Discurso Al pueblo de Morelos pronunciado en Villa de Ayala (Morelos) el 27 de agosto de 1911
«Desde que os invité en la Villa de Ayala a verificar el movimiento revolucionario contra el déspota Porfirio Díaz, tuve el honor de que os hubiérais aprestado a la lucha militando bajo mis órdenes, con la satisfacción de ir a la reconquista de vuestros derechos y libertades usurpadas. Juntos compartimos los azares de la guerra, la desolación de nuestros hogares, el derramamiento de sangre de nuestros hermanos, y los toques marciales de los clarines de la victoria.
Mi ejército fue formado por vosotros, conciudadanos, nimbados por la aureola brillante del honor sin mancha; sus proezas las visteis desde Puebla hasta este jirón de tierra bautizada con el nombre de Morelos, donde no hubo más heroicidad que la de vosotros, soldados, contra los defensores del tirano más soberbio que ha registrado en sus páginas la historia de México; y aunque nuestros enemigos intentan mancillar las legítimas glorias que hemos realizado en bien de la patria, el reguero de pueblos que ha presenciado nuestros esfuerzos contestará con voces de clarín anatematizando a la legión de «traidores científicos» que aun en las pavorosas sombras de su derrota, forjan nuevas cadenas para el pueblo o intentan aplastar la reivindicación de esclavos, de parias, de autómatas, de lacayos.
La opresión ignominiosa de más de treinta años ejercitados por el revolucionario ambicioso de Tuxtepec; nuestras libertades atadas al carro de la tiranía más escandalosa, sólo comparable a la de Rusia, a la de Africa ecuatorial; nuestra soberanía de hombres libres no era otra cosa que la más sangrienta de las burlas.
La ley no estaba más que escrita y sobre de ella el capricho brutal de la turba de sátrapas de Porfirio Díaz, siendo la justicia un aparato gangrenado, dúctil, elástico que tomaba la forma que se le daba en las manos de jueces venales y sujeto al molde morboso de los señores de horca y cuchillo.
El pueblo mexicano pidió, como piden los pueblos cultos, pacíficamente, en la prensa y en la tribuna, el derrocamiento de la dictadura, pero no se le escuchó; se le contestó a balazos, a culatazos y caballazos; y sólo cuando repelió la fuerza con la fuerza, fue cuando se oyeron sus quejas, y el tirano, lo mismo que la comparsa de pulpos científicos, se vieron vencidos y contemplaron al pueblo vencedor.
La Revolución que acaba de triunfar, iniciada en Chihuahua por el invicto caudillo de la Democracia C. Francisco I. Madero, que nosotros apoyamos con las armas en la mano lo mismo que el país entero, ha tenido por lema «Sufragio Efectivo. No Reelección»; ha tratado de imponer la justicia basada en la ley, procurando el restablecimiento de nuestros derechos y libertades conculcadas por nuestros opresores del círculo porfiriano, que en su acalorada fantasía aún conspiran por sus antiguos privilegios, por sus comedias y escamoteos electorales, por sus violaciones flagrantes de la ley.
En los momentos de llevarse a cabo las elecciones para Diputados a la Legislatura del Estado, los enemigos de nuestras libertades, intrigando de una manera oprobiosa, me calumniaron a mí y al Ejército Libertador que representa nuestra causa, al grado de haberse mandado tropas federales a licenciarnos por la fuerza, porque los señores «científicos» así lo pidieron, para desarmarnos o exterminarnos en caso necesario, a fin de lograr los fines que persiguen en contra de nuestras libertades e instituciones democráticas.
Un conflicto sangriento estuvo a punto de realizarse: nosotros, yo y mi ejército, pedimos el retiro de las fuerzas federales, por ser una amenaza para la paz pública y para nuestra soberanía, e hicimos una petición justa al Supremo Gobierno y al señor Madero, que la prensa recta y juiciosa de la Capital de la República, comentó con su pluma en sabios conceptos en nuestro favor.
Los científicos como canes rabiosos, profirieron contra nosotros vomitando injurias y calumnias, calificándonos de bandidos, de rebeldes al Supremo Gobierno, cosa que ha sido desmentida por la opinión pública y por nuestra actitud pacífica y leal al Supremo Gobierno y al señor Madero.
Los enemigos de la patria y de las libertades de los pueblos, siempre han llamado bandidos a los que se sacrifican por las causas nobles de ellos. Así llamaron bandidos a Hidalgo, a Alvarez, a Juárez, y al mismo Madero, que es la encarnación sublime de la Democracia y de las libertades del pueblo mexicano, y que ha sido el derrocador más formidable de la tiranía, que la patria saluda con himnos de gloria.
El jefe de la Revolución don Francisco I. Madero vino a Cuautla y entre delegados de pueblos y jefes de mi ejército se convino, en bien de los principios que hemos defendido y de la paz de nuestro Estado, en lo siguiente:
1.- Licenciamiento del Ejército Libertador;
2.- Que a la vez que se licenciaba al Ejército Libertador, se retirarían las fuerzas Federales del Estado;
3.- Que la seguridad pública del Estado quedaría a cargo de fuerzas insurgentes de los Estados de Veracruz e Hidalgo;
4.- Que el Gobernador provisional de nuestro Estado sería el ingeniero Eduardo Hay;
5.- Que el Jefe de las Armas sería el Teniente Coronel Raúl Madero;
6.- Que el sufragio de las próximas elecciones sería efectivo, sin amenaza y sin presión de bayonetas; y
7.- Que los jefes del Ejército Libertador tendrían toda clase de garantías para ponerse a cubierto de calumnias.
Estas fueron las promesas y convenios establecidos entre nosotros y el Jefe de la Revolución don Francisco I. Madero, quien expresó estar autorizado por el Supremo Gobierno para llevar a la vía de la realidad lo antes convenido.
Si desgraciadamente no se cumple lo pactado, vosotros juzgaréis: nosotros tenemos fe en nuestra causa y confianza en el señor Madero; nuestra lealtad con él, con la patria y con el Supremo Gobierno ha sido inmensa, pues mis mayores deseos lo mismo que los de mi ejército son y han sido por el pueblo y para el pueblo de Morelos teniendo por base la justicia y la ley».
Villa de Ayala, agosto 27 de 1911
Discurso Manifiesto a todos los pueblos en general pronunciado en el Campamento Revolucionario de Morelos el 31 de diciembre de 1911
«En nombre de mi Ejército, que reclama un derecho de reivindicación muy justo en la conciencia de todo buen mexicano, o de otra nacionalidad, que ame a su propia Patria y que tienda a salvarla de monstruos perniciosos que explotan de una manera salvaje el sudor de las frentes de sus hijos, vengo a protestar ante el mundo civilizado que ha hecho a su Patria libre e independiente, encaminándola por el sendero del progreso de su riqueza nacional, contra la prensa alarmista y contra todo ataque a mis denodados soldados que nos llame bandidos, porque bandido no se puede llamar a aquel que débil e imposibilitado fue despojado de su propiedad por un fuerte y poderoso, y hoy que no puede tolerar más, hace un esfuerzo sobrehumano para hacer volver a su dominio lo que antes les pertenecía. ¡Bandido se llama al despojador, no al despojado!
