquellos, que junto con las emisiones de ciertas fuentes, han estado contaminando el aire que respiramos.

A todos ustedes que han escuchado mi discurso como también a sus familias y amigos, ¡les deseo la mayor felicidad, salud, paz y éxito en el año 2002!».

Fuente | Rosendo Fraga

Discurso pronunciado en la Universidad Internacional de la Florida (Miami) el 23 de septiembre de 2002

«Estoy aquí en el estado de la Florida por primera vez en mi vida. La Florida es además el último estado de los Estados Unidos y el último lugar del continente americano que visitaré como Presidente de mi país. Fue decisión mía venir a la Florida y, entre otras cosas, lo decidí porque es desde este lugar que quiero extender mis saludos a todos los cubanos, aquellos que viven aquí y aquellos que viven en su hogar, Cuba.

Toda persona moderna que ame la libertad experimenta o, al menos, debería experimentar un sentido de la solidaridad tanto con aquellos que no pueden vivir en sus propios países o no pueden visitarlos como con aquellos que están obligados a vivir en sus países en estado constante de temor y que no pueden irse y volver por voluntad propia.

Pero hay personas que deberían naturalmente sentir este tipo de solidaridad con más intensidad que otras. Me refiero a aquellos que experimentaron en carne propia la opresión de la vida bajo el sistema totalitario de tipo comunista o que podrían haber intentado resistirse a dicho sistema y experimentado lo importante que era la solidaridad y ayuda ofrecida por las personas de países más libres.

Creo que uno de los instrumentos más diabólicos para dominar a las personas y burlarse de ellas es el lenguaje comunista. Es un lenguaje lleno de subterfugios, términos ideológicos, frases vacías y estereotipos de discurso. Para las personas que no han visto el régimen a través de su mentira o que nunca han vivido en un mundo manipulado por la misma, este lenguaje puede parecer atractivo. Al mismo tiempo, este mismo lenguaje puede evocar miedo y horror y obligarlos a un permanente estado de disimulo.

En mi país, generaciones enteras se dejaron llevar por este tipo de lenguaje con sus bellas palabras sobre justicia, paz y la necesidad de luchar contra aquellos que, supuestamente en beneficio de las potencias extranjeras del mal, se resistieron al poder de este lenguaje. La gran ventaja del mismo reside en que todas sus partes están entrelazadas dentro de un sistema cerrado de dogmas que excluye todo lo que no concuerde con él.

Toda idea que tenga un signo de originalidad o independencia, como también toda palabra que no sea parte del vocabulario oficial, se considera una desviación ideológica, incluso antes de que alguien pueda expresarla. La red de dogmas que se despliega para justificar cualquier acción arbitraria por parte del poder gobernante, asume una forma utópica, es decir, una construcción artificial en la que todo lo que no encaja en dicha estructura o que va más allá de ella debe suprimirse, prohibirse o destruirse por el bien de un futuro feliz.

La opción más sencilla es aceptar este lenguaje, creer en él o al menos adaptarse a él. Es difícil mantener el punto de vista de uno mismo, aunque el sentido común nos diga una y otra vez que estamos en lo cierto, siempre y cuando eso signifique rebelarse en contra del lenguaje o simplemente negarse a utilizarlo. Un sistema de persecuciones, prohibiciones, informantes, elecciones obligatorias, de espiar a nuestros vecinos, de controles y campos de concentración se esconde debajo de un velo de bellas palabras que no tienen ningún pudor en describir a la esclavitud como ‘forma elevada de libertad’, al pensamiento independiente como un modo de ‘respaldar el imperialismo’ o describir al espíritu empresarial como un modo de ‘empobrecer a hermanos’ y comparar a los derechos humanos con una ‘ficción burguesa’.

La experiencia de mi país fue simple. Cuando la crisis interna del sistema totalitario crece tanto que se torna evidente para todos, y cuando cada vez más personas hablan su propio idioma y rechazan el lenguaje vacío o engañoso del poder, significa que la libertad está cerca, por no decir al alcance. De repente, el rey queda desnudo y la misteriosa y radiante energía que se desprende del lenguaje libre y las acciones libres se vuelve más poderosas que el más fuerte ejército, fuerza policial u organización partidaria, más fuerte que el mayor poder de una economía dirigista y devastadora, que los esclavizados y controlados medios de comunicación, los propagadores del engañoso lenguaje de la utopía oficial.

Nuestro mundo no se encuentra en su mejor momento y el curso que ha tomado puede ser un tanto ambivalente. Pero esto no significa que debamos reemplazar el pensamiento libre y cultivado por una cadena de clichés utópicos. Esto no haría del mundo un mejor lugar, sólo lo empeoraría. Por el contrario, significa que debemos hacer más por nuestra libertad y la libertad de los otros.

¡Qué todos los cubanos vivan en libertad y disfruten de la independencia y prosperidad!

Para aquellos que no han perdido el valor de resistirse a las fuerzas y mentiras arbitrarias, espero que sus sueños se hagan realidad.

Deseo que a Oswald Paya Sardinas, el gran campeón de derechos humanos en Cuba, se conceda el Premio Nóbel de la Paz, y que este premio refuerce el coraje de todo el pueblo cubano para que asuman una resistencia pacífica contra el régimen opresor!

Gracias por estar aquí y escucharme».

Fuente | Rosendo Fraga

Discurso pronunciado durante la Cena Gala en la City University of New York el 20 de septiembre 2002

«En primer lugar, quisiera agradecerles a Elie y a Bill por sus amables comentarios y extender mi agradecimiento a todos ustedes por haber venido.

Aún tengo vívidos recuerdos del concierto de hace casi trece años, en febrero de 1990, cuando la ciudad de Nueva York me recibió como presidente, recién electo, de Checoslovaquia. Por supuesto, no sólo significó un honor para mi persona sino que fue una manera de honrar, a través de mí, a todos mis conciudadanos, quienes pacíficamente han podido derrocar el régimen perverso que gobernó nuestra nación. También significó un honor para todos aquellos que antes de mí o junto a mí resistieron este régimen una vez más sin violencia. Muchas personas amantes de la libertad en todo el mundo vieron la victoria de la Revolución de Terciopelo de Checoslovaquia como una esperanza de un mundo más humano, en el que la voz de los poetas se escuchara más fuerte que la de los banqueros.

Nuestra reunión hoy me conduce al interrogante sobre si he cambiado en estos casi trece años; qué efecto ha hecho en mí ese largo viaje como Presidente, y de qué modos me han cambiado las innumerables y distintas experiencias que he vivido en esa época turbulenta.

