Palabras en la inauguración de la Residencia “Generalísimo Franco” para hijos de militaresde (Madrid, 25 de enero de 1960)
Palabras con ocasión del XXV Aniversario del periódico “Arriba” (Madrid, 23 de marzo de 1960)
Constituye para mí una satisfacción el recibiros y el tener ocasión de expresaros el reconocimiento de la Patria a toda vuestra labor constante de estos veinticinco años.
El tiempo transcurrido no ha envejecido nuestro Movimiento ni nuestra doctrina.
Ha pasado un cuarto de siglo, pero nuestra doctrina aparece hoy tan lozana como aquellos primeros días, cuando tantas veces costaba la muerte el proclamarla y el sacar y vender nuestro periódico.
“Arriba” ha mantenido a través de estos veinticinco años nuestra doctrina, muestras inequívocas de patriotismo, de unidad entre los españoles y las tierras de España, sosteniendo la bandera del Movimiento Nacional a través de todos los avatares.
El Movimiento Nacional ha tomado hoy una dimensión mayor que la que tenía en los momentos de nacer vuestro periódico; porque si entonces su interés se circunscribía a lo nacional, representando una solución a los problemas de España, hoy la doctrina del Movimiento Nacional y sus realizaciones se ofrecen como solución a problemas similares de muchísimos países.
Problemas universales
Los problemas de España se han hecho hoy problemas del mundo. Los viejos y caducos sistemas liberales ya no sirven para satisfacer las ansias de los tiempos modernos. Hace falta crear otra cosa, hay que buscar soluciones políticas nuevas al atraso secular de la marcha de los pueblos. Ya no pueden aceptarse aquellos viejos conceptos de derechas e izquierdas, tan desacreditados. La Patria y lo social no pueden estar en pugna. Lo social depende directamente de la buena marcha de la Patria. El progreso de la Patria puede lograr la grandeza de lo social; con la miseria no se logrará en ninguno de los caminos el avance y la mejora del nivel de vida, y estas ansias de mejora social alcanzan ya a todos los países del Universo.
Adondequiera que dirijamos la mirada, a los pueblos del Norte como a los del Sur, al Este como al Oeste, percibimos ese mismo sentimiento: los anhelos de una vida mejor. No importa el continente ni las razas. La fiebre alcanza a todo el Universo. Se quiere la mejora del nivel de vida, se ansía la justicia social, se exige la eficacia, y todo esto es imposible el realizarlo con la división entre los hombres, con la lucha de clases, con todas esas lacras que la sociedad moderna padece y de las que nosotros nos hemos redimido por el esfuerzo del Movimiento Nacional.
Por eso digo que el Movimiento Nacional no es un Movimiento ocasional que exclusivamente sirva para resolver nuestros problemas. Podemos estar orgullosos de que el genio de José Antonio, al concebirlo, y vuestra constancia y fidelidad, al servicio durante todo este tiempo, puedan hacer que sirva de ejemplo al mundo para que éste pueda buscar soluciones políticas modernas para sus problemas; soluciones que, como la nuestra, no están enfrentadas con la democracia ni con el espíritu de la democracia, Fundación Nacional Francisco Franco sino todo contrario. La democracia no se forjó en el siglo XIX. La concibieron ya los griegos con veintitantos siglos de anticipación, y en cada Era se sirvió con las fórmulas prácticas que el adelanto de la civilización permitía.
Interpretaciones de la democracia
¿Por qué huye la vieja política de las naciones de la expresión más clara y directa de la democracia, que es el referéndum? ¡Ah!, porque no se quiere que la democracia sea sincera, porque lo que los partidos quieren es un artificio de la democracia, una interpretación completamente falsa de la democracia, el poderla implantar a través de los partidos políticos; y se llega al caso peregrino de que un padre de familia que sostiene una familia, vea desmentida su voz, que debiera tener un peso en la Patria, por la de su mujer o la de sus hijos.
¿Es una democracia que los hombres y los intereses de los hombres, que se centran en la localidad, en la religión, en el trabajo, en la profesión, se anulen materialmente porque unos militan en la derecha y otros en la izquierda, porque unos se sienten socialistas y otros capitalistas? ¿Es ésta la solución o es más sincero y democrático que sea en los órganos naturales donde el hombre discurre y se encuadra, donde se exprese la voz de la democracia?
Libertad compatible con el orden
Nosotros no negamos la democracia; nosotros queremos ser fieles a la democracia. ¡Ah!, pero no queremos que las libertades se pierdan en la anarquía; amamos las libertades, pero una libertad compatible con el orden, porque en el desorden naufragan todas las libertades.
Por todo ello, podemos hoy, a los veinticinco años, sentirnos con la misma juventud, con el mismo espíritu, con la misma novedad de doctrina y, lo que es más, con una eficacia indiscutible. Por eso la tarea del periódico “Arriba” se ennoblece conforme pasa el tiempo y toma una dimensión mayor, una dimensión universal, convencidos de que éste es el único camino y fuera de él están la anarquía y el caos.
Muchas gracias a todos, y felicidades. ¡Arriba España!
Discurso en la inauguración del Centro de Formación Profesional Acelerada Núm.2, de Barcelona (Barcelona, 7 de mayo de 1960)
Solamente unas palabras para felicitar a la Organización Sindical, a las jerarquías, a los monitores de este Centro y a cuantos han ayudado o han puesto su celo en la culminación de esta obra, y que vienen logrando que por la geografía de España se multipliquen estos Centros que, como decía Solís hace unos momentos, vienen a llenar una gran laguna en la formación del hombre español.
La situación de atraso en la formación profesional y especialización de nuestros trabajadores es una herencia del siglo liberal, de su anarquía; de aquel dejar hacer, que era no hacer, que producía aquel estancamiento en nuestro progreso. Así como en la naturaleza todo es equilibrio, de la que se nos ofrece como modelo la colmena con sus abejas, en la que sin inteligencia, sin las dotes superiores del ser humano, todo es orden, eficacia y armonía; en cambio, los que recibimos el don tan preciado de la inteligencia, la malgastamos en ese dejar hacer, en solamente pensar en los derechos, pero no en cumplir los deberes que durante tanto tiempo ha hecho que los esfuerzos de los españoles, en lugar de unirse en una marcha ordenada, se enfrenten y anulen; de ahí el no avanzar, cuando no el retroceder, en la marcha que la perfección de la humanidad demanda.
Nuestro Movimiento es eminentemente social
Nuestro Movimiento Nacional ha surgido contra el abandono y la anarquía. Es la no conformidad con un estado de cosas que nos precipitaba en el caos; es un Movimiento eminentemente social, notoriamente humano; un Movimiento que persigue el bien común, ese fin político tan manoseado al correr de los años y que, sin embargo, en la práctica de aquellos sistemas jamás se realizaba, viniendo a constituir la peana sobre la que se alzaban las ambiciones de los hombres que posponían a sus pasiones el bienestar general de nuestro pueblo.
Por ser nuestro Movimiento político, es eminentemente social. Si dejara de ser social quedaría vacío de contenido, ya que en nuestra era lo político ha venido a ser eminentemente social.
El Régimen viene a dar satisfacción a todos
Nuestro Régimen tampoco es exclusivo de una clase. Viene a dar satisfacción a todos. Y esto no podría alcanzarse si dejáramos sumidos en la anarquía a una masa de hombres sin preparación y sin trabajo, abandonados a sus propios medios. La vida es como una gran cucaña, como esas competiciones ciclistas, del deporte, del fútbol; esos torneos en los que ponemos tanta pasión que requieren trabajar en equipo y que se dan también en la vida de los pueblos. Existe una competición real entre las naciones, entre las economías; y si los pueblos no se preparan para esas luchas y no van todos a una, obedeciendo a una voz y aunando sus esfuerzos, en una dirección, serán rebasados por los más preparados, y los fuertes pasarán por encima de los débiles, que se ahogarán en su propia miseria.
Esta es la mejor realidad del Movimiento Nacional, que desde el primer momento lucha por el bien común, por la justicia y el bien social entre los hombres y las tierras de España; preparando a la Nación para esa lucha, dictando leyes sociales que fortalecieran y transformasen toda la vida española.
Muchos que desconocen el pasado pretenden tacharnos de que vamos con calma.
Y yo llamo la atención a esos españoles para que piensen cuál es la herencia que recibimos; cuál era la situación de España; cuáles eran las luchas sociales esterilizadoras de todo avance y progreso humano y económico; cuál era la base económico-social de que partimos; quiénes se llevaron el oro de la Nación; quiénes arruinaron sistemáticamente la producción española; quiénes la abandonaron y negaron al Estado de derecho o, mejor dicho, el deber de realizar la transformación de la Nación creando nuevos puestos de trabajo, despertando riquezas, multiplicando bienes, levantando nuevas fuentes de colocación para sus hijos y para el empleo de todos sus brazos.
Hemos de recordar que cuando vino la República, su primer acto fue suspender todas las obras públicas españolas, calificándolas de derroche. ¿Y qué eran las obras públicas que se habían concedido en tiempos del general Primo de Rivera? Pues nada menos que el riego futuro de nuestros campos, el levantamiento de nuevas fábricas, el refuerzo de nuestra economía. Evidentemente, con aquella suspensión se quería el hambre y la miseria para mejor especular con ellas. Nosotros, sin embargo, con la Nación despojada de todo, nos hemos tenido que encarar con aquellos problemas. Y si hoy hemos tenido una ligera contracción, es la necesaria e indispensable para seguir marchando. La herencia que nosotros recibimos fue una herencia ruinosa. Todo eran deudas, no teníamos ni disponíamos de nada. Decían nuestros adversarios que nos dejaban y abandonaban una nación inviable, imposible de levantarse. Así lo creían
también no solamente los que se marcharon, sino muchos de los que se quedaban.