Hago un llamamiento a todos los Pueblos de la República Mexicana, sin distinción de individuos en clases y categorías, a fin de que quiten de su mente todos los temores que la prensa aduladora y enemigos nuestros, tratan de manchar mi honradez y la de mis valientes soldados; que tema, sí, todo aquel individuo que haya explotado, despojando tierras, aguas y montes en gran escala a los pueblos, pero no de una cobardía porque no somos cobardes, pero sí de que todo lo que no es suyo tendrá que devolverlo.
Ofrezco a Uds. queridos pueblos, cuidar de sus intereses y de sus vidas, cuando por fortuna me toque estar en uno de ellos, para cuyo objeto me ocupo en disciplinar debidamente a mis soldados, y éstos se mantendrán acuartelados cuando tengamos la fortuna de tomar a fuerza alguna población de las defendidas por el Autócrata Madero, ¡destructor del Plan de San Luis Potosí!
Ante el mundo entero ofrezco, en nombre de mis soldados y partidarios, obrar como antes he dicho , no respondiendo de aquellos individuos que al nombre de mi bandera se amparen cometiendo atropellos, venganzas o abusos; para éstos excito a todos mis partidarios y pueblos en general los rechacen con energía, ‘pues a éstos los considero enemigos míos que tratan de desprestigiar nuestra causa bendita y evitar el triunfo’; inquieran sus nombres verdaderos y no los pierdan de vista, para que reciban el castigo merecido.
Pueblos queridos: el triunfo es nuestro, ya tiemblan los tiranos amigos del retroceso.
¡Adelante! que ya la aurora de la libertad brilla en el horizonte».
Campamento Revolucionario. Diciembre 31 de 1911
Emiliano ZapataGeneral en
Jefe de las Fuerzas del S
Discurso a la Nación en Morelos pronunciado el 20 de octubre de 1912
«La victoria se acerca, la lucha toca a su fin. Se libran ya los últimos combates y en estos instantes solemnes, de pie y respetuosamente descubiertos ante la nación, aguardamos la hora decisiva, el momento preciso en que los pueblos se hunden o se salvan, según el uso que hacen de la soberanía conquistada, esa soberanía por tanto tiempo arrebatada a nuestro pueblo, y la que con el triunfo de la revolución volverá ilesa, tal como se ha conservado y la hemos defendido aquí, en las montañas que han sido su solio y nuestro baluarte. Volverá dignificada y fortalecida para nunca más ser mancillada por la impostura ni encadenada por la tiranía.
Tan hermosa conquista ha costado al pueblo mexicano un terrible sacrificio, y es un deber, un deber imperioso para todos, procurar que ese sacrificio no sea estéril, por nuestra parte, estamos bien dispuestos a no dejar ni un obstáculo enfrente, sea de la naturaleza que fuere y cualquiera que sean las circunstancias en que se presente, hasta haber levantado el porvenir nacional sobre una base sólida, hasta haber logrado que nuestro país, amplia la vía y limpio el horizonte, marche sereno hacia el mañana grandioso que le espera.
Perfectamente convencidos de que es justa la causa que defendemos, con plena consciencia de nuestros deberes y dispuestos a no abandonar ni un instante la obra grandiosa que hemos emprendido, llegaremos resueltos hasta el fin, aceptando ante la civilización y ante la historia, las responsabilidades de este acto de suprema reivindicación.
Nuestros enemigos, los eternos enemigos de las ideas regeneradoras, han empleado todos los recursos y acudido a todos los procedimientos para combatir a la revolución, tanto para vencerla en la lucha armada, como para desvirtuarla en su origen y desviarla de sus fines.
Sin embargo, los hechos hablan muy alto de la fuerza y el origen de este movimiento.
Más de treinta años de dictadura, parecían haber agotado las energías y dado fin al civismo de nuestra raza, y a pesar de ese largo periodo de esclavitud y enervamiento, estalló la revolución de 1910, como un clamor inmenso de justicia que vivirá siempre en el alma de las naciones como vive la libertad en el corazón de los pueblos para vivificarlos, para redimirlos, para levantarlos de la abyección a la que no puede estar condenada la especie humana.
Fuimos de los primeros en tomar parte de aquel movimiento, y el hecho de haber continuado en armas después de la expulsión de Porfirio Díaz y de la exaltación de Madero al poder, revela la pureza de nuestros principios y el perfecto conocimiento de causa con que combatimos y demuestra que no nos llevaban mezquinos intereses, ni ambiciones bastardas, ni siquiera los oropeles de la gloria, no; no buscábamos ni buscamos la pobre satisfacción del medro personal, ni anhelábamos la triste vanidad de los honores, ni queremos otra cosa que no sea el verdadero triunfo de la causa, consistente en la implantación de los principios, la realización de los ideales y la resolución de los problemas, cuyo resultado tiene que ser la salvación y el engrandecimiento de nuestro pueblo.
La fatal ruptura del Plan de San Luis Potosí motivó y justificó nuestra rebeldía contra aquel acto que invalidaba todos los compromisos y defraudaba todas las esperanzas; que nulificaba todos los esfuerzos y esterilizaba todos los sacrificios y truncaba, sin remedio, aquella obra de redención tan generosamente emprendida por los que dieron sin vacilar, como abono para la tierra, la sangre de sus venas. El Pacto de Ciudad Juárez devolvió el triunfo a los enemigos y la víctima a sus verdugos; el caudillo de 1910 fue el autor de aquella amarga traición, y fuimos contra él, porque, lo repetimos: ante la causa no existen para nosotros las personas y conocemos lo bastante la situación para dejarnos engañar por el falso triunfo de unos cuantos revolucionarios convertidos en gobernantes; lo mismo que combatimos a Francisco I. Madero, combatiremos a otros cuya administración no tenga por base los principios por los que hemos luchado.
Roto el Plan de San Luis, recogimos su bandera y proclamamos el Plan de Ayala.
La caída del gobierno pasado no podía significar para nosotros más que un motivo para redoblar nuestro esfuerzo, porque fue el acto más vergonzoso que pueda registrarse; ese acto de abominable perversidad, ese acto incalificable que ha hecho volver el rostro indignados y ecandalizados a los demás países que nos observan y a nosotros nos ha arrancado un estremecimiento de indignación tan profunda, que todos los medios y todas las fuerzas juntas no bastarían a contenerla, mientras no hayamos castigado el crimen, mientras no ajusticiemos a los culpables.
Todo esto por lo que respecta al origen de la revolución, por lo que toca a sus fines, ellos son tan claros y precisos, tan justos y nobles, que constituyen por sí solos una fuerza suprema, la única con que contamos para ser invencibles, la única que hace inexpugnables estas montañas en que las libertades tienen su reducto.
La causa por la que luchamos, los principios e ideales que defendemos, son ya bien conocidos de nuestros compatriotas, puesto que en su mayoría se han agrupado en torno de esta bandera de redención de este lábaro santo del derecho, bautizado con el sencillo nombre de Plan de Villa de Ayala. Ahí están contenidas las más justas aspiraciones del pueblo, planteadas las más imperiosas necesidades sociales, y propuestas las más importantes reformas económicas y políticas, sin cuya implantación, el país rodaría inevitablemente al abismo, hundiéndose en el caos de la ignorancia, de la miseria y de la esclavitud.