Descubrí algo sorprendente: aunque la rica experiencia acumulada en aquellos trece años debería otorgarme más confianza y seguridad, sucede exactamente lo contrario. En aquellos años, me he vuelto menos seguro de mí mismo, mucho más modesto. Les costará creerme pero cada día sufro más y más del miedo al escenario; cada día tengo miedo de no estar a la altura de mis tareas o de que haré las cosas mal. Me resulta cada vez más difícil escribir mis discursos y, cuando los escribo, temo que esté repitiendo las palabras una y otra vez. Cada día tengo más miedo de no cumplir con las expectativas, de que voy a revelar mi carencia de cualidades para esta tarea, de que a pesar de mi buena fe, cometeré mayores errores que me llevarán a perder la confianza de la gente y el derecho a hacer lo que hago. Y mientras que otros presidentes, que han estado menos tiempo en el cargo, disfrutan de la ocasión de reunirse entre ellos o con personalidades influyentes, les gusta aparecer en televisión o pronunciar un discurso, yo me siento atemorizado y, algunas veces, las ocasiones que debería aprovechar como una gran oportunidad, intento evitarlas deliberadamente, paralizado por un miedo irracional, consciente de que quizás perjudicaré una causa justa. En breve, me siento cada vez más indeciso, incluso conmigo mismo. Y cuantos más enemigos tengo, más me uno a ellos, por lo que me convierto en mi peor enemigo.

¿Cómo puedo explicar esta desconcertante evolución de mi personalidad?

Quizás reflexione más sobre esta cuestión cuando ya no sea presidente, que será a comienzos de febrero próximo, una vez que tenga tiempo de descansar, tomar cierta distancia de la política y, como un hombre plenamente libre otra vez, comenzar a escribir algo más que discursos políticos.

Sin embargo, por ahora déjenme sugerir una de las posibles explicaciones de esta situación. A medida que envejezco, a medida que maduro y gano experiencia y razón, me doy cuenta gradualmente del alcance de mi responsabilidad y de las variadas obligaciones que surgen del trabajo que he aceptado. Más aún, se acerca la época en que aquellos que me rodean, el mundo y mi propia conciencia ya no me preguntarán cuáles son mis ideales y objetivos, qué deseo cumplir y cómo quiero cambiar el mundo, sino que comenzarán a preguntarme qué he logrado, qué ideales he cumplido y cuáles fueron los resultados, cómo quiero que sea mi legado y qué clase de mundo quiero dejar detrás de mí. De repente, siento que la inquietud espiritual e intelectual que alguna vez me llevó a resistir el régimen totalitario e ir a prisión por ello, me está causando fuertes dudas acerca del valor de mi propio trabajo o del trabajo de aquellos que he respaldado o de aquellos cuya influencia hice posible.

En el pasado, en ocasiones que recibí doctorados honoris causa y presencié discursos relativos a dicha oportunidad, con frecuencia sentí la obligación de esbozar alguna sonrisa al descubrir un héroe de cuentos de hadas, un joven muchacho, quien en nombre de Dios, golpeaba su cabeza contra las paredes del castillo de los reyes malvados hasta que las paredes se caían y él se convertía en rey y gobernaba sabiamente por muchos años. No es mi intención burlarme de estas ocasiones; valoro profundamente todos los doctorados que he recibido y me siento muy conmovido por ellos.

De todos modos, hago referencia a este otra aspecto humorístico porque estoy empezando a entender cómo el destino me ha tendido una diabólica trampa. Fui catapultado de la noche a la mañana hacia un mundo de cuentos de hadas y luego, en los años que siguieron, tuve que volver a la tierra para darme cuenta de que los cuentos de hadas son meras proyecciones de arquetipos humanos y de que el mundo no está estructurado como un cuento de hadas. Entonces, sin nunca intentar convertirme en rey de cuentos de hadas y a pesar de haber sido prácticamente obligado a ocupar esta posición, aunque haya sido un accidente de la historia, no se me otorgó inmunidad diplomática alguna para esta dura caída a la tierra; mi paso desde el emocionante mundo de la ansiedad revolucionaria hacia el mundano círculo de rutina burocrática.

Por favor compréndanme bien. No estoy diciendo para nada que he perdido mi batalla, o que todo ha sido en vano. Por el contrario, nuestro mundo, nuestra humanidad y nuestra civilización se encuentra en la mayor encrucijada de la historia y tenemos la gran oportunidad de comprender nuestra situación y la ambivalencia de la dirección a la que nos dirigimos y, decidir en nombre de la razón, la paz y la justicia y no por aquello que nos conduce a nuestra propia destrucción.

Digo lo siguiente: encaminarse en la senda de la razón, la paz y la justicia significa un arduo trabajo, sacrificio, paciencia, una reflexión cuidadosa, predisposición para arriesgarse a los malos entendidos. Además significa que todos deben poder juzgar su propia capacidad y actuar en consecuencia con la posibilidad de que las habilidades propias crezcan junto con las metas que uno se establece o que la fortaleza se termine. En otras palabras, ya no es posible basarse en cuentos de hadas o héroes fantásticos. Ya no se puede depender de los accidentes de la historia, que eleva a los poetas a sitios en que caen imperios y pactos militares. Sus voces de advertencia deben ser cuidadosamente escuchadas y tomadas muy enserio, quizás con más seriedad que las voces de banqueros o agentes de bolsa. Pero al mismo tiempo, no se puede esperar que el mundo –en manos de los poetas- se transforme repentinamente en un poema.

Sea como sea hay algo que es seguro. Independientemente de cómo desempeñé el cargo al cual fui llamado, y sin importar si lo quería o lo merecía, sin importar si estoy o no satisfecho con mis esfuerzos, considero mi presidencia como un magnífico obsequio del destino. Después de todo, he tenido la oportunidad de participar en un mundo de cambios históricos. La experiencia de vida y oportunidad creadora hacen que todas las trampas del camino hayan valido la pena.

Ahora, si me permiten, finalmente intentaré tomar distancia de mí mismo e intentaré formular tres de mis antiguas certezas, o mejor dicho mis antiguas observaciones, que mi viaje por el mundo de la alta política ha confirmado:

1) Si la humanidad ha de sobrevivir y evitar nuevas catástrofes, entonces el orden político mundial debe ir acompañado por un respeto mutuo y sincero entre varias esferas de civilización, cultura, naciones o continentes y por el sincero esfuerzo de buscar y encontrar aquellos valores o imperativos morales básicos que tienen en común y colocarlos en los cimientos de la convivencia humana en este mundo globalmente conectado.

2) Se debe confrontar el mal desde su seno; de lo contrario, debe eliminarse por la fuerza. Si se debe recurrir a las modernas armas inteligentes y costosas, éstas deben utilizarse de tal modo que no perjudiquen a las poblaciones civiles. De lo contrario, los miles de millones que se invierten en armas serán desperdiciados.

