Discurso Memoria la Conveniencia y objeto de un Congreso General Americano en 1844
Cartas Quillotanas - Polémica con Sarmiento en 1853 (1° Parte)
CARTAS SOBRE LA PRENSA Y LA POLÍTICA MILITANTE DE LA REPÚBLICA ARGENTINA
Yungay, noviembre 12 de 1852.Mi querido Alberdi:Conságrole a usted estas páginas, en que hallará detallado lo que en abstracto le dije a mi llegada de Río de Janeiro, en tres días de conferencias, cuyo resultado fue quedar usted de acuerdo conmigo en la conveniencia de no mezclarnos en este período de transiciónpasajera, en que el caudillaje iba a agotarse en esfuerzos inútiles por prologar un orden de cosas de hoy más imposible en la República Argentina.Esta convicción se la he repetido en veinte cartas, por lo menos, rogándole, por el interés de la patria y el suyo propio que no se precipitase, aconsejándole atenerse al bello rol que “sus Bases” le daban en la regeneración argentina. Si antes de conocer al general Urquiza, dije desde Chile “su nombre es la gloria más alta de la Confederación (en cuanto a instrumento de guerra para voltear a Rosas)”, lo hice, sin embargo, con estas prudentes reservas: “¿será el único hombre que habiendo sabido elevarse por su energía y talento, llegado a cierta altura (el caudillo) no ha alcanzado a medir el nuevo horizonte sometido a sus miradas, ni comprender que cada situación tiene sus deberes, que cada escalón de la vida conduce a otro más alto? “La historia, por desgracia, está llena de ejemplos, y de esta pasta está amasada la generalidad de los hombres”… ¿Y después?… Después la historia olvidará que era gobernador de Entre Ríos un cierto general que dio batallas y murió de nulidad, oscuro y obscurecido por la posición de su pobre provincia”. Ya está en su provincia. La agonía ha comenzado, y poco han de hacer los cordiales que desde aquí le envían y le llegan fiambres, para mejorarlo.Óigame, pues, ahora que habiendo ido a tocar de cerca aquel hombre y amasado en parte el barro de los acontecimientos históricos, vuelvo a este mismo Yungai, donde escribí “Argirópolis”, a explicar las causas del descalabro que ese hombre ha experimentado.Como se lo dije a usted en una carta, así comprendo la democracia: ilustrar la opinión y no dejarla extraviarse por ignorar la verdad y no saber medir las consecuencias de sus desaciertos; usted, que tanto habla de política “práctica” para justificar enormidades que repugnan al buen sentido, escuche primero la narración de los hechos “prácticos”, y después de leídas estas páginas llámeme detractor y lo que guste. Su con tenido, el tiempo y los sucesos probarán la justicia del cargo o la sinceridad de mis aserciones “motivadas”.¡Ojalá que usted pueda darle este epíteto a “las suyas”! Con estos antecedentes, mi querido Alberdi, usted me dispensará que no descienda a la polémica que bajo el trasparente anónimo del “Diario” me suscita. No puedo seguirlo en los extravíos de una lógica de posición “semi oficial”, y que no se apoya en los hechos por no conocerlos. No es usted el primer escritor invencible en esas alturas, y sin querer establecer comparaciones de talento y de moralidad política, que no existen, Emilio Girardin, en la prensa de París, logró probar victoriosamente que el pronunciamiento de Urquiza contra Rosas era un cuento inventado por los especuladores de la Bolsa, y la Europa entera estuvo por un mes en esta persuasión, que la embajada de Montevideo apenas pudo desmentir ante los tribunales. Mi ánimo, pues, no es persuadirlo ni combatirlo; usted desempeña una misión, y no han de ser argumentos los que le hagan desistir de ella.El público argentino, allá y no aquí, los que sufren y no usted, decidirán de la justicia. No será el timbre menor de su talento y sagacidad el haber provocado y hecho necesaria esta publicación, pues cónstele a usted, a todos mis amigos aquí, y al señor Lamas en Río de Janeiro, que era mi ánimo no publicar mi campaña hasta pasados algunos años. Los diarios de Buenos Aires han reproducido el “ad memorandum” que le precede, el prólogo y una carta con que se lo acompañé al “Diario de los Debates”. Véalas usted en “El Nacional” y observe si hay consistencia con mis antecedentes políticos, nuestras conferencias en Valparaíso y los hechos que voy a referir. He visto con mis propios ojos degollar el último hombre que ha sufrido esta pena, inventada y aplicada con profusión horrible por los caudillos, y me han bañado la cara los sesos de los soldados que creí las últimas víctimas de la guerra civil. Buenos Aires está libre de los caudillos, y las provincias si no las extravían, pueden librarse del último que sólo ellas con su cooperación levantarían. En la prensa y en la guerra, usted sabe en qué filas se me ha de encontrar siempre, y hace bien en llamarme el amigo de Buenos Aires, a mí que apenas conocí sus calles, usted que se crió allí, fue educado en sus aulas y vivió relacionado con toda la juventud.Háblole de la prensa y de la guerra, porque las palabras que se lanzan en la primera se hacen redondas al cruzar la atmósfera y las reciben en los campos de batalla otros que los que las dirigieron. Y usted sabe, según consta de los registros del sitio de Montevideo,quién fue el primer desertor argentino de las murallas al acercarse Oribe. El otro es el que decían en la Cámara: “¡Es preciso tener el corazón en la cabeza!” Los “idealistas” le contestaron lo que todo hombre inocente y candoroso piensa: “Dejemos el corazón donde Dios lo ha puesto”.Es esta la tercera vez que estamos en desacuerdo de opiniones, Alberdi. Una vez disentimos sobre el “Congreso Americano”, que en despecho de sus lúcidas frases, le salió una solemne patarata. Otra sobre lo que era “honesto y permitido” en un extranjero en América, y “sus Bases” le han servido de respuesta. Hoy, sobre el Pacto y Urquiza, y como el tiempo no se para donde lo deseamos, Urquiza y su pacto serán refutados, lo espero, por su propia nulidad: y al día siguiente quedaremos usted y yo tan amigos como cuando el “Congreso Americano”, y lo que era “honesto” para un extranjero. Para entonces, y desde ahora, me suscribo su amigo.SARMIENTO
“Otros pueblos podrán tener en su seno los gérmenes de su prosperidad: los de América desgraciadamente los poseen fuera, y de fuera deben entrar los manantiales de su vida. La metrópoli no plantó en ellos semillas de progreso, sino de estabilidad y obediencia. La vida exterior nos debe absorber en lo futuro. En ella somos inexpertos, porque hemos sido educados en la domesticidad colonial y para la vida privada y de familia. Dejemos que nuestros pueblos empiecen su grande aprendizaje. La necesidad de esta nueva tendencia se revela por el movimiento normal de las cosas. La América, de íntima y mediterránea que antes era, ahora se hace externa y litoral. Había sido hecha para vivir en reclusión y se la hizo habitar lo más central de nuestro suelo: desde su entrada en el mundo, ha salido a las puertas para recibirle. “Los pueblos mediterráneos si quieren prosperidad en adelante, que aguarden a los tiempos de los caminos de fierro: por ahora, bienaventurados los que habitan las orillas de los mares, porque sólo ellos pueden ver la cara del mundo, y recibir con su contacto el espíritu de su vida moderna.” Veamos lo que pasa en Chile, lo que pasa en el Plata: Santiago, apenas se acrecienta en tanto que Valparaíso se duplica: Potosí, Córdoba, se despueblan en tanto que Montevideo se hace capital de Estado, y Buenos Aires recibe de las aguas del Plata, barcadas de hombres que cubren en el acto los claros que hace el cañón de la guerra civil. A la vista exterior y general sí, que el feudalismo, que el espíritu de aldea nos ahoga por todas partes.”
Estas ideas, que dejo transcritas, no son tomadas de Argirópolis, de Sud América, ni de la Crónica, sino de la Memoria sobre el Congreso Americano, que escribí ocho años antes de esas publicaciones usted, y que usted atacó con tanto encarnizamiento como si fueran ideas inquisitoriales; y no eran, como se ve, sino las ideas que usted ha adoptado más tarde, y que son el fondo de mis Bases.
La navegación de los ríos de Sudamérica, pensamiento que ha ocupado de largo tiempo a los gobiernos de América y de Europa, a publicistas y viajeros de ambos mundos; que ha sido objeto de discusiones y exploraciones científicas y de guerras civiles en nuestro mismo país, ha sido disputado por usted al general Urquiza, como idea original suya, dando el primer ejemplo de un escritor que acusa a un gobierno de que realice lo bueno que él propone.
Habrá mucho de usted en mis Bases. Tomando lo que había en el buen sentido general de esta época, habré tomado ideas a todos, y de ello me lisonjeo, porque no he procurado separarme de todo el mundo, sino expresar y ser eco de todos. Pero creo no haber copiado a nadie tanto como a mí mismo. Las fuentes y orígenes de mi libro de las Bases son: Preliminar al estudio del derecho, de 1837; mi palabra simbólica, en el Credo de la Asociación Mayo de 1838; El Nacional de Montevideo de 1838; Crónica de la Revolución de Mayo, de 1838; El Porvenir, de 1839; Memoria sobre un Congreso Americano, 1844; Acción de la Europa en América de 1845; Treinta y siete años después, de 1847. He ahí los escritos de mi pluma, donde hallará usted los capítulos originales que he copiado a la letra en el libro improvisado de mis Bases. A eso aludí cuando llamé a ese libro: redacción breve de pensamientos antiguos, Recuerdo esto, no en mi defensa, sino en defensa de las ideas que me dominan y poseen hace quince años; ideas que na¬da ganan en los ataques que en mi persona hace usted a uno de sus primeros sostenedores.
He visto venir al general Urquiza a estas ideas, y por eso he abrazado su autoridad. La fusión política, adoptada por él, como base de su gobierno y de la Constitución, es principio que pertenece al Credo de la Asociación Mayo de 1838; y sería irracional, de mi parte, atacar un gobierno que adoptaba mis principios. Es el general Urquiza el que ha venido a nuestras creencias, no nosotros a las suyas, y lo digo así en honor de ambos. Digo nosotros, porque los tres redactores de esa creencia se hallan en el campo que usted combate. Echeverría no vive, pero su espíritu está con nosotros, no con usted, y tengo de ello pruebas póstumas».
NOTAS:
[1] El 31 de mayo de 1852, se firmó el acuerdo de San Nicolás. Se dispuso entonces la convocatoria a un Congreso General Constituyente en Santa Fe que se integraría por dos diputados por provincia. También se designó a Urquiza como Director Provisorio de la Confederación Argentina hasta la sanción de la Constitución Nacional.El acuerdo fue rechazado por la Legislatura de Buenos Aires. En Chile, en adhesión a esta postura, y por iniciativa del Juan Bautista Alberdi, un grupo de argentinos residentes, fundó ese mismo año el Club Constitucional de Valparaíso.
Urquiza incluso, designó a Alberdi como encargado de Negocios de la Confederación Argentina ante la República de Chile. Pero la propuesta no fue aceptada.
Mientras tanto, en Buenos Aires, la revolución del 11 de septiembre derrocó el gobierno adicto a Urquiza. Este último decidió prescindir de esa provincia en el Congreso Constituyente y trasladó la Capital de la Confederación a Paraná, Entre Ríos.
El 19 de octubre de 1852, Sarmiento, fundó en Santiago de Chile el Club Argentino, desde donde adhirió a la revolución del 11 de septiembre y criticó al acuerdo de San Nicolás. Los ataques de Sarmiento a Urquiza, a través de la prensa chilena, provocaron la respuesta de Alberdi en un artículo anónimo publicado en “El Diario” de Valparaíso.
Es la política de Urquiza, después de Caseros, lo que los enfrenta en un ruidoso intercambio de cartas que recoge la prensa chilena y que da lugar a la más celebre de las polémicas entre ambos. También, llamada: «La gran polémica de la organización nacional».
Dos series de cartas, en formato de «carta abierta», que corresponden a los primeros meses de 1853 y que publicamos, dejan construida a la misma. Una primer serie constituida por cuatro piezas de Alberdi, seguida por otra serie de cinco piezas de Sarmiento, a la que se agrega una quinta y última carta de Alberdi que cierra la polémica.
¿Quién desata la polémica? Ambos acusan de responsable al otro. Sin embargo, se ha señalado que es con la “Carta de Yungay” y con la dedicatoria de Sarmiento a Alberdi en la Campaña en el Ejército Grande, que se configura su agenda inicial.
En cualquier caso, la secuencia de los hechos que la desenlazan es la siguiente:
1º) Sarmiento publica en Chile la “Carta de Yungay” -lugar donde también había escrito Argirópolis-, dirigida a Urquiza y fechada en Valparaíso el 13 de octubre de 1852, que inicia con tono conciliador, para pasar inmediatamente a una severa crítica, en los términos siguientes:
Y mas adelante agrega:
2º) Sarmiento divulga su “ad memorandum” sobre el Ejército Grande y las maniobras de Urquiza antes de Caseros que aparece en manos de la prensa de Buenos Aires y cuya filtración atribuye al Diario de Valparaíso editado por Alberdi, que lo tiene como blanco de sus críticas (“No es lo mismo atacar a hombres de corazón y de luces que combatir a mazorqueros y degolladores”, se dice de él en el Diario).
3º) Sarmiento publica en diciembre de 1852 Campaña en el Ejército Grande y se lo dedica a Alberdi con una agresiva carta y ofensiva, que también fecha en Yungay un mes después que la carta abierta a Urquiza.
4º) Alberdi entonces le replica a Sarmiento con la publicación en marzo de 1853 de un folleto titulado: “Cartas sobre la prensa y la política militante en la República Argentina”, conocidas como “Cartas Quillotanas”: las tres primeras están fechadas en Quillota y son de enero de 1853; la cuarta es de febrero y está fechada en Valparaíso.
5º) Si bien han sido producidas y fechadas antes, Sarmiento recién se entera de la existencia de estas cartas que Alberdi le dirige, con la publicación del folleto en marzo de 1853. Entre abril y mayo, también públicamente, le responde con las cinco cartas de Las ciento y una.
6º) Por ultimo, Alberdi responde con la publicación de: “Complicidad de la prensa en las guerras civiles de la República Argentina “, con la que por principio se concluye la polémica. Aunque, se dice que este último también escribe una sexta carta (inédita) que no publica.
Finalmente, con el nombre correspondiente a cada serie de cartas y por autor, las editamos por separado donde podrán leerse las mismas
[2] “ARGENTINOS: Os juro por mi espada que ninguna otra aspiración me anima que la de la libertad. Libre por principios y por propensión, mi estado natural es la libertad: por ella verteré mi sangre y mil vidas, y no existirá esclavo donde las lanzas de La Rioja se presenten. Oprimidos: los que deséis la libertad o una muerte honrosa, venid a mezclarnos con vuestros compatriotas y con vuestro camarada. JUAN FACUNDO QUIROGA (Proclama auténtica de este caudillo)
”Su Constitución es un monumento, usted halla que es la realización de las Ideas de que me he constituido apóstol. Sea; pero es usted el legislador del buen sentido bajo las formas de la ciencia.”
“De todos modos su Constitución es nuestra bandera, nuestro símbolo.”
“Así lo toma hoy la República Argentina. Yo creo que su libro va a ejercer un efecto benéfico.”
“Es posible que su Constitución sea adoptada; es posible que sea alterada, truncada; pero los pueblos por lo suprimido o alterado verán el espíritu que dirige las supresiones: su , pues, va a ser el Decálogo argentino; y salvo la supresión del parágrafo indicado, la bandera de todos los hombres de corazón.”
Yo devuelvo a su autor estos cumplimientos; no los acepto, porque no sé como pueda aplaudirse con sinceridad la doctrina de mi libro y apoyar al mismo tiempo una política de insurrección y de guerra.
[22] Facundo, pág. 25.
[23] Facundo, pág. 140.
[24] Facundo, pág. 16.
[25] Facundo, pág. 23.
[26] Facundo, pág. 233.
[27] Facundo, pág. 195.
[28] Sarmiento, Sud América tomo II, N° 2° Mayo 1° de 1861.
[29] Campaña, pág. 49.
[30] Campaña, pág. 50.