Realidad de una doctrina
Pocos eran los que creían en las posibilidades del pueblo español, en su capacidad y espíritu para poder salir de aquella situación con nuestro propio esfuerzo.
Sin embargo, éstas eran las grandes probabilidades que ofrecía el Movimiento Nacional, el atesorar unas esencias políticas impregnadas de fe en España, de una virtualidad en potencia, y una doctrina que nos ofrecía soluciones y cauces para poderlo conseguir. Así pudimos encararnos con el gran problema de dar de comer a 28 millones de habitantes y hacer que en ningún sitio faltase lo indispensable para la vida y para el trabajo, y que no solo pudiéramos sostener la vida económica de España, importar el algodón para vuestras fábricas y las materias primas necesarias para vuestros establecimientos, sino también el lograr un progreso sustancial; todo ello sin una divisa, sin una ayuda exterior ni una mano que se nos tendiese.
Nuestra marcha fue eficaz y progresiva, con vistas a levantar nuestra economía y nivelar nuestra balanza de pagos, que nos permitiera como primera meta una estabilización; que las cuatro pesetas que pudiera ahorrar un hombre en España conservaran su valor de compra y no se depreciasen. Y teníamos que conseguir, al mismo tiempo, que en aquel período indispensable, y en el que forzosamente tenían que producirse fenómenos de carestía, no fuera sacrificada la situación de la mano de obra.
Y por ello tuvo que llegarse a un aumento progresivo de los salarios, al no poder detener los precios, aunque, como ocurre siempre, los salarios serían a plazo corto rebasados por los precios. Su límite y su parada estaba en alcanzar una producción y un equilibrio que nos permitiera enfrentarnos con la estabilización. No cabía otra política que crear, producir y multiplicar en España todo lo que en nuestra Nación pudiera lograrse, multiplicando fábricas, estableciendo riegos, reforzando por todos los medios la balanza de pagos para poder enfrentarnos con el momento de la estabilización.
Para pasar a la estabilización, no cabe duda que existen algunas cosas que no pueden subsistir, que se habían forjado sobre la especulación y la escasez y que forzosamente tenían que caer. Hemos procurado que en esta situación de estabilización los daños fuesen los mínimos posibles, y hoy podemos considerarlos en franca marcha de recuperación. No nos hemos detenido en el camino para retroceder, sino precisamente para todo lo contrario, para avanzar, tomar nuevas fuerzas y lograr un avance mayor. Y en este sentido hemos de considerarnos satisfechos de que la situación española sea francamente buena y que pronto nos permita recoger el fruto de nuestros sacrificios.
Pero es indispensable que en esa gran concurrencia universal, en esa competición de las naciones, la nuestra, lo mismo que sucede en las competiciones deportivas, se prepare físicamente para, con nuestro esfuerzo y nuestra unidad, y sobre todo con nuestra productividad, alcanzar las metas perseguidas. Tienen todos que convencerse que no es posible la mejora social si no hay un paralelo y real progreso económico.
Podría llevarse la justicia distributiva a los extremos más avanzados; pero si la economía no progresa, si los bienes y la renta nacional no aumentan y, en cambio, la población se multiplica, el reparto sería mísero. Por esto la productividad es necesaria, importa al trabajador más de lo que él mismo supone. Y en este empeño todos somos actores, y a unos nos corresponde la responsabilidad de dirigir y a otros la de obedecer y producir.
Y estas instalaciones son un pedazo de esta gran obra que viene a llenar una laguna anterior: el abandono de las generaciones que nos precedieron, porque para el futuro, para vuestros hijos y nietos, para las futuras generaciones, España cuenta con organizaciones y fuerzas suficientes para que no se den estos casos; hoy tenemos que servir y transformar a los hombres que han tenido la mala suerte de vivir en años anteriores. A ellos están destinadas estas realizaciones.
Discurso ante las autoridades de Barcelona, después del desfile de la Victoria (Palacio de Pedralbes, Barcelona, 9 de mayo de 1960)
Solamente unas palabras para felicitar a todos por el brillante estado de instrucción y disciplina de que han dado muestras los Ejércitos en el desfile de hoy. Si grandioso ha sido el acto militar del desfile de los Ejércitos en día para nosotros tan señalado como es el de la Fiesta de la Victoria, lo ha sido tanto el marco que lo encuadró, por la unidad, civismo y entusiasmo en su identificación del pueblo de Barcelona. Esto nos demuestra cómo nuestra vitalidad y temperamento no eran los apropiados para aquellos viejos sistemas que venían causando progresivamente al correr de los años la ruina de España.
Esta sensibilidad y temperamento necesitan de una dirección y disciplina que encauce nuestra gran vitalidad hacia la grandeza de la Patria. Y a esta Patria representada en el Ejército, en las tropas que desfilaban, iban dedicados el entusiasmo y la adhesión del pueblo que las aclamaba.
Podéis estar satisfechos de vuestra labor militar; la instrucción de los contingentes y su preparación para la guerra, para que no puedan sorprendernos los acontecimientos con un atraso en nuestra preparación e instrucción, como por abandonos de Gobierno pudo haber sucedido en otras épocas. Un jalón importante para nuestra transformación lo constituyó la Guerra de Liberación con su Victoria y la política exterior de España en los últimos años, que nos ha permitido el disfrute de los adelantos científicos y técnicos alcanzados por los mejores Ejércitos del mundo en la última gran contienda.
Hace unos días solamente revisté en la base naval de Cartagena las Escuelas de Instrucción, apreciando su modernísimo sistema de enseñanza y la gran eficiencia de este sistema, en el que, dentro de una austeridad y modestia en los edificios, encierra un valor esencial en su contenido, en los aparatos, en la organización y en los procedimientos, que representan un gran adelanto que nos coloca a la altura de las naciones más eficientes.
Igualmente ocurre con nuestra aviación, que en el lapso de tiempo transcurrido desde la Cruzada de Liberación y la contienda universal, motivaron el retraso en que hubiese quedado nuestro Ejército del Aire sin los acuerdos con Norteamérica, que nos han permitido aprovecharnos de su técnica, preparación y material.
Vosotros sabéis bien que en los tiempos modernos las naciones no pueden vivir aisladas; están llamadas a ser sumandos de una suma de naciones y, por tanto, tienen que prepararse como partes y al mismo tiempo como un todo.
Y en esta preparación hemos de considerar, aunque no se haya concretado y tenido en cuenta en el ámbito europeo, que la guerra que nos amenaza se está preparando en tres campos perfectamente diferenciados, aunque cooperadores al mismo fin: uno, que comprende la acción bélica en campo tradicional militar; otro, que tiene como objetivo inmediato la batalla política, y otro, que persigue la lucha y el quebrantamiento económico del adversario. No basta ya el que las naciones se preparen para luchar en el campo militar. Los pueblos pueden fallar porque se les quebrante su nervio político o se les arruine su economía y provocar los mismos efectos.
La nación que amenaza hoy al mundo no trabaja solamente en el campo militar, con ser importante las conquistas que en este campo logró; lo hace especialmente en el campo político y en el económico, aspirando a quebrantar interiormente a las otras naciones a través de subversiones internas, provocadas, en su caso, por la ruina, la crisis, la insatisfacción y el descontento, que permitan coronar más fácilmente la acción a los procedimientos bélicos.
No disponen solamente de un Estado mayor militar, con ser importante; existen también otros Estados Mayores que estudian y preparan con la lucha económica la revolución y la subversión. Porque, como bien sabéis, hoy la guerra es total, con hombres y mujeres, la política, la economía y la ciencia. Y para buscar la precisa anulación, esos Estados Mayores están preparando la guerra política y el quebranto económico. Saben que las guerras no se pueden hacer sin una economía fuerte, y también conocen que ésta es la base del bienestar político interior.
Por eso no nos basta la preparación tradicional de los Ejércitos para la guerra.
Necesitamos que la Nación esté preparada para resistir las pruebas a que un día pudiéramos estar sometidos, robusteciendo nuestra fortaleza política y económica, necesarias para poder triunfar y no ser sorprendidos en ningún momento.
Y volviendo a nuestro campo tradicional militar, no nos basta tampoco con estar preparados para ser sumando; es necesario que seamos eficientes no solamente para la guerra grande, sino también para la guerra chica. Y, en último extremo, para la insurrección armada, para la defensa palmo a palmo de nuestras serranías y campos, para la guerra de la Independencia de las guerrillas, en que es maestro nuestro pueblo y que nadie podría vencer, como a través de la Historia ha demostrado repetidamente.
Y nada más que haceros este ligero esbozo para que penséis cuán importante es el camino recorrido y cuál nuestro magnífico estado de salud, que habéis podido apreciar al desfilar por las calles de Barcelona y advertir el entusiasmo de nuestro pueblo. ¡Arriba España!
Discurso al pueblo de Mallorca pronunciado desde el balcón del Ayuntamiento de Palma de Mallorca (10 de mayo de 1960)
Acabo de recibir en el salón de sesiones del Ayuntamiento de Palma de Mallorca el saludo de vuestro Alcalde, en nombre de toda la ciudad. Vengo a ella nuevamente con el corazón abierto y con recuerdo de aquellos dos años felices que pasé entre vosotros cuando, hace veinticinco años, mandaba las fuerzas de la región.
Cada vez que se viene a esta isla dorada y se contempla el progreso de la misma, se apercibe uno más de la eficacia del Movimiento Nacional, de la virtualidad que tiene la unidad de los hombres y de las tierras de España, de la fecundidad que entraña el tener una política de unidad, de trabajo y de amor entre los españoles.
La unidad es tan necesaria en la guerra como en la paz. Podemos, por otra parte, afirmar que en el mundo apenas existe la paz; la vida es lucha, competencia y rivalidad, y el que se duerme, el que no se defiende, el que no trabaja, el que no se prepara para ese combate, sucumbe ante la marcha arrolladora que el mundo lleva.