3) Si analizamos todos los problemas que enfrenta el mundo, ya sean económicos, sociales, ecológicos o problemas generales de la civilización, siempre nos encontraremos, nos guste o no, con el dilema de si una medida es correcta o no, si es responsable desde el punto de vista del largo plazo. El orden moral y sus fuentes, los derechos humanos y las fuentes del derecho de las personas a los derechos humanos, la responsabilidad humana y sus orígenes, la conciencia humana y la visión de que nada se puede ocultar detrás de una cortina de nobles palabras. Estoy profundamente convencido, por mi basta experiencia, de que ésas son las cuestiones políticas más importantes de nuestro tiempo.

Cuando miro a mi alrededor y veo a tantas personas famosas que parecen haber descendido de los cielos estrellados, no puedo evitar sentir que al final de mi extensa caída desde un mundo de cuentos de hadas hasta la dura tierra, vuelvo a sentirme una vez más en un cuento de hadas. Hay una diferencia: ahora puedo apreciar esta sensación más de lo que pude en circunstancias similares hace trece años.

Y finalmente, según la tradición de aquellos que han ganado los premios Oscar, quisiera agradecerle a mi esposa Dagmar por los problemas que tolera al soportar mis problemas y también hacer extenso mi agradecimiento a la organizadora de este encuentro, nuestra querida Caroline.

Muchas gracias por su atención».

Fuente | Rosendo Fraga

Una tradición con múltiples significados publicado en el diario La Nación el 9 de octubre de 2002

«Tomé conocimiento con gran interés del marco conceptual del proyecto Golem 2002, inspirado por la antigua y rica tradición del Golem, de significados múltiples, constantemente reinterpretada. Una tradición muy frecuentemente vinculada con Praga, su pluralidad cultural y religiosa y su algo borrosa espiritualidad.

Desde larga data, abundantes interpretaciones y asociaciones vinculadas con la figura del Golem inspiraron a autores y artistas a expresarse sobre nuevas y permanentemente actualizadas reflexiones.

El Golem es algo (o alguien) incompleto, sin terminar, en estado de perpetua gestación y nacimiento, según la tradición asociada -y no de manera accidental- con la Praga de los tiempos del emperador Rodolfo II y del rabino Loew; con la Praga de la alquimia, del misterio; la Praga de los doctos, charlatanes y maestros espirituales.

En aquellos tiempos, el emperador estableció en el Castillo de Praga su Kunstkummer o cámara del tesoro, famosa mundialmente, que posteriormente Juan Amos Comenius, su joven contemporáneo, describió en su «Laberinto del Mundo » como el castillo de la reina Vanidad…

También hoy la tradición del Golem tiene mucho que decir. El relativismo en el modo de ver los valores que antaño no se ponían en duda, la fácil sustitución del bien por el mal; el siervo de Dios y su adversario; el mundo como objeto de la arbitrariedad y del humano capricho, del poder y del dominio; el mundo como objeto del cuidado y de preocupaciones por su futuro. El mundo ante una encrucijada fatal.

Todas estas coordenadas, percibidas en forma general como de nuestra compleja época, pueden ser vinculadas y articuladas de manera relevante con la tradición del Golem.

Testimonio de esto también se encuentra en obras de grandes y destacados escritores, como Gustav Meyrink, Karel Capck, Angelo M. Ripellino o Jorge Luis Borges, cuyo poema «El Golem» ha sido ahora traducido al checo. Deseo el mayor éxito a todos quienes han iniciado, participado o patrocinado el proyecto Golem 2002, y particularmente, una cálida y potente recepción por el público espectador y visitante de cada evento».

Fuente | Rosendo Fraga

Discurso de apertura en la Conferencia "Transformación de la OTAN" pronunciado en Praga el 20 de noviembre de 2002

«En primer lugar me gustaría darles a todos la bienvenida a Praga, agradecerles que hayan venido y expresar mi agradecimiento tanto al Comité Organizador como al Instituto Aspen de Berlín por haber organizado esta conferencia.

Si me lo permiten, iniciaré el encuentro con cinco observaciones relacionadas, directa o indirectamente, con la agenda de la cumbre de OTAN de este año en Praga.

Observación primera: trece años después de la caída del Telón de Acero y en tiempos de terribles atentados terroristas sobre la población civil, todos deberíamos tener claro que en la actualidad el mayor adversario de los valores que encarna la Alianza no es un Estado o una gran potencia que se pueda situar de un modo u otro. El enemigo está hoy representado por un mal sumamente difuso y que es de hecho muy peligroso: un mal difícil de atrapar e incluso de entender. Por lo tanto, a estas alturas deberíamos ser conscientes de que la Alianza, para seguir cumpliendo su misión inicial en nuestros días, debe transformarse de un modo ostensible y rápido. Lo cual significa que debe transformarse en un instrumento capaz de enfrentarse eficazmente a un conjunto de amenazas completamente nuevo. No puede seguir siendo meramente una estructura grande aunque un tanto algo vacía, con muchos comandantes sin tropas, y numerosos comités y comisiones sin influencias significativas, cuyos Estados miembros estén únicamente dispuestos a cubrir con determinadas unidades de sus fuerzas armadas en caso de necesidad. Si la Alianza quiere tener hoy alguna importancia, tiene que ser una organización pertrechada con gran cantidad de información procesada de forma rápida y profesional; una organización capaz de tomar decisiones inmediatas y, en caso necesario, de entrar en combate al instante ora con sus fuerzas permanentes de acción rápida, perfectamente entrenadas y siempre dispuestas, ora con las fuerzas especializadas de diversos ejércitos, capaces de enfrentarse a peligros modernos como el terrorismo y las armas bacteriológicas, químicas y nucleares. Aunque algunos planteen objeciones, al menos una parte de estas tropas no debería limitarse a un carácter puramente militar, sino desempeñar funciones sustancialmente policiales.

¿Qué es lo que impide o frena esa transformación? A mi juicio, nada salvo la inercia, la burocracia y los hábitos que se hacinan desde hace años y que han inoculado en quienes los padecen el miedo a todo lo nuevo. Esta inercia hay que afrontarla antes de que sea demasiado tarde.

Los documentos que se están preparando para la cumbre de la Alianza en Praga están en línea con las intenciones estratégicas adoptadas con anterioridad y siguen la dirección que he esbozado, por lo que representan un nuevo paso importante en esta senda. Estos documentos no serán probablemente una lectura excesivamente amena y pocos periódicos los publicarán de forma íntegra. Sin embargo, todos los que tengan influencia para ello, deberían actuar con la máxima seriedad con vistas a traducir sus contenidos en realidades.