Cartas Quillotanas - Polémica con Sarmiento en 1853 (2° Parte)
-Yo pensaba dar razones y probar.-No, señor; no pruebe usted nada… Diga usted: ¿qué señas tiene el adversario de usted? ¿Es alto?-Pero… ¿qué tiene que ver eso con la cuestión de tabacos?-¿No ha de tener? Empiece usted diciendo que su artículo es bueno porque él es alto.-¡Hombre!-¿Qué más tiene el adversario? ¿Tiene alguna verruga en las narices, tiene moza, debe a alguien, ha estado en la cárcel, gasta peluca, ha tenido opinión mala?-Algo, algo hay de eso.-Pues bien; a él: la opinión, la verruga: duro en sus defectos.Fígaro
Departamento de Relaciones Exteriores.Buenos Aires, agosto 14 de 1852
“En el deber en que se halla el Gobierno Argentino de cultivar las mejores relaciones de amistad con las Repúblicas vecinas, y animado de un vehemente deseo por estrechar los vínculos de fraternidad que la ligan con el Gobierno de la República de Chile, ha acordado y decreta:“Artículo 1 ° Queda nombrado Encargado de Negocios de la Confederación Argentina cerca del Gobierno de la República de Chile, don Juan Bautista Alberdi, con la asignación señalada a los de su clase en América, en la ley de 9 de abril de 1826.“Art. 2° Publíquese, comuníquese a quienes corresponda, y dése al Registro Oficial.URQUIZA,Luis José de la Peña”
que no he buscado empleo,que no he aceptado el que me vino sin buscar, que no lo ejerzo porque no lo deseo,que no gano sueldo ni puedo ganar sueldo por un empleo que no desempeño,
San Juan, enero 10 de 1838“Aunque no tengo el honor de conocerle, el brillo de su nombre literario que le han merecido las bellas producciones con que su poética pluma honra a la República, alientan la timidez de un joven que quiere ocultar su nombre a la indulgente e ilustrada crítica de usted la adjunta composición”. “En su escasez de luces y de maestros a quien consultar, el incógnito ignora aún si lo que ha hecho son realmente versos. ¿Qué extraño es pues que acuda a quien pueda prestarle sano consejo?… “Es pues por esto que se atreve a esperar, que consagrándole algunos de sus ocios, le instruya y note los defectos de su débil ensayo.”… Su obsecuente admirador, que quiere apellidarse por ahora García Román.Sarmiento.
San Juan, julio 6 de 1838“He recibido con la mayor satisfacción su favorecida de abril 14 en que se digna hacer a la efímera producción que bajo el nombre de García Román dirigí a usted, las indulgentes observacioes que su prudente crítica le ha sugerido, y animado por tantas muestras de benevolencia, no he trepidado en aprovechar la invitación que se digna hacerme de ponerme en relación con usted, no obstante no considerarme calificado para sostenerla…”…”Nacido en esta provincia remota de ese foco de civilización americana (Buenos Aires), no he podido formarme un género de estudios a este respecto, y si no fueran algunas pequeñas observaciones sin regularidad, hechas en la lectura de algunos poetas franceses que han llegado a mis manos y a la luz que puede suministrar las observaciones de La Harpe en su Curso de literatura, cuando no hay suficiente caudal de instrucción para aprovecharlo, diría que las reglas del arte me son absolutamente desconocidas.”“En cuanto a la gloriosa tarea que se proponen los jóvenes de ese país, y que usted me indica, de dar una marcha peculiar y nacional a nuestra literatura, lo creo indispensable, necesario y posible.”…”Cuando como yo no ha podido un joven recibir una educación regular y sistemada, cuando se han bebido ciertas doctrinas ha que uno adhiere por creerlas incontestables, cuando se ha tenido desde muy temprano el penoso trabajo de discernir, de escoger por decirlo así los principios que debían formar la educación, se adquiere una especie de independencia, de insubordinación que hace que no respetemos mucho lo que la paciencia y el tiempo han sancionado, y este libertinaje literario que en mí existe, me ha hecho observar con ardor las ideas que apuntaron en algunos discursos del Salón literario de esa capital.Sarmiento.”
Santiago, El Progreso, del 25 de agosto de 1845“La causa de Peña será célebre en los anales del crimen, no sólo por las circunstancias que han rodeado este acto, sino por el interés que sabrán darle los abogados encargados de la defensa y de la acusación. El doctor Ocampo es el acusador.………………………………………………..“Los reos, padre e hija, han nombrado para su defensa al doctor Alberdi, jurisconsulto joven, lleno de vivacidad y de movimiento en sus escritos, y muy capaz de abrazar con celo y entusiasmo una causa que sólo trabajo, esfuerzos y un poco de gloria forense puede ofrecerle. Pero el señor Alberdi, por laudable modestia, no ha querido dejar que gravite sobre sus hombros todo el peso de la responsabilidad de las dos vidas que antes de inclinarse ante la cuchilla de la ley, le han pedido socorro y amparo. El doctor Carvallo ha respondido gustoso a la invitación que el señor Alberdi le dirigió para asociársele en la defensa, lo mismo que el doctor Barros Pasos, que también ha tomado parte en esta ruda tarea.”Sarmiento.
“Proceso de Justo Peña y su hija“Tenemos por fortuna, un documento curioso que presentar a su avidez, y, entre nosotros, único en su género. Tal es la carta biográfica que Carmen Peña ha escrito a uno de sus abogados para ponerlo en aptitud de avalorar, como ella misma lo declara en la introducción, el origen de los acontecimientos desgraciados que tan terrible papel vienen a hacerse en su vida.”………………………………………………..“La lectura de esta carta, singular por su estilo y los acontecimientos que refiere, nos trae a la imaginación, sin poderlo evitar, uno de esos tipos que ha trazado Eugenio Sue.”………………………………………………..“La carta que publicamos ha sido escrita toda de mano de Carmen Peña; no es menos lucida su dicción; no son más brillantes sus pensamientos, que su escritura es delicada, su ortografía esmerada y correcta hasta la minuciosidad, como podrá inspeccionarla el que pueda echar una mirada sobre los autos en que se halla la carta autógrafa. Rasgos contiene este escrito que harían honor a un autor, a un novelista.”
Santiago, 29 de mayo de 1851“Celebro haber acertado a complacerlo en la réplica del Archivo…” “Continúeme de vez en cuando sus consejos y no me deje como Morel, encorvarme al lado de la pluma a fuerza de no hacer otra cosa.”Sarmiento.
Río de Janeiro, abril 10 de 1852“Estoy en Río de Janeiro y vengo de Petrópolis, colonia alemana y residencia del Emperador, con quien he pasado horas y horas en conversación familiar casi, sobre nuestras cosas, nuestros hombres y nuestras costumbres. Ha reunido cuanto papelucho argentino ha podido y los nombres de Echeverría, Alberdi, Mármol, Gutiérrez, de ciento y la madre mar los conoce y estima. Me ha preguntado por usted como por muchos más.”Sarmiento.
Yungai, 5 de julio de 1852“Deseara que usted fuese” (de diputado al Congreso Constituyente).
Santiago, agosto 13 de 1852“Deseara para llevar a cabo mi empresa (de hacer servir el Monitor de las escuelas a la política argentina), que me indicase los títulos de las leyes españolas que hablan de educación primaria y a que hizo alusión una vez… Si usted quisiera encargarse de un articulillo, haría una buena obra. Propícieme al redactor de El Mercurio a fin de favorecer el intento de El Monitor. Este acuerdo de la prensa puede dar resultados aquí y prestigios allá.”… “¡Y usted sabe lo que dan los acontecimientos humanos! Puede ser que Urguiza y la opinión tengan razón. Tan preparado estoy a ello que me ocupo de refaccionar mi casa de Yungai e instalarme como si tuviese el pensamiento de no moverme jamás.”“Necesito un buen retrato suyo al lápiz de 12 centímetros de desenvolvimiento la cara, en un marco de 37 centímetros de alto y 31 de ancho, de color paja, que sea dibujado a dos lápices y en papel de marquilla, todo de 50 centímetros por 40. Estoy haciendo una colección de mis amigos y usted entra en primera línea.” (Ni se pensó en la remisión de tal pedido.)Sarmiento.
Yungai, septiembre 16 de 1852.“Su Constitución es un monumento. Usted halla que es la realización de las ideas de que me he constituido apóstol. Sea; pero es usted el legislador del buen sentido bajo las formas de la ciencia. Usted y yo, pues, quedamos inexorablemente ligados, no para los mezquinos hechos que tienen lugar en la República Argentina, sino para la gran campaña sudamericana, que iniciaremos, o más bien, terminaremos dentro de poco.”“ … De todos modos su Constitución es nuestra bandera, nuestro símbolo. Así lo toma hoy la República Argentina. Yo creo que su libro va a ejercer un ejemplo benéfico.”“Sentiría por su gloria, que su persona de usted se pusiese en oposición con su libro. Es posible que su Constitución sea adoptada: es posible que sea truncada, alterada; pero los pueblos por lo suprimido o alterado verán el espíritu que dirige las supresiones. Su libro, pues, va a ser el Decálogo Argentino; y salvo la supresión del parágrafo indicado, la bandera de todos los hombres de corazón. Arcos lo lee con intención hostil y ya concluye (y en este mismo momento exclama: cosas muy buenas hay aquí), sin encontrar dónde hincar el diente. Por estas razones, por la inmensa notoriedad que le dará a usted y por el talento y principios que revela, temo que el general Urquiza no se lo perdone a usted. A mí me tiene en cuenta Argirópolis, del cual jamás me habló ni para decir lo he visto… Usted ha hecho peor: ha dictado una constitución y dejado frustradas las tensiones candorosas a la originalidad y absorción de toda iniciativa.”Sarmiento.
Santiago, septiembre 18 de 1852“Lejos, pues, de complacerlo en el deseo de que yo tome parte en lo que creo extraviado, le suplico que no toquemos este punto entre nosotros para evitar inútiles y perjudiciales disentimientos. “Por lo que hace a personas, no anticipe nada, no toque nada. No salga del bellísimo rol que ha tomado: El legislador de la federación. Su Constitución es un programa, a que adhieren todos los hombres sinceros. Si se publica en Buenos Aires tanto mejor: si se hace una edición numerosa, entonces triunfamos por el senti¬miento público.”Sarmiento.
Yungai, septiembre 24 de 1852“No he entrado en la discusión de su obra, que, en general, acaso en detalle hallo perfecta y digna de obrar una revolución en América.…”Con respecto a escribir yo un artículo bibliográfico, escribiría ciento y escribiré mil un día. Pero ¿ahora quiere usted que se adopte su Constitución? El medio seguro de excitar los celos de Urquiza es que yo la apruebe. Parece que usted no quiere convencerse de la verdad real de las cosas. El mérito singular que ella tiene es que no la he escrito yo, y que siendo una continuación y una codificación de las ideas que hoy abriga el partido civilizado de la República Argentina, sean federales o unitarios antiguos, han sido sistemadamente rechazadas con las ciudades para continuar el sistema militar de Rosas.”…”Yo he escrito a San Juan, a Río de Janeiro, a Buenos Aires, a Copiapó, poniendo su trabajo de usted como el código nuestras ideas.”Sarmiento.
Septiembre, 27 de 1852.“Usted puede, pues, mantener una de esas lucidas teorías del desencanto aquí, pero guarde su persona de ponerla en práctica. Con sus maneras cultas, con su figura noble y fina sería usted puesto a los dos días en la picota del ridículo. Yo que nada de eso tengo en mis exterioridades, sólo pude mantenerme en medio de aquellas naturalezas torvas enseñando la punta de la espada. Salvé mi persona, pero no mi posición.“Su libro de usted (las Bases) no se lo perdonará jamás Urquiza. Lo ha herido en todos sus flancos: ha arrancado la máscara de mentiras oficiales; ha mostrado que los unitarios no se oponen a la federación; le ha robado el lauro de ser el otorgador de una constitución; si adopta algunas de sus conclusiones no le perdonará haberle forzado la mano; si no las adopta ella es un espejo en que se verán de bulto las supresiones y las escatimaduras. Por eso convenía esperar; por eso no quiero hacerle a usted el mal servicio de ponderar la belleza de su trabajo, barrera opuesta contra el despotismo. ¡Y vea usted lo que es la fragilidad humana! Ni Mitre, ni yo, ni Vélez, ni toda la prensa de Buenos Aires, ha herido como usted tan de frente ni con tanto acierto la cuestión. ¡A que no halla en la prensa de Buenos Aires nada sobre extranjeros, sobre atraso, sobre barbarie, más claro que en su libro! ¿Qué resulta de todo su conjunto? Que los bárbaros son el azote de la América.”Sarmiento.
Santiago, octubre 9 de 1852.“He visto en los diarios su nombramiento de representante de la República Argentina aquí, y lo felicito de todo corazón.”“Cuando venga usted para acá, o cuando usted lo desee le comunicaré lo que el Presidente me ha indicado como conveniente arreglar entre las dos Repúblicas -tratado postal, aduanas, etc., etc.-. Yo escribí a Mendoza pidiéndoles datos sobre algunos puntos, etc., etc.; todo lo que si viene estará a su disposición.”Sarmiento.
“Educado por medio de la palabra por el presbítero Oro, por el cura Albarracín, buscando siempre la sociedad de los hombres instruidos, entonces y después mis amigos Aberastain, Piñero, López, Alberdi, Gutiérrez, Oro, Tejedor, Fragueiro, Montt y tantos otros han contribuido sin saberlo a desenvolver mi espíritu transmitiéndome sus ideas … “Sarmiento.
Sudamérica, del 9 de junio de 1851“Puede ser la pasión la que me alucine; pero de sólo los argentinos que están en el Pacífico desde Concepción a California, hay tela de donde cortar un buen congreso, de cuya idoneidad Chile, Bolivia, el Perú se darían por muy satisfechos. Los nombres que siguen justificarán el aserto:Doctor don Gabriel acampo, jurisconsulto, La Rioja.Doctor don Domingo Ocampo, miembro de la Corte de apelaciones de Concepción, La Rioja.Doctor don Ramón Ocampo, jurisconsulto, La Rioja.Doctor don Juan Bautista Alberdi, jurisconsulto, publicista, ex secretario del Gobierno de la Intendencia de Concepción, Tucumán.Doctor don Martín Zapata, jurisconsulto, Mendoza.Don Juan María Gutiérrez, ingeniero del Departamento Topográfico, Buenos Aires.Don Antonio Aberastain.Don Francisco Delgado.Don Carlos Lamarca.Don Gregorio Beeche.Don Gregorio Gómez.Doctor don Javier Villanueva, etc., etc.”Sarmiento.
“Si ha entrado, pues (el general Urquiza a Buenos Aires), mande disolver ese Congreso sin libertad, sin dignidad, sin prestigio, para que no figuren en él sus sirvientes Elías, Seguí, Leiva, Huergo, Gorostiaga, que están diciendo a gritos lo que hay en el fondo, y convoque un nuevo congreso elegido libremente, en que entren los señores Alberdi, Guido, Alsina, Anchorena, López, Mitre, Lagos (el coronel), Portela, Vélez, Carril, Pico, etc., hombres de saber, de prestigio, de autoridad, de conocimientos.”Sarmiento.
“A mi regreso de Valparaíso tuve el gusto de ver consignado en el precioso escrito del doctor Alberdi: Bases para la Constitución de la República Argentina, aquellas ideas madres que me había esforzado en años de trabajos en hacer populares, sirviendo de constitución… El libro del señor Alberdi era, a mi juicio, un acontecimiento político. Nadie habría podido desenvolver en la República Argentina las ideas que contiene… La prensa argentina reprodujo el trabajo del señor Alberdi, unos en abono de Urquiza, otros en vía de ironía; pero todos difundiendo y popularizando las ideas que contiene. Yo provoqué una reunión de argentinos en Santiago, para que hiciéramos una manifestación en favor de las Bases.”Sarmiento.
“Señor Redactor de El Nacional.“En el número 235 de su acreditado periódico hemos leído las siguientes líneas escritas por D. F. Sarmiento, en su obra titulada Campaña en el ejército grande aliado de Sudamérica:“Por la casa de Llavallol supe que se habían entregado el 10 de febrero a don Fermín Irigoyen dos mil onzas de oro para remitir a Benavides por cuenta de Rosas. ¿Alcanzó a mandar las onzas don Fermín? ¿Las recibió Benavides, etc.?”“No poca sorpresa nos ha causado semejante alusión, destituida por otra parte de toda verdad. ¿Qué motivo habrá habido para que el señor Sarmiento se acuerde de nosotros? Una vez única le vimos en Palermo a principios del mes de febrero del año próximo pasado: no alcanzamos a estar diez minutos con él, y por supuesto que éstos se emplearon en el cambio de cumplimientos usuales y en hablar generalidades, como sucede entre personas que se ven por la primera vez en su vida, y que no tienen asunto especial de conferencia. No entramos a tratar de materia determinada; ni aun tiempo había habido para ello. Todavía es menos cierto el que hubiésemos dicho cosa referente a don Fermín Irigoyen, ni a las mencionadas dos mil onzas. No teníamos la menor idea sobre el particular, y si tal hubiésemos dicho, no habría sido de nuestra parte sino un embuste. Creemos, pues, deber declarar del modo más formal, que el escritor ha padecido una equivocación en esa alusión relativa a nosotros. Lo creemos un deber, repetimos, principalmente por mediar un compatriota como el señor Irigoyen, cuyas recomendables cualidades conocemos y apreciamos y porque nuestro silencio podría autorizar hasta cierto punto alguna mala interpretación.“Sensible es que el señor Sarmiento, no se muestre más exacto en sus citas; puede ser que la memoria no sea en él una facultad descollante, mas así el crédito de sus narraciones puede hacerse problemático. Las reglas de la crítica severa exigen en el historiador exactitud y veracidad como primeras y vitales condiciones.“Mucho agradeceremos, señor redactor, que se sirva usted insertar estas líneas en su ilustrado periódico. En ello, sobre contribuir a cumplir con un acto de justicia, hará un particular obsequio a sus atentos servidores:“Jaime Llavallol e hijos.”