No son solamente los bienes materiales los que hemos de defender, sino nuestros bienes tradicionales, nuestros tesoros y nuestras riquezas espirituales. Y lo mismo que en los tiempos fatídicos de la República, por nuestra falta de unidad, fueron amenazados aquéllos, que se salvaron por la espiritualidad de nuestro pueblo, con mayor motivo puede ocurrir en el naufragio del mundo, si no sabemos mantener firmes, con nuestra unidad, nuestras creencias, nuestras recias tradiciones y si no nos esforzamos todos en lograr una sola voluntad, que es el servicio de la grandeza de la Patria.
Siento el no poder, como antaño, perderme en el encanto de vuestras calles, contemplar vuestros monumentos, visitar vuestras calas y playas doradas; pero, en fin, el ser Jefe del Estado es casi no ser persona, es ser el servidor de los demás, el centinela sin relevo, el esclavo del deber. En este sentido, espero algún día tener la felicidad de venirme de incógnito por vuestras costas, de poder estrechar nuevamente vuestras manos, de hablar con los amigos y de dejar aquí, de nuevo, un pedazo de mi corazón.
¡Arriba España!
Palabras al pueblo de Menorca pronunciadas desde el balcón del Ayuntamiento de Ciudadela, Menorca, el 11 de mayo de 1960
Menorquines:
Mucho os agradezco el entusiasmo que habéis puesto al recibirme. Los pueblos que habéis sufrido bajo la cautividad roja, tenéis una sensibilidad especial, porque habéis conocido con el dominio rojo los resultados a que nos conducen las divisiones, las diferencias y las luchas internas.
Vosotros comprendéis mejor la necesidad de una política de Unidad Nacional, de Justicia Social, y de comprensión humana; una política que defienda y estimule nuestros bienes espirituales, que haga que en el futuro no puedan ya enfrentarse españoles contra españoles y, lo que es más importante todavía, que en nuestro territorio, en los pueblos y en las ciudades, no pueda ondear jamás la bandera del comunismo.
Aquí habéis sufrido bajo el dominio rojo las persecuciones más horrendas, que culminaron en el asesinato de vuestro obispo con la mayoría de los sacerdotes, aquel santo pastor, aquel hombre insigne cargado de años que ni la ceguera que padecía movió la conmiseración de sus verdugos; legiones de mártires, hermanos nuestros, tantos hombres magníficos caídos en esta ciudad. Que nuestro recuerdo sea hoy para todos estos mártires, para estos héroes anónimos, para todos los que han puesto su empeño o dado su sangre o su vida por esta hora de renacimiento español.
¡Arriba España!
Palabras al pueblo de Menorca, al serle impuesta la primera medalla de la ciudad de Mahón desde el balcón del Ayuntamiento de Mahón, Menorca, el 11 de mayo de 1960
Menorquines:
Hace mucho tiempo que deseaba visitar la isla de Menorca. La isla de Menorca es la adelantada de España en el Mediterráneo, el extremo oeste de nuestra nación. En ella se concentraron mis afanes cuando, siendo general del archipiélago, visitaba esta población maravillosamente situada de Mahón, avanzada de nuestra Patria; cuando convivía con los menorquines escuchaba sus necesidades y conocía también sus abandonos.
Dice nuestra canción que en España empieza a amanecer, y esto ocurre porque España tiene una unidad y voluntad, voluntad de ser; pero para llegar a ser, para llegar a triunfar, es necesario el camino también del sacrificio, el de la solidaridad entre los españoles, de la solidaridad también entre las comarcas y las regiones, que lo mismo que hay una justicia social entre los hombres, hay también una justicia social entre sus pueblos.
Y yo os aseguro que en esta España renacida, en nuestra España en marcha, que camina hacia su grandeza, no será olvidada la isla de Menorca y su capital, Mahón.
¡Arriba España!
Palabras con ocasión de la visita al Monasterio de Montserrat, Barcelona, 14 de mayo de 1960
El Jefe del Estado respondió a la bienvenida del abad de Montserrat con las siguientes palabras:
“Señor abad, Comunidad de Montserrat: Agradezco mucho las palabras de bienvenida del señor abad y las oraciones de esta basílica por el bien de España. Vivimos tiempos difíciles de la vida del mundo; se ciernen sobre él amenazas efectivas. La Iglesia de Cristo sufre en muchos países de Europa y del mundo el martirio del silencio. Eso es trascendente para la vida de los pueblos. La unidad, la fortaleza de los pueblos, la espiritualidad, la justicia social, el bienestar y el contento público son un refuerzo evidente para resistir a todo lo que pueda venir, y sobre todo los embates del materialismo que el mundo sufre.
Por todo ello yo agradezco de todo corazón vuestras oraciones y la colaboración que nos prestáis para la fortaleza de esta Nación y para que se vea siempre libre de todos los peligros pasados. Muchas gracias.”
Palabras durante la visita al Instituto Químico de Sarriá, Barcelona, 16 de mayo de 1960
Contestó al discurso del padre Ferré el Generalísimo Franco, que habló en estos términos:
Solamente os dirigiré unas palabras para agradeceros las que el señor rector de este Centro de Estudios ha pronunciado y agradecer en nombre de la Patria todo el esfuerzo que ha venido desarrollando el Instituto Químico de Sarriá para poner a nuestra nación a la altura de los avances químicos de otros países.
Vosotros os dedicáis al estudio y a la investigación de la Química. Los que os habéis enrolado en esta profesión de ingenieros químicos, sabéis mejor que yo que estamos viviendo la era de la técnica, para lo cual es un avance considerable todo el trabajo que ya habéis efectuado y la renovación que para el futuro vais a desarrollar.
La química ha sufrido en nuestros tiempos una honda transformación. Esta honda transformación exige que los hombres también nos preparemos, que la industria se transforme. Por todo ello, todos nuestros esfuerzos y todos nuestros afanes son agradecidos por la Patria.
Agradezco a la Compañía de Jesús el esfuerzo cultural inmenso que en todo orden viene desarrollando en todos los planos, y al Patronato del Instituto Químico de Sarriá, el apoyo que le pueda prestar para que esta obra sea cada día más fecunda.
Muchas gracias a todos
Discurso durante la visita a la Ciudad Universitaria de Pedralbes, de Barcelona, 16 de mayo de 1960
Solamente unas palabras para saludar a todos los miembros de la Universidad de Barcelona y dar las gracias al señor rector por las frases sentidas que me ha dirigido, así como para expresaros que, entre las inquietudes que la responsabilidad que cayó sobre mis hombros me produjo, una de las más importantes ha sido la de elevar a la Universidad.
Desde los primeros contactos que tomé con ella, me apercibí del abandono en que durante años se tuvieron a nuestros Centros docentes. He visitado algunas Universidades y me ha sorprendido, como me sucedió con la Facultad de Derecho de Valencia, el que pudieran darse clases en aquel recinto sin las condiciones mínimas necesarias y en la que, a las molestias que naturalmente tiene siempre la gran concentración de estudiantes, se sumaban a las dificultades físicas subsanables de la falta de aulas y la falta de medios para poder desarrollar las enseñanzas.
Todo esto ha motivado el que, en la medida en que los recursos del Estado lo permitieron, nos propusiésemos renovar los Centros universitarios españoles, al tiempo que les ayudábamos a salir de su marcha cansina y a volver a ser los altos Centros que proyecten su cultura a todos los ámbitos de la Nación y que en pocos años puedan presentarse a la altura de los similares del extranjero.
En este camino habréis visto cómo, en la medida en que las inversiones de la Nación lo han permitido, hemos ido atendiendo a la obra de reemplazar aquellos viejos inmuebles, de mejorar la dotación de las Universidades y ofrecerles los medios para que estos Centros de cultura, que constituyen una esperanza para la Patria, puedan llevar la instrucción y formación de la juventud española a los grados más óptimos.
El Movimiento Nacional, que vino a poner en orden y a resolver los problemas de España y a poner en ello toda su voluntad y espíritu de servicio, miró con ilusión, desde el primer momento, y tiene sus ojos puestos en la mejor colaboración de la Universidad. Así, entre los grandes vacíos que en la Universidad se sentían, estaba la ausencia de estudios específicos sobre la economía de la Nación; y así, desde los primeros momentos, se preocupó de que en ella se creasen las Facultades de Ciencias Políticas y Económicas, que era una necesidad sentida para la marcha y el progreso de España. Al correr de los años, nuestras Universidades nos habían dado grandes hacendistas, preclaros gobernantes, pero muy escasos economistas. Esta piedra básica del bienestar de la Nación había sido totalmente olvidada.
Cuando en una nación se desencadena una Revolución, la Universidad no puede quedarse aparte; se hace necesaria la renovación, el poner los estudios en relación a las nuevas necesidades, como nos ocurre hoy con el moderno Derecho Social. Los viejos problemas políticos se han convertido en evidentemente sociales. Vivimos una era nueva en que el espíritu de lo social, el ansia de mejora del nivel de vida, el anhelo de la justicia distributiva, alcanzan ya a todos los pueblos del Universo. La Universidad no puede quedar aislada, apartada de este movimiento social y, entre las ramas del derecho que aquí se estudian, el Social viene exigiendo un puesto principal,. Que el pueblo, a quien todos hemos de servir, no se conforma ya con llevar una vida inferior a la de los demás pueblos y Estados europeos.
Pensad que esto tenemos que realizarlo en la hora más difícil de la vida de Occidente. Cuando la presencia del comunismo ruso está poniendo en peligro, con su ofensiva materialista y desintegradora, los cimientos de nuestro bienestar, explotando las inquietudes de los que están cansados de esperar y poniendo en peligro toda la vida y la estabilidad del Occidente.