Es terrible la oposición que se ha hecho al Plan de Ayala, pretendiendo, más que combatirlo con razonamientos, desprestigiarlo con insultos, y para ello, la prensa mercenaria, la que vende su decoro y alquila sus columnas, ha dejado caer sobre nosotros una asquerosa tempestad de cieno, de aquel en que se alimenta su impudicia y arrastra su abyección. Y sin embargo, la revolución, incontenible, se encamina hacia la victoria.
El gobierno, desde Porfirio Díaz a Victoriano Huerta, no ha hecho más que sostener y proclamar la guerra de los ahítos y los privilegiados contra los oprimidos y los miserables, no ha hecho más que violar la soberanía popular, haciendo del poder una prebenda; desconociendo las leyes de la evolución, intentando detener a las sociedades y violando los principios más rudimentarios de la equidad arrebatando al hombre los más sagrados derechos que le dió la naturaleza. He allí explicada nuestra actitud, he allí explicado el enigma de nuestra indomable rebeldía y he allí propuesto, una vez más, el colosal problema que preocupa actualmente no sólo a nuestros conciudadanos, sino también a muchos extranjeros. Para resolver este problema, no hay más que acatar la voluntad nacional, dejar libre la marcha a las sociedades y respetar los intereses ajenos y los atributos humanos.
Por otra parte, y concretando lo más posible, debemos hacer otras aclaraciones para dejar explicada nuestra conducta del pasado, del presente y del porvenir.
La nación mexicana es demasiado rica. Su riqueza, aunque virgen, es decir todavía no explotada, consiste en la agricultura y la minería; pero esa riqueza, ese caudal de oro inagotable, perteneciendo a más de quince millones de habitantes, se halla en manos de unos cuantos miles de capitalistas y de ellos una gran parte no son mexicanos. Por un refinado y desastroso egoísmo, el hacendado, el terrateniente y el minero, explotan esa pequeña parte de la tierra, del monte y de la vera, aprovechándose ellos de sus cuantiosos productos y conservando la mayor parte de sus propiedades enteramente vírgenes, mientras un cuadro de indescriptible miseria tiene lugar en toda la República. Es más, el burgués, no conforme con poseer grandes tesoros de los que a nadie participa, en su insaciable avaricia, roba el producto de su trabajo al obrero y al peón, despoja al indio de su pequeña propiedad y no satisfecho aún, lo insulta y golpea haciendo alarde del apoyo que le prestan los tribunales, porque el juez, única esperanza del débil, hállase también al servicio de la canalla; y ese desequilibrio económico, ese desquiciamiento social, esa violación flagrante de las leyes naturales y de las atribuciones humanas, es sostenida y proclamada por el gobierno, que a su vez sostiene y proclama pasando por sobre su propia dignidad, la soldadesca execrable.
El capitalista, el soldado y el gobernante habían vivido tranquilos, sin ser molestados, ni en sus privilegios ni en sus propiedades, a costa del sacrificio de un pueblo esclavo y analfabeta, sin patrimonio y sin porvenir, que estaba condenado a trabajar sin descanso y a morirse de hambre y agotamiento, puesto que, gastando todas sus energías en producir tesoros incalculables, no le era dado contar ni con lo indispensable siquiera para satisfacer sus necesidades más perentorias. Semejante organización económica, tal sistema administrativo que venía a ser un asesinato en masa para el pueblo, un suicidio colectivo para la nación y un insulto, una vergüenza para los hombres honrados y conscientes, no pudieron prolongarse por más tiempo y surgió la revolución, engendrada, como todo movimiento de las colectividades, por la necesidad. Aquí tuvo su origen el Plan de Ayala.
Antes de ocupar don Francisco I. Madero la presidencia de la República, mejor dicho, a raíz de los Tratados de Ciudad Juárez se creyó en una posible rehabilitación del débil ante el fuerte, se esperó la resolución de los problemas pendientes y la abolición del privilegio y del monopolio, sin tener en cuenta que aquel hombre iba a cimentar su gobierno en el mismo sistema vicioso y con los mismos elementos corruptos con que el caudillo de Tuxtepec, durante más de seis lustros, extorcionó a la nación. Aquello era un absurdo, una aberración, y sin embargo, se esperó porque se confiaba en la buena fe del que había vencido al dictador. El desastre, la decepción no se hicieron esperar. Los luchadores se convencieron entonces de que no era posible salvar su obra ni asegurar su conquista dentro de esa organización morbosa y apolillada, que necesariamente había de tener una crisis antes de derrumbarse definitivamente: la caída de Francisco I. Madero y la exaltación de Victoriano Huerta al poder.
En este caso y conviniendo en que no es posible gobernar al país con ese sistema administrativo sin desarrollar una política enteramente contraria a los intereses de las mayorías, y siendo, además, imposible la implantación de los principios por que luchamos, es ocioso decir que la Revolución del Sur y Centro, al mejorar las condiciones económicas, tiene, necesariamente, que reformar de antemano las instituciones, sin lo cual, fuerza es repetirlo, le será imposible llevar a cabo sus promesas.
Allí está la razón de por qué no reconoceremos a ningún gobierno que no nos reconozca y, sobre todo, que no garantice el triunfo de nuestra causa.
Puede haber elecciones cuantas veces se quiera; pueden asaltar, como Huerta, otros hombres la silla presidencial, valiéndose de la fuerza armada o de la farsa electoral, y el pueblo mexicano puede también tener la seguridad de que no arriaremos nuestra bandera ni cejaremos un instante en la lucha, hasta que, victoriosos, podamos garantizar con nuestra propia cabeza el advenimiento de una era de paz que tenga por base la justicia y como consecuencia la libertad económica.
Si como lo han proyectado esas fieras humanas vestidas de oropeles y listones, esa turba desenfrenada que lleva tintas en sangre las manos y la consciencia, realizan con mengua de la ley la repugnante mascarada que llaman elecciones, vaya desde ahora, no sólo ante el nuestro sino ante los pueblos todos de la Tierra, la más enérgica de nuestras protestas, en tanto podamos castigar la burla sangrienta que se haga a la Constitución del 57.
Téngase, pues, presente que no buscaremos el derrocamiento del actual gobierno para asaltar los puestos públicos y saquear los tesoros nacionales, como ha venido sucediendo con los impostores que logran encumbrar a las primeras magistraturas, sépase de una vez por todas, que no luchamos contra Huerta únicamente, sino contra todos los gobernantes y los conservadores enemigos de la hueste reformista, y sobre todo, recuérdese siempre que no buscamos honores, que no anhelamos recompensas, que vamos sencillamente a cumplir el compromiso solemne que hemos contraido dando pan a los desheredados y una patria libre, tranquila y civilizada a las generaciones del porvenir.
Mexicanos: si esta situación anómala se prolonga; si la paz, siendo una aspiración nacional, tarda en volver a nuestro suelo y a nuestros hogares, nuestra será la culpa y no de nadie. Unámonos en un esfuerzo titánico y definitivo contra el enemigo de todos, juntemos nuestros elementos, nuestras energías y nuestras voluntades y opongámonos cual una barricada formidable a nuestros verdugos; contestemos dignamente, enérgicamente ese latigazo insultante que Huerta ha lanzado sobre nuestras cabezas; rechacemos esa carcajada burlesca y despectiva que el poderoso arroja, desde los suntuosos recintos donde pasea su encono y su soberbia, sobre nosotros, los desheredados que morimos de hambre en el arroyo.