La Omnipotencia del Estado es la Negación de la Libertad Individual pronunciado en 1880
Nota
Discurso pronunciado en el acto de graduación de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, de la Universidad de Buenos Aires, el 24 de mayo de 1880. En aquella circunstancia Juan Bautista Alberdi fue nombrado Miembro Honorario de la Facultad.
La Patria, tal como la entendían los griegos y los romanos, era esencial y radicalmente opuesta a lo que por tal entendemos en nuestros tiempos y sociedades modernas. Era una institución de origen y carácter religioso y santo, equivalente a lo que es hoy la Iglesia, por no decir más santo que ella, pues era la asociación de las almas, de las personas y de los intereses de sus miembros.
Su poder era omnipotente y sin límites respecto de los individuos de que se componía.
La Patria, así entendida, era y tenía que ser la negación de la libertad individual, en la que cifran la libertad todas las sociedades modernas que son realmente libres. El hombre individual se debía todo entero a la Patria; le debía su alma, su persona, su voluntad, su fortuna, su vida, su familia, su honor.
Reservar a la Patria alguna de esas cosas, era traicionarla; era como un acto de impiedad.
Según estas ideas, el patriotismo era no sólo conciliable, sino idéntico y el mismo que el despotismo más absoluto y omnímodo en el orden social.
La gran revolución que trajo el cristianismo en las nociones del hombre, de Dios, de la familia, de la sociedad toda entera, cambió radical y diametralmente las bases del sistema social greco-romano.
Sin embargo, el renacimiento de la civilización antigua de entre las ruinas del Imperio Romano y la formación de los Estados modernos, conservaron o revivieron los cimientos de la civilización pasada y muerta, no ya en el interés de los Estados mismos, todavía informes, sino en la majestad de sus gobernantes, en quienes se personificaban la majestad, la omnipotencia y autoridad de la Patria.
De ahí el despotismo de los reyes absolutos que surgieron de la feudalidad de la Europa regenerada por el cristianismo.
El Estado, o la Patria, continuó siendo omnipotente respecto de la persona de cada uno de sus miembros; pero la Patria personificada en sus monarcas o soberanos, no en sus pueblos.
La omnipotencia de los reyes tomó el lugar de la omnipotencia del Estado o de la Patria.
Los que no dijeron: «El Estado soy yo”, lo pensaron y creyeron como el que lo dijo.
Sublevados contra los reyes los pueblos, los reemplazaron en el ejercicio del poder de la Patria, que al fin era más legítimo en cuanto a su origen. La soberanía del pueblo tomó el lugar de la soberanía de los monarcas aunque teóricamente.
La Patria fue todo y el único poder de derecho, pero conservando la índole originaria de su poder absoluto y omnímodo sobre la persona de cada uno de sus miembros; la omnipotencia de la Patria misma siguió siendo la negación de la libertad del individuo en la república, como lo había sido en la monarquía; y la sociedad cristiana y moderna, en que el hombre y sus derechos son teóricamente lo principal, siguió en realidad gobernándose por las reglas de las sociedades antiguas y paganas, en que la Patria era la negación más absoluta de la libertad.
Divorciado con la libertad, el patriotismo se unió con la gloria, entendida como los griegos y los romanos la entendieron.
Esta es la condición presente de las sociedades de origen greco-romano en ambos mundos.
Sus individuos, más bien que libres, son los siervos de la Patria.
La Patria es libre, en cuanto no depende del extranjero: pero el individuo carece de libertad, en cuanto depende del Estado de un modo omnímodo y absoluto. La Patria es libre, en cuanto absorbe y monopoliza las libertades de todos sus individuos; pero sus individuos no lo son porque el Gobierno les tiene todas sus libertades.
Tal es el régimen social que ha producido la Revolución Francesa, y tal la sociedad política que en la América greco-latina de raza han producido el ejemplo y repetición, que dura hasta el presente, de la Revolución Francesa.
El “Contrato social” de Rousseau, convertido en catecismo de nuestra revolución por su ilustre corifeo el doctor Moreno, ha gobernado a nuestra sociedad, en que el ciudadano ha seguido siendo una pertenencia del Estado o de la Patria, encarnada y personificada en sus Gobiernos, como representantes naturales de la majestad del Estado omnipotente.
La omnipotencia del Estado, ejercida según las reglas de las sociedades antiguas de Grecia y Roma, ha sido la razón de ser de sus representantes los Gobiernos, llamados libres sólo porque dejaron de emanar del extranjero.
Otro fue el destino y la condición de la sociedad que puebla la América del Norte.
Esa sociedad, radicalmente diferente de la nuestra, debió al origen trasatlántico de sus habitantes sajones la dirección y complexión de su régimen político de gobierno, en que la libertad de la patria tuvo por límite la libertad sagrada del individuo. Los derechos del hombre equilibraron allí en su valor a los derechos de la Patria, y si el Estado fue libre del extranjero, los individuos no lo fueron menos respecto del Estado. Eso fue en Europa la sociedad anglo-sajona y eso fue en Norte-América la sociedad anglo-americana, caracterizadas ambas por el desarrollo soberano de la libertad individual, más que por la libertad exterior o independencia del Estado, debida mayormente a su geografía insular en Inglaterra y a su aislamiento trasatlántico en Estados Unidos.
La libertad en ambos pueblos sajones no consistió en ser independiente del extranjero, sino en ser cada ciudadano independiente de su Gobierno patrio.
Los hombres fueron libres porque el Estado, el poder de su Gobierno no fue omnipotente, y el Estado tuvo un poder limitado por la esfera de la libertad o el poder de sus miembros a causa de que su Gobierno no tuvo por modelo el de las sociedades griega y romana.
Montesquieu ha dicho que la Constitución inglesa salió de los bosques de la Germania, en lo que tal vez quiso decir que los destructores germanos del imperio romano fueron libres porque su Gobierno no fue de origen ni tipo latino.
A la libertad del individuo, que es la libertad por excelencia, debieron los pueblos del Norte la opulencia que los distingue.
Los pueblos del Norte no han debido su opulencia y grandeza al poder de sus Gobiernos, si no al poder de sus individuos. Son el producto del egoísmo más que del patriotismo. Haciendo su propia grandeza particular, cada individuo contribuyó a labrar la de su país. [1]
Este aviso interesa altamente a la salvación de las Repúblicas americanas de origen latino.
Sus destinos futuros deberán su salvación al individualismo, o no los verán jamás salvados si esperan que alguien los salve por patriotismo.
El egoísmo bien entendido de los ciudadanos sólo es un vicio para el egoísmo de los Gobiernos que personifican a los Estados. En realidad, el afán del propio engrandecimiento es el afán virtuoso de la propia grandeza del individuo, como factor fundamental que es del orden social, de la familia, de la propiedad, del hogar, del poder y bienestar de cada hombre.
Las sociedades que esperan su felicidad de la mano de sus Gobiernos esperan una cosa que es contraria a la naturaleza. Por la naturaleza de las cosas, cada hombre tiene el encargo providencial de su propio bienestar y progreso, porque nadie puede amar el engrandecimiento de otro como el suyo propio; no hay medio más poderoso y eficaz de hacer la grandeza del cuerpo social que dejar a cada uno de sus miembros individuales el cuidado y poder pleno de labrar su personal engrandecimiento.
Ese es el orden de la naturaleza, y por eso es el mejor y más fecundo en bienes reales. De ello es un testimonio la historia de las sociedades sajonas del Norte de ambos mundos.
Los Estados son ricos por la labor de sus individuos, y su labor es fecunda porque el hombre es libre, es decir, dueño y señor de su persona, de sus bienes, de su vida, de su hogar.
Cuando el pueblo de esas sociedades necesita alguna obra o mejoramiento de público interés, sus hombres se miran unos a otros, se buscan, se reúnen, discuten, ponen de acuerdo sus voluntades y obran por sí mismos en la ejecución del trabajo que sus comunes intereses necesitan ver satisfecho.
En los pueblos latinos de origen los individuos que necesitan un trabajo de mejoramiento general alzan los ojos al Gobierno, suplican, lo esperan todo de su intervención y se quedan sin agua, sin luz, sin comercio, sin puentes, sin muelles, si el Gobierno no se los da todo hecho.
Pero no debemos olvidar que no fue griego ni romano todo el origen de la omnipotencia del Estado y de su Gobierno entre nosotros sudamericanos. En todo caso no sería ése sino el origen mediato, pues el inmediato origen de la omnipotencia en que se ahogan nuestras libertades individuales fue el organismo que España dio a sus Estados coloniales en el Nuevo Mundo, cuyo organismo no fue diferente en ese punto del que España se dio a sí misma en el Viejo Mundo.
Así, la raíz y origen de nuestras tiranías modernas en Sudamérica es no solamente nuestro origen remoto o greco-romano, sino también nuestro origen inmediato y moderno de carácter español.
La España nos dio la complexión que debía ella misma a su pasado de colonia romana que fue antes de ser provincia romana.
La Patria en sus nociones territoriales absorbió siempre al individuo y se personificó en sus gobiernos el derecho divino y sagrado que eclipsaron del todo los derechos del hombre.
La omnipotencia del Estado o el poder omnímodo e ilimitado de la Patria respecto de los individuos que son sus miembros tiene por consecuencia necesaria la omnipotencia del Gobierno en que el Estado se personifica, es decir, el despotismo puro y simple.
Y no hay más medio de conseguir que el Gobierno deje o no llegue a ser omnipotente sobre los individuos de que el Estado se compone, sino haciendo que el Estado mismo deje de ser ilimitado en su poder respecto del individuo, factor elemental de su pueblo. Un ejemplo de esto: cuando el gobernador de Buenos Aires recibió en 1835 de los representantes del Estado la suma de sus poderes públicos, no lo tuvo por la ley, que aparentó discernírselo. La ley, lejos de ser causa y origen de ese poder, tuvo por razón de ser y causa a ese poder mismo que ya existía en manos del jefe del Estado omnipotente por la Ordenanza de Intendentes, constitución española del Virreinato de Buenos Aires, según cuyas palabras, debía continuar el Virrey gobernador y capitán general con el poder omnímodo y las facultades extraordinarias que le daban esa constitución y las Leyes de Indias de su referencia.
La contextura que el Gobierno hispano-argentino recibió de esa legislación es la que sus leyes ulteriores de la revolución no han reconstruido de hecho hasta hoy en ese punto; y la República como el virreinato colonial, siguió entendiendo el poder de la Patria sobre sus miembros como lo entendieron las antiguas sociedades de Grecia y de Roma.
A pesar de nuestras constituciones modernas, copiadas de las que gobiernan a los países libres de origen sajón, a ningún liberal le ocurriría entre nosotros dudar de que el derecho del individuo debe inclinarse y ceder ante el derecho del Estado en ciertos casos.
La República, por tanto, continuó siendo en este punto gobernada para provecho de los poderes públicos que han reemplazado al poder especial que le dio, siendo su colonia, la contextura y complexión que convenía a su real e imperial beneficio.
La corona de España no fundó sus colonias de América para hacer la riqueza y poder de sus colonos, sino para hacer su negocio y poder propio de la corona misma. Pero para que esta mira no degenerase en un sistema capaz de dar la riqueza y el poder a los colonos, en lugar de darlos al monarca, la colonia recibió la Constitución social y política que debía de hacer a su pueblo un mero instrumento del Real patrimonio, un simple productor fiscal de cuenta de su Gobierno y para su real beneficio.
Sin duda que las Constituciones que regularon después la conducta del Gobierno de la República calificaron de crimen legislativo el acto de dar poderes extraordinarios y omnímodos a sus gobernantes; pero esa magnífica disposición no impidió que la suma de todos los poderes y fuerzas económicas del país quedasen de hecho a la discreción del Gobierno, que puede usar de él por mil medios indirectos.
¿Cómo así?
Si dejáis en manos de la Patria, es decir, del Estado, la suma del poder público, dejáis en manos del Gobierno que representa y obra por el Estado esa suma entera del poder público.
Si lo hacéis por una Constitución, esa Constitución será una máquina productora de un despotismo tiránico que no dejará de aparecer a su tiempo, por la mera razón de existir la máquina que le servirá de causa y ocasión suficiente.
Por Constitución entiendo aquí, no la ley escrita a que damos este nombre, sino la complexión o construcción real de la máquina del Estado.
Si esta máquina es un hecho de la historia del país, en vano la Constitución escrita pretenderá limitar los poderes del Estado respecto del derecho de sus individuos; en el hecho esos poderes seguirán siendo omnipotentes.
Son testimonio confirmatorio de esa observación los Gobiernos republicanos que han reemplazado en la dirección del reciente y moderno Estado al que lo fundó, organizó y condujo por siglos como colonia perteneciente a un Gobierno absoluto y omnímodo.
Mientras la máquina que hace omnipotente el poder del Estado exista viva y palpitante de hecho, bien podría llamarse República libre y representativa por su Constitución escrita: su Constitución histórica y real, guardada en sus entrañas, la hará ser siempre una colonia o patrimonio del Gobierno republicano, sucesor de su Gobierno realista y pasado.
El primer deber de una gran revolución, hecha con la pretensión de cambiar de régimen social de gobierno, es cambiar la contextura social que tuvo por objeto hacer del pueblo colonial una máquina fiscal productora de fuerza y de provecho en servicio de su dueño y fundador metropolitano. De otro modo, las rentas y productos de la tierra y del trabajo anual del pueblo seguirían yendo bajo la república nominal adonde fuesen bajo la monarquía efectiva: ¿adónde, por ejemplo?; a todas partes menos, a manos del pueblo.
Las viejas arcas que eran recipientes del real tesoro se perderán como las aguas de un río que se derrama y resume en los campos o se disipa en acequias que van a regar los vergeles de la clase o porción del pueblo a quien ha cabido el privilegio de seguir ocupando la esfera del antiguo poder metropolitano, en lo que es el goce de los beneficios que la real máquina seguirá haciendo del suelo y trabajo del país.
En las manos de esa porción o clase privilegiada del país oficial seguirá existiendo el poder y la libertad de que seguirán viéndose excluidos y privados los pueblos, sucesores nominales de los antiguos soberanos.
No será el Estado, sino su representante (que es el Gobierno del Estado), el que seguirá ejerciendo y gozando la omnipotencia de los medios y poderes entregados a la Patria por la maquinaria del viejo edificio primitivo y colonial persistente.
Pero dejar en manos del Gobierno de la Patria todo el poder público adjudicado a la Patria misma, es dejar a todos los ciudadanos que componen el pueblo de la Patria sin el poder individual en que consiste la libertad individual, que es toda y la real libertad de los países que se gobiernan, que se educan, que se enriquecen y engrandecen así mismos, por la mano de sus particulares, no de sus Gobiernos.
«Los antiguos», dice Coulanges, «habían dado tal poder al Estado, que el día en que un tirano tomaba en sus manos esta omnipotencia, los hombres no tenían ya ninguna garantía contra él, y él era realmente el señor de su vida y de su fortuna.”
De las consideraciones que preceden se deduce que el despotismo y la tiranía frecuente de los países de Sudamérica, no residen en el déspota y en el tirano, sino en la máquina o construcción mecánica del Estado, por la cual todo el poder de sus individuos, refundido y condensado, cede en provecho de su Gobierno y queda en manos de su institución. El déspota y el tirano son el efecto y el resultado, no la causa de la omnipotencia de los medios y fuerzas económicas del país puestas en poder del establecimiento de su Gobierno y del círculo personal que personifican al Estado por la maquinaria del Estado mismo. Sumergida y ahogada la libertad de los individuos en ese caudal de poder público ilimitado y omnipotente, resulta de ello que la tiranía de la Patria, omnímoda y omnipotente, es ejercida en nombre de un patriotismo tras del cual vive eclipsada la libertad del individuo, que es la libertad patriótica por excelencia.
Así se explica que en las sociedades antiguas de la Grecia y de Italia, en que ese orden de cosas era de ley fundamental, las libertades individuales de vida, de conducta, de pensamiento, la opinión, fueron del todo desconocidas. El patriotismo tenía entonces en esas sociedades el lugar que tiene el liberalismo en las sociedades actuales de tipo y de origen sajón. El despotismo recibía su sanción y excusa del patriotismo del Gobierno omnipotente en que la Patria estaba personificada.
La razón de esa omnipotencia de la Patria entre los antiguos es digna de tenerse siempre presente por los pueblos modernos, que toman por modelos a esos organismos muertos, de índole, de principios y de propósitos radical y esencialmente opuestos.