Este tiene que fortalecerse, que prepararse para la defensa de su espiritualidad y de su cultura, para defender el imperio del Derecho, y en esta batalla se nos plantea un dilema: o nos entregamos a la corriente que intenta arrastrarnos y que arrasa todos los fundamentos de nuestra civilización y los logros conseguidos al correr de los siglos, o renovamos y fortalecemos la vida de las naciones para que puedan resistir y triunfar en esta batalla. Esto es lo que exige que el Movimiento Nacional y toda nuestra vida se oriente en un espíritu de unidad, de autoridad, de disciplina, de libertad y orden, por un camino eminentemente social que abra un amplio cauce por donde discurran los anhelos y las inquietudes de los hombres, que ofrezca una eficacia real a la solución de esos problemas.
En esto deberá tener un gran papel la Universidad, que forma las juventudes intelectuales españolas y que tiene la responsabilidad de formarlas completamente, no solo instruirlas en las disciplinas de sus especialidades, sino lograr la formación total del hombre. Estamos amenazados de una batalla, y el pueblo que sepa mantenerse unido y conservar su espiritualidad y sus ideales tendrá la más fuerte garantía para no sucumbir.
Confío y espero en vosotros y en la Universidad de Barcelona, como en todas las Universidades españolas, para hacer esa España social, grande y unida.
Discurso al pueblo de Gerona pronunciado desde el balcón del Ayuntamiento, el 17 de mayo de 1960
Gerundenses y españoles todos aquí congregados:
Gracias por vuestro entusiasmo y vuestra fe en este acto grandioso de afirmación nacional y de identificación política, por este hermoso cuadro en que, reunidos los hombres de la provincia con los de la capital, exteriorizan esta afirmación de fe, esta confirmación de confianza y de seguridad en los destinos de nuestra Patria. Yo quisiera traer a esta provincia española a los hombres que por ahí murmuran, en especial a los que se mueven fuera de España, para que vieran esta realidad democrática de un pueblo identificado con su Régimen, con su Gobierno y con su conductor; que pudieran conocer esta realidad política española, para que se les quitase para siempre la esperanza de que España pueda dar un viraje. En España no puede haber un cambio y no puede haber variaciones, porque esta hora de plenitud, esta realidad de resurgimiento y esta vuelta a la fe y a la esperanza las hemos conquistado con la sangre de nuestros mejores.
La Historia, por otra parte, nos enseña a todos cuáles han sido los sacrificios que España sufrió por una mala política, por abrazar un sistema político que no iba y que encerraba un fraude constante a la voluntad de la Nación por la permanente desasistencia de que fuisteis víctimas las provincias españolas.
No tendríamos nosotros las tareas que hoy se nos presentan, si no se hubiese abandonado la Nación durante tantas décadas, si la voluntad del pueblo, los anhelos de las provincias y las aspiraciones de los españoles hubieran sido recogidos y tenido una efectividad en la política de los Gobiernos.
Esta identificación y comunidad del pueblo con su Gobierno es una realidad que podemos hoy mostrar al mundo. No buscamos formulismos democráticos hipócritas y vacíos, sino realidades de democracia efectiva. Queremos que las aspiraciones del pueblo, que sus anhelos, lleguen a conocimiento de los gobernantes y sean traducidos en hechos, como ha venido sucediendo en estos veinte años difíciles que hemos pasado y que se convirtieron en esa suma de bienes espirituales, patrióticos y sociales que el pueblo recibió.
Es necesario que, en el examen de nuestra situación, no perdamos nunca de vista la base de que partimos. El terreno se nos presentaba movedizo y fangoso, con una España totalmente espoliada; carecíamos de una base estable, y la primera etapa de nuestra política tenía que ser la de subsistir, la de hacer por todos los medios posible la vida de España, y en esto hemos gastado una gran parte de los últimos veinte años transcurridos, luchando contra las conjuras exteriores, sufriendo las consecuencias de la guerra mundial, superando los obstáculos que se nos han acumulado en el camino y demostrando que el Movimiento Nacional tiene una fecundidad, que posee una doctrina y una capacidad de realizar como no se ha conocido jamás en la historia de nuestra Patria.
Pero no nos basta hoy con mirar nuestra casa y a nuestra vida interna. Somos una parte del mundo y no podemos vivir aislados de los demás. Y si nos asomamos al exterior, si miramos lo que nos rodea y las amenazas que sobre el occidente se ciernen, se encarece más que nunca la necesidad del Régimen español, que hace veinte años hemos iniciado y que, si no existiese tendríamos de nuevo que forjarlo. Os recuerdo esto porque las amenazas que el mundo sufre no son ya los ataques tradicionales, como los que un día sufrió esta heroica ciudad, donde la valentía y el heroísmo de sus habitantes les hizo sobrevivir a la invasión extranjera. La lucha ha dejado de ser caballeresca, ya no pesa la nobleza ni pesa el valor; son las insidias y la traición lo que domina. Se persigue la división y la descomposición interna del adversario, la insurrección en su interior que haga imposible la resistencia. Esta es la doble e insidiosa amenaza que el mundo sufre. No es ya la batalla franca en el campo abierto. Antes se minará al enemigo interiormente, se intentará fomentar en sus filas la traición, se le arruinará económicamente, se le lanzará a la desesperación y, cuando la insurrección haya hecho su camino y la situación esté madura, será cuando se dé el último asalto.
Ahora, en estos mismos días, nos llegan noticias que pretenden conmover al mundo porque un avión, en tiempo de paz, haya volado sobre territorios de otra nación, al parecer con fines de información. ¿Qué representa esta previsión defensiva, comparada con la permanente acción de espionaje y de subversión contra la paz interna de las otras naciones por las Embajadas y Legaciones soviéticas, o con la acción continuada de la Kominform con sus escuelas de terrorismo dirigidas a la subversión de las otras naciones, o ante la conspiración constante contra la paz en tantas naciones de Asia, África y América que venimos viviendo, o frente a los movimientos subversivos provocados en el Próximo Oriente o a las guerras encendidas en China, Corea e Indochina? ¿A dónde puede haber llegado la amenaza y la insolencia? Ante la grave situación que el mundo nos presenta, y para luchar contra las amenazadas y peligros que en el horizonte se vislumbran, no sirven ya los regímenes políticos que, debilitando la autoridad y el orden, acaban sucumbiendo a la anarquía y al libertinaje. Se hace necesario renovar la política, hacer que la democracia sea más sincera y no mate la unidad y la cohesión interna de los pueblos; que éstos no sean engañados y explotados por una minoría de políticos profesionales afectos a sus ambiciones; que se abran nuevos cauces por donde poder llevar hasta el Estado sus aspiraciones, y que éste se enfrente con los problemas y los resuelva en la medida que los medios de la nación permitan.
Este sistema nos dio ya veinte años de paz y nos permitió terminar esta primera etapa constructiva de poner el país en orden y lograr ya un avance considerable, en todos los órdenes, para la transformación de nuestra Patria. Damos comienzo ahora a otra nueva etapa de veinte años en que, partiendo de unas bases firmes y estables, vamos a enfrentarnos con el gran problema nacional de dar satisfacción a todas las provincias españolas, con las grandes obras de regadío, de colonización interna, de vivienda, de industrialización, que harán que vuestros anhelos y vuestras aspiraciones puedan realizarse.
Esta es una realidad que perdurará por encima de nuestra propia vida, por existir un Movimiento político feliz y una doctrina política enraizada ya en la vida de España, que hará que la Nación no pueda torcerse, como lo demuestra esta afirmación nacional de esta españolísima Gerona, que es garantía de la continuidad, de la gloria y de la grandeza de España.
Palabras a la Junta Directiva de la Hermandad de Alféreces Provisionales de Barcelona pronunciadas en el Palacio e Pedralbes de Barcelona, el 23 de mayo de 1960
Mucho os agradezco esta ocasión que me ofrecéis de haber podido saludaros, estrechar vuestra mano y ver cómo mantenéis el espíritu de aquellos días gloriosos de nuestra victoria.
Constituisteis el nervio de aquella victoria los que a las órdenes de vuestros jefes encuadrasteis aquellas jornadas maravillosas con las que comenzó el resurgir de nuestra Patria. Hoy, integrados en las actividades civiles la mayoría de vosotros, seguís siendo los adelantados en la conservación de las esencias patrias y del espíritu del Movimiento.
Os agradezco esa inteligente colaboración, que en los distintos estratos sociales seguís manteniendo; os deseo mil felicidades y que podáis transmitir a vuestros hijos y a las generaciones que nos sucedan el espíritu de la gran generación de la Victoria.
Muchas gracias a todos, señores.
Discurso en la cena de gala ofrecida en honor del Presidente de la República Argentina pronunciado ante el doctor Arturo Frondizi y su esposa, en el Palacio de Oriente, de Madrid, el 7 de julio de 1960
Señor Presidente:
Vuestra visita renueva en nosotros una honda emoción a la que el español es sensible desde hace siglos: la emoción de América. El simple hecho de que seáis argentino os ha abierto las puertas de nuestra casa y de nuestro corazón con un ímpetu entrañable. Pero además sois el ilustre Presidente de la República Argentina, el primer Presidente –en funciones- de vuestra nación que viene a España, y ésta es una honra singular que nos dais y por la que os expresamos desde aquí nuestra rendida gratitud.
Venís de Argentina, la gran nación en donde la solera de lo español está viva y actuando sobre las gentes que, llegando de muy diversos países, han querido poblar el suelo de vuestra patria. Vuestro propio nombre, de noble resonancia itálica, que enriquece vuestra argentinidad –como enriquece nuestras raíces españolas el ser hijos de Roma-, es un símbolo de la fuerza de ese crisol en donde todo acaba fundiéndose en lo hispánico; primero, a través de la lengua, y después, del espíritu y la cultura que alientan detrás de ella. La ocasión en que habéis llegado a España no puede ser mejor para volveros a decir algo que los españoles sentimos y consideramos como la inicial base de
nuestro entendimiento. Habéis llegado, en efecto, en el año en que se celebra el ciento cincuenta aniversario de la Independencia argentina. Pues bien, señor presidente, queremos deciros que os felicitamos por esa gran fiesta, que deseamos hacer nuestra y celebrar como tal.