Segunda observación: la cumbre de Praga ampliará la Alianza de modo significativo. Se trata de la ampliación más importante que la OTAN haya experimentado hasta la fecha, una ampliación de una naturaleza realmente explosiva. Como es inevitable, traerá consigo una serie de graves complicaciones. Sin embargo, estas complicaciones se verán, a mi juicio, mil veces recompensadas por la trascendencia fundamental y perdurable de esta ampliación. Sólo mediante ella, dejará patente la Alianza que se ha tomado en serio el final de una Europa dividida. Si algunos pudieron ver la reciente incorporación de Polonia, la República Checa y Hungría como un gesto de prueba, como un reconocimiento cauto de que algo había cambiado, o como mera pura concesión a las consecuencias de dichos cambios, incluso como un acto de altruismo, nadie podrá contemplar la presente ampliación bajo ese prisma. Todo lo contrario: es una señal inequívoca de que la Alianza no se reduce a un club de veteranos de la Guerra Fría, que miran de reojo los acontecimientos desconcertantes que tienen lugar en los países post-comunistas, sino que realmente quiere ser una organización que abarque toda la esfera de la cultura euro-americana, con independencia de quién reivindicó en su día alguna de sus partes constitutivas o de cuáles fueron dichas reivindicaciones. Si en los últimos siglos diversas grandes potencias se repartieron los países europeos pequeños o menores sin consultar a estos últimos –ya fuera directamente, como en el caso del Pacto Ribbentrop-Molotov, o indirectamente en forma de acuerdos, como los de Yalta– la actual ampliación de la Alianza lleva un mensaje inequívoco de que la época de todas esas divisiones ha terminado de una vez por todas. Europa ya no está, y nunca más debe estarlo, dividida en esferas de interés o influencia por encima de sus pueblos y en contra de sus voluntades.

Han transcurrido cincuenta y siete años desde la Segunda Guerra Mundial; hasta el día de la fecha, que se sepa, no se ha celebrado una conferencia de paz que resolviera de forma inequívoca todos los asuntos relacionados con aquella guerra. Quién sabe, si ahora –después de una manifestación tan ostensible de respeto hacia la voluntad de todas las naciones europeas– ha llegado el momento de tal conferencia, o el momento de algo que la sustituya. No lo sé, quizás no; quizás nunca pueda celebrarse una conferencia de tal carácter, ni ahora ni nunca; quizás ni siquiera sea ya necesario. Menciono esta cuestión, olvidada desde hace muchos años, con el único fin de poner de relieve la importancia que atribuyo a la presente ampliación de la Alianza.

No obstante, al respecto de la ampliación de nuestra organización de defensa, no podemos sustraernos a la pregunta de dónde debería terminar ese proceso de ampliación, cuáles deberían ser sus límites o de si una organización de este tipo puede seguir expandiéndose sin fin.

Estoy convencido de que la ampliación de la OTAN tiene fronteras lógicas y que cruzarlas significaría privar a toda la institución de su significado. La OTAN, tal y como yo la entiendo, es entre otras cosas una organización de carácter regional. Comprende una esfera de civilización muy específica, comúnmente denominada euro-atlántica o euro-americana, o simplemente occidental. Los países de esta esfera comparten, como es obvio, una historia, unas costumbres, una cultura, un sistema político y una percepción de la posición del ser humano en el universo. Al mismo tiempo, esta esfera también está relativamente bien delimitada desde un punto de vista geográfico. Ello explica el que, por ejemplo, a nadie se le ocurra ofrecer el ingreso en la OTAN a Nueva Zelanda, que desde el punto de vista de la civilización está evidentemente más cerca del Reino Unido que, digamos, Albania, y sin embargo es indudable que a Albania tarde o temprano se le ofrecerá el ingreso en la organización. Por otro lado, Rusia que ocupa una gran parte de Europa, es una potencia euroasiática de un carácter tan singular, que su incorporación carecería de sentido; el único resultado sería un profundo y mutuo debilitamiento de ambos órganos y la reducción de su asociación a la nada.

He manifestado ya en diversas ocasiones, y me gusta insistir en ello en este momento, que el principal requisito previo para una sólida colaboración entre dos Estados u organizaciones regionales consiste en un reconocimiento franco de dónde empieza o termina cada uno de ellos, dónde están sus fronteras y, sobre todo, donde limitan unos con otros. Allí donde las fronteras resultan difusas, la situación suele desembocar en un conflicto o, directamente, en una guerra.

¿Dónde, entonces, empieza y termina la esfera cultural que abarca la Alianza o que la Alianza debería abarcar o que parecería lógico que abarcara?

Al Oeste la línea discurre, obviamente, por la frontera entre los Estados Unidos y México.

Menos seguro estoy de la frontera del Este. En gran parte depende, no sólo del pensamiento estratégico de la organización en cuestión, sino de la percepción propia de cada una de las naciones. Sería oportuno abrir sobre este tema una discusión libre de perjuicios. Personalmente en este momento lo único que tengo claro es que, al margen de los estados a los que mañana se invitará a formar la parte de la Alianza, tarde o temprano se debería ofrecer el ingreso en la OTAN a otros países de los Balcanes –es decir, a Croacia, Albania, Macedonia, Serbia, Montenegro y Bosnia y Herzegovina– y que debemos manifestar esta circunstancia desde este preciso momento.

¿Y entre el Este y el Oeste? Creo que la Alianza debería declararse permanentemente abierta a todas las democracias europeas, desde Finlandia a Suiza pasando por Irlanda. Muchos de estos países se aferran profundamente a su tradición histórica de neutralidad, que todos respetamos. Sin embargo, según mi opinión, tarde o temprano en todos estos países se preguntarán a sí mismos cuál es la finalidad y contenido de la neutralidad hoy en día; qué es lo que significa; qué la hace posible; y, claro está, qué la hace imposible. Es perfectamente comprensible que, si existen dos grandes bloques, para muchos países tenga sentido mantener su neutralidad por varias razones, con independencia de lo que piensan de cada uno de ellos. Pero ¿qué cabe pensar de la neutralidad en una situación en la que los bloques ya no existen y cuando el enemigo común de todos es el crimen organizado, el terror y la proliferación de armas de destrucción masiva? ¿De verás se puede ser neutral, por ejemplo, hacia los asesinos que perpetran masacres contra la población civil?

Tercer observación: la OTAN representa una combinación única de dos partes del mundo –América del Norte y Europa– muy vinculadas, a pesar de lo distintas que son desde el punto de vista geográfico o del pensamiento. Hay numerosas circunstancias que indican que los tiempos presentes –en que tantos cambios se producen, tantas cosas nacen y se convierten en objeto de investigación– se están convirtiendo, entre otras cosas, en tiempos que están poniendo a prueba la relación entre América y Europa, y que el destino de la OTAN depende en gran medida de cómo soporten la prueba quienes son los afectados.

Personalmente creo que, a pesar de que ambos componentes de nuestra alianza puedan repartirse en el futuro más que nunca distintas tareas, siempre se necesitarán uno al otro, quizás en el futuro más que hoy en día, y sería un error histórico de inmensas consecuencias o prácticamente una catástrofe, que hoy empezaran a aislarse significativamente a nivel político.

¿Qué es lo que hace falta hacer en esta situación?

Creo que el primer requisito, sobre todo, es la intención de entenderse mutuamente, comprender mejor uno a otro y percibir mejor la posición de la otra parte y de sus dilemas.

