Discurso "España no se rinde" pronunciado por Juan Negrín López el 2 de febrero de 1939
Discurso "Resistencia y fe" pronunciado el 30 de septiembre de 1938
«Señores diputados. Permítase una pequeña digresión de tipo personal, quienes conocen mi breve historia política saben que nunca he
aspirado a cargos políticos; por no ser, ni he querido ser diputado; posiblemente, de todos los que aquí toman asiento soy el único que ha sido elegido sin proclamación porque me negué a ser candidato. Quizá todos sepan que al ser designado para ministro de Hacienda opuse mi más viva resistencia, y sólo consideraciones de disciplina de partido y de patriotismo me llevaron a aceptar. No menos viva, y quizá rebasando en su negativa los linderos de la cortesía, fue mi oposición de aceptar el cargo de jefe del Gobierno en mayo de 1937.
Pues bien, señores diputados, la única ocasión en mi vida en que he demandado, en que con mi autoridad de jefe de Gobierno he exigido asumir la responsabilidad de la dirección de la guerra desde el Ministerio de Defensa Nacional, ha sido en la noche del 29 al 30 de marzo en que en mí se produjo una crisis íntima. ¿Para qué evocar el recuerdo de aquellos lúgubres instantes? Deshecho el frente, sin frente, en desbandada y presa de pánico gran parte de nuestro ejército, desmoronada la moral de nuestra retaguardia, creí yo entonces, señores diputados, que a quien incumbió la responsabilidad de la política del país no podía rehuir en esos instantes el asumir la máxima responsabilidad, cual era la dirección de la guerra; no se podría gritar y exigir una política de resistencia si al mismo tiempo en el terreno de las realidades, en el terreno de las luchas no se asumía también la responsabilidad de la dirección. Por eso, señores diputados, se produjo el cambio con las modificaciones de Gobierno que entonces introduje. He tenido yo siempre la convicción, la sigo teniendo, de que el factor dominante en la lucha es la fe y que sin fe en la victoria no puede haber triunfo, no puede haber decisión.
Simplemente, en estas palabras: en fe, en seguridad, en convicción, que había de llevarse al ánimo de todo el mundo, quería yo cifrar y basar en aquellos instantes una política de resistencia que había de ser una política de resistencia constructiva. Y ahora, señores diputados, vamos a llegar al fin de la guerra. ¿Puede ganarse la guerra? ¿Ha de ganarse la guerra? Claro que puede y ha de ganarse la guerra. Lo podemos decir nosotros que hemos sobrevivido los tristes meses que hay de mayo a octubre. ¡Qué duda cabe! ¿Se ganará militarmente la guerra, que es la pregunta que hacen muchos? Ante la superioridad en material del enemigo, ante la superioridad en medios y recursos del enemigo, ¿podremos nosotros triunfar militarmente?
Señores diputados, ¿quieren ustedes decirme qué guerra se ha ganado militarmente? Yo quiero recordar con otras palabras lo que ya dije en Madrid. La guerra se pierde cuando da uno la guerra por perdida. El vencedor lo proclama el vencido; no es él quien se erige en vencedor. Y mientras haya espíritu de resistencia, hay posibilidad de triunfo. Y no es el triunfo exclusivamente militar: muchas veces se ha producido el fracaso militar por un desmoronamiento en el espíritu de resistencia y en la moral del enemigo. ¿Dónde está hoy la moral, señores diputados? ¿De parte de nuestros enemigos o de parte nuestra? ¿Por qué está de nuestra parte? Porque sabemos que no tenemos más remedio; defendemos nuestra vida, defendemos nuestros intereses y defendemos algo que yo quiero creer que para nosotros está por encima de todo eso: defendemos a nuestra España. Por eso triunfaremos, y podremos triunfar; con los éxitos militares y sin ellos, pero con un aumento de nuestro espíritu de resistencia y de nuestra moral y con un decaimiento, que ya se ha iniciado hace mucho tiempo que cada vez se acentúa más por parte de nuestros enemigos y que, a medida que su ficción y su cegamiento se borren y se den cuenta de que luchan en contra de los intereses permanentes de España, será mayor y les llevará al hundimiento pleno y total.