Hoy, al cabo de siglo y medio, contemplamos aquellos sucesos despojados de la pasión que naturalmente les rodeó, desnudos de las palabras violentas que, a veces, les acompañaban. Y los vemos como un acontecimiento eminentemente hispánico, como un pleito interior y familiar, casi una guerra civil entre los españoles peninsulares y los criollos o españoles de América, es decir, los descendientes de aquellos conquistadores que ya habían sido, en realidad, los primeros americanos. Recordamos muy bien que cuando en España, por la invasión napoleónica, la soberanía estaba vacante y el país había perdido su rumbo histórico, fueron los Cabildos de América, herederos de los
Municipios castellanos, los que se consideraron depositarios del poder político. Y no olvidamos que el símbolo máximo de la naciente Argentina, el glorioso general San Martín, era un criollo de Yapeyú que había vivido veintidós años en España y había sido oficial de la Caballería española no solo en Orán y el Rosellón, sino en la jornada heroica y victoriosa de Bailén, junto a los lanceros que rindieron al gran Dupont. Por todo ello, el general San Martín vino a encarnar en su propia persona el pleito entre españoles que fue la Independencia americana.
Partiendo de esta comprensión inicial, nos sentimos más entrañablemente cerca de la Argentina y reencontramos en ella hondas raíces hispánicas, desde nuestra lengua común, en la que redescubrimos pronunciaciones, vocablos y giros completos de la más pura casta española, más olvidados en España, hasta un estilo de vida que volverá a ser cada vez más parecido entre nosotros, pasando por la cultura, tradiciones y costumbres y por creaciones humanas características como el campero argentino, es decir, el gaucho, caballero de la Pampa que, junto al huaso, el llanero y el charro, es el trasunto americano del hombre a caballo del campo español.
Nuestro contacto está vivo, no limitado al pasado. Durante muchos años, fiel, terca y silenciosamente, los españoles se han seguido embarcando para la Argentina, dejando abierta así una cena por la que ha ido fluyendo la sangre fuerte y sana de ese ser modesto, pero tan importante para la vida de nuestro país, que vosotros llamáis, con expresión familiar no exenta de ternura, “el gallego”. Por esa vía, en el último siglo, dos millones de emigrantes españoles han ido a enriquecer el caudal humano de la población argentina.
Ese “gallego”, es decir, ese español y argentino a un tiempo, es la “cabeza de puente” que España tiene tendida sobre vuestra patria; pero una “cabeza de puente” sentimental que nos sirve para sentir mejor vuestros problemas e inquietudes y para seguir manteniendo con una virtualidad máxima esa dimensión irrenunciable del alma española que es nuestra dimensión americana.
Vos mismo, señor Presidente, habéis enumerado en repetidas ocasiones esas inquietudes. Como son las nuestras también y como a ellos hemos dedicado nuestros mejores esfuerzos en los últimos veinte años, no solamente nos sentimos solidarios con vosotros ene se plano abierto al futuro, sino que estamos a vuestro lado, efectivamente, dispuestos al trabajo y, si es necesario, a la lucha.
Me refiero, en primer lugar, a una gran valoración de la economía de cada país, hecha de forma armónica y sobre nuevas estructuras básicas, de modo que se ponga en pie todo el potencial económico de la nación. Después, a una justa distribución de las riquezas promovidas que supere los grandes desniveles sociales que se dan en muchos países. Mas como asistimos a un gran despliegue de la Historia Universal, nos damos cuenta de que la obtención de esa prosperidad no puede servir solamente a nuestro hombre nacional, sino que debería ser una prosperidad solidaria o interdependiente con la de otros países, y lo lógicos es que esa interdependencia se articule en grandes bloques regionales unidos no solo por las razones geográficas, sino por las analogías de cultura. En este sentido, España ve en el movimiento interamericano un núcleo de enormes posibilidades en cuyo futuro se encuentra decididamente interesada.
Y vemos con vosotros –y por ello hemos luchado sin desmayo- la necesidad de someter todos estos urgentes valores materiales a la primacía del espíritu, que, en nuestro caso, señor presidente, es el espíritu de la religión cristiana, de la fe que Hispanoamérica ha heredado de España en una gran operación espiritual que ha permitido que hoy cerca de la mitad de los católicos del mundo recen a Cristo en español.
En esta creencia y en la cultura por la que el mundo americano participa de la civilización occidental en calidad de parcela joven y poderosa de la misma, Argentina, como vos habéis dicho en toda América, es el país de la fe y de la esperanza, Dejadme añadir que también es el país de la caridad, porque en esa virtud se resumen el amor y la justicia hacia los desheredados y los pobres que son vuestra preocupación y la de tantos países americanos. Y así reunís las tres virtudes teologales de nuestra religión, de la religión en cuyo nombre Juan de Garay, hace trescientos ochenta años, plantó una cruz sobre el vacío solar de la ciudad de Santa María del Buen Aire.
Discurso con ocasión de la comida que le ofreció el Presidente de la República Argentina en el Palacio de la Moncloa, de Madrid, el 9 de julio de 1960
Señor Presidente:
Con profunda gratitud he escuchado vuestras palabras. Nada puede alegrar tanto el corazón de los españoles como esa sensible y noble comprensión que nos mostráis del diálogo hondo y secular entre nuestros pueblos. En ese diálogo encontráis vosotros, argentinos, la viva raíz de vuestro ser, y en él encontramos nosotros, españoles, como un ensanchamiento de nuestro espíritu; un gozoso ensanchamiento hacia los horizontes ilimitados de América, en donde palpitan, jóvenes y vigorosos, los pueblos de nuestra común estirpe.
A ese espíritu filial con el que tratáis el nacimiento de vuestra nación, que dio lugar un día a la separación de nuestros pueblos, correspondió la comprensión de la vieja patria, que supo superar con amor los dolores de aquel trance.
Si examinamos hoy, con la perspectiva y serenidad que nos da la distancia, aquel acontecimiento y analizamos los sucesos políticos que imprimieron carácter a nuestra vida en común en la primera década del pasado siglo, que culminan en la invasión napoleónica que provocó el alzamiento nacional, que puso en pie a las Españas de las dos orillas del Atlántico; si pensamos en la común decepción nacional al no haberse sabido aprovechar la victoria y ponderamos los graves errores políticos que caracterizaron a toda aquella época y que acabaron dando vida y razón a nuestras contiendas civiles, se explica el que el espíritu y vitalidad de los pueblos nuevos de América dieran ímpetu y decisión a aquellos españoles de Ultramar que, como los de hoy, no quisieron conformarse con la decadencia.
Si una guerra civil se encendió en América, dos guerras civiles y múltiples períodos revolucionarios nos sacudieron sucesivamente en el viejo solar, y aun en los tiempos modernos fue necesario una dura Cruzada para la salvación y liberación de nuestra Patria.
Esta generación de españoles que no pudimos conformarnos con una España en peligro de perecer, una España que, como vosotros, amábamos, pero que no nos gustaba, comprende mejor las causas que pudieron precipitar una emancipación que, por natural mayoría de ideas, un día tenía que llegar.
Al reconocernos unos y otros en el pasado, y pensar juntos en el futuro, estamos ya señalándonos una tarea que exige nuestra acción, un “eje de marcha” para que por él camine la gran familia hispánica con la convicción de que su inmenso potencial humano y su riqueza espiritual podrán movilizar una fuerza repleta de esperanza para el mundo actual.
Como decís, señor Presidente, aquí estáis para mostrarnos la realidad de un pueblo en el que ha fecundado la herencia española. Y España, podéis estar seguro, os reconoce con orgullo irreprimible, al ver vuestra nación argentina, que vos encarnáis en este momento, llena de dignidad y de ímpetu, depositaria fiel de sus tradiciones hispánicas y juvenilmente entusiasta con sus quehaceres de hoy y sus proyectos para el futuro; henchida de riquezas y de posibilidades y, al mismo tiempo, poblada por las sombras de sus héroes, imaginarios y literarios como Martín Fierro, o reales e históricos como los caudillos de vuestra Independencia, pero siempre hidalgos de pura fibra española.
En esta fe de vida rebosante que nos dais, España descubre el mejor capítulo de su historia –el de América-, porque no es un capítulo cerrado, sino abierto hacia el futuro, y en él está escrito indeleblemente el nombre de Argentina, vuestra patria, por cuya felicidad quiero, con emoción entrañable, brindar esta noche.
Discurso pronunciado en el acto de despedida al Presidente de la República argentina en el Aeropuerto de Barajas, de Madrid, el 11 de julio de 1960
Señor Presidente:
Muy pocas palabras, porque las palabras sobran cuando la emoción reina y los hechos viven. Vuestra presencia aquí es el abrazo de las Américas con España. Vuestra presencia aquí no llega de lejos, porque recibimos a la nación argentina como cosa propia.
Habéis dicho bien: nuestros héroes son vuestros héroes y vuestros héroes son también nuestros héroes. Nos enorgullecemos de ellos por su estirpe española, por su colaboración unida a la vida de España, por todo lo que significa el hablar una lengua, llevar una sangre y rezar a un mismo Dios. Estos actos que nos unen, estos lazos que nos unen y que se han mantenido a través de generaciones por la marcha de nuestros emigrantes buscando el sol de las tierras argentinas, los sentimos todos los españoles y los siente Madrid, como lo ha demostrado en el recibimiento que os ha hecho y en las aclamaciones que ha tenido para vuestra patria y vuestra nación. Nosotros no olvidamos
que la Argentina ha sido siempre la hermana en todas las horas y en todos los momentos. No importan las vicisitudes que hayan pasado nuestros pueblos. Ha existido siempre la amistad de la Argentina, el abrazo argentino, el sentimiento español, el sentimiento hispánico, que une a todos los pueblos de nuestra raza con la Madre patria, con el viejo solar.