No es preciso que todos luchemos en los campos de batalla, no es necesario que todos aportemos un contingente de sangre a la contienda, no es fuerza que todos hagamos sacrificios iguales en la revolución; lo indispensable es que todos nos irgamos resueltos a defender el interés común y a rescatar la parte de soberbia que se nos arrebata.
Llamad a vuestras conciencias; meditad un momento sin odio, sin pasiones, sin prejuicios, y esta verdad, luminosa como el sol, surgirá inevitablemente ante vosotros: la revolución es lo único que puede salvar a la República.
Ayudad, pues, a la revolución. Traed vuestro contingente, grande o pequeño, no importa cómo; pero traedlo. Cumplid con vuestro deber y seréis dignos; defended vuestro derecho y seréis fuertes, y sacrificaos si fuere necesario, que después la patria se alzará satisfecha sobre un pedestal inconmovible y dejará caer sobre vuestra tumba un puñado de rosas.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley».
Discurso Manifiesto al pueblo pronunciado en Tlaltizapán (Morelos) el 20 de abril de 1917
«El pueblo mexicano ha sido constantemente engañado por sus gobernantes, y lo que es peor, por hombres que llamándose sus caudillos, han sido los primeros en traicionarlo, una vez conseguida la victoria. Unos y otros le han impuesto enormes sacrificios y han tenido que contraer onerosos e indignos compromisos con los potentados de la República o del extranjero, para hacer frente a la necesidad de adquirir cantidades fabulosas de dinero, armas y toda clase de elementos de guerra, con ayuda de los cuales han pretendido contener, aunque en vano, el empuje arrollador de las multitudes, ansiosas de tierra, de libertad y de justicia.
La revolución del sur, siempre pura y altiva, jamás ha ido a humillarse ante un gobierno extranjero, para solicitar como un mendigo, armamento, parque o recursos pecuniarios, y sin embargo, teniendo que luchar con un enemigo dotado de poderosos elementos, debido al favor de los extraños, ha conseguido arrebatarle palmo a palmo, y en lucha desigual, una vasta zona del territorio de la República.
Nuestras tropas dominan hoy, merced al heroico e incontenible esfuerzo de los hijos del pueblo, en los Estados de Morelos, Guerrero, Puebla, Veracruz, México, Querétaro, Guanajuato y Michoacán, en todos los cuales el enemigo sólo es dueño, en posesión precaria, de las capitales y de las vías férreas; excepción hecha de los Estados de Morelos y Guerrero, de donde el enemigo ha sido desalojado totalmente.
Las derrotas y los reveses se suceden contra el carrancismo uno y otro día, en el norte, tanto como en el centro y en el sur; las defecciones de los suyos son cada vez más numerosas y más significativas; la desbandada ha empezado y adquiere a cada momento mayores proporciones, grandes partidas y cuerpos enteros desertan o se rinden a nuestras fuerzas, o pasan a incorporarse en las filas de nuestros hermanos, los bravos luchadores del norte.
Sumando todos estos síntomas al absoluto desprestigio de la odiada facción, indican que el organismo carrancista ha entrado en plena descomposición y que su agonía se acerca a toda prisa.
Es por lo mismo, un deber para el Ejército Libertador, formular ante el país, franca y solemnemente, el programa de acción que se propone desarrollar una vez obtenido el triunfo.
Afortunadamente, los errores y los fracasos del carrancismo, bien visibles por cierto, nos marcan con toda precisión el camino, y ahorrarán a la nación el espectáculo de nuevos y formidables desaciertos.
Fresco todavía en nuestra memoria, el recuerdo de cómo se inició la catástrofe financiera del carrancismo, nosotros no incurriremos por ningún motivo en la infamia de explotar miserablemente a ricos y pobres, declarando de circulación forzosa determinado papel moneda, para en seguida desconocerlo sin el menor respeto para la palabra empeñada y los compromisos contraídos.
La cuestión del papel moneda es problema resuelto ya por la experiencia de los siglos. Su emisión produjo en época pasada una tremenda bancarrota en Inglaterra, la provocó aún mayor en la República francesa, durante la Gran Revolución, e idéntico desastre originó no hace muchos años, cuando los Estados Unidos y la Argentina intentaron la misma aventura, para hacer frente a dificultades económicas análogas a las nuestras.
Sabemos también que mientras persista la actual organización económica social del mundo, es un absurdo atentar contra la libertad del comercio, como lo ha hecho en forma brutal el carrancismo, reduciendo a prisión y sacando a la vergüenza pública a pacíficos comerciantes que se defendían contra las medidas gubernativas. No hemos de ser nosotros, ciertamente, los que cometamos la torpeza de agravar con esos procedimientos, la carestía de todos los artículos y la miseria para las clases populares, siempre más castigadas que la gente pudiente, en las épocas de las grandes crisis.
El carrancismo ha implantado el terror como régimen de gobierno, y desplegado a los cuatro vientos, el odioso estandarte de la intransigencia contra todos y para todo. Nuestra conducta será muy distinta: comprendemos que el pueblo está ya cansado de horripilantes escenas de odio y de venganza, no quiere ya sangre inútilmente derramada, ni sacrificios exigidos a los pueblos por el sólo deseo de dañar, o simplemente para satisfacer insaciables apetitos de rapiña.
La nación exige un gobierno reposado y sereno, que dé garantías a todos y no excluya a ningún elemento sano, capaz de prestar servicios a la revolución y a la sociedad. Por lo tanto, en nuestras filas daremos cabida a todos los que de buena fe pretendan laborar con nosotros, y a este fin, el Cuartel General a mi cargo, ha expedido ya una amplia Ley de Amnistía, para que a ella se acojan los engañados por las patrañas del Primer Jefe, y en general los hombres que por inconsciencia o por error hayan prestado su concurso para sostener la presente disctadura, que a todos ha mentido y no ha logrado satisfacer las aspiraciones de nadie. Díganlo, si no, la renuncia de Cándido Aguilar y la separación o el alejamiento de tantos otros jefes que sucesivamente han ido abandonando el carrancismo, para dedicarse a la vida privada o lanzarse a la revolución.
Nuestra obra será, pues, ante todo, una labor de unificación y de concordia. Seremos intransigentes y radicales, solamente en lo que atañe a la cuestión de principios; pero fuera de allí, nuestro espíritu estará abierto a todas las simpatías, y nuestra voluntad pronta a aceptar todas las colaboraciones, si son honradas y se muestran sinceras.
Unir a los mexicanos por medio de una política generosa y amplia, que de garantías al campesino y al obrero, lo mismo que al comerciante, al industrial y al hombre de negocios; otorgar facilidades a todos los que quieran mejorar su porvenir y abrir horizontes más vastos a su inteligencia y a sus actividades; proporcionar trabajo a los que hoy carecen de él; fomentar el establecimiento de industrias nuevas, de grandes centros de producción, de poderosas manufacturas que emancipen al país de la dominación económica del extranjero; llamar a todos a la libre explotación de la tierra y de nuestras riquezas naturales; alejar la miseria de los hogares y procurar el mejoramiento intelectual de los trabajadores creándoles más altas aspiraciones, tales son los propósitos que nos animan en esta nueva etapa que ha de conducirnos, seguramente, a la realización de nobles ideales, sostenidos sin desmayar durante seis años, a costa de los mayores sacrificios.