¿Qué era, en efecto, la Patria y el patriotismo, en el sistema social y político de las antiguas sociedades de Grecia y Roma? Insistamos en explicarlo.
La palabra Patria, entre los antiguos, según De Coulanges, significaba la tierra de los padres, tierra Patria. La patria de cada hombre, era la parte del suelo que su religión doméstica o nacional había santificado, la tierra en que estaban depositadas las osamentas de sus antecesores y que estaban ocupadas por sus almas. Tierra sagrada de la Patria, decían los griegos. Ese suelo era literalmente sagrado para el hombre de ese tiempo, porque estaba habitado por sus dioses.
Estado, Patria, Ciudad, estas palabras no eran una mera abstracción como en los modernos; representaban realmente todo un conjunto de divinidades locales, con un culto de todos los días y creencias poderosas sobre el alma. Sólo así se explica el patriotismo entre los antiguos; sentimiento enérgico que era para ellos la virtud suprema en que todas las virtudes venían a refundirse.
Una Patria semejante no era para el hombre un mero domicilio. La patria tenía ligado al hombre por vínculo sagrado. Tenía que amarla como se ama a una religión, obedecerla como se obedece a Dios, darse a ella todo entero, cifrar todo en ella, consagrarle su ser. El griego y el romano no morían por desprendimiento en obsequio de un hombre, o por punto de honor; pero a su Patria le debían su vida. Porque si la Patria era atacada, es su religión la que se ataca, decían ellos.
Combatían verdaderamente por sus altares, por sus hogares pro aris et focis; porque si el enemigo se amparaba de la ciudad, sus altares eran derribados, sus fogones extinguidos, sus tumbas profanadas, sus dioses destruidos, su culto despedazado. El amor a la Patria era la piedad misma de los antiguos. Para ellos, Dios no estaba en todas partes. Los dioses de cada hombre eran aquellos que habitaban su casa, su ciudad, su cantón. [2]
El desterrado dejando a su Patria tras sí, dejaba también sus dioses. Pero como la religión era la fuente de que emanaban sus derechos civiles, el desterrado perdía todo esto, perdiendo la religión de su país por el hecho de su destierro, no tenía ya derecho de propiedad. Sus bienes eran todos confiscados en provecho de los dioses y del Estado. No teniendo culto no tenía ya familia, dejaba de ser marido y padre-.
El destierro de la Patria no parecía un suplicio más tolerable que la muerte. Los jurisconsultos romanos le llamaban pena capital. [3]
¿De dónde nacían estas nociones sobre Patria y patriotismo?
Era que la ciudad había sido fundada en una religión y constituida como una iglesia. De ahí la fuerza, la omnipotencia y absoluto imperio que la Patria ejercía sobre sus miembros. Se concibe que en una sociedad establecida sobre tales principios la libertad individual no pudiese existir. No había nada en el hombre que fuese independiente. Ni su vida privada escapaba a esta omnipotencia del Estado.
Los antiguos no conocían, pues, ni la libertad de la vida privada, ni la libertad de educación, ni la libertad religiosa. La persona humana era contada por muy poca cosa delante de esa autoridad santa y casi divina que se llamaba la Patria o el Estado.
No era extraño, según estos precedentes históricos, que, tergiversados en su sentido, indujesen a los revolucionarios franceses del siglo pasado, imitadores inconscientes de la antigua sociedad de Grecia y de Roma, imitasen con exaltación esos modelos muertos.
La funesta máxima revolucionaria de que la salud del Estado es la ley suprema de la sociedad, fue formulada por la antigüedad griega y romana.
Se pensaba entonces que el derecho, la justicia, la moral, todo debía ceder ante el interés de la Patria.
No ha habido, pues, un error más grande que el de creer que en las ciudades antiguas el hombre disfrutara de la libertad. Ni la idea siquiera tenían de ella. No creían que pudiese existir derecho alguno en oposición a la ciudad y sus dioses.
Es verdad que revoluciones ulteriores cambiaron esa forma de Gobierno; pero la naturaleza del Estado quedó casi la misma. El Gobierno se llamó sucesivamente monarquía, aristocracia, democracia; pero ninguna de esas revoluciones dio a los hombres la verdadera libertad, que es la libertad individual.
Tener derechos políticos, votar, nombrar o elegir magistrados, poder ser uno de ellos, es todo lo que se llamaba libertad; pero el hombre no continuaba menos avasallado al Estado que antes lo estuvo.
Concibiese que hablando de una antigüedad tan remota y desconocida, con esta seguridad, yo me apoyé en autoridades que han hecho una especialidad de su estudio casi técnico. La que dejé explicada, por ejemplo, pertenece a una de las más grandes capacidades de la Escuela Normal de Francia.
No es que la erudición alemana sea menos competente para interpretar a la antigüedad en materia de instituciones sociales, sino que la de un país latino, como Francia, es más comprensible para la América del mismo origen, que ha imitado en su revolución sus mismos errores y caído en sus mismos escollos, de que la ciencia moderna de los franceses comienza a darse cuenta por la pluma de pensadores como A. de Tocqueville, de Coulanges, de Taine, desde algunos años a esta parte.
Pero ahí no quedaron las cosas del naciente orden de las sociedades civilizadas de la Europa cristiana. Ya desde antes que la grande y definitiva religión produjese como su obra a la sociedad moderna, la misma sociedad antigua había empezado a cambiar con la madurez y progreso natural de las ideas, sus instituciones y reglas de gobierno
De esto, sin embargo, parecen no darse bastante cuenta los pueblos actuales que han buscado en la restauración o renacimiento de la antigüedad civilizada los elementos y base de organización de la sociedad moderna.
El Estado había estado ligado estrechamente a la religión, procedía de ella y se confundía con ella.
or eso es que en la ciudad primitiva todas las instituciones políticas habían sido instituciones religiosas. [4]
Las fiestas habían sido ceremonias del culto; las leyes habían sido fórmulas sagradas; los reyes y los magistrados habían sido sacerdotes. Es por eso mismo que la libertad individual había sido desconocida y que el hombre no había podido sustraer su conciencia misma a la omnipotencia de la ciudad. Es por ello, en fin, que el Estado había quedado limitado a las proporciones de una villa, sin poder salvar el recinto que sus dioses nacionales le habían trazado en su origen.
Cada ciudad tenia no sólo su independencia, sino también su culto y su código. La religión, el derecho, el gobierno, todo era municipal. La ciudad era la única fuerza viva; nada otra cosa más arriba, nada más abajo; es decir, ni unidad nacional, ni libertad individual.
Pero este régimen desapareció con el desarrollo del espíritu humano, y el principio de la asociación de los hombres, una vez cambiado, tanto el gobierno como la religión y el derecho perdieron ese carácter municipal que habían tenido en la antigüedad.
Un nuevo principio, la filosofía de los estoicos, ensanchando las nociones de la humana asociación, emancipó al individuo. No quiso ya que la persona humana fuese sacrificada al Estado. Este gran principio, que la antigua ciudad había desconocido, debía ser un día la más santa de las reglas de la política de todos los tiempos.
Se comenzó entonces a comprender que había otros deberes hacia la Patria o el Estado; otras virtudes que las virtudes cívicas. El alma se ligó a otros objetos que a la Patria. La ciudad antigua había sido tan poderosa y tan tiránica, que de ella había hecho el hombre el fin de todo su trabajo y de todas sus virtudes; la Patria había sido la regla de lo bello y de lo humano, y no había heroísmo sino para ella.
En medio de los cambios que se habían producido en las instituciones, en las costumbres, en las creencias, en el derecho, el patriotismo mismo había cambiado de naturaleza, y es una de las cosas que más contribuyeron a los grandes progresos de Roma.
No hay que olvidar lo que había sido el sentimiento del patriotismo en la primera edad de las ciudades griegas y romanas. Formaba parte de la religión de aquellos tiempos; se amaba a la Patria porque se amaba a sus dioses protectores, porque en ella se hallaba su altar, un fuego divino, fiestas, plegarias, himnos, y porque fuera de la Patria no había ni dioses ni culto. Tal patrio-sistema era una fe, un sentimiento piadoso. Pero cuando la casta sacerdotal perdió su dominación, esa clase de patriotismo desapareció de la ciudad con ella. El amor de la ciudad no pereció, pero tomó una forma nueva.
No se amó ya a la Patria por su religión y sus dioses: se la amó solamente por sus leyes, por sus instituciones, por los derechos y la seguridad que ella acordaba a sus miembros.
Ese patriotismo nuevo no tuvo los efectos que el de los viejos tiempos. Como el corazón no se apegaba ya al altar, a los dioses protectores, al suelo sagrado, sino únicamente a las instituciones y a las leyes, que en el estado de estabilidad en que todas las ideas se encontraban entonces cambiaban frecuentemente, el patriotismo se volvió un sentimiento variable e inconstante, que dependió de las circunstancias y estuvo sujeto a iguales fluctuaciones que el gobierno mismo.
Ya no se amó la Patria sino en tanto que se amaba el régimen político que prevalecía en ella a la sazón. El que encontraba malas sus leyes no tenía ya vínculo que lo apegase a ella.
El patriotismo municipal se debilitó de ese modo y pereció en las almas. La opinión de cada uno le fue más sagrada que su Patria, y el triunfo de su partido le vino a ser más caro que la grandeza o gloria de su ciudad. Cada uno vino a preferir sobre su ciudad natal, si allí no hallaba las instituciones que él amaba, a tal otra ciudad en que veía esas instituciones en vigor. Entonces se comenzó a emigrar más voluntariamente, se temió menos el destierro. Ya no se pensaba en los dioses protectores y se acostumbraban fácilmente a separarse de la Patria.
Se buscó la alianza de una ciudad enemiga para hacer triunfar su partido en la propia.
Pocos griegos había que no estuviesen prontos a sacrificar la independencia municipal para tener la constitución que ellos preferían.
En cuanto a los hombres honestos y escrupulosos, las disensiones perpetuas de que eran testigos les daban el disgusto del régimen local o municipal. No podían, en efecto, gustar de una forma de sociedad en que era preciso batirse todos los días, en que el pobre y el rico estaban siempre en guerra.
Se empezaba a sentir la necesidad de salir del sistema municipal para llegar a otra forma de gobierno que el de la ciudad o local. Muchos hombres pensaban, al menos, en establecer más arriba de las ciudades una especie de poder soberano que velase en el mantenimiento del orden y que obligase a esas pequeñas ciudades turbulentas a vivir en paz.
En Italia no se pasaban las cosas de otro modo que en Roma.
Esa disposición centralista de los espíritus hicieron la fortuna de Roma, dice De Coulanges.
La moral de la historia de ese tiempo es que Roma no hubiese alcanzado la grandeza que la puso a la cabeza del mundo, si no hubiese salido del espíritu local o municipal, y si el patriotismo nacional no hubiese reemplazado al patriotismo local o provincial. [5]
Así se diseñaban dos cambios en el prospecto de la humanidad, que debían conducir a la concepción de una autoridad nacional y suprema, más alta que la del estado municipal y que la libertad del hombre erigida en faz de la Patria y del Estado, como formando un contrafuerte de su edificio.
Así el patriotismo grande ni chico no marcó el último progreso de la humana sociedad.
Faltaba la aparición y el reinado del individualismo, es decir, de la libertad del hombre, levantada y establecida a la faz de la Patria y del patriotismo, como existiendo con ellos armónicamente.
Fue el carácter y distintivo que las sociedades libres y modernas tomaron del espíritu y de la influencia del cristianismo, fuente y origen de la moderna libertad humana, que ha transformado al mundo.
Se puede decir con verdad que la sociedad de nuestros días debe al individualismo, así entendido, los progresos de su civilización. En este sentido, no es temerario establecer que el mundo civilizado y libre es la obra del egoísmo individual, cristianamente entendido: Ama a Dios sobre todo, enseñó él, y a tu prójimo como a ti mismo, santificando de este modo el amor de sí a la par del amor del hombre.
No son las libertades de la Patria las que han engrandecido a las naciones modernas, sino las libertades individuales con que el hombre ha creado y labrado su propia grandeza personal, factor elemental de la grandeza de las naciones realmente grandes y libres, que son las del Norte de ambos mundos.
“La iniciativa privada ha hecho mucho y bien” dice Herbert Spencer.
“La iniciativa privada ha desmontado, desaguado, fertilizado nuestras campiñas y edificado nuestras ciudades; ella ha descubierto y explotado minas, trazado rutas, abierto canales, construido caminos de hierro con sus trabajos de arte; ella ha inventado y llevado a su perfección el arado, el oficio de tejer, la máquina de vapor, la prensa, innumerables máquinas; ha construido nuestros bajeles, nuestras inmensas manufacturas, los recipientes de nuestros puertos; ella ha formado los Bancos, las Compañías de seguros, los periódicos, ha cubierto la mar de una red de líneas de vapor, y la tierra de una red eléctrica. La iniciativa privada ha conducido la agricultura, la industria y el comercio a la prosperidad presente, y actualmente la impele en la misma vía con rapidez creciente. ¿Por eso desconfiáis de la iniciativa privada?” [6]
Todo eso ha sido hecho por el egoísmo, es decir, por el individualismo, tanto en Inglaterra como en nuestra América más o menos. Todo al menos puede ser hecho en nuestros países por esos mismos egoístas de la Europa entrados en nuestro suelo como emigrados, a condición de que les demos aquí la libertad individual, es decir, la seguridad que allí tienen por las leyes (porque esa libertad allí significa seguridad, si Montesquieu no ha entendido mal las instituciones inglesas).
¿Acaso en nuestro país mismo ha sucedido otra cosa que en Inglaterra? ¿A quién si no a la iniciativa privada es debida la opulencia de nuestra industria rural, que es el manantial de la fortuna del Estado y de los particulares.
¿Han hecho más por ella nuestros mejores Gobiernos, que la energía, perseverancia y buena conducta de nuestros agricultores afamados a justo título?
Si hay estatuas que se echen de menos en nuestras plazas son las de esos modestos obreros de nuestra grandeza rural, sin la cual fuera estéril la gloria de nuestra independencia nacional.
Al contrario ha sucedido con frecuencia: toda la cooperación que el Estado ha podido dar al progreso de nuestra riqueza debía consistir en la seguridad y en la defensa de las garantías protectoras de las vidas, personas, propiedades, industria y paz de sus habitantes; pero eso es cabalmente lo que ha interrumpido las frecuentes guerras y revoluciones, que no han sido obra de los particulares.
Las más veces en Sudamérica las revoluciones y asonadas son oficiales, es decir, productos de la iniciativa del Estado.
Después de leer el discípulo, leamos al maestro de Herbert Spencer – al autor de la Riqueza de las Naciones -, Adam Smith, que la ve nacer toda entera en su formación natural de la iniciativa inteligente y libre de los individuos:
“Es a veces la prodigalidad y la mala conducta pública, jamás la de los particulares, las que empobrecen a una nación. Todo o casi todo el rédito público es empleado en muchos países en el sostén de gentes no productoras. Tales son esas que componen una corte numerosa y brillante, un grande establecimiento eclesiástico, grandes escuadras y grandes ejércitos, que en tiempos de paz no producen nada, y que en tiempo de guerra no adquieren nada que pueda compensar solamente lo que cuesta su mantenimiento mientras ella dura. Allí todas las gentes que no producen nada por sí mismas son mantenidas por el producto del trabajo de los otros”.
“El esfuerzo constante, uniforme y no interrumpido de cada particular para mejorar su condición, principio de donde emana originariamente la opulencia pública y nacional, tanto como la opulencia particular, es a menudo bastante fuerte para hacer marchar las cosas de mejor en mejor, y para mantener en progreso natural, a pesar de la extravagancia del gobierno y de los más grandes errores de la administración”.
“Semejante al principio desconocido de la vida animal, él restaura comúnmente la salud y el vigor de la constitución, en despique no solamente de la enfermedad sino de las absurdas recetas del médico. [7]
“EI producto anual de sus tierras y de su trabajo (de Inglaterra) es sin contradicción mucho más grande al presente, que no lo era en tiempo de la restauración o de la revolución. El capital empleado en cultivar esas tierras y en hacer marchar ese trabajo debe, pues, ser igualmente mucho más grande. En medio de todas las exacciones del Gobierno, ese capital se ha acumulado en silencio y gradualmente, por la economía y la buena conducta particular de los individuos y por el esfuerzo universal, continuo y no interrumpido, que han hecho ellos para mejorar su condición”.
“Este esfuerzo, protegido por las leyes y por la libertad de emplear su energía de la manera más ventajosa, es lo que ha sostenido los progresos de la Inglaterra hacia la opulencia y a la mejora en casi todas las épocas que han precedido, y lo que los sostendrán todavía, como es de esperar, en todos los tiempos que se sucederán”.
Resulta de las observaciones contenidas en este estudio que lo que entendemos por Patria y patriotismo habitualmente son bases y puntos de partida muy peligrosos para la organización de un país libre, por lejos de conducir a la libertad, puede llevarnos al polo opuesto, es decir, al despotismo, por poco que el camino se equivoque.