Nosotros nos enorgullecemos de la Argentina, nosotros vemos en la Argentina los sueños que siempre tuvimos cuando nuestros conquistadores, cuando nuestros frailes, iban con la bandera y con la cruz a predicar por aquellas tierras el Evangelio.
Vemos que aquel hecho grandioso, que aquellos hechos religiosos que Dios tenía reservados a la Patria española, tenían una dimensión mucho mayor, como veremos dentro de unos años, cuando esté en plenitud la producción de vuestras tierras y el cerebro de vuestros hijos. Entonces veremos lo que es la nación Argentina y cómo se cumplirán los sueños de aquella Reina Católica, que no trataba de conquistar las tierras ni traer riquezas, sino de llevar la ley de Dios y la verdad a las tierras de América.
Llevad, por tanto, señor Presidente, al pueblo argentino los mejores sentimientos de nuestra Nación, y llevad también el abrazo del pueblo español al pueblo argentino.
Discurso en la inauguración del monumento erigido al Protomártir de la Cruzada, don José Calvo Sotelo de Madrid, 13 de julio de 1960
Excelentísima señora y españoles todos:
España entera siente y comparte la emoción de estos momentos en que rendimos homenaje a la memoria, siempre presente en nuestros afanes, de quien fue protomártir de nuestra Cruzada. Las grandezas de la patria se han levantado siempre sobre el sacrificio generoso de los héroes y de los mártires que con su sangre escribieron las páginas imborrables de la Historia, que son ejemplo y estímulo para las generaciones que les siguen. Héroes y mártires constituyen los fuertes eslabones que formas la cadena de nuestra Historia, que aseguran la unidad y la continuidad de nuestra Nación.
La muerte de Calvo Sotelo por los propios agentes encargados de la seguridad fue la demostración palpable de que, rotos los frenos, la Nación se precipitaba vertiginosamente en el comunismo. Ya no cabían dudas, ni vacilaciones: el asesinato, fraguado desde el Poder, del jefe más destacado de la oposición, unió a todos los españoles en unánime y ferviente anhelo de salvar a España. Sin el sacrificio de Calvo Sotelo, la suerte del Movimiento Nacional pudo haber sido muy distinta. Su muerte alevosa venció los naturales escrúpulos de los patriotas, marcándoles el camino de un deber insoslayable; por ello, Calvo Sotelo vivirá estrechamente unido al Movimiento Nacional.
Su sacrificio no pudo ser más fecundo: constituyó el rayo de sol en medio de la tormenta, fue la claridad para todos. Si hoy lloramos su ausencia, hemos de reconocer lo muchísimo que le debemos. Con su ejemplo nos dio un nuevo estilo de servir la política.
Los esfuerzos de buena voluntad, desarrollados hasta entonces por las fuerzas políticas de orden para hacer posible aquel régimen, habían rotundamente fracasado.
Por segunda vez en la Historia se demostraba lo que la República había de ser en nuestra Patria. Calvo Sotelo constituía el jalón más importante entre las dos España: la España decadente que moría y la nueva España que iba a levantarse.
En las palabras elocuentes del conde de Vallellano, uno de los grandes amigos y correligionarios de calvo, destacado hombre político de los que gozaron de su intimidad, habéis escuchado una historia sucinta de la vida de nuestro mártir, y aunque las palabras sobran ante figura tan insigne, en que toda oración resulta pobre, yo quisiera, en cumplimiento de un deber nacional, el destacar el clima político que asfixió su vida para que podamos sacar de él las mejores enseñanzas. Calvo Sotelo es gloria de nuestra generación, y es obligado seamos los hombres de ella los que, en la medida de lo humano, le honremos y ensalcemos.
En medio de un clima político de escepticismo, Calvo cree fuertemente en España. Así le vemos en sus años juveniles militar en aquel movimiento nacional de los jóvenes mauristas, frustrado por la campaña internacional masónica del “¡Maura, no!”,que el sistema liberal parlamentario consintió y del que otros partidos se aprovecharon: le encontramos de nuevo en los años de la Dictadura del llorado general Primo de Rivera destacar como uno de sus más inteligentes y fecundos colaboradores. Allí está Calvo de nuevo henchido de fe, de cara a la esperanza. Establecida la República y arrastrada España a su fraccionamiento y destrucción, se yergue nuevamente la figura titánica de Calvo Sotelo, dispuesto a contener con su oratoria concluyente y, como día él, con sus amplias espaldas, el torrente desbordado al que se ofrecía en holocausto por la Patria a la que tanto amaba. Por ello decís bien, conde de Vallellano: Calvo Sotelo hubiera sido, sin duda alguna, uno de nuestros más excelsos colaboradores; su pensamiento así lo acusa. En una de sus últimas intervenciones en las Cortes Españolas, la del primero de julio de 1936, hablando sobre la situación del campo decía: “Yo les digo, señores diputados, que su remedio no está en este Parlamento ni en otro que, como éste, se elija, ni en el Gobierno actual, ni en otro Gobierno que el Frente Popular formase, ni en el Frente Popular mismo, ni en los partidos políticos, que son cofradías cloróticas de los contertulios; está en un Estado corporativo.” He aquí a Calvo Sotelo pronunciándose contra el régimen inorgánico y el sistema de los partidos políticos.
Él conocía bien lo que todo esto significó en el destino histórico de España, que se acusa a través de toda la historia política del siglo XIX, que nos ofrece: la España chata y chabacana de espíritu decadente, incapaz de continuar siendo cabeza de un imperio, ni sostener sobre sus hombros el peso de su gloria. Cuando los pueblos quieren hacer algo serio y proyectarse al exterior, necesitan unir sus espaldas, levantar la vista de las miserias internas, buscar dilatados horizontes, sin neutralizarse en divisiones y luchas intestinas que acaban destruyendo mutuamente a sus hombres y haciendo naufragar los mejores propósitos.
Si abandonando la historia pasada queremos extraer las lecciones de la era contemporánea en la que calvo Sotelo vivió, los hechos nos abruman. Unos solos datos formales nos darán una clara idea de la incapacidad de aquel régimen para que por él pudiera regirse nuestro pueblo: ¿Sabéis cuántas crisis políticas hubo bajo la monarquía liberal, constitucional y parlamentaria en los años que van de 1900 a 1923? Cincuenta y tres, que representó una media de dos o tres Gobiernos por año. ¿Qué acción cabe con esa discontinuidad?
Más si nos trasladamos a los años de la República, en el período que va de febrero de 1931 al Movimiento Nacional, o sea, un total de cinco años, vemos sucederse veintidós Gobiernos, que representan un poco más de cuatro por año.
Aquel régimen entrañaba en sí mismo la incapacidad. ¿Qué rendimiento podríamos asignar a cualquier empresa, por modesta que fuera, que cada cuatro meses hubiese de cambiar de dirección? ¿Qué no habrá representado en las grandes empresas nacionales, que requieren estudios prolongados y años para desarrollarse?
Pues si pasamos al campo formal de las libertades políticas, de la vigencia de las garantías constitucionales, en los mismo períodos, nos encontramos que en los años del 1900 al 1931, años en que todavía n habían tomado estado las maquinaciones internacionales de la guerra fría, estuvieron suspendidas las garantías durante tres mil trescientos veinticuatro días, que equivalen a una media de ciento cuarenta y cuatro días al año, y durante la República, ochocientos cuarenta y dos días, con una media de ciento sesenta y ocho días al año.
Datos estos que creo bastarán para demostrar a las generaciones nuevas que no conocieron aquellos tiempos, cuáles eran las realidades españolas en la etapa que le tocó vivir a nuestro mártir, y las características de aquella desdichada República que padecimos, que al cabo de veinte años algunos de sus seguidores pretenden presentárnosla como dechado de virtudes cívicas.
El hecho más saliente es que poco después de la muerte de Calvo Sotelo, abortado el complot comunista por el Alzamiento Nacional, la República española se presentó al mundo estrechamiento unida al comunismo de los soviets, intervenida por el embajador ruso Rosemberg, abriendo sus puertas a la irrupción de las brigadas comunistas internacionales bajo mando de generales rusos, comisarios políticos, tribunales populares y establecimiento de checas, muchos de cuyos cabecillas aparecen hoy al frente de varios de los países europeos esclavizados tras el telón de acero.
Por todo esto, el camino que la muerte de Calvo Sotelo nos marca no podía ser una solución circunstancial que atendiese a una simple y grave situación de emergencia, sino que demandaba una solución política básica para nuestro futuro: el planteamiento y la solución al problema político español de nuestro tiempo, que si entonces, por las características por que pasaba la nación española, se presentaba como insoslayable, la situación del mundo actual lo convierte en un imperativo de nuestra propia existencia.
Por donde quiera que extendamos la vista advertimos la ineficacia de los viejos sistemas y la quimera de quererlos implantar en los nuevos Estados. Si para muchos pueblos viejos y archicivilizados constituye una pesada servidumbre carente de eficacia y que disminuye sus defensas, ¿qué no será en los pueblos que necesitan imperiosamente años de paz, de unidad y de continuidad de esfuerzos?
Ante las perturbaciones que bajo los viejos sistemas democráticos los pueblos sufren, vemos en los últimos años a muchas naciones establecer poderes fuertes, elevando a las supremas magistraturas del Estado a generales o altos jefes militares confiando que la autoridad y la honestidad sean suficientes para resolver el problema que a los pueblos aqueja, creyendo ser suficientes la autoridad, la honestidad y la buena administración para salvarse.