Quizás, Europa debería tener más en cuenta que dos las guerras más espantosas de la historia de humanidad tuvieron origen en su territorio debido a los conflictos entre sus países y que en ambos casos fue Estados Unidos quién, sin que había provocado dichos conflictos, contribuyó en medida significativa al éxito final de las fuerzas de libertad y justicia. Y además: quién sabe si la Europa Occidental habría superado las circunstancias de la guerra fría y habría resistido ante la expansión estalinista o soviética o comunista si no estuviera respaldada por el gran potencial de poder de Estados Unidos. Y fue de nuevo Estados Unidos, actuando como fuente de acción, por muy posterior e imperfecta que fuera, para solucionar varios conflictos europeos originados después de la caída del muro de Berlín. ¿Sería Europa capaz de solucionarlos por sí misma? No estoy seguro. Después de todo lo que vivimos en el siglo veinte y, teniendo en cuenta todo de lo que hoy en día somos testigos y en lo que los Estados Unidos están involucrados inevitablemente durante un cierto periodo o hasta una cierta medida, los europeos deberían ser más conscientes de las fuentes y del carácter de la responsabilidad americana y, si es necesario, manifestar una cierta comprensión por la insensibilidad, la torpeza o la adoración ocasional que esa responsabilidad pueda conllevar. Iría, incluso más lejos, hasta confesar mi sensación de que cada europeo molesto por la manera en que Estados Unidos domina la economía del mundo con sus multinacionales, debería darse cuenta que toda esa cultura de beneficio y expansión económica nació en Europa y ésta se la obsequió a América. Enfadarse con la imagen reflejada en el espejo no es lo más oportuno. ¿Por cierto, no se trata por casualidad de una interpretación étnica inadmisible? ¡No es casual que las grandes empresas se llamen “multinacionales”!

Por otro lado, América debería darse cuenta no solamente del hecho de que la mayor parte de su grandeza y de su fuerza se las debe a las raíces de civilización europeas, sino que también y, sobre todo, pudiera necesitar a Europa a gran escala en el futuro. No es muy difícil imaginarse que en diez o veinte años en varios continentes de nuestro planeta crezcan otras potencias de un desarrollo, al menos, similar al de los Estados Unidos y que una interconexión de seguridad, política, culturas y de civilización estrecha con medio billón de europeos pueda resultar para los Estados Unidos útil, aunque fuera por el puro principio de mantener el equilibrio. Es posible que el difícil debate con un puñado de moscas como, a lo mejor, los americanos ocasionalmente ven a Europa, tiene, a pesar de todo, su sentido y vale la pena de someterse a ello siempre de nuevo. ¿Dónde, si no es en la tierra europea, podrá encontrar Estados Unidos en el futuro a su aliado o socio espiritualmente más cercano?

Cuarta observación: hace medio año en el encuentro de la OTAN con Rusia celebrado en Italia confirmamos la validez de un vínculo institucional nuevo y más firme entre ambas importantes entidades. Espero con mucha inquietud las noticias sobre como se desarrolla esta nueva relación de amistad, cuáles son los resultados emanantes y cuál es su ayuda en la colaboración en la lucha contra el terrorismo y otros peligros contemporáneos que amenazan ambas entidades colaboradoras.

No obstante, me gustaría recordar lo que ya puse de manifiesto en Roma: este firme vínculo entre la OTAN y Rusia no debería en ningún momento evocar la impresión de que el hemisferio septentrional más rico intenta crear una especie de compromiso a expensas de un Sur más pobre o en general de otros continentes. Estamos entrando en una época del mundo multipolar cuyo régimen, tanto político como de seguridad, debería crecer a base del principio de igualdad entre varias esferas de cultura y civilización, varios mundos de religión, varias organizaciones regionales y varios continentes. Por ello, según mi opinión, a parte de construir buenas relaciones con Rusia, deberíamos inmediatamente y, antes de que sea tarde, buscar y definir las relaciones entre la OTAN y otras entidades cruciales del mundo de hoy, ya sean países o sus agrupaciones regionales.

Yo mismo subrayo a menudo que la OTAN representa una alianza cuya misión es defender ciertos valores, refiriéndose usualmente al régimen político democrático, los derechos humanos, el dominio de la ley, la economía de mercado, la libertad de expresión, etc. Sí, es un hecho evidente. Sin embargo, a veces recomendaría elegir un lenguaje más suave y mencionar más que los valores un cierto concepto – en nuestro caso un concepto occidental – de valores humanos universales. Si nos limitamos a unas declaraciones austeras de que representamos y defendemos ciertos valores, podríamos causar – sin obvia intención – la impresión de que vemos a los demás profesar y defender simplemente pseudo valores. No creo que la humanidad tenga buena experiencia en situaciones en las que unos se proclaman de ser los únicos vigilantes de la verdad y profetas de las verdaderas deidades y, en consecuencia, son superiores al resto de la población que no es más que puros bárbaros, paganos, enloquecidos o salvajes. Al contrario, creo que los actos más crueles de todos en la lucha contra los salvajes a menudo se cometían precisamente en nombre de aquella única verdad correcta.

Entender a otras personas, otras culturas, otras costumbres y el esfuerzo de no despreciarles, sino construir junto a ellos una red de relaciones basadas en la igualdad obviamente no significa que deberíamos renunciar a nuestros propios criterios o normas y ocultar nuestra convicción para crear un clima agradable. Todo lo contrario: las verdaderas relaciones de amistad no se pueden apoyar en mentiras, solamente podrán crecer de una tierra fértil de sinceridad mutua.

Dos sencillos ejemplos: me resulta difícil imaginar que alguien se enfrente al terrorismo mundial junto a los rusos sin que les dé a saber que es lo que piensa de su guerra contra la población de Chechenia; o que alguien pueda luchar junto la República Popular de China por los derechos de naciones a la soberanía sin mencionar su política en Tíbet.

Permítanme exponerles mi quinta y última observación.

Hoy en día se debate con frecuencia sobre si es posible o no resistir a una amenaza general en su inicio de modo preventivo y antes de que se convierta en una catástrofe general, aunque sea a costa de la violación de soberanía de un estado, o si es inadmisible por puro principio. Desde el punto de vista de la OTAN, este debate conlleva una discusión sobre si es posible una intervención al margen del Artículo 5 del Tratado de Washington.

Es una cuestión muy peculiar y, probablemente, es necesario planteársela en cada ocasión para encontrar una respuesta concreta para cada caso específico, ya que no existe una respuesta universal y aplicable a cualquier situación prevista y, aunque alguien intentase ofrecerla, se encontraría en un terreno extremadamente precario.

Personalmente opino que la maldad se combate mejor en su estado de embrión que después cuando ya se ha extendido, también creo que la vida humana, la libertad humana y la dignidad humana representan unos valores superiores a la soberanía del estado. Quizás, esta tendencia de opinión me concede el derecho a presentar esta cuestión como un asunto muy serio y complejo.