Es muy simple el camino por donde el extremo amor a la Patria puede alejar de la libertad del hombre y conducir al despotismo patrio del Estado. El que ama a la Patria sobre todas las cosas no está lejos de darle todos los poderes y hacerla omnipotente. Pero la omnipotencia de la Patria o del Estado es la exclusión y negación de la libertad individual, es decir, de la libertad del hombre, que no es en sí misma sino un poder moderador del poder del Estado.
La libertad individual es el límite sagrado en que termina la autoridad de la Patria.
La omnipotencia de la Patria o del Estado es toda la causa y razón de ser de la omnipotencia del gobierno de la Patria, que le sirve de personificación o representación en la acción de su poder soberano.
Así es como se ha visto invocar el patriotismo y la Patria a la Convención francesa de 1793 y a la Dictadura de Buenos Aires de 1840, en todas las violencias con que han sido holladas las libertades individuales del hombre para el uso y posesión de su vida, de su hogar, de su opinión, de su palabra, de su voto, de su conducta, de su domicilio y locomoción.
Todos los crímenes públicos contra la libertad del hombre han podido ser cometidos; no sólo impune, sino legalmente, en nombre de la Patria omnipotente, invocada por su gobierno omnímodo.
La libertad del hombre puede ser no solamente incompatible con la libertad de la Patria, sino que la primera puede ser desconocida y devorada por la otra. Son dos libertades diferentes que a menudo están reñidas y en divorcio. La libertad de la Patria es la independencia respecto de todo país extranjero. La libertad del hombre es la independencia del individuo respecto del gobierno de su país propio.
La libertad de la Patria es compatible con la más grande tiranía, y pueden coexistir en el mismo país. La libertad del individuo deja de existir por el hecho mismo de asumir la Patria la omnipotencia del país.
La libertad individual significa literalmente ausencia de todo poder omnipotente y omnímodo en el Estado y en el gobierno del Estado
Las dos libertades no son igualmente fecundas en su poder fecundante de la civilización y del progreso de las naciones. La omnipotencia o despotismo de la Patria, para ser fecundo en bienes públicos, necesita dos cosas:
Primera, ser ilustrado; segunda, ser honesto y justo. En Estados nuevos, que ensayan recién la constitución de sus gobiernos libres, la omnipotencia de la Patria es estéril, y la de su gobierno es destructora. La libertad del individuo en tales casos es la madre y nodriza de todos los adelantos del país, porque su pueblo abunda en extranjeros inmigrados que han traído al país la inteligencia y la buena voluntad de mejorar su condición individual mediante la libertad individual que sus leyes le prometen y aseguran. En países que han sido colonias de gobiernos de nueva creación son débiles e ininteligentes para labrar el progreso de su civilización.
La omnipotencia de la patria es excluyente no sólo de toda libertad, sino de todo progreso público, porque el obrero favorito de este progreso es el individuo particular que sabe usar de su energía y de su poder naturales, para conservar y mejorar su persona, su fortuna y su condición de hombre civilizado.
Ahora bien, como la masa o conjunto de esos individuos particulares es lo que se denomina pueblo en acepción vulgar de esta palabra, se sigue que es el pueblo y no el Gobierno a quien está entregado por las condiciones de la sociedad sudamericana, la obra gradual de su progreso y civilización. Y la máquina favorita del pueblo para llevar a cabo esa elaboración es la libertad civil o social distribuida por igual entre sus individuos nativos y extranjeros, que forman la asociación o pueblo sudamericano.
Si esta ley natural y fatal de propio engrandecimiento individual se denomina egoísmo, forzoso es admitir que el egoísmo está llamado a preceder al patriotismo en la jerarquía de los obreros y servidores del progreso nacional.
Los adelantos del país deben marchar necesariamente en proporción directa del número de sus egoístas inteligentes, laboriosos y enérgicos, y de las facilidades y garantías que su egoísmo fecundo y civilizador encuentra para ejercerse y desenvolverse.
La sociedad sudamericana estaría salvada y asegurada en su porvenir de libertad y de progreso, desde que fuese el egoísmo inteligente y no el patriotismo egoísta el llamado a construir y edificar el edificio de las Repúblicas de Sudamérica.
Y como no es natural que el egoísmo sano descuide el trabajo de su propio engrandecimiento individual, so pena de dañar a su interés cardinal, se puede decir con verdad perfecta que el progreso futuro de Sudamérica está garantizado y asegurado por el hecho de quedar bajo el protectorado vigilante del egoísmo individual que nunca duerme.
La omnipotencia de la patria, convertida fatalmente en omnipotencia del Gobierno en que ella se personaliza, es no solamente la negación de la libertad, sino también la negación del progreso social, porque ella suprime la iniciativa privada en la obra de ese progreso. El Estado absorbe toda la actividad de los individuos, cuando tiene absorbidos todos sus medios y trabajos de mejoramiento. Para llevar a cabo la absorción, el Estado engancha en las filas de sus empleados a los individuos que serían más capaces entregados a sí mismos.
En todo interviene el Estado y todo se hace por su iniciativa en la gestión de sus intereses públicos. El Estado se hace fabricante, constructor, empresario, banquero, comerciante, editor y se distrae así de su mandato esencial y único, que es proteger a los individuos de que se compone contra toda agresión interna y externa. En todas las funciones que no son de la esencia del Gobierno, obra como un ignorante y como un concurrente dañino de los particulares, empeorando el servicio del país, lejos de servirlo mejor.
La materia o servicio de la administración pública se vuelve industria y oficio de vivir para la mitad de los individuos de que se compone la sociedad. El ejercicio de esa industria administrativa y política, que es mero oficio de vivir, toma el nombre de patriotismo, pues toma el aire de servicio a la Patria el servicio que cada individuo se hace hacer por la patria para vivir. Naturalmente toma entonces el semblante de amor a la Patria – gran sentimiento desinteresado por esencia -, el amor a la mano que procura el pan de que se vive. ¿Cómo no amar a la Patria como a su vida, cuando es la Patria la que hace vivir?
Así, el patriotismo no es religión como en los viejos tiempos griegos y romanos, ni es siquiera superstición ni fanatismo. Es muchas veces mera hipocresía en sus pretensiones a la virtud, y en realidad una simple industria de vivir.
Y como los mejores industriales, los más inteligentes y activos son los inmigrantes procedentes de los países civilizados de la Europa, y esos no pueden ejercer la industria-gobierno, por su calidad de extranjeros, el mal desempeño del industrialismo oficial viene a dañarlos a ellos, o a contener su inmigración y perjudicar a los nacionales que no tienen trabajo en los talleres privilegiados de la administración política.
Si más de un joven, en vez de disputarse el honor de recibir un salario como empleado o agente o sirviente asalariado del Estado, prefiriese el de quedar señor de sí mismo en el gobierno de su granja o propiedad rural, la patria quedaría desde entonces colocada en el camino de su grandeza, de su libertad y de su progreso verdadero.
Otro de los grandes inconvenientes de la noción romana de la Patria y del patriotismo para el desarrollo de la libertad es que como la patria era un culto religioso en su origen, ella engendraba el entusiasmo y el fanatismo, es decir, el calor y la pasión que ciegan.
De ahí nuestros cantos a la Patria, entendidos de un modo místico, que han excedido a los cánticos religiosos del patriotismo antiguo y pagano.
El entusiasmo, ha dicho la libre Inglaterra por la pluma de Adam Smith, es el mayor enemigo de la ciencia, fuente de toda civilización y progreso. El entusiasmo es un veneno que, como el opio, hace cerrar los ojos, y ciega el entendimiento; contra él no hay más antídoto que la ciencia, dice el rey de los economistas.
En la América del Sur, envenenada con ese tósigo, el entusiasmo es una calidad recomendable, lejos de ser enfermedad peligrosa. [8]
La libertad es fría y paciente del temperamento racional y reflexiva, no entusiasta, como lo demuestra el ejemplo de los pueblos sajones realmente libres. Los americanos del Norte, como los ingleses y los holandeses, tratan sus negocios políticos, no con el calor que inspiran las cosas religiosas, si no como lo más prosaico de la vida, que son los intereses que la sustentan. Jamás su calor moderno llega al fanatismo.
El entusiasmo engendra la retórica, el lujo del lenguaje, el tono poético, que va tan mal a los negocios, y todas las violencias de la frase, precursoras de las violencias y tiranías de la conducta.
En esas pompas sonoras de la palabra escrita y hablada, que es peculiar del entusiasmo, desaparece la idea, que sólo vive de la reflexión y de la ciencia fría.
De ahí es que los americanos del Norte, los ingleses y los holandeses no conocen esa poesía patriótica, esa literatura política, que se exhala en cantos de guerra, que intimidan y ahuyentan a la libertad en vez de atraerla. Los americanos del Norte no cantan la libertad, pero la practican en silencio.
La libertad para ellos no es una deidad, es una herramienta ordinaria como la barreta y el martillo.
Todo lo que falta a Sudamérica para ser libre como los Estados Unidos es tener el temperamento frío, pacifico, manso y paciente para tratar de resolver los negocios más complicados de la política, que lo es también de los ingleses y los holandeses, el cual no excluye el calor a veces, pero no va jamás hasta el fanatismo que enceguece y extravía. La Francia entra en la libertad a medida que contrae ese temple realmente viril, es decir, frío.
El entusiasmo patrio es un sentimiento peculiar de la guerra, no de la libertad, que se alimenta de la paz. La guerra misma se ha hecho más fecunda desde que ha cambiado el entusiasmo por la ciencia, pero es más hija del entusiasmo que de la ciencia.
¿Por qué vínculo misterioso se han visto hermanadas en la América del Sur las nociones de la Patria, la libertad, el entusiasmo, la gloria, la guerra, la poesía, a que hoy se debe que se traten con tanta pasión las cuestiones públicas que permanecen indecisas precisamente porque no son tratadas con la serenidad y templanza que las haría tan expeditivas y fáciles?
No es difícil concebirlo. Vista la patria como fue considerada por las sociedades griegas y romanas, a cuyos ojos era una institución religiosa y santa, la Patria y su culto llenaron los corazones del entusiasmo inexplicable de las cosas santas. Del entusiasmo al fanatismo la distancia no fue larga. La Patria fue adorada como una especie de divinidad y su culto produjo un entusiasmo ferviente como el de la religión misma. En la independencia natural y esencial de la Patria respecto del extranjero, se hizo consistir toda su libertad, y en su omnipotencia se vio la negación de toda libertad individual capaz de limitar su autoridad divina. Así el guerrero fue el campeón de su libertad contra el extranjero, considerado como enemigo nato de la independencia patria, y la gloria humana consistió en los triunfos de la lucha sostenida en defender la libertad de la Patria contra toda dominación de fuera.
La guerra tomó así su santidad de la santidad de su objeto favorito, que fue la libertad de la Patria, de la defensa de su suelo sagrado y de la santidad de los estandartes, que eran sus símbolos bendecidos de la patria, su suelo y sus altares, entendidos como los griegos y romanos, en su sentido religioso. Consideradas de ese punto de vista las cosas, la Patria fue inseparable de ellas; el entusiasmo que infundían las cosas santas y sagradas. La Patria omnipotente y absoluta absorbió la personalidad del individuo y la libertad de la Patria; eclipsando la libertad del hombre, no dejó otro objeto legítimo y sagrado a la guerra que la defensa de la independencia o libertad de la Patria respecto del extranjero y su omnipotencia respecto del individuo que era miembro de ella.
Así fue como en el nacimiento de los nuevos Estados de Sudamérica, San Martín, Bolívar, Sucre, O’Higgins, los Carrera, Belgrano, Alvear, Pueyrredón, que se habían educado en España y tomado allí sus nociones de patria y libertad, entendiendo la libertad americana a la española, la hicieron consistir toda entera en la independencia de los nuevos Estados respecto de España, como España la había entendido respecto de Francia cuando la guerra con Napoleón I.
Esos grandes hombres fueron sin duda campeones de la libertad de América, pero de la libertad en el sentido de la independencia de la Patria respecto de España; y si no defendieron también la omnipotencia de la Patria respecto de sus miembros individuales, tampoco defendieron la libertad individual entendida como límite del poder de la patria o del Estado, porque no comprendieron ni conocieron la libertad en ese sentido, que es su sentido más precioso. ¿Dónde, de quién podían haberla aprendido? ¿De España, que jamás la conoció en el tiempo en que ellos se educaron allí?
Washington y sus contemporáneos no estuvieron en ese caso, sino en el caso opuesto. Ellos conocían mejor la libertad individual que la independencia de su país, porque habían nacido, crecido y vivido desde su cuna, disfrutando de la libertad del hombre bajo la misma dependencia de la libre Inglaterra.
Así fue que, después de conquistar la independencia de su Patria, los individuos que eran miembros de ella se encontraron tan libres como habían sido desde la fundación de esos pueblos, y su constitución de nación independiente no hizo cambiar sino confirmar sus viejas libertades anteriores, que ya conocían y manejaban como veteranos de la libertad.
La gloria de nuestros grandes hombres fue más deslumbrante porque nació del entusiasmo que produjeron la guerra y las victorias de la independencia de la Patria, que nació omnipotente respecto de sus individuos, como lo había sido la madre Patria bajo el régimen omnímodo del gobierno de sus reyes, en que la Patria se personificaba. La gloria omnipotente de nuestros grandes guerreros de la independencia, como nacía del entusiasmo por la Patria, que había sido todo su objeto, porque la entendía en el sentido casi divino que tuvo en la vieja Roma y en la vieja España, la gloria de nuestras grandes personalidades históricas de la guerra de la independencia de la patria continuó eclipsando a la verdadera libertad, que es la libertad del hombre, llegando el entusiasmo por esos hombres simbólicos hasta tomar a la libertad de sus altares mismos.
Este es el terreno en que se han mantenido hasta aquí la dirección de nuestra política orgánica y nuestra literatura política y social, en que las libertades de la Patria han eclipsado y hecho olvidar las libertades del individuo, que es el factor y unidad de que la Patria está formada.
¿De dónde deriva su importancia la libertad individual? De su acción en el progreso de las naciones.
Es una libertad multíplice o multiforme, que se descompone y ejerce bajo estas diversas formas:
– Libertad de querer, optar y elegir.
– Libertad de pensar, de hablar, escribir, opinar y publicar.
– Libertad de obrar y proceder.
– Libertad de trabajar, de adquirir y disponer de lo suyo.
– Libertad de estar o de irse, de salir y entrar en su país, de locomoción y de circulación.
– Libertad de conciencia y de culto.
– Libertad de emigrar y de no moverse de su país.
– Libertad de testar, de contratar, de enajenar, de producir y adquirir.
Como ella encierra el círculo de la actividad humana, la libertad individual, que es la capital libertad del hombre, es la obrera principal e inmediata de todos sus progresos, de todas sus mejoras, de todas las conquistas de la civilización en todas y cada una de las naciones.
Pero la rival más terrible de esa hada de los pueblos civilizados es la Patria omnipotente y omnímoda, que vive personificada fatalmente en Gobiernos omnímodos y omnipotentes, que no la quieren porque es límite sagrado de su omnipotencia misma.
Conviene, sin embargo, no olvidar que así como la libertad individual es la nodriza de la patria, así la libertad de la Patria es el paladino de las libertades del hombre, que es miembro esencial de esa Patria. Pero ¿cuál puede ser la Patria más interesada en conservar nuestros personales derechos, sino aquella de que nuestra persona es parte y unidad elemental?
Por decirlo todo en una palabra final, la libertad de la Patria es una faz de la libertad del hombre civilizado, fundamento y término de todo el edificio social de la humana raza.
NOTAS
[1] “Riqueza de las Naciones”, por Adam Smith, 1776.[2] De Coulanges. “Cité antique”.[3] De Coulanges. “Cité antique”.[4] “Cité antique”, pág. 415[5] De Coulanges, Libro V. Cap. II.[6] “Ensayos de Moral, Ciencia y Estética”, por Herbert Spencer.[7] Adam Smith. “Riqueza de las Naciones”, Libro II, Cap. V.[8] Adam Smith. “Riqueza de las Naciones”, Libro V, Cap. I.
Discurso leído ante la Facultad de Leyes de la Universidad de Chile para obtener el grado de Licenciado por Juan B. Alberdi, abogado ex la República del Uruguay [1844]
«Los congresos generales, ha dicho el abate De-Pradt, son en materias políticas, lo que las juntas de médicos en la curación de las enfermedades. Sus dictámenes pueden carecer de eficacia y acierto; pero su reunión supone siempre la presencia de un mal.