Sin embargo, nuestra experiencia nos dicta que la obra de Calvo Sotelo y de aquellos patriotas que, bajo la dirección del general Primo de Rivera, intentaron salvar a nuestra Patria, se perdió por la falta de un contenido político. Lo que desde el primer momento se proclamó “puente” le faltó la otra orilla en que asentarse, y las veleidades de los cenáculos políticos, utilizando la calumnia y la falacia, engañando al país, le condujeron a caer en la República española, que constituyó la antesala del caos que nos esperaba.
Los pueblos todos sienten un hueco político que es necesario llenarles. Si no lo hacemos nosotros con la verdad de un ideario que le convenza y arrastre, otros procurarán llenárselo con la falsedad y con el engaño. La política tiene que ser activa y militante, y mucho más en estos tiempos, en los que el movimiento que amenaza a toda nuestra civilización occidental va acompañado de un misticismo engañoso, racionalista y falso, que ya ha sumido en la esclavitud a muchas naciones confiadas, un día libres y felices.
Hace falta el dar estabilidad al sistema político que se adopte, el atesorar una doctrina, el despertar una nueva ilusión, el sustituir una democracia gárrula y formalista, vacía de autoridad y de contenido, por otra más sana, sincera y eficaz; oponer a una ilusión engañosa la seguridad de unos logros felices. La batalla que el comunismo plantea al mundo no es una empresa bélica, sino una batalla política, social y económica, que no se contrarresta con la carrera de armamentos solamente, ya que la verdadera lucha no se entabla en campo exterior solamente, sino en el frente interior.
Tres hechos hemos de destacar en el transcurso de estos cinco lustros en que se ha desarrollado la vida política de nuestro Movimiento: la interrupción del proceso moderno de evolución política en las naciones, impuesto por los encedores a los vencidos en la última contienda; la extensión del comunismo en el mundo como consecuencia de la explotación de la victoria por los soviets, y el paso a la independencia de numerosas naciones subdesarrolladas, que vivieron hasta entonces bajo dominio colonial. Con una grave consecuencia política, la de abandonar al comunismo la exclusiva en el proceso de renovación política que la vida de los pueblos demanda.
Es necesario reconocer que la misma ansia social de resurgimiento de la Nación y de elevación del nivel de vida que hace veinte años alentaba en nuestra patria y que caracterizó a nuestro Movimiento, se extiende hoy por todas las latitudes en un anhelo común y una demanda de eficacia.
Hay quienes inocentemente consideran que la ayuda exterior podría resolverles sus problemas, cuando se requiere el esfuerzo de todo el país, lo que demanda unidad, autoridad, disciplina, moral, orden, racionalización y, en pocas palabras, eficacia. Y como no cabe todo eso dentro de los viejos sistemas, que abren la puerta por la que el comunismo va a introducir en las naciones su “caballo de Troya”, a los pueblos se les presenta hoy el siguiente dilema: o el continuar con sus divisiones, revoluciones y remiendos a un sistema que se desmorona, o caer en el comunismo deslumbrados por las propagandas, como única solución viable de unidad, de autoridad, continuidad, disciplina y eficacia.
Yo me atrevo a afirmar que entre el mundo de la esclavitud soviética y el de la democracia inorgánica, caben soluciones modernas democráticas más eficaces y justas, y que nuestro Régimen, satisfaciendo los anhelos de la justicia social, de progreso económico y de elevación del nivel de vida, se ofrece como una solución óptima, en la que, salvando lo esencial de nuestras libertades, logra que la nación discurra en un régimen de unidad, de autoridad, de continuidad y de eficacia, en que la democracia tiene una realidad sincera y eficaz a través de las organizaciones naturales en que el hombre se encuadra.
Nuestro Movimiento político no es exclusivista, está abierto, como hemos demostrado, a todas las honradas y leales colaboraciones. Sus leyes básicas y principios han sido proclamados y aceptados por todo el país. En su unidad está nuestra salud política y nuestro futuro. Veinte años de paz, de invulnerabilidad a los ataques y maquinaciones de fuera, de engrandecimiento de la patria, de justicia social, de progreso económico, de elevación del nivel de vida y de resurgimiento de la espiritualidad, constituyen la ejecutoria más valiosa que podemos ofrecer en este homenaje a la memoria de nuestro protomártir.
Si la muerte de Calvo Sotelo fue punto decisivo para el Alzamiento Nacional que abrió con su proa camino en el mar proceloso de nuestra historia política hacia nuevos horizontes, hoy podemos hacerle la firme promesa de que su sangre ha de ser fecunda y que las cadenas que con su muerte rompió no volverán jamás a esclavizar a nuestra nación.
Palabras a los aprendices, artesanos y becarios de la Organización Sindical pronunciadas en el Palacio de El Pardo, en Madrid, el 18 de julio de 1960
Habéis visto cómo en los 18 de julio dedicamos una parte de nuestro tiempo a esta cuestión tan trascendente en el orden social como es el otorgar los premios a las Empresas, a los productores, a los estudiantes, y a los aprendices que en esta Olimpiada del Trabajo han conquistado un puesto importante.
Todas las profesiones, todas las actividades y todos los trabajos son dignos en una nación y merecedores de premios. Formamos una gran colmena en que cada cual, entregado a sus actividades y aficiones, trabaja para sí, pero también trabaja para la Patria. La Patria agradece esos trabajos; la grandeza de la Patria repercute en bienes para todos los españoles. Y esta grandeza de la Patria hemos de lograrla en competición noble con las otras naciones, como esta competición noble entre las Empresas y entre los hombres, los trabajadores habéis llevado a cabo vosotros para alcanzar este galardón.
Os felicito porque en el servicio a vuestro porvenir y a vuestro futuro, en esta lealtad acrisolada del hombre envejecido, encanecido en la profesión, en todo ello está el bien de la Patria, y la Patria os agradece vuestro sacrificio y os estimula a seguir obrando así para que alcancemos la España Grande, Única y Libre que todos ansiamos.
¡Arriba España!
Discurso en el acto de clausura de las Jornadas Técnicas Sociales pronunciado en Madrid, el 18 de julio de 1960
Señoras y señores:
Solamente unas palabras para clausurar este acto de tanta trascendencia social en la vida de nuestro país. En esta fecha del 18 de julio, como en años anteriores, se está realizando en toda la geografía española la inauguración de viviendas, abastecimiento de aguas, electrificaciones, sanatorios, casas del médico, escuelas, entre otras muchas realizaciones de interés social que afectaban a los pueblos y que esperaban años para ser realizados. Es decir, que el 18 de Julio se ha convertido en un día eminentemente social.
Y es que lo social caracteriza a toda la vida de España; venía ya siéndolo, aunque no se le hubiera dado estado, en la pasión que animaba las viejas luchas políticas: Lo social estaba en nuestro ánimo desde que iniciamos la Cruzada.
En el año 1938 ya se promulgaba el Fuero de los Españoles, Fuero que, como habéis visto, han pasado veintitantos años por él y sigue con la misma lozanía y con el mismo interés que despertó a su promulgación. Entonces se reunieron en Burgos unos hombres expertos y doctos, como los que figuran hoy en este Consejo, que redactaron la Carta Magna del Trabajo que inspira toda nuestra legislación laboral. Pero no fue solamente el Fuero del Trabajo el que se alumbró en aquellos días de lucha y de esperanza, sino una importante serie de leyes sociales. En los primero días del Movimiento nace la Fiscalía de la Vivienda, que se enfrentó con el pavoroso problema de la insalubridad de tantas casas y hogares; las disposiciones sobre el plato único, la del Auxilio Social, la ayuda a los combatientes, la creación del instituto de la Vivienda. Un día tras otro se sucedían leyes y disposiciones eminentemente sociales que proclamaban a la Nación el carácter de nuestro Movimiento. Nuestro objetivo era la paz entre los hombres y las tierras de España, corregir una vida política equivocada que, después de haber producido nuestra decadencia, nos arrastraba a la catástrofe comunista, y entrar en una nueva era.
Definíamos nuestro Régimen como nacional, como católico, social y orgánico. De estas claras características no se derivaban más que bienes para la Nación; lo nacional, que venía fuertemente amenazado por los separatismos suicidas, requería un fortalecimiento de la unidad y el engrandecimiento patrio. Lo católico era el tesoro de bienes espirituales que iban a derramarse sobre la nueva planta de la Patria. No solamente constituía un bien para todos, sino que les ofrecía la garantía más firma de la paz y de la justicia. Podrá prescindirse de cualquier otra faceta, pero de la que no podrá prescindirse nunca es de la formación de la conciencia católica de nuestro pueblo. Podrán tacharnos de autoritarios o de lo que sea, pero no podrán discutirnos nunca que los principios de la ley católica, de la confesionalidad del Estado, constituyen para todos los españoles un principio de honestidad y una garantía suprema de justicia, ya que la justicia no está solamente en los códigos sino que tiene que estar también en las conciencias.
Si queremos juzgar sobre la situación actual, no podemos prescindir de considerar la base de que partimos, analizar debidamente la herencia que recibimos. Hemos de pensar en una España abandonada a sí misma, una España en que lo social estaba recluido en un pequeño sector de aquel Instituto de Reformas Sociales que, como recordaba el Ministro de Trabajo, proponía a los Poderes públicos modestas aspiraciones carentes de ambiente en los medios políticos, pero que no era enfrentarse con lo social. Lo social no puede estar solamente en un modesto sector, ni en una dependencia: lo social tiene que estar en la entraña misma del país, que ascender a la vida de la nación; tiene que sentirse y que alimentarse del clamor popular. Y yo creo que en estos veinte años nuestro Movimiento ha conseguido llevar la inquietud de lo social a todos los ámbitos y a todos los rincones de España.