La nación lo sabe perfectamente. Nuestra lucha es únicamente contra los latifundistas, esos despiadados explotadores del trabajo humano, que han impedido a la raza indígena salir de su letargo, y han provocado sistemáticamente la carestía de las cosechas, la miseria periódica y el hambre endémica en nuestro país, cuyo suelo debiera alimentar pródigamente a sus hijos y que hasta aquí sólo ha podido sostener a una endeble nación de famélicos.
Cumplir el Plan de Ayala es nuestro único y gran compromiso, allí radicará toda nuestra intransigencia. En todo lo demás nuestra política será de tolerancia y atracción, de concordia y de respeto para todas las libertades.
Como tantas veces lo hemos dicho y no cesaremos de repetirlo, la revolución la ha hecho el pueblo, no para ayudar a los ambiciosos ni para satisfacer determinados intereses políticos, sino por estar ya cansado de una situación sostenida por todos los gobiernos durante siglos, y en la que se le negaba hasta el derecho de vivir, hasta el derecho de poseer el más mínimo pedazo de tierra que pudiera proporcionarle el sustento, con lo que se le condenaba, de hecho, a ser un esclavo en su propia patria, o un miserable pordiosero en la misma sociedad que lo viera nacer.
Por esta necesidad de vivir como hombre libre, por ese imperioso derecho de poseer una tierra que sea suya, ha luchado y luchará hasta el fin el pueblo mexicano.
Los que hasta aquí han estorbado su triunfo han sido y son los caudillos ambiciosos que, diciéndose directores de la revolución, la han hecho fracasar momentáneamente y han provocado la prolongación de la lucha, al negarse a dar al pueblo lo que pide y lo que tendrá, a pesar de todas las intrigas y de todas las miserias de la política.
Firmes, pues, en nuestro propósito de hacer triunfar la causa de la justicia y deseosos de que todos vean la honradez y la seriedad con que la revolución procede, cuidemos en esta vez, con mayor empeño que las anteriores, de otorgar amplias y cumplidas garantías a la población pacífica, cuyos intereses, personas y familias serán escrupulosamente respetados. Nuestro mayor orgullo consistirá en aventajar a nuestros enemigos en cultura, en dar ejemplo a todas las facciones y en ser los primeros en inaugurar una era de completo orden, de positiva libertad y de amplia y verdadera justicia.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley».
Discurso Manifiesto al pueblo pronunciado el 27 de diciembre de 1917
«El instinto popular no se halla engañado, la intuición campesina tenía razón. Carranza, hombre de antesalas, legítima hechura del pasado, imbuído de las enseñanzas de la corte porfirista, acostumbrado a ideas y prácticas de servilismo y de aristocracia, entendiendo por política el arte de engañar y considerando como el mejor de todos los gobernantes el que con más seguridad sepa imponer su voluntad omnímoda; Carranza el anticuado, Carranza el vetusto, no estaba en condiciones de comprender los tiempos nuevos y las nuevas aspiraciones.
Imposible que él, formado sobre los moldes porfirianos, encarnase las ideas de una juventud deseosa de reformas; y más inconcebible todavía y más absurdo, que él llegara a ser el intérprete y el representante de esa fogosa generación que llena de confianza en sí misma, se levantó en 1910 y volvió a erguirse en 1913, sacudiendo yugos, rechazando preocupaciones, imponiendo principios, arrasando aquí desigualdades, derribando allá exclusivismos, y clamando por el advenimiento de una nueva era que diese justicia y libertad a los oprimidos, y enérgica y virilmente refrenase los abusos, las invasiones y las ansias de dominio de esa audaz oligarquía de acaudalados que protegiera Porfirio Díaz.
El desengaño tenía que venir, y vino, para los que creyeron en la honradez del ex-gobernador de Coahuila.
Carranza terrateniente y rapaz, devolvió a poco andar los bienes confiscados y reconstruyó el latifundismo que la revolución con sus garras de acero había hecho polvo.
Carranza, discípulo de Porfirio Díaz, no ha tardado en instaurar un nuevo despotismo, en que se reproducen los procedimientos puestos en práctica por la vieja dictadura.
Carranza, ambicioso y egoísta, ha pretendido convertir en canonjías para los suyos, en negocios lucrativos y en personalismos odiosos las conquistas de una revolución que era y es enemiga de toda burocracia, que proclamó libertades y vía libre para la gran masa de postergados, y que en sus anhelos generosos, excluye todo favoritismo y va a chocar contra todo privilegio de casta, de facción o de camarilla.
Las imposiciones de gobernadores y los chanchullos electorales han sido y son cosa corriente. Hemos visto al yerno del llamado presidente de la República, ser impuesto como gobernador de Veracruz; a su ex-Jefe de Estado Mayor, ser designado autocráticamente para gobernador constitucional de San Luis Potosí y a uno de sus ex-secretarios particulares, ser elevado en medio de la general protesta, a la gubernatura de Coahuila; sin más méritos de todos ellos que los de haber sido lacayos del actual dictador.
De los principios revolucionarios nada queda en pie. Las tierras no se han repartido, los campesinos no han sido emancipados, la raza indígena continúa irredenta.
Y como la inmensa mayoría de los revolucionarios han sido y son revolucionarios, y siguen creyendo en un principio de libertad, la indignación ha estallado y la rebelión ha ido creciendo. Si ayer -en 1915- abarcaba seis o siete Estados, hoy el movimiento insurreccional contra Carranza domina toda la República no hay un rincón en ella donde no palpite el alma de la revolución, de la verdadera, de la indomable, de la incorruptible, de la que ha entusiasmado a todas las almas y sacudido todos los espíritus, desde la etapa inicial de 1910, y que obstruccionada unas veces y traicionada otras, ha seguido y seguirá arrolladoramente su curso, hasta que sean una realidad tangible todas y cada una de sus reivindicaciones.
Unificación revolucionaria mediante la eliminación de Carranza, tal es la común aspiración de todos los revolucionarios de verdad.
Así lo han comprendido, así lo sienten aún los que en un principio creyeron en Carranza y fueron sus partidarios o sus amigos.
Francisco Coss, el jefe coahuilense que en 1914 fue el primero en desconocer a la Convención y protestar su adhesión a Carranza; Luis Gutiérrez, el conocido General que siguió siendo adicto al Primer Jefe, aún después de que la Convención hubo nombrado presidente provisional de la República a su propio hermano, Eulalio Gutiérrez; Dávila Sánchez, Lucio Blanco y muchos otros connotados defensores del carrancismo, han sabido volver por los fueros de su honor como revolucionarios, y se han declarado ya en abierta rebeldía contra el hombre que villanamente los engañara.
Carranza, aborrecido por la opinión y abandonado por los suyos, a quienes miserablemente ha mentido, se debate angustiosamente en una asfixiante atmósfera de desprestigio y de impopularidad. Lo odia el pueblo, porque ha sido el causante de la miseria, del hambre y de la falta de trabajo; lo abominan los hombres de empresa, porque se ha mostrado incapaz de dar garantías y con su obcecación ha impedido el aseguramiento de la paz; lo maldicen los campesinos, porque les ha arrebatado las tierras de sus mayores para entregarlas a los latifundistas; reniegan de él los obreros, porque ha atropellado el derecho de huelga, porque pone obstáculos a la libre discusión de los temas sociales y patrocina sin escrúpulos los más odiosos atentados del militarismo.