Un malestar social y político aflige efectivamente a los pueblos de Sudamérica desde que disuelto el antiguo edificio de su vida general, trabajan y conspiran por el establecimiento del que debe sucederle. Todos sienten que las cosas no están como deben estar: una necesidad vaga de mejor orden de cosas se hace experimentar en todos los espíritus. Exuberantes de juventud y fuerzas de vitalidad, dotados de una complexión sana y vigorosa, nuestros pueblos abrigan necesariamente la esperanza de su curación en el mal de que se sienten poseídos. He aquí, señores, la situación y espíritu que han excitado constantemente a los pueblos de Sudamérica, desde el principio de su emancipación, a hablar de la convocación de un Congreso general o continental: y a fe, señores, de que los pueblos de Sudamérica no se equivocan cuando llevan su vista a este medio curativo de sus padecimientos. Una enfermedad social nos aflige. Este hecho es real. Las naciones no están sujetas a esas dolencias nerviosas que a veces hacen sentir males que no existen. Los pueblos ambicionan salir de este estado, y a fe, señores, que tienen razón. Ellos se fijan en la necesidad de una gran junta medical, de un Congreso organizador continental, como en uno de los medios de arribar al fin deseado, y es mi creencia, señores, que tampoco se equivocan en este punto. Los Estados Americanos no piensan, ni han pensado jamás, que la reunión de una asamblea semejante pueda ser capaz de sacarlos por sus solos trabajos del estado en que se encuentran: pero creen que entre los muchos medios de susceptible aplicación a la extirpación de los males de carácter general, uno de los mas eficaces puede ser la reunión de la América en un punto y en un momento dados para darse cuenta de su situación general, de sus dolencias y de los medios que en la asociación de sus esfuerzos pudieran encontrarse para cambiarla en un sentido ventajoso.
En otra situación, no menos grave que la presente, en la que el peligro venia de otra parte, un hombre de instinto superior, señores, el general Bolívar fue asaltado de este grandioso pensamiento, y el Congreso de Panamá no demoró en verse instalado. El remedio había sido excelente, pero su aplicación vino extemporáneamente, porque el mal se había retirado por sí mismo. El mal de cutáneos fue la usurpación americana ejecutada por la Europa. Desde que vencida por nuestras armas, desistió seriamente del pensamiento de dominarnos, dejó de existir por ese mismo hecho el mal cuya probable repetición había dado origen a la convocación del Congreso de Panamá. El Congreso se disolvió sin dejar resultados, porque el gran resultado que debía nacer de él, se obró espontáneamente. Bolívar, señores, no fue un simple poeta, ni un poeta copista del poeta de Austerlitz, al pedir un congreso de todos los pueblos de América. En ello, por el contrario, se mostró hombre de Estado y político original: no siempre lo grandioso es del dominio de la utopía: nada más grandioso que la libertad, y ella entre tanto es un lecho que se realiza en muchas partes. Un filósofo, señores, un hombre que piensa y que no obra, quiero nombrar al abate de Saint Pierre, por ejemplo, puede ser un utopista; pero un hombre de espada, un hombre de acción, es lo que puede haber mas positivo y práctico en la vida. De este género de hombres era el general Bolívar: nadie menos que él pudo ser tratado de utopista; por la razón de que es el hombre que mas hechos positivos nos ha dejado en América. Y el que ha vencido grandes resistencias es justamente, señores, el más acreedor a ser considerado como conocedor de los medios y posibilidades de vencerlas. Hay utopistas negativos, señores, como los hay dogmáticos, y esos son los espíritus escépticos, o mejor diré, los espíritus sin vista. Si hay visionarios que ven lo que no existe, los hay también que no ven lo que todo el mundo toca: y no es la menos solemne de las utopías la que afirma que es imposible la realización de un hecho considerado practicable por el genio mismo de la acción y por el buen sentido de los pueblos. Bolívar fue también original en su pensamiento, pues la América del sud ofrece tal homogeneidad en sus elementos orgánicos y tales medios para la ejecución de un plan de política general; de tal modo es adecuado para ella el pensamiento de un orden político continental, que si no temiésemos violar la cronología de los grandes hombres, mas bien diríamos que Bolívar fue copiado por Napoleón, Richelieu y Enrique IV. He aquí, señores, los hombres que como Bolívar han pensado y propendido a la centralización continental del movimiento político: todos ellos son hombres de acción, espíritus positivos, grandes consumadores de hechos. Como hombres de tacto, nunca se infatuaron con la presuntuosa creencia de que llevarían a cabo lo que empezaban y concebían: ellos no prometían dar acabado el trabajo concebido. El gran hombre sabe que los grandes hechos se completan por los siglos: él emprende y lega a sus iguales la continuación de la obra. Así el pueblo americano gran empirista, sino gran pensador, acepta el pensamiento de su asociación continental, y convoca un Congreso, no para que lo organizo de un golpe de mano, sino para que al menos de un paso en la ejecución de este gran trabajo; que debe durar como la vida de sus graduales y lentos adelantos. La sínodo o carta orgánica que salga de sus manos no será ley viva desde la hora de su promulgación: pero será una carta náutica que marque el derrotero que deba seguir la nave común para surcar el mar grandioso del porvenir. La Asamblea general y la Convenciónfrancesas hicieron constituciones: ¿Qué son hoy día esos trabajos? No son leyes vigentes, ciertamente: pero son tipos ideales de organismo social hacia cuya ejecución marcha el pueblo a pasos lentos; son la luz que alumbra a las oposiciones liberales, el término a que se dirigen todos los conatos y anhelos del país: son esperanza de un bien que el tiempo convertirá en realidad. ¿Se cree de buena fe que nuestras constituciones republicanas promulgadas en América, sean en realidad ni puedan ser otra cosa por ahora que esperanzas y promesas, de un orden que solo tendrá fiel realidad en lo futuro? Pues también la América quiere tener escrito y consagrado el programa de su futura existencia continental. Aun cuando el deseado Congreso no trajese otro resultado que éste, él no habría sido infructuosamente convocado.
Este pensamiento tiene adversarios, y los tiene entre hombres dignos y corazones honrados. Los hay que lo combaten como un medio temible que los gobiernos tiránicos pudieran emplear para afianzarse mutuamente, en perjuicio de los pueblos que mandan. Estos hombres merecen aplauso por su nobilísimo celo a favor de la libertad. Pero si aceptásemos sus temores, sería necesario tenerlos también por todos los establecimientos de orden político, desde luego que no hay uno solo de ellos de que no pueda hacerse uso funesto en perjuicio de los pueblos; las mismas cámaras legislativas, el jurado, serían en tal caso objetos de sospecha y temor, donde luego que son susceptibles de convertirse en instrumentos de opresión y despotismo político, como vemos que sucede en ciertos estados.
Otros combaten el Congreso continental suponiendo que no podrá ser sino reproducción literal del de Panamá. Y a fe, señores, que no se engañan si en efecto se ha de reunir ese Congreso para pactar medios de resistir a una agresión externa, que no viene ni vendrá para la América. Peroes posible asegurar que el venidero Congreso tendrá muy distintos fines que el de Panamá.
Censuran otros con especialidad lo intempestivo que fuera su convocatoria en la época presente, y yo estaría por este modo de ver, si se me designase cuál otro sería el momento mas oportuno de su reunión, y cuándo y con qué motivo deberá llegar ese instante.
Otros, en fin, lo son adversarios, porque no ven los objetos que pudieran ser asunto de las deliberaciones de tal Congreso: y ciertamente que su disentimiento no puede ser mas excusable, pues, ¿quién podría estar por la reunión de una asamblea que no tuviese por qué ni para qué reunirse? Pero a mi ver, son estos justamente los que mas se equivocan en su oposición, y cuyo error merece ser contestado con anticipación a los en que incurren los otros opositores; pues con solo dar a conocer los objetos de interés americano, que pudieran ser justo motivo para la convocatoria de una asamblea continental, se consigue desvanecer en gran parte las objeciones de temor e incertidumbre que se oponen a su realización.
En vista de este, señores, yo me ocuparé sucesivamente:
1°. de numerar los objetos e intereses que deberán ser materia de las decisiones del Congreso:
2°. de hacer ver las conveniencias accesorias que una reunión semejante traería a cada uno de los pueblos de América que concurriesen a ella; y
3°. de refutar las objeciones que se han hecho sobre los peligros e inconvenientes que se seguirían de ella.
Colocaré a la cabeza de los objetos de deliberación el arreglo de límites territoriales entre los nuevos Estados. Este asunto tiene mas importancia de la que descubre a primera vista. Esta importancia no reside precisamente en la mayor o menor porción de territorio que deba adjudicarse a los estados que contienden sobre esta materia. En este punto el paño es abundante en América, y la tijera del congreso puede retacear fragmentos más grandes que la Confederación Helvética, sin temor de dejar estrecho el vestido que debe llevar cada Estado. El terreno está demás entre, nosotros, y la América no podrá entablar contiendas por miramientos a él sin incurrir en el ridículo de esos dos locos, a quienes Montesquieu supone dueños solitarios del orbe, y disputando por límites. Sin embargo, no fuera difícil que la preocupación por el interés territorial, que recibimos sin examen del ejemplo de la política europea, trajese desavenencias con ocasión de los conflictos de límites hoy pendientes entre la República del Plata y Bolivia, entre el Estado Oriental y el Brasil, entre Bolivia y el Brasil y algunas otras de este mismo orden entre otros Estados. Sería oportuno que el Congreso se ocupara de dar a este respecto un corte capaz de prevenir las desavenencias, que pudieran originarse de la discuten directa y parcial de los interesados. Pero este es el punto estrecho de la cuestión de límites. A mi ver esta cuestión es inmensa y abraza nada menos que la recomposición de la América política.La América está mal hecha, señores, si me es permitido emplear esta expresión. Es menester recomponer su carta geográfico-política. Es un edificio viejo, construido según un pensamiento que ha caducado: antes era una fábrica española, cayos departamentos estaban consagrados a trabajos especiales, distribuidos según el plan industrial y necesario del fabricante: hoy cada uno de los departamentos es una nación independiente, que se ocupa de la universidad de los elementos sociales, y trabaja según su inspiración y para sí. En esta ocupación nueva, en este nuevo régimen de existencia, no siempre encuentra adecuado y cómodo el local de su domicilio para el desempeño de sus multiplicadas y varias funciones, y tendría necesidad de variar el plan de su edificio; pero tropieza en los límites que estableció la Metrópoli monárquica, y que ha respetado la América republicana. Tomo por ejemplo a los pueblos de Bolivia, que bajo el régimen colonial eran fábricas de fundiciones y acuñamientos metálicos de propiedad española, y que hoy no pueden ser lo que están llamados a ser. Estados comerciales e industriales, porque no tienen puertos de mar ni vehículos de inteligencia marítima con el mundo exterior y europeo. Entre tanto es constante que por medio de concesiones realizables de parte de otros Estados, Bolivia podría tener los medios que hoy lo faltan para llenar su destino nacional. He aquí un género de intereses que un Congreso general podía arreglar en beneficio de todos y cada uno de los actualmente perjudicados. Estos intereses afectan a una gran parte de la América mediterránea y central, que no debe ser explotada por la América litoral y costanera: el centro vive de su margen y viceversa.
Es cierto que para la ejecución de este designio sería preciso que el Congreso no fuese una simple junta de plenipotenciarios; sino también una especie de gran corte arbitral y judiciaria, que como los congresos de Viena, Verona, Troppau, Laibach y Londres, pudiera adjudicar en calidad de árbitro supremo, costas, puertos, ríos, porciones elementales de terreno en fin, al país que tuviese absoluta necesidad de poseer alguno de estos beneficios para dar ensanche y progreso al movimiento de su vida moderna. El Congreso debe tener todo este poder por delegación expresa de cada Estado, y porque él nace del interés general y americano que es llamado a formular en sus grandes decisiones.
Debe el Congreso, al delinear las nuevas fronteras, no componerlas de simples filas de fuertes militares y oficinas de aduanas: sino que, con un profundo conocimiento de la geografía física de nuestro continente, debe establecer fronteras naturales, que consistan en ríos, montañas u otros accidentes notables del terreno. Este sistema tiene por objeto, evitar el empleo y permanencia de fuerzas militares para custodia de límites y fronteras: uno de los medios de llenar otro gran interés del Congreso y de la América, es la abolición del espíritu militar y el establecimiento de la paz por la ausencia de los medios de hacer la guerra.
No se dirá que este es impracticable por la razón que es grave, porque este sería suponer que el Congreso se reúne para asuntos efímeros. Las divisiones de geografía política no son cosas normales e inmutables como las que son obra de la naturaleza: ellas son variables como la política que las establezca. Échese una ojeada comparativa a las cartas geográficas de distintas épocas: en ellas se verá que a cada cambio notable operado en el mundo político, viene inherente otro análogo en las divisiones territoriales de las naciones. La Europa del siglo V no esla Europa de Carlo Magno: las divisiones de Napoleón no son las divisiones de Viena. ¿Escaparémos nosotros exclusivamente a esta ley? Dígase mas bien que la revolución moderna no ha llevado su mano a todas las reformas exigidas, evidemment dice un publicista frances hablando de las divisiones territoriales de Sud-América, «Evidemment rien de toutes ces divitions n’ est definitif…L’Amérique est appelée á d’autres deslinée…»
Y en efecto, hasta aquí no nos han faltado cambios: se ha formado y disuelto la República de Colombia: se ha creado la República Oriental: el Paraguay se ha hecho estado aparte. Bajo el antiguo régimen no fueron menos variables las fronteras: recuérdense los virreinatos del Perú y de la Plata. ¿Por qué pues quedarían inalterables las demarcaciones existentes?
Será también el más eficaz medio de establecer el equilibrio continental que debe ser base de nuestra política internacional civil o privada. Entendamos lo que debe ser nuestro equilibrio, como hemos visto lo que debe ser nuestro arreglo de límites. Mas que de la ponderación y balanza de nuestras fuerzas militares, él debe nacer del nivelamiento de nuestras ventajas de comercio, navegación y tráfico, el nuevo y grande interés de la vida americana. En la santa guerra de industria y de comercio que estos países están llamados a alimentar en lo venidero, nada más que por las armas de la industria y del comercio, debe establecerse en todo lo posible la mayor igualdad de fuerzas y ventajas. Equilibrada la riqueza es necesario equilibrar también el territorio como parte de ella, no como medio de preponderancia militar: aquí repetiré la observación que ya hice de que no valúo el precio del suelo por sus dimensiones, sino por las ventajas de su situación y conformación geográfica. En América el vasto territorio es causa de desórdenes y atraso: él hace imposible la centralización del gobierno, y no hay estado ni nación donde haya más de un solo gobierno. El terreno es nuestra peste en América, como lo es en Europa su carencia. Chile el más pequeño de los Estados de América es más rico, mas fuerte y mas bien gobernado que todos. Mas chico que él es el Estado Oriental del Uruguay, y resiste a la grande y anarquizada República Argentina.
Una cuestión concerniente al equilibrio hallará para tratar el Congreso en la de la independencia del Paraguay. Será ese Congreso el que deba deducir si está en la conveniencia mercantil y militar de la América del sud, el que el Paraguay, con sus ríos que dan desahogo a los tesoros de una mitad de nuestro continente, deba ser adjudicado íntegramente a !a República Argentina, que solo necesita de esa agregación para reportar una preponderancia.
Después de los límites y el equilibrio viene el derecho marítimo entre los objetos que ha de tratar el Congreso. Nuestra navegación se dividirá en oceánica, que es base del comercio exterior, y mediterránea o riberana, que es el alma del comercio interior para ciertos estados, y para otros de todo su comercio externo y central. Regular la navegación es facilitar el movimiento de nuestra riqueza, cuyo más poderoso vehículo de desahogo y circulación es el agua. Se habla mucho de caminos en este tiempo: no olvidemos que los ríos son caminos que andan, como dice Pascal. Para hacer transitables estos caminos caminantes, es preciso ponerlos bajo el amparo del derecho. Su propiedad aparece dudosa para ciertos estados, y su uso está sujeto a dificultades. Estos puntos exigen esclarecerse, y determinarse cuanto vías; y nadie mas competente que un Congreso general para ejecutarlo. La navegación de los ríos de Sudamérica, envuelve grandes cuestiones de interés material entre las Repúblicas de la América occidental y las que ocupan su litoral del oriente. Aquellas se apoyan sobre las ramas superiores de nuestros grandes ríos; las otras poseen sus embocaduras. Nueva Granada posee los ríos Guaviare y Neta, tributarios del Orinoco, cuyas bocas pertenecen a Venezuela: el Negro, el Vaupes y el Caquetá, tributarios del Amazonas, cuya embocadura está en territorio Brasilero y Guayanés. El Ecuador tiene también los ríos Tunguruguai y Ucayale, que vierten sus aguas de la caja del Amazonas. El Perú, es propietario de las altas vertientes del Ucayale, que mas abajo se hace ecuatoriano y después brasilero, y del Madeira, que también derrama sus caudales en el Amazonas. Bolivia posee también conexiones hidráulicas con el Brasil, pues sus ríos Mamore y Branoo desaguan en el mismo Amazonas, y las tienen mas íntimas con la República Argentina, por medio del Pilcomayo y el Bermejo, que atraviesan su territorio antes de entrar al río Paraguay, sobre cuya parte mas alta reposa igualmente una porción del territorio Boliviano. El Brasil a su turno, poseedor de las alturas del Paraná y el Paraguay, tributarios del Plata, tiene hacia Montevideo y Buenos Aires sobre todo, la misma subordinación en que están respecto de él los Estados de Nueva Granada, Ecuador, Perú y Bolivia.