Desde esta herencia arrastramos un vicio, el de enfocar algunas veces lo social con los resabios del materialismo marxista. Yo no impugno ni hostilizo a aquellas organizaciones que en un régimen liberal buscaban en la asociación de clase una defensa de sus intereses. Si la lucha era permitida, aunque repercutiera gravemente sobre la Patria, es lógico que los proletarios se asociasen y organizasen para su lucha contra los empresarios, igualmente organizados; pero lo que en ninguna forma puede admitirse es que esa lucha vaya en contra de la Patria y destruya la Nación, y esa pugna incivil es la que dividía y arruinaba a la Patria y la arrastraba a su destrucción total, sin que, por otra parte, se obtuviese por los trabajadores ventaja, pues al final la cuerda se rompía por lo más débil. Cuántos hombres honrados y de buena fe fueron conducidos a la desgracia: un interés exterior comerciaba con la carne de cañón de los proletarios.
Nosotros hemos venido a redimir a nuestro pueblo de todo esto, a hacer una España grande, a hacer una España libre y a hacer una España justa.
Pero lo social tiene, con lo nacional y económico, una interdependencia. El pensar que una nación empobrecida, abandonada, en período de regresión económica, pueda hacer grandes realizaciones sociales, es una solemne equivocación. La interdependencia de los económico y lo social es evidente. Una Patria económicamente fuerte puede realizar grandes obras sociales; una Patria mísera, sin economía, no puede repartir más que miseria.
Por eso, desde los primeros momentos, la administración de la Victoria se hizo en beneficio de todos los españoles. Nos enfrentamos con el problema de aquella triste herencia, que nos legaba una Nación económicamente atrasada, con una masa de obreros creciente en muchas provincias españolas carentes de trabajo; un campo atrasado y una industrialización incipiente y pobre. Por eso, nuestros primeros pasos fueron encararnos con la necesidad de una ocupación total, al tiempo que hacíamos todo lo posible por cambiar el signo de nuestra economía; hacer que los sueños aquellos de tantos pensadores españoles de que las aguas de nuestros ríos no arrastrasen nuestras tierras al mar; o aquel otro del padre Pérez del Pulgar de crear una gran red nacional eléctrica que alimentase nuestras fábricas e hiciera posible nuestra transformación industrial, y aquellos sueños de racionalizar nuestros ríos y regar nuestros secanos, todo lo que los grandes españoles imaginaron, lo hicimos nosotros realidad. Si todo eso podíamos implantarlo en los primeros momentos, lo emprendimos sin vacilación, estableciendo los primeros jalones a través de los esfuerzos para que no faltase trabajo a nadie en el área de España. Podrán decirnos unos que en ciertos aspectos esto nos llevaba a la inflación. Sí, señor, a todo lo que fuera necesario…, a todo lo que fuera necesario para que en los hogares españoles no faltara ni la lumbre ni el pan.
Pero esta primera etapa, como digo, era esencial para nuestra vida. Nosotros no teníamos, por el despojo de nuestros tesoros y por el abandono en que había caído España durante tantos años, medios suficientes para enfrentarnos con todas las necesidades del pueblo español. Y por eso hubimos de padecer el racionamiento y salvar los días difíciles; pero, sin embargo, administramos bien nuestro haber, haciendo que los sufrimientos para la Nación fueran los menos posibles; más al mismo tiempo que dábamos pan y trabajo, atacábamos dura y profundamente todo el problema económico de la Nación, el abandono de cincuenta años. Y así hemos llegado a esta hora, en que casi tenemos agotadas las posibilidades eléctricas de nuestra Nación, ciento catorce embalses han producido ya el remansamiento de nuestras aguas, que la vierten ya en una gran parte en nuestros grandes regadíos. Y si no vamos más de prisa es porque necesitamos subordinarnos a las posibilidades de nuestra economía, porque los gastos e inversiones del Estado tienen que ser medidos, y por ello no podemos hacer tan rápidamente el desiderátum de los que deseamos.
Pero, sin embargo, nuestra obra es lo suficientemente extensa para admirar a los extranjeros y a todo aquel que serenamente contemple la geografía de España, y no solo por lo que ya hemos conseguido en tan pocos años, sino por lo que estamos en camino de conseguir. Cuando se marcha tan de prisa como nosotros hemos ido, llega un momento en que se hace necesario efectuar un reajuste en nuestra marcha, aun habiendo superado las etapas más esenciales. Los vicios de la especulación arrastraban nuestra corriente de divisas hacia el mercado negro y se hacía necesario hacerle discurrir por los cauces legales. Creíamos, por la intensificación de nuestras producciones, tener en nuestra manos la seguridad de una mejora de nuestra balanza de pagos, y que en lo sucesivo nuestras necesidades podrían ser satisfechas por el trabajo y la exportación españoles. Fue en aquel momento preciso, el momento clave en el que nos enfrentamos con el problema de la estabilización. La estabilización es la base firme para la valoración de los salarios, para que el salario no se pierda en una carrera detrás de los precios, para que nosotros podamos entrar en el mundo internacional y dar una base firme a nuestros empresarios para que puedan constituir las Empresas.
El éxito ha sido rotundo, aunque apareciera en los primeros momentos alguna contracción; contracciones, por otra parte, naturales, que no son solamente debidas a la estabilización, sino a la normalidad. Las industrias de coyuntura, los trabajos de coyuntura, los que se hacían aprovechando el agio de los precios, tenían que desaparecer para dar paso a la organización racional de las Empresas, a las Empresas solventes, a los responsables, a todas aquellas que están naciendo y a otras que nacerán, que nos permitirán una reafirmación económica, y que esa marcha que empezamos nosotros en el año 1939, con la Victoria, no puede ser interrumpida.
Yo os aseguro que la estabilización crea problemas, pero serían incomparablemente, mayores si no hubiera estabilización; tenemos medios para resolveros y lograr que el subsidio de paro no sea una necesidad, ya que la marcha económica de la industrialización, de los riegos, de toda la organización económica, permitirá reducirlo a la cifra mínima que pueda haber en una Nación.
Muchos son los problemas que se presentan a nuestra Nación. No sé si todos los conoceréis; pero justifican la creación de este Consejo. España estaba muy abandonada.
Hoy mismo nos tropezamos con problemas seculares, por ejemplo, los de determinadas provincias que registran de toda la vida un nivel muy inferior al de las otras, cuyo reparto de población ha obedecido a tradiciones guerreras o resultado del tiempo. En ellas necesitamos reducir y dejar de cultivar tierras marginales, que no producen lo necesario para el sostenimiento de una familia; pero tampoco podemos abandonarla, si no tenemos los lugares de trabajo, las fábricas y centros de producción donde podamos emplear esos hombres. Llevamos muy adelantados los trabajos para racionalizar la vida de zonas esteparias en determinadas provincias que, como Guadalajara, representan, a
las puertas de Madrid, un ejemplo de la incuria liberal, de pueblos míseros sin justificación alguna; de pueblos o aldeas que es necesario concentrar y transformar. Es imperioso el llevar la industrialización a las capitales de esas provincias, realizar pequeños regadíos, alumbrar aguas, volver muchas tierras a su verdadero destino.
No es repartiendo secanos estériles cómo se logra la reforma social. Nuestra reforma social descansa en las buenas tierras de los valles, en los nuevos regadíos que van a transformar nuestros campos, en la distribución de la riqueza que se crea, en todos esos mil problemas que están conectados unos con otros y que para resolverlos hacen falta un estudio profundo y un conocimiento de sus realidades.
Por otra parte, es necesario recordar en todos los momentos que no vivimos aislados ni en un país de autarquía. No pueden vivir ya los pueblos como hace cien años; necesitan intercambiar sus productos, comprar los que no se dan en su suelo, conquistar mercados, y para ganarse mercados hace falta estar en condiciones para la competencia.
Por eso es tan importante, como decía esta mañana a los empresarios y a los trabajadores que en la Olimpiada del Trabajo habían ganado sus galardones, es indispensable que mejoremos nuestra productividad y la calidad de nuestros productos, porque en ese gran estadio internacional de la competencia, los puestos se ganan con la fuerza de la razón, por la baratura y la calidad, resultado de un buen espíritu de trabajo.
Agradezco a todos la colaboración entusiasta que ponéis en esta obra y deseo que este acto sea un jalón decisivo para enfrentarnos con los grandes problemas sociales. Estudios que corresponde encauzar al Ministerio de Trabajo, vivificados por la Organización Sindical. Porque no podemos olvidar que los trabajadores no son una parte muerta, sino una porción viva de esta obra, en quienes hemos despertado una ilusión y quieren participar de ella, ser ellos también los ejecutores y, a través de la organización Sindical, traer sus valiosas aportaciones, que por otra parte nosotros facilitaremos con la expansión de la cultura a todos los sectores sociales para que puedan estar a la altura de los problemas.
Muchas gracias a todos y ¡Arriba España!
Felicito a cuantos han puesto su mano en esta gran obra de asistencia militar.
Somos una gran familia, y como tal tenemos que comportarnos. Por todo ello, por la asiduidad e interés puestos por los distintos ministros que se han sucedido, por los capitanes generales y, en resumen, por todas nuestras utoridades, merecen que les exprese mi cálida y entusiasta felicitación.
Deseo que los alumnos que aquí residan correspondan a los sacrificios de la Nación y del Ejército; así como a los padres que traigan a sus hijos a estos Centros para informarles debidamente. Este Centro, como los otros dos ya inaugurados, viene a llenar un importante vacío, pues antaño, cuando un hijo tenía aficiones e inteligencia y quería estudiar una carrera civil, no podía muchas veces hacerla porque le faltaban medios y estos Centros Asistenciales de la gran familia militar.
Esto venía revelándose en todos los órdenes, como recordaba el ministro, ya sea en el de la vivienda, como en el de los economatos o en la asistencia de otras muchas necesidades. Estas y otras parecidas son las razones por las que nosotros deseamos hacer a España grande, porque sabemos que de su progreso y de su grandeza se derivan bienes para todos los españoles, como éste que hoy recibe “la gran familia militar”.
Muchas gracias a todos y ¡Arriba España!