Los candidatos derrotados por causa de las consignas oficiales, los ciudadanos que vieron burlado su voto en los comicios, los revolucionarios injustamente postergados, los luchadores de buena fe que han presenciado el derrumbe de sus creencias y han ido a chocar contra el hecho brutal de la dictadura.
Todos, militares y civiles, reformadores sociales y simples demócratas liberales y socialistas, hombres de acción y enamorados platónicos del ideal revolucionario; unos y otros, ante el desastre sufrido por los principios, ante los atropellos de la soldadesca, ante las bellacas imposiciones de gobernadores y caciques, ante la eliminación de los elementos sanos y la invasión de los puestos públicos por un Macias, un Palavicini, un Rafael Nieto, un Gerzayn Ugarte o un Luis Cabrera, protestan airados contra los autores de semejante desconcierto, y en nombre de la patria amenazada de muerte, prescinden ya de criminales personalidades y buscan anhelantes la suprema esperanza de salvación.
La unificación de todos los elementos revolucionarios, la unión en apretado haz de todas las personalidades fuertes y honradas de la política reformista, para fundar la paz nacional sobre la eliminación de la odiosa figura de Carranza y sobre el cordial acercamiento de todos los hombres de pecho sano y voluntad justa que quieran colaborar en la obra inmensa, pero gloriosa, de la refundición de la patria en los nuevos moldes de la encarnación revolucionaria.
En momentos tan críticos como decisivos para el porvenir de la República, la revolución agraria invita a un esfuerzo común, contra el déspota, a todos los verdaderos revolucionarios del país, a todos los hombres que anhelan la emancipación del obrero y del campesino, a los que tengan fe en los destinos de su pueblo, a los que desean para sus compatriotas una era de bienestar, de trabajo, de paz, pero también de trascendentales y necesarísimas reformas.
A todos los mexicanos amantes del progreso de su país y de la redención, de los que tienen hambre y sed de justicia, los exhorta la revolución defensora del Plan de Ayala, a combinar sus esfuerzos, su propaganda, sus capacidades y sus energías de combate para emplearlas contra el funesto personaje que sin más apoyo que su capricho, es hoy por hoy el único estorbo para el triunfo de los ideales reformistas y para el restablecimiento de la paz nacional.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley».
Texto original del primer manifiesto de los expedidos en idioma Náhuatl el 27 de abril de 1918
TEXTO ORIGINAL EN CASTELLANO DEL PRIMER MANIFIESTO
A los Jefes, oficiales y soldados de la División Arenas
Lo que todos esperábamos, se ha realizado por fin. Era inminente, era forzoso el rompimiento entre ustedes y los incondicionales servidores de Venustiano Carranza. Ellos, que nunca vieron a ustedes como compañeros ni como a tales los trataron, pudieron sí ponerles toda clase de dificultades y de obstrucciones, patentizarles en todas formas su desconfianza, tratar de herirlos, pretender humillarlos, pero mostrar hacia ustedes lealtad y dar pruebas de compañerismo eso nunca pudo esperarse de hombres que sólo entienden de personalismos, de adhesiones incondicionales y de subordinación basada en el interés y en el servilismo.
La rebelión contra el tirano, honra a ustedes y borra el recuerdo de los pasados errores.
Nosotros, que sólo deseamos el triunfo de los principios y la unión de todos los revolucionarios bajo la misma bandera, a fin de formar un núcleo invencible contra la reacción y sus hipócritas imitadores, los personalistas del carrancismo, nosotros que de corazón sabemos olvidar las antiguas diferencias, invitamos a todos y a cada uno de ustedes para que se alisten bajo nuestras banderas, que son las del pueblo, y con nosotros trabajen la obra de la unificación revolucionaria, que es hoy por hoy el más grande de los deberes ante la patria.
A luchar contra el déspota Carranza, el enemigo de todos; a defender, estrechamente unidos, los grandes principios de la tierra, libertad y justicia; a cumplir hasta el fin con nuestros deberes de…
TRADUCCIÓN DEL TEXTO EN NÁHUATI DEL PRIMER MANIFIFSTO
A vosotros jefes, oficiales y soldados de la División Arenas.
Lo que todos nosotros esperábamos, ya lo hemos visto ahora, aquello que sucedería ahora o mañana: que vosotros os dividiríais de aquellos a quienes engendra Venustiano Carranza. Nunca os favorecieron ellos, ni os quisieron. Os pusieron muchos engaños y envidias. Bien vísteis así cómo no os estimaron como a hombres,
querían heriros, que no tuviérais honra, haceros a un lado. Ellos nunca os mostraron comportamiento humano y respetuoso. Nunca hubo en esos hombres comprensión adecuada, de afecto por otros, de estimación, en forma voluntaria, de un comportamiento propio de humanos, que proviene de lo humano, en cualquier cosa perteneciente a otros y en cualquier trabajo que alguien realizara.
Dar vuelta al rostro contra el mal gobernante, os honra y borra el recuerdo de vuestra falta.
Nosotros que esperarnos que logréis los principios por los que se lucha y la unidad de todos nosotros, los que nos apretamos junto a una bandera, para que se haga grande la unidad de corazones, la que nunca podrán destruir esos burladores de la gente y todos aquellos a los que engendra y enluta el carrancismo, nosotros, con todo nuestro corazón, sabemos olvidar la antigua separación; os invitamos a todos, y a quien quisiera de vosotros, para que os contéis al lado de nuestra bandera, porque ella pertenece al pueblo, y a nuestro lado trabajéis por la unidad de la lucha. Ello, ahora y ahora, es así el gran trabajo que haremos ante nuestra madrecita la tierra, la que se dice la patria.
Combatamos al que está allí, el hombre no bueno, Carranza, que ha sido para todos nosotros atormentador, fortalezcamos nuestra unión y así lograremos ese gran mandato, los principios de tierra, revolucionarios honrados y conscientes; a eso, que es grande y que es patriótico, invita a ustedes, el Cuartel General del Ejército Libertador.
En tal virtud, declaro fonnalmente que todo aquél que se adhiera a nuestra causa, sea cual fuere, disfrutará de amplias y efectivas garantías.
En ello va comprometido nuestro honor de hombres y de revolucionarios.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley».
Cuartel General Tlaltizapán, Mor., a 27 de abril de 1918
El General en Jefe del Ejército Libertador
COMPARACIÓN DE LOS TEXTOS
libertad y justicia; que cumplamos nuestro trabajo de revolucionarios decididos y sepamos lo que hemos de hacer, eso que es grande, en favor de nuestra madrecita la tierra, a vosotros invita este Cuartel General del Ejército Libertador.
Por ello hago esta palabra mandato y todos los que se apeguen a nuestra lucha, quienes quiera que sean, gozarán de una vida recta y buena.
En ello va nuestra palabra de honra, de hombres buenos y de buenos revolucionarios.
Texto original del segundo manifiesto de los expedidos en idioma Náhuatl el 27 de abril de 1918
TEXTO ORIGINAL EN CASTELLANO DEL SEGUNDO MANIFIESTO
Circular
A los pueblos comprendidos en la zona de operaciones de la División Arenas.