La ciencia internacional enseña que la Nación propietaria de la parte superior de un río navegable, tiene derecho a que la Nación que posee la parte inferior no le impida su navegación al mar, ni lo moleste con reglamentos y gravámenes que no sean necesarios para su propia seguridad
El Congreso de Viena sentó esta doctrina por base de los reglamentos de navegación del Rin, el Necker, el Mein, el Mosela, el Meusa y el Escalda: hizo mas todavía, declaró enteramente libre la navegación en todo el curso de estos ríos (son las palabras del Acta de Viena) desde el punto en que empieza cada uno de ellos a ser navegable hasta su embocadura… «El Vístula, el Elba, el Po, han sido sucesivamente sometidos, en el uso de sus aguas navegables, al mismo derecho marítimo, por actos firmados en 1815 y 1821. Puede pues sentarse que la Europa ha reconocido la libertad casi completa de sus ríos navegables. La América del Norte consagró este mismo principio, a propósito de la navegación del Missisipi, en la época en que (1792), poseedores los Estados Unidos de la parte superior de este río y su orilla izquierda, la España era dueña de la boca y ambas riberas inferiores. No habría razón pues, para que la América del Sud, no consagre esta misma doctrina en sus leyes de navegación mediterránea. Ella debe dar absoluto acceso al tráfico naval de sus ríos, en favor de toda bandera Americana; y con cortas limitaciones, de cualesquiera otras banderas, sin exclusión. La frecuencia, de la Europa en nuestras costas marítimas ha sido benéfica para la prosperidad americana; ¿por qué no lo sería también su internación por el vehículo de nuestros ríos? Yo veo todavía en nuestros corazones fuertes reliquias de la aversión con que nuestros dominadores pasados nos hicieron ver el ingreso de la Europa en el seno de nuestro continente monopolizado por ellos: prohibiciones odiosas establecidas en oprobio nuestro y para provecho del tráfico peninsular, queremos mantenerlas como leyes eternas de nuestro derecho de gentes privado. Con violación de estas máximas, el Paraguay ha capturado en años anteriores una nave americana, que, con procedencia del Bermejo, hacia un viaje de exploración científica por las aguas del Paraguay en que desagua aquel río. El Congreso general deberá decidir si actos de esta naturaleza hayan de repetirse impunemente en la navegación futura de los ríos americanos.
En cuanto a la navegación de los mares americanos, por las marinas de América, convendrá también que se adopten medidas de aplicación continental, capaces de excitar la prosperidad y aumento de nuestra marina naval. Este punto conduce a otro de los serios asuntos de que deba ocuparse el Congreso americano: el derecho internacional mercantil. He aquí el grave interés que debe absolver el presente y el porvenir de la América por largo tiempo: el comercio consigo mismo y con el mundo trasatlántico. A su protección, desarrollo y salvaguardia, es que deben ceder las ligas, los congresos, las uniones americanas en lo futuro. Antes de 1825 la causa americana estaba representada por el principio de independencia territorial: conquistado ese hecho, hoy se representa por los intereses de su comercio y prosperidad material. La actual causa de América es la causa de su población, de su riqueza, de su civilización y provisión de rutas, de su marina, de su industria y comercio. Ya la Europa no piensa en conquistar nuestros territorios desiertos; lo que quiero arrebatarnos es el comercio, la industria, para plantar en vez de ellos su comercio, su industria de ella: sus armas son sus fábricas, su marina, no los cañones: las nuestras deben ser las aduanas, las tarifas, no los soldados. Aliar las tarifas, aliar las aduanas, he aquí el gran medio de resistencia americana. A la santa alianza de las monarquías militares de la Europa, quiso Bolívar oponer la santa alianza de las repúblicas americanas, y convocó a este fin su Congreso de Panamá. Señores, la oposición entre las dos alianzas santas ha desaparecido. No es el programa de Panamá el que debe ocupar el Congreso; no es la liga militar de nuestro continente, no es la centralización de sus armas lo que es llamado a organizar esta vez. Los intereses de América han cambiado: sus enemigos políticos han desaparecido. No se trata de renovar puerilmente los votos de nuestra primera época guerrera. La época política y militar ha pasado: la han sucedido los tiempos de las empresas materiales, del comercio, de la industria y riquezas. Se ha convenido en que es menester empezar por aquí para concluir por la completa realización de las sublimes promesas de órgano político contenidas en los programas de la revolución. El nuevo Congreso, pues, no será político sino accesoriamente: su carácter distintivo será el de un Congreso comercial y marítimo, como el celebrado modernamente en Viena Stuttgart, con ocasión de la centralización aduanera de la Alemania. El mal que la gran junta curativa es llamada a tomar bajo su tratamiento no es mal de opresión extranjera, sino mal de pobreza, de despoblación, de atraso y miseria. Los actuales enemigos de la América están abrigados dentro de ella misma; son sus desiertos sin rutas, sus ríos esclavizados y no explorados; sus costas despobladas por el veneno de las restricciones mezquinas, la anarquía de sus aduanas y tarifas; la ausencia del crédito, es decir, de la riqueza artificial y especulativa, como medio de producir la riqueza positiva real. He aquí los grandes enemigos de la América, contra los que el nuevo congreso tiene que concertar medidas de combate y persecución a muerte.
La unión continental de comercio debe, pues, comprender la uniformidad aduanera, organizándose poco mas o menos sobre el pié de la que ha dado principio después de 1830, en Alemania y tiende a volverse a Europa. En ella debe comprenderse la abolición de las aduanas interiores, ya sean provinciales, ya nacionales, dejando solamente en pié la aduana marítima o exterior. Hacer de estatuto americano y permanente, la uniformidad de monedas, de pesos y medidas que hemos heredado de la España. La Alemania está ufana de haber conseguido uniformar estos intereses, cuya anarquía hacia casi imposible el progreso de su comercio. Nosotros que tenemos la dicha de poseerla en plata y arraigada a nuestros antiguos usos, cuantos esfuerzos no deberemos hacer para mantener perpetua o invariable su benéfica estabilidad.
Regidos todos nuestros estados por un mismo derecho comercial, se hallan en la posición única y soberanamente feliz de mantener y hacer de todo extensivas al continente las formalidades de validez y ejecución de las letras y vales de comercio. Estableciendo un timbre y oficinas con registros continentales, las letras y vales vendrían a tener la importancia de un papel moneda americano y general, y por este medio, se echaría cimientos a la creación de un banco y de un crédito público continentales. La misma generalidad podía darse a la validez y autenticidad de los documentos y sentencias ejecutoriadas; a los instrumentos probatorios de orden civil y penal, registrados en oficinas especialmente consagradas al otorgamiento de los actos de autenticidad continental.
Las formalidades preparatorias y de comprobación exigidas para entrar en el ejercicio de las profesiones científicas e industriales, es otro de los objetos que debe arreglar el Congreso Americano. La uniformidad de nuestra lengua, leyes, creencias y usos, hace que la competencia para el ejercicio de ciertas ciencias y materias, sea de suyo americana. En casos semejantes no debe seguirse en nuestros estados la práctica adoptada por los pueblos de Europa distintos respectivamente en lengua, leyes, creencias religiosas y políticas, usos, etc. Será suficiente con que se adopte el número de pruebas que haga indispensable la necesidad de poseer aquella parte en que la ciencia o profesión se haya localizado. Así la centralización universitaria en ciencias morales y filosóficas es un hecho que en América del Sud no presenta una ejecución imposible; y es fácil ver de cuanto estímulo no serviría a los jóvenes en las vocaciones científicas y profesionales, la idea de que un grado expedido en cualquiera universidad de un estado americano, les hacia profesor en diez repúblicas.
Los inventos científicos, la producción literaria, las aplicaciones de industria importadas, recibirían un impulso grandioso, desde luego que un congreso americano concediese garantías al autor de un invento, un escrito o publicación útil del ejercicio exclusivo de su privilegio en todos los estados de Sudamérica, con tal que a todos extendiese su práctica. No es este uno de los menos importantes objetos que el congreso general tendría que tratar.
La construcción de un vasto sistema de caminos internacionales a expensas recíprocas, que trazados sobre datos modernos, concilien la economía, la prontitud y todas las nuevas exigencias del régimen de comunicación y roce interior; la posta exterior o de estado a estado, consecuencia precisa del establecimiento de nuevos vínculos e intereses generales, sometida a un impuesto único y continental: he aquí dos objetos mas dignos de particular atención por parte del congreso.
La extradición criminal civil: única extradición admisible en virtud de la universalidad de la justicia y del crimen civil. Que el que asesina en el Plata, sea ahorcado en el Oricono: nada más bello que este vasto reinado de la justicia criminal. Pero es necesario abolir para siempre en nombre de la libertad política, la extradición de los que son acusados por el sofisma de partido civil político, como culpables de delitos de lesa patria: por la inviolabilidad del asilo político, cada estado ha de poder ser tribuna de oposición y censura inviolables de los demás: esta censura mutua y normal, no podrá menos que utilizar a todos. Otro punto es este, que no debe ser olvidado.
Una de las grandes miras del congreso debe ser la consolidación general de la paz americana: serán medios para obtener este resultado, a más de todos los arreglos propuestos la amortización del espíritu militar, aberración impertinente que ya no tiene objeto en América. La independencia americana, su dignidad y prerrogativas no descansan en las bayonetas de sus pueblos: el océano y el desierto, son sus invencibles guardianes: ella no es débil, comparada conla Europa; en su territorio, es fuerte, como el mundo entero. Será otro medio preventivo de la guerra el no tener soldados, por el principio de que donde hay soldados hay guerra. Se puede pactar el desarmamiento general, concediendo a cada estado el empleo de las fuerzas únicas que hace indispensable el mantenimiento de su orden interior, y declarando hostil a la América, al que mantenga fuerzas que no sean indispensablemente necesarias. La guardia nacional y no los ejércitos asalariados, deben ser la base lícita de los poderes fuertes de la América. Todarepública que mantiene fuertes ejércitos atenta contra la santa ley de su comercio y prosperidad industrial con detrimento de la América; y la América qua ama el orden y necesita de él debe desarmarla en nombre de la paz común. Se deben también abrogar la paz y neutralidad armadas en América, como estériles, para reemplazarla por la paz y neutralidad ocupadas y mercantiles. Para prevenir la guerra podría también, como en el foro civil, establecerse una judicatura de paz internacional, a donde acudiesen en conciliación, antes de ir a las armas los estados dispuestos a hostilizarse: esta gran judicatura americana, para hacerse efectiva en todo nuestro vasto continente, podría subdividirse en cortes parciales, correspondientes a tres o cuatro grandes secciones en que la América unida debe necesariamente dividir la administración de aquellos interesas declarados continentales. El dictamen de la corte conciliadora importando tanto como la sanción moral de la América, pondría al desobediente fuera de la ley de la neutralidad; y contra él podrían emplear los damas estados, sino las armas, al menos todas las medidas de reprobación y coacción indirecta susceptibles de emplearse contra un país que incurre en nuestra malquerencia.
Este punto que conduce al derecho y práctica de la intervención, no puede ser abolido donde quiera que hay mancomunidad de intereses. Hacer comunes las cosas y exigir la neutralidad de la indiferencia en su manejo es establecer cosas contradictorias. La América tendrá siempre derecho de intervenir en una parte de ella: el órgano está sujeto al cuerpo, la parte, al todo. La intervención en América es tradicional de 1810. La revolución se salvó por ella: la neutralidad la habría hecho sucumbir. Buenos Aires intervino en Chile: Chile y Colombia en el Perú, y la América se salvó por esos actos. En cualquiera época que un mal semejante al de la esclavitud colonial se haga ver en América con tendencia a volverse general, la América tendrá el indispensable derecho de intervenir para cortarlo de raíz. Es justamente en punto a intervención y neutralidad que el derecho internacional americano debe ser especial y original: en cualquier otro punto podrá ser fiel imitación de la diplomacia europea, sin incurrir en insensatez: en éstos, no: la América, una e indivisible en los elementos políticos y sociales que la forman, en los males que la afligen, en los medios que puedan salvarla, será siempre un cuerpo menos íntimo que la unión de Norteamérica si se quiere, pero mil veces mas estrecho y unido, que lo formen los pueblos de la Europa: la neutralidad, pues, que entre pueblos heterogéneos es indispensable, es de imposible práctica donde los pueblos habitan un suelo, fueron ayer un solo pueblo, y hoy son una sola familia. Consideraciones son estas que el congreso debe tener muy presente al poner los principios del derecho internacional americano. Tocamos aquí otro de los grandes objetos del congreso general: el establecimiento de un derecho de gentes para nuestro continente privativamente y para con la Europa. El nuestro privado se compondrá en gran parte de las decisiones recaídas sobre los objetos que dejamos indicado. Establecerá la igualdad de los poderes o estados del continente americano, determinando con especialidad las circunstancias que forman la individualidad nacional de cada uno, para dejar a salvo al sistema que haya de emplearse para con las fracciones en que se dividan las actuales repúblicas. Sentará las formas de su diplomacia privada sobre principios consecuentes con los de igualdad, economía, sobriedad y llaneza democráticas. Este punto es grave y afecta al cuerpo mismo del congreso. Una diplomacia expeditiva y fácil, económica en formas, ceremonias y protocolos, haría realizables y eficaces de mas en mas las grandes asambleas diplomáticas a que la Américadichosamente comienza a cobrar afición. Resolverá lo que haya de hacer la América unida con los estados que se subdividan; que se liguen parcialmente; que se consoliden en uno mismo; que cambien el principio de su policía fundamental; que pacten alianzas de guerra con el europeo; que violen el principio legal y establezcan la dictadura; véase por aquí si en casos semejantes será dable a la América permanecer neutral.
En cuanto a la política con la Europa ella debe ser franca, porque no está en el caso de temer; mas propia para atraerla que para contenerla: paciente y blanda mas que provocativa: modesta, como su edad: parlamentaria mas bien que guerrera: la civilización y no la gloria militar, en su gran necesidad, y en ello ganará con el roce inalterable de la Europa: no debe abusar de su derecho de excomunión, de su poder de resistencia negativa, hacia el europeo, que el mismo europeo generosamente le ha dado a conocer, pues en tales excomuniones ella no pierde menos que el excluido. Pero, como quiera que sea, el sistema adoptado ha de ser uniforme y general, a fin de que por el poder de esta generalidad, los actos de sus estados tenga, ya que no la sanción de la fuerza, por lo menos la responsabilidad moral que inviste lo que es universal y común.
Hará parte de esta rama la política para con Roma. Los inconvenientes de la influencia excesiva de Roma en nuestro continente serán menos de temerse que los que pudiera ofrecer el influjo temporal del resto de la Europa. El mar Atlántico hace imposible en este continente lejano, el ejercicio de toda acción opresiva que tenga origen en el otro, sea que se trate de cosa temporales, o meramente de dominio religioso. Para con la metrópoli católica, la misma firmeza, dignidad, moderación que para con la madre España: sucede en lo tocante al culto lo que con respecto al comercio y otros intereses, que las conveniencias y desventajas asisten a una y otra parte, de suerte que Roma no viene a perder menos que nosotros, por el entorpecimiento de nuestras relaciones mutuas. De todos modos y en todos los casos nuestra política para con ella debe ser invariablemente la de no permitirle en estos países el ejercicio de una autoridad que no esté en armonía con los principios de nuestra independencia y soberanía nacional, y del nuevo régimen democrático adoptado por nuestros estados. Hermanar el espíritu católico con el de progreso y libertad en que han entrado estas repúblicas, he aquí la sencilla y grande base de los concordatos americanos con Roma. Cuanta ventaja no reportaría en este sentido la América, si en las conferencias de un congreso común adoptase una regla de conducta uniforme y general.
Volviendo a los objetos de mero interés americano de que el congreso deba ocuparse, no bastará prevenir la guerra, desterrarla en lo posible; será necesario sujetarla a un derecho y a formar nuevas en los casos en que fuere inevitable. Si es necesario que por largo tiempo sea ella un rasgo característico de la vida americana, démosla a lo menos una forma que la haga menos capaz de destruir el progreso del comercio y la riqueza de los Nuevos Estados; hagamos hasta cierto punto conciliable su presencia, con la de la prosperidad mercantil o industrial, dando a estos intereses cierta neutralidad que los substraiga a los malos credos de la guerra. Uno de los medios de llegar a este fin en la guerra de mar, será la supresión del corso, declarada piratería con tanta razón por los poderes marítimos mas respetables. El comercio es el grande aliciente que estos países ofrecen al extranjero, y su mas grande instrumento de población: hagamos, pues, de modo que él subsista inviolable, como un medio reparador de las devastaciones operadas por la guerra.
Los pueblos de América habitamos un desierto inconmensurable. Es necesario escapar a la soledad, poblar nuestro mundo solitario. La colonización es un gran medio de llegar a este resultado; pero un medio que despierta recuerdos dolorosos. Sin embargo, como quiera que haya sido el carácter del empleado por la Europa en los pasados siglos, a él lo debemos nuestra existencia, y a él es posible que deban su ser en lo futuro millares de pueblos americanos. No lo excluyamos, pues, de nuestros medios de civilización y progreso. Sino lo podemos emplear nosotros, dejémosle usar por los que pueden hacerlo. Propongamos modificaciones en su ejecución; esto entra en nuestro derecho; pero no la pongamos trabas absolutas, porque este sale de nuestro poder. Afortunadamente ha envejecido ya en la consideración de la Europa, el sistema de colonización empleado por ella en los siglos XVI, XVII y XVIII; y no fuera difícil la adopción de un sistema de colonización americana que conciliase las ventajas de la Europa, con la independencia y personalidad política de este continente. Tengamos prudencia y tratemos de promover lo que tal vez puede obrarse a nuestro despecho. El mundo social necesita espacio: nosotros lo tenemos de sobra: ¿podremos rehusárselo impunemente? Esta cuestión se liga especialmente a la suerte de la porción mas meridional de América, que solo es pertenencia nuestra en los mapas de los geógrafos, pero que, en la realidad, es posesión inconquistada de los indígenas. Aquí la obra española permanece inacabada, y la barbarie se mantiene dueña del espacio que podría utilizar la civilización: es pues, necesario completar su conquista, pero por medios dignos de ella. El Congreso general podría ocuparse de este asunto, que importa a la suerte de toda América. A la ocupación salvaje de la Patagonia y del Sud de Chile, se debe tal vez el no uso de uno de los mas realizables vínculos de inteligencia y tráfico mercantil entre las dos costas Occidental y Oriental de la América. Se habla de la navegación del Estrecho de Magallanes, situado en 53° latitud; de la canalización de Panamá, situado bajo un cielo pestífero; y no se piensa en que la América puede ser atravesada por una bella ruta, trazable en el punto en que al Sud deja de ser continua la cadena de los Andes. La Europa misma y todas las potencias comerciales del mundo, ¿no podrían ser invitadas por el congreso, a tomar parte en la ejecución de este trabajo de universal conveniencia?
Hasta aquí he pasado en revista los objetos de que pudiera ocuparse un Congreso americano; no pretendo que sean todos y los únicos. Tampoco croo que un congreso determinado, deba tratar de todos ellos y organizarlos de una sola vez. Ellos serán la materia de muchos congresos, que en distintos momentos del porvenir se irán reuniendo para ocuparse de aquellos intereses a los que hubiere llegado su oportunidad. Para muchos de ellos, se necesita grandes trabajos preparatorios, que solo el tiempo podrá llevar a cabo. La constitución del continente, como la de cada uno de sus estados, será la obra de los tiempos, para la cual se sucederán los congresos a los congresos; debiendo entre tanto dar principio alguna vez por uno de ellos. Yo aplaudiré toda mi vida el sentimiento de aquellos estados, que sacan su vista del recinto estrecho de sus fronteras y la levantan hasta la esfera de la vida general y continental de la América. Es llevar la vista al buen camino. En un gran sistema político, las partes viven del todo y el todo de las partes. La mano de la reforma debe ir alternativamente del trabajo constitucional, de la obra interior del edificio a la obra exterior. Lo demás es construir a medias y de un modo incompleto. Otros pueblos podrán tener en su seno los gérmenes de su prosperidad: los de América desgraciadamente los poseen fuera, y de fuera deben entrar los manantiales de su vida. La Metrópoli no plantó en ella semillas de progreso, sino de estabilidad y obediencia. La vida exterior nos debe absorber en lo futuro. En ella somos inexpertos, porque hemos sido educados en la domesticidad colonial y para la vida privada y de familia. Dejemos que nuestros pueblos empiecen su grande aprendizaje. La necesidad de esta nueva tendencia se revela por el movimiento normal de las cosas. La América, de íntima y mediterránea que antes era, ahora se hace externa y litoral. Había sino hecha para vivir en reclusión y se la hizo habitar lo mas central de nuestro suelo: desde su entrada en el mundo, ha salido a las puertas para recibirle. Los pueblos mediterráneos si quieren prosperidad en adelante que aguarden a los tiempos de los caminos de fierro: por ahora, bienaventurados los que habitan las orillas de los mares, porque solo ellos pueden ver la cara del mundo, y recibir con su contacto el espíritu de su vida moderna. Veamos lo que se pasa en Chile, lo que se pasa en el Plata, Santiago, apenas se acrecienta en tanto que Valparaíso se duplica: Potosí, Córdoba, se despueblan en tanto que Montevideo se hace capital de estado, y Buenos Aires recibe de las aguas del Plata, barcadas de hombres que cubren en el acto los claros que hace el canon de la guerra civil. A la vida exterior y general! sí; que el feudalismo, que el espíritu de aldea nos ahoga por todas partes! Que la América se reúna en un punto, piense en su destino, se de cuenta de su situación, hable de sus medios, de sus dolores, de sus esperanzas. Allí, a la luz de tanta publicidad se verá que valor tienen en la consideración del juicio continental, hombres, cuestiones y cosas que pretenden ser su expresión y simulacro. La América reunida en asamblea general, se dará cuenta de sí misma y se hará conocer del mundo en su verdadera capacidad o incapacidad: este conocimiento no podrá menos que utilizar a todos, porque de él saldrán principios de conducta práctica para todos. Estas asambleas continentales han tenido lugar en todos tiempos, y sus resultados, buenos o malos, han sido eficaces. En la edad media, los Concilios tuvieron en Europa, el rol que hoy se desempeña por los congresos; y la iglesia católica, este estado que abraza todos los continentes, se ha organizado por grandes asambleas, que se reunían cada vez que había un asunto de interés universal que tratar. En el pasado y presente siglo, la Europa se ha reunido mas de una vez en congresos continentales, para reglar su forma o modo de existir general, o bien para intervenir en el estado que se separaba del movimiento común, a fin de hacerle tomar un régimen interno conciliable con el interés europeo. ¿Estas santas intervenciones ejercidas por la iglesia y el monarquismo, deberán quedar abolidas tan luego cuando se trata de aplicar sus beneficios a la causa de la libertad americana? La Europa incoherente, heterogénea en población, en lenguas, en creencias, en leyes y costumbres, ha podido tener intereses generales y congresos que los arreglen; y la América del Sud, pueblo único por la identidad de todos estos elementos, no ha de poderse mirar en su grande y majestuosa personalidad, ni tener representantes generales, a pesar de que posee intereses comunes! La centralización americana, no será la obra del congreso, rigurosamente hablando, porque esta obra está ya hecha, y su trabajo es debido a la grandeza del pueblo español que se produjo él mismo, con todos sus atributos en cada uno y todos los puntos de América meridional donde puso su planta.
«En la vida de los pueblos, dice Guizot, la unidad externa, visible, la unidad de nombre y de gobierno, aunque importante, no es la principal, la mas real, la que constituye verdaderamente una nación. Hay una unidad mas profunda, mas poderosa: es la que resulta, no de la identidad de gobierno y destino, sino de la similitud de instituciones, de costumbres, de ideas, de elementos sociales, de sentimiento, de lenguas; la unidad que reside en los hombres mismos que la sociedad reúne, de la similitud, y no en las formas de su acercamiento; la unidad moral en fin, muy superior a la unidad política, y la única que es capaz de fundarla.»
Pero esta grande y poderosa unidad moral envuelve en su seno a los Estados Americanos de origen español; y el congreso solo tendría que formular ciertos resultados de la obra ya en planta.
La materia americana es susceptible de dividirse en tres categorías: asuntos peculiares exclusivamente a la América española emancipada: asuntos privativos de la América del Sud: asuntos de todo el continente americano. Estos ramos son susceptibles de cierto grado de independencia en sus relaciones de categoría a categoría; y se deberá tener presente este ya sea para medir la extensión que deba darse a la convocatoria, ya para concebir el orden de los pactos y discusiones.
A pesar de la frecuencia con que me he valido de la palabra continental en el curso de esta Memoria, soy uno de los que piensan que solo deben concurrir al congreso general, las repúblicas americanas de origen español. Menos que en la comunidad de su suelo, yo veo los elementos de su amalgama y unidad en la identidad de los términos morales que forman su sociabilidad. Si la unidad del suelo debiese hacernos componer un sistema político general, yo no veo porque deba excluirse del Congreso Americano a la Rusia, que posee en América tres veces mas territorio que Chile; a la Inglaterra cuyas posesiones en América exceden en dimensiones a las de los Estados Unidos; a la España, que posee dos de las grandes Antillas, islas americanas: a Dinamarca dueña de la Groenlandia, adyacencia americana; a la Francia en fin y a la Holanda, que también tienen parte en las Antillas y bocas del Amazonas. Si se objetase a este la diversidad de principio político, yo observaría que esta diversidad no excluye la liga de los intereses que no son políticos, justamente los más primordiales de los que deben ocupar al venidero Congreso. Se sabe que las confederaciones Helvética y Germánica, contienen en su seno respectivo, poderes aristocráticos, monárquicos y republicanos a la vez. Observemos que cuando la Europa se ha reunido en Viena o París, no se ha llevado de la regla de la unidad territorial, pues ha llamado a la Inglaterra, que no es poder continental, y no ha llamado a la Asia y a la África, a pesar de que forman parte del antiguo continente. Considero frívolas nuestras pretensiones de hacer familia común con los ingleses republicanos de Norteamérica. Si su principio político es lo que debe llamarnos a la comunidad, no veo porque los Suizos, también republicanos y casi tan distantes como ellos, no deban hacer parte de nuestra familia. Yo apelo al buen sentido de los mismos Norteamericanos, que mas de una vez se han reído de sus cándidos parientes del Sud. Ciertamente que nunca nos han rehusado brindis y cumplimientos escritos; pero no recuerdo que hayan tirado un cañonazo en nuestra defensa.
Se ha contrariado la realización del Congreso Americano, con las razones de oposición que militaron contra el de Panamá. Esto es confundir épocas, y miras muy diferentes. Se ha dicho que no se trata ni debe tratarse de una reproducción literal del congreso de Panamá. ¿A qué conducirla hoy una liga militar contra la España? ¿A qué la redacción de un manifiesto de motivos justificativos, que ya conoce y aprueba el mundo?
Es inútil, pues, citar las razones alegadas por Adams, por Zavala, por el autor de las meditaciones colombianas, en oposición al Congreso de Panamá, para oponerse a la reunión de un Congreso que no puede parecerse al de Panamá. Aquellas autoridades negaron la oportunidad de un Congreso dado, no la de todos los congresos posibles. El ministro y amigo de Bolívar y el presidente de los Estados Unidos, se opusieron a la Confederación de la Américacomo medio de defensa bélica contra la Europa; pero no a la alianza feliz de esfuerzos intelectuales, a una Confederación saludable de buenos oficios y trabajos útiles… Estas son las palabras del ilustre Adams, comunicadas al ministro de Norteamérica enviado a Panamá. No pueden ser más aplicables en apoyo de nuestra tesis, que excluye igualmente la federación militar de la Américay está exclusivamente por la alianza moral y la unión de esfuerzos útiles, en provecho de la prosperidad material e inteligente de la América.
Se ha atacado también la idea de un Congreso americano, comparándolo al Consejo Anfictiónico, dieta federal que conducía los negocios de la liga Anfictiónica, propuesta a los pueblos griegos, por un rey de Atenas. No, señores, el Congreso americano, no será la dieta Anfictiónica. La liga helénica era un medio de defensa militar: la liga americana será un medio de prosperidad material. La Grecia era pequeña: la América podría alojar cómodamente a toda la familia de Platón en una isla del Paraná o en el archipiélago de Chiloé: la Grecia era accesible al enemigo extranjero: la América solo pudo ser arrebatada por conquistadores extraños a los salvajes que la poblaron primitivamente.
Se ha recordado también para atacarle los inconvenientes que ha traído a la Europa el Congreso de reyes, celebrado en Viena en 1813, por medio de Plenipotenciarios: se ha anunciado que los gobiernos de América podrían reunirse, por sus representantes, para pactar una liga de apoyo mutuo y de opresión de las libertades americanas. El aviso es de agradecerse, porque la cosa no es insignificante. Pero si los gobiernos abrigan ciertamente la intención de pactar en Congreso general la opresión de la América, se equivocan terriblemente en la elección del medio adoptado para el ajuste de un pacto semejante. Un Congreso de repúblicas no es Congreso de reyes: el uno es responsable, el otro no lo es: el uno es institución democrática, el otro es un cuerpo privado. Los reyes absolutos solo se deben cuenta así mismos: los gobiernos republicanos la deben a los pueblos que representan. Las cadenas de los pueblos no se remachan a la luz del día. Los pactos feudales que hoy ofrecen ciertos estados oprimidos de América, se han forjado a la sombra de una diplomacia clandestina y reservada; no se han ajustado a la luz de los congresos representativos. Voilà ce que sont el tout ce que peuvent être les congrès sous l’ empire de la loi monarchique, dice un publicista francés hablando de los congresos de Viena y de Verona, y sus aciagos resultados. La democratie seule, pourrail donner á de telles assemblées un caractère de justice et s’ utilicé générale …
Un congrés formé des deputés de nations en poseession de leur souveraineté, serait pour toutes ce qu? un sénat est pour chame d’ elles.
¿Témese que los diputados concurrentes a la grande Asamblea no sean espíritus bastante capaces de alzarse a la altura de su misión? Para eso son las instrucciones del que irán provistos, y que se redactarán por los primeros ministerios de América. Sobre este punto, sería probable que en cada uno de los lados que forman el triángulo de nuestro continente, hubiese un estado que hiciese prevalecer el texto y sentido de sus instrucciones. Pero felizmente los mas capaces de hacer este, son los que menos recelos deben infundir de ambición tiránica a los pueblos: en el Norte sería Venezuela; en la costa Atlántica sería el Brasil; en la del Pacífica sería Chile: los tres países en que justamente florece mas halagüeño el sistema representativo. Cuando menos es da esperarse que estos pueblos no serían arrastrados a una coalición vergonzosa y traidora. Y si de tal cosa fuesen capaces los mas de los gobiernos Sudamericanos, reunidos en Congreso, aun así mismo este acto sería benéfico en resultados; pues entonces podríamos decir lo que el abate De-Pradt, delante de los resultados del Congreso de Carlsbad. «Este congreso es uno de los mas grandes acontecimiento de estos tiempos, porque ha hecho conocer el espíritu de los gobiernos y la tendencia que prevalece entre ellos. Podría llamársele —el espíritu de los gabinetes de Alemania. Sucede en este con los gobiernos lo que con los hombres, que importa conocerles lo mejor posible. Establecido un juicio sobre el particular, podréis guiaros por él para proveer lo que harán en adelante. Se preguntaba desde largo tiempo como consideraban los gabinetes el estado de la Europa. Carlsbad se ha encargado de la respuesta… En vista de lo que acaban de hacer se sabe lo que harán por mucho tiempo. Se sabe entretanto, a que atenerse respecto a su espíritu, pues está declarado. Por lo menos, se ha ganado este por Carlsbad.» Desde que concluyó la guerra de la independencia con la España, no sabemos lo que piensa la América de sí misma y de su destino: ocupada de trabajos y cuestiones de detalle, parece haber perdido de vista el punto común de arribo que se propuso alcanzar al romper las trabas de su antigua opresión. Los estados diferentes que la componen se dan cuenta anualmente de su situación parcial; y ¿por qué la América toda, de vez en cuando, no se daría cuenta de su posición general? ¿No sería probable que el examen de los distintos actos que componen nuestra vida pública, hecho desde un punto de vista tan elevado, sirviese de un estímulo capaz de alejar a nuestros gobiernos de los intereses y pasiones que no fuesen dignos de la estimación americana? Así la Europa y el mundo nos conocerían mas a fondo, porque tendrían opiniones competentes para tomar por base de las suyas. Y últimamente sabríamos nosotros mismos con certeza lo que teníamos derecho a esperar de un movimiento cuyos frutos se nos preconizó tanto y cuyo acceso se nos presenta a veces tan incierto y dudoso. Si la América oficial nos hiciese conocer un desengaño, diríamos también nosotros: ―«por lo menos se ha ganado este con Lima» (suponiendo que Lima debiese ser el asiento del Congreso)».
Fuente | Sociedad de la Sociedad Americana de Santiago de Chile, “Unión i Confederación de los pueblos Hispano-Americanos, pág. 226 y sigtes., Imprenta Chilena-1862. Ortografía modernizada.