A lo largo de mi vida, nuestro país ha experimentado dos situaciones cuyas consecuencias han resultado inmensas, profundas y perdurables. La primera fue la capitulación de Munich en las que dos principales democracias europeas, supuestamente por interés de la paz, cedieron ante la presión de Hitler, permitiéndole mutilar la entonces Checoslovaquia. No salvaron la paz; al contrario: Hitler entendió su conducta en Munich como una señal definitiva para poder iniciar una guerra sangrienta europea y posteriormente mundial. Creo que la mayoría de los ciudadanos comparte conmigo la percepción de que esta experiencia de Munich nos sirve de argumento a favor de la idea que la maldad hay que combatirla en el momento en el que nace.

Sin embargo, tenemos otra experiencia: la ocupación por los estados miembros del Pacto de Varsovia en el año 1968. Entonces toda la nación repetía la palabra “soberanía” y maldecía la interpretación oficial soviética de que la intervención fue un acto de “ayuda de hermandad” ofrecida en nombre de un valor todavía superior a la soberanía nacional; en nombre del socialismo que, aparentemente, en nuestro país se encontraba amenazado y la amenaza suponía poner en peligro las propias expectativas de la humanidad de una vida mejor. En aquellos días, prácticamente todos sabían que el único objetivo era mantener el dominio soviético y la explotación económica, no obstante, millones de personas en la Unión Soviética probablemente sabían que la soberanía de nuestro país se estaba viendo oprimida en nombre de un valor humano superior.

Esta segunda experiencia me obliga a ser muy prudente. Y me parece que siempre, cuando pensamos en intervenir contra un estado en nombre de defensa de la vida humana, debemos preguntarnos, aunque sea por un momento o solamente en lo más recóndito del alma, si, a caso, no se trata de una versión de la “ayuda de hermandad”.

Hace tres años vi en Kosovo centenares de miles de personas procedentes de pueblos volver a sus casas de las que habían sido expulsadas. No conozco otro caso en la historia moderna en que casi un millón de personas hayan vuelto a casa en menos de medio año después de haber sido expulsados. Aquellas personas me agradecían – al ser representante de un país miembro recién incorporado en la OTAN – con lágrimas en sus ojos la intervención contra el régimen criminal de Milosevic. Nuevamente, me he dado cuenta de que los debates muy serios y responsables dentro de la Alianza sobre si atacar o no, resultaron entonces una decisión correcta.

Pero no tiene porqué ser siempre así. Es necesario calibrar con precisión cada vez si realmente se trata de un acto de ayuda a la gente contra un régimen criminal y de la defensa de humanidad contra las armas o, quizá, se trata de otra versión de una “ayuda de hermandad”, más sofisticada aún que la invasión soviética en el año 1968.

No podemos sustraernos a la responsabilidad de las decisiones que tomamos. No importa si la decisión fue buena o mala, siempre seremos responsables de ella ante nuestros ciudadanos y ante la historia. Pero hay una cosa que podemos y deberíamos hacer. Antes de tomar cualquier decisión, siempre deberíamos someter el asunto a un debate serio sobre todas las alternativas y sus posibles consecuencias y escuchar muy atentamente a aquellas personas cuyas opiniones son las menos cercanas a las nuestras.

Estimados amigos:

Muchas gracias por su atención, les deseo el mayor éxito en sus conversaciones».

Fuente | Rosendo Fraga

Más allá de la desilusión revolucionaria publicado en El País el 31 de marzo de 2006

«Al final, todas las revoluciones pasan de la euforia a la desilusión. En una atmósfera revolucionaria de solidaridad y sacrificio personal, la gente tiende a pensar que cuando su victoria sea completa, el paraíso en la Tierra será inevitable. Por supuesto, el paraíso nunca llega y, naturalmente, luego viene la decepción. Ése parece ser el caso actualmente en Ucrania, ahora que sus ciudadanos se preparan para elegir un nuevo Parlamento, poco más de un año después de su exitosa revolución naranja. La desilusión posrevolucionaria, especialmente después de las revoluciones contra el comunismo -y, en el caso de Ucrania, la revolución contra el poscomunismo- tiene su origen en la psicología. La nueva situación impuso nuevos desafíos a la mayoría de la gente. Antes, el Estado lo decidía todo, y muchos, en especial las generaciones de edad mediana y avanzada, empezaron a percibir la libertad como una carga, ya que acarrea una toma de decisiones constante.

En ocasiones he comparado ese hastío psicológico con mi propia situación al salir de la cárcel: durante años, anhelé la libertad pero, cuando por fin fui liberado, tenía que tomar decisiones todo el tiempo. Al verte enfrentado de repente a muchas opciones todos los días, empieza a dolerte la cabeza y a veces deseas inconscientemente regresar a prisión. Esa depresión probablemente sea inevitable. Pero, a una escala social, se acaba superando a medida que maduran las nuevas generaciones. De hecho, 15 años después de la desintegración de la Unión Soviética, parece estar produciéndose una nueva catarsis, y la revolución naranja de Ucrania formó parte de ella. Como demuestra claramente Ucrania, el proceso de liberación del comunismo estuvo, por definición, asociado a una privatización gigantesca. Naturalmente, los miembros de la vieja clase dirigente, con sus conocimientos y contactos internos, se hicieron con buena parte de la propiedad privatizada.

Ese proceso inevitable envenenó la vida política y los medios de comunicación, lo cual dio pie a un estado de libertad limitada y a un entorno similar al de la mafia. Los matices diferían de un país a otro en el mundo poscomunista, pero las nuevas generaciones que surgieron en esas sociedades ahora parecen estar hartas de él. La revolución naranja ucraniana, al igual que la revolución rosa de Georgia, parecen confirmarlo. Mientras que las revoluciones de finales de la década de los ochenta y principios de los noventa se dirigían contra los regímenes comunistas totalitarios, hoy en día pretenden deshacerse de ese poscomunismo mafioso. Pero para que el cambio sea irreversible, es esencial un poder judicial verdaderamente independiente e incorruptible. Con demasiada frecuencia, en los casos relacionados con la política, las sospechas y acusaciones de delitos no se persiguen judicialmente hasta llegar a una conclusión inequívoca. Es comprensible: el sistema de justicia comunista era manipulado para servir al régimen, y no se puede sustituir a miles de jueces de la noche a la mañana.

Aunque está claro que no es posible un regreso a la antigua Unión Soviética, algunos culpan a la influencia rusa de la desilusión en Ucrania. Sí, existen algunos elementos alarmantes en la política rusa, sobre todo porque Rusia nunca ha sabido realmente dónde comienza y dónde acaba el país. O poseía o dominaba a muchas otras naciones, y ahora lidia con la pérdida de todas ellas, aunque a regañadientes. Algunas de las declaraciones del presidente ruso, Vladímir Putin, parecen recordar la era soviética con nostalgia. De hecho, no hace mucho describía la desintegración de la Unión Soviética como un trágico error. Pero la nostalgia soviética guarda mucha más relación con las tradicionales ambiciones rusas de ser una superpotencia que con el comunismo. Creo que Rusia debería decir con claridad -y la comunidad internacional decirle con claridad a Rusia- que tiene unas fronteras definidas que no serán cuestionadas, ya que las disputas fronterizas son el núcleo de la mayoría de los conflictos y guerras. Por otro lado, no quiero vilipendiar a Putin. Quizá rebaje los precios del petróleo para algún allegado, como el dictador de Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, e insista en un precio de mercado para otros, pero eso es básicamente todo lo que puede hacer. No preveo ningún conflicto grave aparte de ése.

La promesa de la integración en Occidente es uno de los motivos por los que el conflicto parece imposible, ya que es tanto una cuestión de geografía como de valores y cultura comunes. Ucrania pertenece a una entidad política europea unida; los valores que apoya Ucrania y que están arraigados en su historia son europeos hasta la médula. La experiencia checa demuestra que el aplicar todas las normas de la UE para reunir los requisitos de ingreso lleva un tiempo. Pero, en principio, Ucrania también puede conseguirlo.

Ocurre más o menos lo mismo en el caso de Ucrania y la OTAN. Las asociaciones basadas en normas y valores compartidos son el latido de la seguridad moderna. Además, en cierto sentido, la OTAN define la esfera de una civilización, lo cual no significa, por supuesto, que la comunidad de la OTAN sea mejor que cualquier otra. Pero es una comunidad a la que es bueno pertenecer, siempre que la gente lo desee y tenga sentido histórico para ella. La pertenencia a la OTAN conlleva obligaciones, ya que pueden producirse situaciones -y ya las hemos vivido- en las que la OTAN siga un llamamiento de Naciones Unidas y lleve a cabo una intervención militar fuera de su zona de influencia, por ejemplo, porque se esté cometiendo un genocidio. En otras palabras, la pertenencia a la OTAN, como la pertenencia a la UE, tiene un precio. Sin embargo, creo que las ventajas superan con creces a cualquier posible inconveniente. Está en manos de los ucranianos el decidirlo por sí mismos y superar así la desilusión posrevolucionaria».

Václav Havel es ex presidente de la República Checa. © Proyect Syndicate, 2006. Traducción de News Clips.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 31 de marzo de 2006

El discreto terror de Fidel Castro publicado en El País el 1 de junio de 2006

«Esta primavera se cumple el tercer aniversario de la oleada de represión en la que el régimen de Fidel Castro detuvo y condenó a largas sentencias de cárcel a 75 de los principales disidentes cubanos. Poco después, muchos amigos y yo creamos el Comité Internacional para la Democracia en Cuba.

La valentía de quienes encontraron su conciencia social, superaron el miedo y se alzaron contra la dictadura comunista sigue fresca en mi memoria. Me recuerda el tintineo de las llaves que sonaron en la plaza Wenceslas de Praga -y después en el resto de lo que entonces era Checoslovaquia- en el otoño de 1989. Por eso hice sonar llaves durante la conferencia para solicitar la democracia en Cuba que nuestro comité organizó en Praga hace tres años. Quería llamar la atención de la comunidad internacional sobre la situación de los derechos humanos en Cuba, para apoyar a la oposición de ese país y animar a todas las fuerzas prodemocráticas. La Unión Europea introdujo entonces sanciones diplomáticas, aunque en su mayoría simbólicas, contra el régimen de Castro. Sin embargo, poco después se impuso una postura contraria. La UE inició un diálogo con el régimen cubano, suspendió condicionalmente las sanciones, e incluso varios países democráticos dejaron claro a los disidentes que no eran bien recibidos en sus embajadas. Cobardes acuerdos y coartadas políticas -como tan a menudo ocurre en la historia- derrotaron a una posición de principio. A cambio, el régimen cubano hizo un gesto falso y liberó a un pequeño número de presos de conciencia -la mayoría torturados y gravemente enfermos-, los que el régimen más temía que murieran en sus famosas prisiones.

Quienes vivimos en las nuevas democracias poscomunistas europeas experimentamos acuerdos políticos similares cuando vivíamos tras el antiguo telón de acero. También conocemos de memoria el argumento de que las políticas europeas no han provocado ninguna detención masiva en Cuba. Pero la democracia ha dado signos de debilidad y a su vez el régimen cubano ha adaptado sus tácticas. Organizaciones respetadas como Periodistas sin Fronteras y Amnistía Internacional han recogido amplias pruebas de violencia e intimidación contra los librepensadores cubanos, que pueden esperar un tipo de sonido distinto al del tintineo de llaves. A menudo, su caso no acaba en los juzgados sino en los hospitales. Grupos de «combatientes por la revolución» -en realidad, la policía secreta cubana- atacan brutalmente a sus adversarios políticos y los acusan de delitos absurdos en un esfuerzo por intimidarlos o por obligarlos a emigrar. En la isla, esos acosos planeados se denominan «actos de repudio».

La violencia política que produce la impresión de mero delito callejero nunca es fácil de probar, al contrario que las sentencias a varios años de cárcel, y por tanto no recibe la debida atención mundial. Sin embargo, miles de ex presos políticos de Europa central y del Este pueden atestiguar que la patada de un policía secreto en la calle duele tanto como la patada de un guardia tras las puertas de una cárcel. La víctima de peleas callejeras y de amenazas contra la familia organizadas por el Estado experimenta la misma impotencia que alguien acosado durante una investigación de la seguridad estatal. En años recientes, a muchos políticos europeos que han intentado observar la situación sobre el terreno se les ha prohibido la entrada.

Aparentemente algunos europeos ven a Cuba como un país lejano por cuyo destino no necesitan interesarse, porque tienen sus propios problemas. Pero lo que los cubanos soportan hoy forma parte de la historia europea. ¿Quién conoce los tormentos infligidos al pueblo cubano mejor que los europeos, que dieron vida al comunismo, lo exportaron al mundo, y después lo pagaron muy caro durante muchas décadas? La humanidad pagará el precio del comunismo hasta que aprenda a hacerle frente con toda la responsabilidad y la decisión políticas. Tenemos muchas oportunidades de hacerlo en Europa y en Cuba. Y no sorprende que los nuevos miembros de la UE hayan aportado a Europa una nueva experiencia histórica, y con ella, mucha menos tolerancia y comprensión por las concesiones y las soluciones intermedias. Representantes de los países miembros de la UE se reunirán en Bruselas a mediados de junio para revisar la política común hacia Cuba. Los diplomáticos europeos deberían sopesar las consecuencias de complacer al régimen de Castro. Deberían dar muestras de que no ignorarán sus prácticas ni pasarán por alto el sufrimiento de los presos de conciencia cubanos. Nunca debemos olvidar a las víctimas aparentemente anónimas de los «actos de repudio» de Castro».

(*) Vaclav Havel, ex presidente de la República Checa, es fundador del Comité Internacional para la democracia en Cuba. Firman asimismo este artículo: Madeleine Albright, ex secretaria de Estado estadounidense; André Glucksmann, filósofo francés; Arpád Góncz, ex presidente de Hungría; Vytautas Landsbergis, ex presidente de Lituania, y Adam Michnik, ex disidente polaco y redactor jefe de Gazeta Wyborcza. Traducción de News Clips. © Project Syndicate, 2006.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 1 de junio de 2006

Por las libertades en Rusia publicado en El País el 13 de noviembre de 2006

«Tras recibir recientemente la noticia del asesinato de la periodista rusa Anna Politkovskaya, consideramos que ésta es una prueba más de la alarmante situación que prevalece en la Federación de Rusia. Anna Politkovskaya -una víctima más de la lucha por la libertad de expresión en Rusia y de la lucha por la verdad acerca del conflicto en Chechenia- fue asesinada la víspera de su viaje a Georgia, país cuyas relaciones con la Federación de Rusia son motivo de grave preocupación en el estado actual de las tensiones en la región.

Nos desconcertaron y consternaron los reportajes sobre acciones dirigidas en contra de personas de origen étnico georgiano en Rusia. Entre ellos se incluyen informes en los medios internacionales de que la policía de Moscú ha pedido a las escuelas que elaboren listas de alumnos con apellidos georgianos como parte de su búsqueda de inmigrantes ilegales, y casos verificados de clausuras de negocios georgianos en Rusia. Sabedores de la importancia para las familias pobres de las remesas hacia Georgia, también nos preocupan los informes de medidas para bloquear las transferencias bancarias.

Nos sentimos obligados a subrayar que las disputas entre Gobiernos no son motivo para emprender acciones en contra de la población civil. Esperaríamos que los líderes de la Federación de Rusia hagan valer los derechos de las minorías étnicas; que se abstengan de la retórica hostil y de emprender acciones en contra de los georgianos; y que garanticen la defensa de nuestros valores democráticos comunes y las relaciones respetuosas entre vecinos».

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 13 de noviembre de 2006

Darfur, una tragedia que puede repetirse publicado en El País el 25 de agosto de 2007

«La crítica situación que sigue prevaleciendo en Darfur está ocasionando un sufrimiento inmenso a su pueblo. Ambos bandos del conflicto -el Gobierno de Sudán y sus fuerzas aliadas, así como todos los grupos de la oposición de Darfur- han de comprender que los civiles no deberían ser víctimas de sus disputas políticas.

El consentimiento del Gobierno sudanés al despliegue de la misión híbrida de Naciones Unidas y Unión Africana (UA), destinada a mantener la paz en la región, es, por supuesto, un acontecimiento grato. Pero el mandato de esta misión debe ser lo bastante firme como para permitir una protección total de la población civil. Asimismo, la fuerza debe poseer dotación, capacidad y financiación suficientes para llevar a la práctica este objetivo vital con eficacia. Los países e instituciones que han asignado fondos adicionales para garantizar el éxito de esta misión -en particular Francia, España y la Comisión Europa- son dignos de aplauso.

Es importante que los actores internacionales aseguren al Gobierno de Sudán que la misión de la ONU y de la UA no emprenderá un cambio de régimen en el país ni se desviará de ningún otro modo de su mandato de pacificación. A su vez, el Gobierno sudanés debe ser plenamente consciente de que la comunidad internacional sólo se sentirá impulsada a mantener su respaldo si dicho Gobierno respeta compromisos pasados y coopera en la preparación, el despliegue y el mantenimiento de la misión.

En cuanto a la oposición de Darfur, los recientes esfuerzos realizados por algunos de sus líderes para superar la fragmentación y reunificar su movimiento son una evolución positiva. Es esencial que los principales grupos de la oposición lleguen a un consenso sobre sus metas y posiciones de negociación. Sólo entonces podrán actuar como socios creíbles de la comunidad internacional y del Gobierno sudanés. Todas las partes del conflicto deben ser conscientes de que, en definitiva, no hay manera de poner fin a su disputa salvo a través de un acuerdo de paz equitativo y sostenible secundado por todos los interesados. El regreso de las personas desplazadas dentro del mismo país y la debida atención a las mismas tienen que ser un componente esencial de cualquier acuerdo de esa índole.

Las personas responsables de todo el mundo, en especial políticos y periodistas, deben centrar su atención en Darfur, ya que las injusticias y el daño que sufren a diario millones de víctimas y refugiados son tan espantosos como siempre, pese a la fatiga que algunos puedan percibir derivada del prolongado conflicto. Ahora que hay indicios de una posible estabilización en los próximos meses, es hora de empezar a prepararse para unos volúmenes cada vez mayores de reconstrucción y ayuda al desarrollo, además de la cooperación internacional.

Los países económicamente avanzados en particular deberían cumplir su responsabilidad global y ayudar a Darfur a avanzar hacia la renovación y la prosperidad. Este incremento de la cooperación debería provenir de una ampliación o una reorientación de los programas nacionales de ayuda al desarrollo. Además, deberían estudiarse minuciosamente unos acuerdos internacionales destinados a un uso efectivo de las sinergias.

Al facilitar las relaciones complejas que mantienen la comunidad internacional y los actores locales de Darfur, la ONU desempeña actualmente una labor indispensable y hay que apoyarla activamente. China en particular debería aprovechar su considerable influencia en Sudán para que las autoridades del país alcancen una resolución pacífica y definitiva de la disputa.

Asimismo, dado que Darfur constituye un emblema de dificultades más generalizadas en el mundo, la comunidad internacional debe mirar más allá de las circunstancias inmediatas del conflicto y multiplicar sus esfuerzos por lidiar con las amenazas que han intervenido en el desastre, como el cambio climático y la degradación medioambiental. De hecho, la acelerada expansión de los desiertos probablemente ocasionará una reducción de la producción agrícola de las zonas colindantes, un marcado deterioro de la disponibilidad del agua, y posiblemente más conflictos y desplazamientos de personas.

En diversos lugares del mundo se dan -o pueden empezar a darse- situaciones similares. Por tanto, debemos reconocer y solucionar la naturaleza global de este problema en lugares donde la degradación medioambiental ya está provocando un deterioro peligroso de la vida de la gente. En los lugares en los que acecha ese daño, es necesaria una prevención temprana».

(*) Firman conjuntamente este artículo: Václav Havel, príncipe Hasan Bin Talal, André Glucksmann, Vartan Gregorian, Mike Moore, Michael Novak, Mary Robinson, Yohei Sasakawa, Karel Schwarzenberg, George Soros, Desmond Mpilo Tutu y Richard von Weizsäcker. Traducción de News Clips. © Project Syndicate, 2007

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 25 de agosto de 2007