En estos momentos, en que los habitantes de esa región acaban de sacudir el yugo de la tiranía carrancista, me cabe la alta satisfacción, en nombre de todos mis compañeros, de dirigir un cordial saludo y fraternal invitación a esos pueblos, siempre tan dispuestos a defender sus derechos y a no dejar pisotear sus libertades.
Saludo a los intrépidos luchadores que de nuevo vuelven a la gloriosa pugna contra el despotismo, a ese heroico combate que no puede ni debe terminar, sino con el castigo del cínico impostor, del miserable embustero, del eterno traidor que se llama Venustiano Carranza, afrenta de la Revolución y vergüenza de la patria por él mancillada.
Los revolucionarios agraristas estamos de plácemes: vuelven a engrosarse las filas de los que pedimos tierras y exigimos justicia vuelven a unirse para la defensa común los hermanos, los compañeros que nunca debieron estar separados.
Esos pueblos que se mantienen erguidos contra hacendados y caciques, esos que perseveran en su gallarda actitud contra sus enemigos seculares, merecen nuestro aplauso, son dignos, dignísimos de nuestra bienvenida, hoy que vuelven a rebelarse contra el gobierno, falso y artero, que un tiempo los tuvo engañados;
TRADUCCIÓN DEL TEXTO EN NÁHUATI DEL SEGUNDO MANIFIFSTO
Vosotros, pueblos de aquellos junto a la tierra en donde se combatía al mando de Arenas.
Ahora cuando esos habitantes de la tierra, de aquellos pueblos, acaban de sacudir esa negra, mala vida, carrancista, mi corazón se alegra y por ello, con dignidad, en nombre de los subordinados que luchan, a vosotros os envío un saludo con alegría y, con todo mi corazón, invito a esos pueblos, aquellos que luchan por un mando verdadero y no vanamente otorgan su palabra ni hacen a un lado su recta forma de vida.
Saludamos a aquellos combatientes que se vuelven de allí al esfuerzo, con alegría de su corazón, y hacen frente a la envida, en esta gran lucha que nunca puede acabar ni acabará sino cuando, juntamente con ella, concluya el negro mandón de hombres, aquel envidioso que se burla de la gente, que siempre hace dar vuelta al rostro de la gente, el nombrado Venustiano Carranza, que hace salir afrentada a la lucha y avergüenza a nuestra madrecita la tierra, México, y que conjuntamente la deshonra.
Nosotros, que combatimos porque se dividan las tierras, vemos con alegría que venís y os sumáis a aquellos que demandan tierras; con ello nos fortaleceremos y conjuntamente nos ayudaremos, quienes nunca debíamos habemos separado.
Aquellos pueblos que se mantienen fuertes y se enfrentan a esos muy grandes poseedores de tierras, cristianos, que hacen burla de los pueblos, los que siguen afanados, que no han abandonado el honroso trabajo de hacerles frente, a los que nos detestan en el mundo, hoy que vuelven llenos de bríos y entusiasmo, a reforzar las huestes de la Revolución.
A todos esos pueblos, a todos esos campesinos, nuestros hermanos en el ideal, y nuestros camaradas en la lucha, los invitamos a unirse a nosotros, a rehacer la unidad de la Revolución a marchar en lo sucesivo apoyados los unos por los otros contra los que hipócrita y cobardemente protegen los intereses de los hacendados
y se dicen revolucionarios, cuando no son más que personalistas vulgares.
Seguir combatiendo sin desmayar por la conquista de la tierra que fue de nuestros antepasados y que manos rapaces nos arrebataron a la sombra de pasadas dictaduras; continuar enarbolando con mano firme y corazón resuelto el hermoso estandarte de la dignidad y de la libertad campesina; luchar hasta el fin contra los nuevos cómplices de los despojadores de tierras, de los explotadores del trabajo, de los negreros de las haciendas; tal es nuestro deber, si queremos merecer el dictado de hombres libres y de ciudadanos conscientes.
Este Cuartel General ofrece a esos pueblos y a todos sus habitantes sin excepción, armados o pacíficos, las más amplias garantías y todo el apoyo de las fuerzas revolucionarias, si están dispuestos a expresar su adhesión a la causa que defendemos y al Ejército que la sostiene.
COMPARACIÓN DE LOS TEXTOS
Nuestro corazón se alegra y les aplaudimos y los recibimos ahora, cuando regresan a nuestro lado, y welven su rostro al muy mandóntoda su fuerza con la que liberarán a la gente, los hombres revolucionarios. Si en verdad estüs con voluntad, respeto, fidelidad y unificación, vosotros para con los muy verdaderos, grandes principios, de la lucha, del que manda en casa, en verdad grandes, de todos los que combaten, y que, por ello, nos lo manifestéis.
Ahora pues, más que nunca, se necesita que todos ayudemos unidos con todo nuestro corazón, y con todo nuestro empeño, en ese gran trabajo de la unificación maravillosa, verdadera, de aquellos que empezaron la lucha, que Carranza, no bueno y envidioso, que a vosotros os tenía con engaño.
Ahora, cuando habéis venido a cambiar y os acercáis colmados de la gran fuerza y de la gran alegría, vosotros os hacéis fuertes, los que sóis varones revolucionarios.
Todos aquellos pueblos, todos esos que trabajan la tierra, a los que nosotros invitamos, que se reunan a nuestro lado. Así daremos vida a una sola lucha, para que podamos andar con apoyo mutuo, frente a aquellos burladores de la gente, los que apoyan en sus propiedades a los poseedores de tierras, cristianos, y que se llaman revolucionarios, cuando en ninguna cosa son finnes: sólo los engendró aquel que es mal guía.
Que sigamos luchando y no descansemos, y propiedad nuestra será la tierra, propiedad de gentes, la que fue de nuestros abuelos y que dedos de pata de piedra que machacan nos han arrebatado, a la sombra de aquellos, los gobernantes que pasaron. Que nosotros juntos pongamos en alto, con la mano en lugar elevado y con la fuerza de nuestro corazón, ese hennoso estandarte de nuestra dignidad y nuestra libertad, de trabajadores de la tierra. Que sigamos luchando y venzamos a aquellos que hace poco se han encumbrado, que ayudan a los que han quitado tierras a otros, los que para sí hacen muchos tomines, dinero, con el trabajo de quienes son como nosotros, esos burladores en las haciendas, ese es nuestro deber de honra, si nosotros queremos que nos llamen hombres de vida buena y en verdad buenos habitantes del pueblo.
Hoy más que nunca es urgente que todos ayudemos de corazón y con todo nuestro empeño, en la magna obra de unificación real y efectiva de los elementos revolucionarios que conserva[n] puros sus principios y no han perdido la fe en el ideal.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley».
Discurso A los pueblos engañados pronunciado el 22 de agosto de 1918
«El Cuartel General a mi cargo, siempre deseoso de encarrilar a los pueblos por el sendero de la libertad, del bienestar y del progreso y procurando siempre arrancarles la venda del obscurantismo y del error que pudiera extraviarlos y hacerlos caer una vez más entre las férreas cadenas de la esclavitud y de la más degradante miseria, hoy ha estimado de su deber dirigirse a todos los habitantes de todas las poblaciones que actualmente asumen una actitud hostil a la revolución, con el fin de persuadirlos a que depongan esa conducta y francamente se unan a la causa popular, desligándose en absoluto del vandálico y nefasto bando carrancista.