La guerra se puede ganar y se ha de ganar. Y, ¿cómo vamos a ganar la guerra? ¿Pactos, componendas, arreglos? Sí; podría terminarse con pactos, arreglos o componendas. Pero con este Gobierno, no. Este Gobierno no va a pactos, ni componendas, ni arreglos, porque los enormes sacrificios que ha hecho nuestro país serían estériles si nosotros fuéramos a algo que nos habría de llevar irremediablemente al nuevo sistema de dirección del país, al mismo sistema de dirección que se instauró en España después de la Restauración. Para eso no valía la pena ninguna de las vidas que se han sacrificado ni ninguna de las gotas de sangre que se han derramado en nuestro suelo. ¿Mediación? La hemos pedido siempre. La única mediación que cabe: la mediación con esos países que han invadido a España; mediación que hemos reclamado porque tenemos derecho a que medien, a que intervengan, a que les obliguen a que salgan, o sino que se pongan de nuestro lado los países que están ligados a este compromiso en virtud de un pacto. Pero, ¿mediación con los españoles? ¡Ah! Pero, ¿es que vamos a convertirnos nosotros en un país de capitulaciones? Eso es completamente inaceptable. Liquídese el problema de los extranjeros en España, y entonces nuestro problema se resolverá como tiene que resolverse, como debe resolverse.
Yo, midiendo perfectamente el alcance de mis palabras y la responsabilidad de lo que digo, me dirijo desde aquí a los españoles del otro lado e invoco su patriotismo; no a nuestros amigos perseguidos, ocultos o enmascarados, que hay muchos amigos nuestros, ni a los indiferentes, materia deleznable e inerte que a nosotros políticamente y desde el punto de vista de Gobierno, ni aquí allí nos interesan; yo me dirijo a nuestros enemigos y les digo: “¿Hasta cuándo y hasta dónde tiene que durar esto? ¿No os dais cuenta de que estáis sacrificando y estáis destrozando completamente a España? Pactos, arreglos, componendas, no. Pero os ofrecemos una legalidad que está definida en los trece puntos de fines de guerra del Gobierno. ¿Es que hay aquí algún punto que no puedan suscribir los españoles que se sientan españoles por encima de todo y que quieran convivir con los demás aunque piensen de distinta manera y discrepen de ellos? ¿Es que no estamos todos conformes en que hay que asegurar la independencia de España, librarla de la invasión extranjera? ¿Es que, señores diputados, somos opuestos a una España vigorosa, con la forma republicana, que es la legal y que nosotros pedimos, pues la monarquía fracasó en España, no voy a discutir el principio monárquico; admito que teóricamente se pueda sostener el principio monárquico como conveniente, pero la monarquía fracasó y no hay sentimiento monárquico en España como en otros países?
Nosotros hemos aprendido mucho de la guerra y hemos querido corregir y corregimos nuestros errores, y yo les digo a esos españoles de enfrente si es que ellos no han aprendido nada y su obcecación, su vanidad, su soberbia puede consentir que llegue al exterminio de nuestra patria y a la división de zonas de influencia. Porque eso sí quiero advertirlo. El Gobierno, la España leal no consentirá eso nunca y bajo ningún pretexto; antes lo que sea, antes lo que sea que España pueda dividirse en zonas o repartirse entre tendencias políticas diferentes; antes lo que sea, con todas sus consecuencias. Creo en el porvenir de España. Lo he dicho siempre. Quizá si no creyera en el porvenir de España, no tendría fuerzas para representar la República y ocupar el cargo que ocupo.
Estoy plenamente convencido de ello. España es rica, España tiene la labor de sus hijos, tiene para sostener a todos sus hijos, cosa que ya es bastante riqueza; militarmente, geográficamente, una posición sin par en Europa. En cuanto a riqueza natural, no es comparable con ningún país. Dentro de un régimen de autarquía, quizá sea España el único país de Europa que pueda llevarlo sin quebranto de sus economía y bienestar. España tiene y puede tener un gran porvenir. Tengo fe absoluta en la reparación económica de España. Es precisamente para eso que los gobiernos a quienes esto incumba puedan gobernar y se les deje gobernar, y se sientan apoyados y sostenidos en su función de gobierno; pero sólo así, en estas condiciones, se podrá hacer una España a base de una reconciliación que es necesaria; una España; la de los españoles, después de este bautismo de sangre que nos ha depurado y redimido de todas las faltas y errores que podamos haber cometido; una España a la que tenemos derecho. Y yo, ante el porvenir de España, quizá por razones de interrogatoria de cuál será, o si será en una posición pesimista o de depresión. No; yo sé que hay que querer, que hay que tener un plan, y cuando se dirige y se gobierna, no puede uno preguntarse qué será, sino que hay que decir cómo ha de hacerse. Y yo aseguro, señores diputados, que las perspectivas son halagüeñas aun después de tantas tristezas. Es más; que si se llega a que los españoles se den cuenta de cuáles son sus obligaciones como tales españoles, prescindiendo de discrepancias y de posiciones políticas, y cumplen con su deber como tales españoles, todos los sacrificios que se han hecho, todas las pérdidas en vidas y las pérdidas materiales no habrán sido inútiles ni estériles, y España resurgirá y estará como no ha estado nunca; eso es lo que yo anhelo, y con nuestros esfuerzos hemos de lograrlo todos.
He dicho».
Discurso "Despedida de las brigadas internacionales en Les Masies (Tarragona)" pronunciado el 25 de octubre de 1938
«Queridos internacionales amigos, queridos hermanos; hermanos siempre, por una confraternidad que ha sellado en los campos de batalla vuestro sacrificio de sangre; por los restos mortales de los que yacen para siempre en España.
¡Qué magnífico espectáculo, queridos hermanos, el que presencio en estos instantes!
Porque, ¿qué es esto que veo yo, sino un plebiscito en pequeño de todos los pueblos del mundo, testimoniado por todos los que sienten como suya la causa de España, que es la causa de la libertad y del derecho?
Habéis venido a España, espontáneamente, a defender nuestro país: sin ninguna obediencia a jerarquía superior a vosotros: por vuestra propia voluntad de sacrificar lo que más difícilmente se presta a nadie: a sacrificar la vida. Veníais a defender la justicia, el derecho escarnecido, porque sabíais, también, que aquí, en España, se jugaba la libertad del mundo entero.
Os halláis congregados aquí los representantes auténticos de cincuenta y tres países; representantes que, para venir a luchar con vuestros hermanos de España, tuvisteis que vencer grandes dificultades hasta conseguir pisar tierra española. Cumplisteis como héroes en la lucha por la libertad del mundo en esos dos años que habéis vivido vinculados a nosotros, en horas inolvidables para la historia del nuestro pueblo.
Muchas fueron las veces que los voluntarios internacionales – que nunca han sido tantos como han querido demostrar nuestros enemigos -, hermanados en la lucha, han escrito páginas gloriosas de nuestra epopeya. Yo recuerdo aquí los tristes momentos del mes de noviembre cuando pensábamos que, de un momento a otro, caería Madrid, ciudad prácticamente indefensa, y, digo prácticamente, porque tan sólo la defendían los pechos de sus hijos, que carecían de armas, para hacer más contundente su gloriosa e inmortal defensa. No olvidaré nunca la impresión extraordinaria que me produjo en aquellos momentos angustiosos el desfile silencioso, sereno, sin un canto, pero con un aire de resolución imponderable, de dos mil voluntarios internacionales que, por las calles de Valencia, se dirigían con firmeza hacia Madrid, atacado por el enemigo sin ninguna piedad, aun sabiendo que allí iban indiscutiblemente a jugarse, y casi más que a jugarse, a perder la vida.
Lo que ha ocurrido en España ya lo sabéis vosotros, porque también ha sucedido en otros países, aun cuando éstos no han sabido reaccionar como nosotros. Elementos de todos conocidos consiguieron crear una situación en la cual un Estado, un Gobierno legalmente constituido, se encuentra, por la traición y la vileza, sin las defensas necesarias a todo Gobierno y que sólo se encuentra asistido de una masa popular, no preparada para una guerra. Junto a esa gran masa popular, desarticulada y descoyuntada para la defensa, vosotros habéis contribuido grandemente a que no se sintiera desasistido el pueblo español, porque os veía a vosotros, auténticos representantes de vuestros pueblos, acudir en defensa de nuestra causa y facilitar con vuestra colaboración las grandes tareas de organización que han cristalizado en un magnífico y potente Ejército, hoy ya auténticamente español, que marcha con paso firme y seguro hacia la victoria.
Hoy me place, amigos míos, queridos hermanos nuestros, recordar, en este momento solemne de despedida, aquellos días inolvidables de Madrid, en la Ciudad Universitaria; en Brihuega, Guadalajara, Toledo, Belchite, en Teruel, en Lérida y en el frente del Este; en fin, en tantos otros lugares que ya no puedo seguir nombrando porque en casi todos los sitios, teatros de nuestra tragedia, habéis colaborado con un heroísmo sin precedentes, como el que corresponde a quienes sienten con toda intensidad la justicia de nuestra causa. Yo quiero rendir un homenaje póstumo a todos vuestros caídos, que son también los nuestros; quiero recordaros, como símbolos representativos, por cuantos por ser jefes vuestros y comisarios formaban parte integral de vosotros mismos, a Hans, Kart, Wolf, general Luckas, gran hombre, muerto en el frente del Este; Walter, y tantos y tantos otros, jefes y comisarios, que, con su dirección y que con su entusiasmo, os han sabido conducir en los momentos más duros hacia victorias positivas y resistencias insuperables. Comisarios de gran capacidad que, como Gallo y Marty, han sido los verdaderos puntales de vuestras Brigadas Invencibles.
Vuestra retirada es una necesidad que nos imponemos para demostrar a esa falsa No Intervención que la retirada de los voluntarios no es problema para la República y sí para los sublevados, coaligados con las fuerzas extranjeras que pretenden en España conquistar nuevas posiciones. Y España ha adoptado esta resolución considerando que podía contribuir a la pacificación del mundo, haciendo cuanto estuviera de su parte para localizar el conflicto, para lograr esta paz basada en la justicia de la que España no se separa jamás.
El Gobierno español quisiera testimoniaros de una manera directa su agradecimiento. Vuestro espíritu y el de vuestros muertos nos acompaña y quedan unidos para siempre a nuestra historia. El Gobierno de la República reconocerá y reconoce a los internacionales, que tan bravamente han luchado con nosotros que ya pueden decirse son connaturales nuestros, el derecho a reclamar, una vez terminada la guerra, la ciudadanía española. ¡Con ello nos honraremos todos!
Buen camino, hermanos internacionales, como os ha deseado hace unos momentos el jefe del Ejército del Este. Buen camino y continuad la lucha, cerca de vuestros pueblos, para dar a conocer la verdad de lo que ocurre en España, mientras nuestro pueblo continúa vuestra gesta en los frentes de combate. Cuando hay un deber que cumplir, o se sucumbe o se cumple. Nosotros tenemos un deber que cumplir y es el de conseguir para España un porvenir nuevo, más humano y progresivo. Y lo cumpliremos. Pueden caer diez, cien, mil; pero cuando un pueblo quiere vencer, no sucumbe jamás y vence, aún a costa de los mayores sacrificios.
Camaradas combatientes, amigos y hermanos: ¡Viva la República!».
Discurso "El hilo de la trama" pronunciado el 14 de septiembre de 1937
«Si nosotros, los fisiólogos, fuéramos llamados alguna vez a rehacer el protocolo de los banquetes, podéis estar seguros de que se invertiría el orden acostumbrado y se empezaría por los discursos.
Un discurso chispeante es un buen pedagogo -perdonad la pedantería profesional- y el mejor de los cocktails para animar la alegría de la mesa. Y una plática pesada, colocarla al principio, como un entremés más, por lo menos no perturba la digestión.
Pero mientras no se eche mano de nuestra pericia para establecer un nuevo rito, no hay más remedio que seguir las reglas.
La ocasión exige, y lo celebro, que empiece por rendir un homenaje a la prensa como institución.
Se me ha dicho al oído que estamos como entre compañeros, en un círculo muy discreto donde rige como ley el secreto de lo que se habla. Por lo tanto, podré dirigirme a vosotros con toda franqueza y deciros que mis alabanzas a la prensa no pueden menos de ir acompañadas de un poco de amargura y de dulzor.
Repasando mis recuerdos clásicos, un poco perturbados por los cuidados y las preocupaciones de mi nuevo oficio, tropiezo con el caso bien conocido de aquel espíritu agudo, Esopo -si no me equivoco-, excelente cocinero por añadidura, quien, al pedirle su amo que le sirviera un día el mejor de los platos y el peor otro día, las dos veces le preparó lengua. Lo más delicioso y lo más desagradable que había podido encontrar en Atenas era eso: lengua.
Lo mismo ocurre con la prensa, que puede ser el mejor y el peor de los manjares espirituales.
Ya sé que la prensa sería muy otra cosa si estuviera hecha siempre por periodistas y sólo por periodistas. ¡Pero hay tantos factores que deforman la verdad a través de la prensa! La pasión, los intereses, nobles a veces… pero no siempre.
Pues bien: la perfección, si es que existe, no se logra de una vez; pero la verdad -y esta sí que existe- acaba por imponerse. Ahí es donde se refugia la esperanza de mi país, a menudo maltratado por la prensa, por cierta prensa, instrumento, en la ocasión, de las peores ambiciones.
Nolens volens me he puesto a hablar de mi país, de España.
No temáis que os aburra con el cuento de nuestras luchas y de nuestros problemas interiores. No es nuestro estilo. Jamás un español vendrá a querellarse de sus propios compatriotas ante jueces extranjeros. Si por azar se produjera un caso semejante, se trataría, no os quepa la menor duda, de gentes guiadas por manos extranjeras que abusan de su apasionada ceguera.
No, eso no entra en nuestra manera, ni tampoco lo permitiría nuestro orgullo. Yo no digo que nuestro estilo sea mejor o peor que otros, pero es nuestro estilo y a él nos atenemos. Nosotros nos bastamos para resolver nuestros propios asuntos. No queremos la ayuda de nadie.
Este ha sido siempre el principio de España. Y lo seguimos manteniendo.
Pero ha habido extranjeros, a los que España había acogido gratamente, que se han valido de esta buena acogida para -instrumentos de una política de expansión económica e imperialista de otros países- sembrar la discordia entre los españoles, azuzando certeramente los extremismos de un lado y de otro.
Hoy estamos en posesión del hilo de la trama, que prueba una vez más la maravillosa técnica de los medios que dominan en ciertos países, maestros en el arte de la trapacería en las relaciones internacionales.
Hemos sido las primeras víctimas. Tened cuidado. No seremos las últimas.
Primero, sembrar la discordia interior; después, estimular y provocar la rebelión, ayudar con todos los recursos en material y en hombres, que servirán, llegado el momento, para asegurar y retener los triunfos robados. He aquí el nuevo método empleado para conquistar un país y apropiarse de sus recursos y sus riquezas.
Esta es la verdad; todo el mundo es testigo. Es un peligro, y es menester que este testigo se conmueva y despierte.
Una hábil propaganda, bien organizada e iniciada de antemano, esparce una nueva leyenda contra España: la leyenda roja.
Ha habido una leyenda negra sobre nuestra patria. Se servía, exagerándolos, de hechos que se han producido en todas partes en épocas de luchas religiosas y de intransigencia. Al convertirlos en patrimonio exclusivo de España, se la hacía víctima de la mayor de las injusticias.
Ha llegado, ahora, el momento de la leyenda roja.
Algunos napoleonóides de tiempos de paz que, después de unas paradas militares, más o menos fanfarronas, sienten el gusto de pronunciar discursos retumbantes, se han dedicado últimamente a ultrajar sin medida a mi patria.. Como ha dicho en alguna parte Maquiavelo, les falta la sonrisa para ser príncipes.
Dicen que la rebelión militar -que ha sido provocada por ellos totalmente- se ha producido para impedir que el comunismo se apoderara de España, y que si ellos la han apoyado se debe -notable confesión- a que tenían intereses que defender en nuestra tierra.
Señores, cuando el complot urdido por el signor Mussolini y herr Hitler estalló entre nosotros, con la ayuda de unos cuantos ingenuos insensatos, desviados por esos espíritus satánicos, el gobierno de España era un gobierno republicano moderado, en el que no había socialistas ni comunistas.
Señores, España, en este momento, y aún largo tiempo después, era uno de los raros países de Europa que no habían restablecido las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética.
Señores, cuando la U.R.S.S., país al que nos une en estos momentos un cordial amistad, ha apoyado diplomática y moralmente la justicia de nuestra causa, lo ha hecho siempre sin contrapartida, sin demanda alguna. Y de este desinterés nacen nuestra amistad y nuestro reconocimiento hacia Rusia.
España es y quiere ser un país democrático. Abomina de toda especie de dictadura, tan contraria a nuestro espíritu, y de aquí es de donde su gobierno saca su mayor fuerza.
Con arreglo a esa leyenda se lanzan sobre nosotros las peores injurias. ¡Ironía singular! Esto lo hace un hombre que ha desterrado, maltratado, torturado, mandado matar a los mejores de entre sus compatriotas por motivos raciales, religiosos, políticos u otros. Un hombre que ha reproducido, mejorándola, la noche de San Bartolomé, y que esa misma noche recorrió el país para ejecutar personalmente, pistola en mano, a su íntimo amigo.
Nosotros, los que regimos los destinos de España, nunca manchamos nuestras manos.
En una época dura, época de exaltación y de revuelta, en que los crímenes y la provocación, como ha ocurrido en todos los países en casos parecidos, han marcado su huella, los diversos gobiernos han tratado siempre de conseguir y han conseguido por fin restablecer el orden y la autoridad y han castigado y castigarán los abusos y los excesos.
Hombres de los que algunos jamás sintieron ambiciones políticas ni ansias de mando, de los que algunos sienten un irónico desdén, por no decir menosprecio, por la notoriedad, la celebridad y la gloria, estos hombres se han reunido para servir a su patria y también -tienen conciencia de ello- al mundo entero.
Nosotros creemos en los destinos de España, cuyo sentido de universalidad es el sello característico de toda su historia y de las manifestaciones de su espíritu.
Mirad la historia española del XV al XVII, ved los precursores de la nueva concepción de la organización de los naciones; entre los ortodoxos, un Mariana, un Vitoria, un Suárez; entre los herejes, un Valdés y un Servet. Ved a los ignacianos, cuya base prístina es el sentido de universalidad. Contemplad nuestro arte, o nuestra mística, tan esencialmente española y de aliento tan sobrehumano y supraterreno, universal en un grado infinito.
Nuestro país saldrá de esta prueba fuerte, unido, independiente, y los españoles, todos los españoles, se esforzarán en colocarlo en el lugar que le corresponde.
Y entonces, solamente entonces, la prensa, el mundo, la historia, nos harán justicia. Ello servirá para aplacar un poco el dolor de nuestros desgarrones, pero la sonrisa irónica no desaparecerá de nuestros labios».
«Ciudadanos: Las libertades del pueblo español están amenazadas. En Cataluña se defiende hoy la continuidad de la Historia de España. Hemos sido arrollados, pero no vencidos. No importa que algunos, bastantes dirigentes del pueblo, hayan fallado en su deber huyendo al extranjero; pero el Gobierno legal está en su puesto. Quedamos menos, pero mejores; porque no envenenan nuestro ambiente con su derrotismo, ni con su corrupción. Las puertas de la frontera están abiertas para quienes quieran huir, porque no necesitamos cobardes a nuestro lado. Es necesario trabajar y combatir; tenemos medios y entereza para sostener la lucha hasta el fin, y lo haremos porque no queremos vivir como esclavos. Ya están en Barcelona llenos de españoles los campos de concentración, donde la Gestapo y la Obra realizan su odiosa tarea. Queremos ser libres, queremos una España republicana e independiente. Queremos ser dueños de nuestra Patria sin vergonzosas tutelas y, aunque nos acosen todos los pueblos totalitarios y nos abandonen vergonzosamente los que se llaman países democráticos, tenemos valor y dignidad bastante para defender nuestro suelo y nuestro ideal. Vayan en buena hora al enemigo y al extranjero quienes no lleven a España en el corazón y digan a nuestros adversarios y al mundo entero que España no se rinde. Quienes aquí quedan sepan que el mando se halla en una sola mano; que se ejercerá con entereza y con vigor, imponiendo a todos estrictamente el cumplimiento del deber; un deber que ha de hacer de cada uno de nosotros un gigante ante la adversidad y un héroe ante el peligro.
¡Españoles!: La libertad de España está en peligro, pero la causa del pueblo español no está perdida. Que todo el mundo, desde su puesto, se disponga a cumplir con su deber hasta el triunfo o hasta la muerte. ¡Ciudadanos! ¡Viva España!».