El movimiento revolucionario se ha iniciado y ha sostenídose, a no dudar, para bien de la clase humilde del país, y ésta ya ha saboreado los frutos que trae consigo la revolución. El Cuartel General que me honro en dirigir, consecuente con los altos fines que se persiguen, en todo tiempo se ha preocupado porque los pueblos y demás comunidades comprendidas en la zona dominada por el Ejército Libertador, goce de todas clase de garantías en sus personas e intereses, y al efecto, ha expedido las disposiciones conducentes, entre las cuales se encuentra la circular del 31 de mayo de 1916, que permite a los vecinos de cada lugar armarse y organizarse para defenderse de los malhechores y de los malos revolucionarios.
Los pueblos, correspondiendo a los nobles y benéficos procedimientos del Cuartel General, lejos de volver sus armas en contra de la gran revolución agraria, deben por su propia conveniencia secundarla, uniéndose a ella, procurando a lo menos ayudarla con elementos de vida, pues que los soldados libertadores para su subsistencia necesitan el auxilio de los pacíficos o no combatientes. La circular antes citada, a la vez que se propone otorgar amplias y cumplidas garantías, a toda persona, le crea obligaciones imprescindibles, sólo mientras dure el estado de guerra; estas leves cargas son perfectamente soportables, puesto que los pueblos hoy por hoy, están relevados de toda contribución, lo mismo que exentos de pagar toda renta por el cultivo de tierras.
Por otra parte, las autoridades municipales y el vecindario de cada localidad, están en la obligación de no confundir la mala conducta de algún falso revolucionario con la del Cuartel General, transformando un asunto personal en cuestión relacionada con los intereses de la revolución; porque si es cierto que hay jefes desordenados e intemperantes, el Cuartel General en nada interviene a su favor, procediendo, al contrario, incontinenti, a reprimir cualquier atentado contra personas o intereses, estimando que un pueblo está en su derecho para obrar con energía respecto de algún militar abusivo, pero no así a oponerse al curso de la propia revolución.
Además, es preciso que los pueblos a que aludo se den cuenta de que el carrancismo está próximo a derrumbarse y que en su caída arrastrará a muchos inocentes engañados. Así lo indican los acontecimientos que ocurren. Carranza carece de dinero, de hombres y de toda clase de elementos, y lo que es peor todavía, de prestigio. Numerosos jefes antes adictos a su facción lo han abandonado, indignados por los múltiples atropellos que ha cometido contra todas las libertades y contra todos sus derechos, y también porque ha faltado a todos sus compromisos. Las defecciones en sus filas se suceden a diario, y las sublevaciones están a la orden del día. Los Generales Francisco Coss, Luis y Eulalio Gutiérrez, Eugenio López y José María Guerra en Coahuila y Tamaulipas; Cervera y Arenas en Puebla, los subordinados de Mariscal en Guerrero, José Cabrera en México, y otros muchos jefes en distintos puntos del país han desconocido a Carranza convencidos de la perfidia que es su norma, y de las traiciones que ha consumado; todos ellos se han adherido a la causa, trayendo un contingente de más de veintiocho mil hombres. Esto sin contar con el levantamiento de los Yaquis, sedientos de tierras en Sonora, la de los Coras y Huicholes en Tepic, la de los mineros en Santa Gertrudis, La Luz, Loreto y el Chico, pertenecientes a Hidalgo, y las de otros varios lugares de la República.
En la situación bamboleante que atraviesa, y previendo ya su derrocamiento en breve tiempo, el viejo hacendado de Cuatro Ciénegas, Venustiano Carranza, se ha valido del ardid más odioso y condenable para prolongar la vida de su llamado gobierno; ha empleado el engaño, haciendo creer a los incautos que la revolución está vencida, y que su regímen se consolidará; ha seducido a los pueblos o bien los ha obligado por la fuerza para que le presten su contingente de sangre como carne de cañón, prometiéndoles orden y garantías que no puede ni está dispuesto a hacerlas efectivas, puesto que sus chusmas, en su insaciable sed de rapiña, no han respetado ni honras ni vidas, ni tampoco intereses. Ofrece hoy garantías, para al día siguiente pisotearlas todas por medio de sus hordas de ladrones y asesinos, que no teniendo otra manera de vivir, no respetan ni la ropa desgarrada que porte el más desheredado de la fortuna.
Cuando el tirano ofrece garantías, abriga únicamente la intención de allegarse prosélitos, sirviéndole este ardid para embaucar ignorantes que mañana, al derrumbarse su mentado gobierno, le sirvan de barrera para huir cómodamente al extranjero, a disfrutar los dineros robados al pueblo mexicano, abandonando esa carne de cañón, a su propia suerte.
A mayor abundamiento, Carranza, en vez de satisfacer las aspiraciones nacionales resolviendo el problema agrario y el obrero, por el reparto de tierras o el fraccionamiento de las grandes propiedades y mediante una legislación ampliamente liberal, en lugar de hacer esto, repito, ha restituido a los hacendados, en otra época intervenidos por la revolución, y las ha devuelto a cambio de un puñado de oro que ha entrado en sus bolsillos, nunca saciados. Sólo ha sido un vociferador vulgar al prometer al pueblo libertades y la reconquista de sus derechos.
En cambio, la revolución ha hecho promesas concretas, y las clases humildes han comprobado con la experiencia, que se hacen efectivos esos procedimientos. La revolución reparte tierras a los campesinos, y procura mejorar la condición de los obreros citadinos; nadie desconoce esta gran verdad. En la región ocupada por la revolución no existen haciendas ni latifundios, porque el Cuartel General ha llevado a cabo su fraccionamiento en favor de los necesitados, aparte de la devolución de sus ejidos y fundos legales, hecha a las poblaciones y demás comunidades vecinales. Por todo lo expuesto, hago un llamamiento fraternal y sincero a todos los pueblos arteramente seducidos por los carrancistas, manifestándoles que aún es tiempo de que reflexionen madura y concienzudamente sobre su conducta y se convenzan de su error, volviendo sobre sus pasos y alistándose en el formidable partido revolucionario; bien entendidos de que el Cuartel General a mi mando, francamente está decidido a olvidar los hechos pasados y recibir con los brazos abiertos a los hijos de esos pueblos, a los que ofrece solemnemente su mano amiga, y librar en consecuencia órdenes terminantes a los jefes militares del rumbo, a fin de que por ningún motivo los molesten tan pronto como cambien de actitud y se aparten abiertamente del perverso y funesto grupo carrancista, resueltos a ayudar en alguna forma a la sacrosanta causa del pueblo, sintetizada en el Plan de Ayala que es su enseña.
Conciudadanos: todavía es tiempo de que os alejéis del profundo abismo, todavía es tiempo de que volváis al buen camino y dejéis a vuestros hijos la herencia más preciosa que es la libertad, sus derechos inalienables y su bienestar; podéis aún legarles un nombre honrado que por ellos sea recordado con orgullo, con sólo ser adictos a la revolución, y no a la tiranía personificada de Carranza.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley».