Desnudo casi

 

Desnudo casi,
¿mirando lo que escribo
ante tus ojos?
¿Aquel lejano punto
que te miraba a ti,
luminosa pupila
que entonces te veía
desde su oscura cámara
para que yo pudiera
hoy contemplarte
con íntima ternura
de renovada infancia?
No importe que yo dude:
tú me sonríes. Basta.

Espejo antiguo

 

Mitad en sombra,
mitad en luz,
el espejo es ventana
o caverna difusa
que se adentra
en un callado espacio
sin salida.

Estatuilla

 

Itálica belleza sobrenace
al mirar la estatuilla que recibo
de una mano amiga:
trasciende como un éxtasis o sueño
que se había perdido.

La cabra que danza

 

La trompeta del fauno
acompaña la danza:
gira y brinca a la sombra
de un arbusto, la cabra
que al son mágico baila
de un alegre comás
de música inventada.

Es mi única patria la palabra

 

Es mi única patria la palabra.
Esta palabra viva que derramo
azul y roja, gris, o negra y blanca,

ayer y hoy, mañana, tantos años.

Es mi única patria la palabra.
Es el único pan que como a diario.
¡Corteza dura masco, miga blanda,
dorado candeal que besa el labio!

La vierto por los ojos, por la cara.
Del hondo corazón le nace el llanto.
Las sílabas rezuman toda el alma,
el poso de silencios acuñados.

Documentos de identidad

 

¡De identidad tus libros, documentos!

Quien soy yo, ay, declaran como cédulas
firmadas por el juez, por el alcalde.
Por ti responden ellos a preguntas
que alguien formulara inquisitivo.
Responden por tus actos y tus sueños.

En una plaza esperan silenciosos.
En un rincón tranquilo y en los trenes.
En la mesa callada que te sirve,
donde comes tu pan y también lees.
Hablan por ti sus páginas inéditas.

Y no son recompensa ni limosna
que por olvido dejas para alguien,
para un ser solitario que rebusca
amarillos papeles, indelebles
escritos, confesiones muy antiguas.

¿Mejor hubiera sido ya quemarlos
para luego aventarles la ceniza
y no dejar memoria de tu nombre,
de lo que fuiste tú en verso y vida?
¿Entregarlos al viento y dispersarlos?

Nada ha ocurrido así… Sus inscripciones,
grabadas por la tinta en unas líneas,
no durarán tal vez o serán polvo
de voraces carcomas y del Tiempo.
Tu identidad trasueñan o trasfunden.

Los signos de tu alma están inscritos
en cada verso tuyo… Cada página
tu inconfundible firma ya rubrica…
Relativos futuros hoy aguardan
esa voz que no oyen todavía.

En otra orilla

a Rosalía de Castro

 

En otra orilla estás, en donde sueñas
con el Sar y sus aguas de ceniza,
con montes grises y árboles desnudos,
con las dolientes brumas de las rías,
los tristes charcos negros de la lluvia
y el largo, largo viento que gemía.

En otra orilla estás, ya sin campanas,
pero sueñas aún con esas íntimas
aguas de hondas fuentes que lloraban
por desvalidas aves fugitivas.

Y la verde frescura de los campos
en la noche se acerca hasta tu orilla.
En la otra ribera te acompañan
los sueños que soñaste en la vida,
cumplidos ya, colmada primavera
de tu alma dulce, pura, sensitiva.

Y el más largo silencio de los muertos
te da su paz y larga compañía.

El abanico

 

Ha cerrado tu mano el abanico
y sonreír tu boca sólo sabe
en dulce faz que el tiempo no ha borrado
todavía.

Desde tu ayer me miras y su niebla
encubre días, noches, largos años.
Más joven que yo eres, madre mía,
y parece que buscas un refugio
que yo quisiera darte sin dudarlo.

Hija mía
serías tú… Soy vieja —ya lo sabes—,
mas tu cuna sería el corazón
que no envejece nunca en su ternura:
en él te mecería dulcemente.

Y mecer tu sonrisa yo sabría.
Tu abanico ha de abrirse al nuevo aire
con ademán feliz y gesto suave:
la gasa rasgaría de gris niebla.

Trasvasadas sonrisas tuyas, mías,
unirán el pasado y el presente.
Han trasvasado amor de las dos almas:
se abre el abanico lentamente…

Y de nuevo a tu lado soy ya niña
y tú madre otra vez, con tu abanico
que abres y reabres sonriendo.

Yo me miro crecer en estos muros

 

Yo me miro crecer en estos muros
como sauce sin agua bienhechora,
en derrota viviendo mi destino
de llorar a los muertos y a los huérfanos.

Porque piso la sangre que no veo
y los llantos que arrastran sus caudales
por el pecho de madres y de viudas,
en el triste solar de nuestra España.

Todo llega hasta mí, desde la calle
que puebla amargamente la tristeza
de padres que en las celdas tienen hijos
o ausentes a destierro condenados.

Todo llega hasta mí desde la calle:
desde el húmedo sótano sin lumbre
que algún día las flores alegraron,
desde el taller del polvo y la ignominia.

Todo viene hasta mí y me golpea
el corazón, la sangre y la conciencia.
Me golpea en los ojos que la aurora
desvelados hallara sobre el lecho.

¿Quién ordena este llanto y esta muerte,
la desgracia y el hambre en las ciudades?
¿Quién agranda los blancos cementerios
con las fosas abiertas cada noche?

Yo no puedo cantar, hermanos míos,
evocando el dolor que se levanta
de vuestra vida gris, de la deshonra
que nos alcanza a todos tristemente.

Sólo queda, escondido entre paredes,
el llanto que socava la existencia,
la pasión numerosa, el drama cierto
que habita con espinas mi memoria.

La perdida hermandad, los rotos labios
del que murió callando en la mazmorra,
los mojados pañuelos por el luto…
son cosas que yo lloro como mías.

¡Ay, mi oficio es plañir entre estos muros,
sintiendo en mis espaldas las pisadas
de los hombres que marchan a la muerte
con la aurora y el frío de mi España!

¡Ah, mi oficio es el llanto cotidiano!
Bellos versos se pudren en la boca,
imprecando por dentro lo que callan
el alma, el corazón y la vergüenza.

 

 

Corral de vivos y muertos, 1965

Concha Zardoya, Chile, 1914-2004

Último sueño

 

¿Qué sueño ese tuyo?
(¿El álamo de oro?)

¿Qué sueñas, dormida?
(¿Las aguas sin fondo?)

¿Quién va por tu noche?
(¿Los pájaros solos?)

¿Te pesa la tierra?
(¿Las olas? ¿El gozo?)

¿O duermes sin sueño,
sin llanto, en el polvo?

Entonces solamente

 

Solo cuando el silencio os exija
que habléis íntimamente,
con todos, con vosotros mismos dentro,
escribid lo que os dicta.

Urgentes, las palabras, una a una,
brotarán en la frase
como flores o música dilecta
que callar no es posible.

Un diálogo será o confesiones,
entonces solamente,
que colmarán espíritus de dicha
o de dolor sin nombre.

El placer renovado de sabernos
humanas criaturas
capaces de verter el rubio aceite
del habla necesaria.

Desierto de alabastro

 

Desierto de alabastro,
blancas dunas,
anoche fueron sueño.

Era un viaje polar
inacabable…

Grandes bloques flotaban
como naves sin rumbo,
a la deriva, yertos.

Gaviotas, bobos—pájaros
los seguían gritando.

No sé si caminaba
por la nieve blanquísima.

Mas, sola, deslizándome,
llegaba yo a un centro:
era el eje del mundo,
misterio congelado

Dominio del llanto

 

¡Ay! La tierra que habito, sin dinteles
se ofrece resignada al verde llanto
que de la nada viene al universo,
dominando en el centro de los ojos.

Hasta el cariño es agua de tristeza.
Hasta el cariño es césped vulnerable.
Y de lágrimas nacen las violetas,
el suave musgo negro de las ruinas.

¿Duros cielos que buscan el olvido
Propagan el dolor sobre la nieve?

¿Duros cielos agolpan, tumultuosos,
las legiones del llanto en los países?

¿Son los ángeles fieros, despeinados,
huidos del Señor y de sus tronos?

¿Son los caballos ciegos de los bosques,
en galopar frenético, sin rumbo?

¿Son las manos del viento, enloquecido,
golpeando las torres y los senos
de las vírgenes nubes, de las niñas
que lloran sin saber los sueños tristes?

¿O es el rayo de Dios que incendia y pide
torrentes de dolor para apagarse,
o refrescar la sed que tiene viva
con el llanto crecido entre los hombres?

Y el corazón se estalla como un fruto,
calcinado de amor bajo los árboles:
el compasivo llanto le convierte
en una roja flor desesperada.

Estatuilla de Concha

 

Itálica belleza sobrenace
al mirar la estatuilla que recibo
de una mano amiga:
trasciende como un éxtasis o sueño
que se había perdido.

La noche

 

«Duérmete» —dicen
los que no duermen.

Se abren las sombras:
sus brazos te mecen.

Las aves del sueño
en ellas se ciernen.

Tus ojos, despacio,
a un pozo descienden.

Los pájaros, hondos,
tu sueño protegen.

Dormida, te salvan
de voces que temes.

Dormida, la noche
te vela sin verte.

He aquí la palabra

 

He aquí la palabra transparente,
ese cristal del alma
que sólo aspira a ser el alma misma.

La opacidad encubre y la metáfora
es traslación ambigua
o velo que enmascara lo evidente.

Unas pocas palabras verdaderas
nos sirven de dicción
o de canto, de íntima sonata.

La transparencia brille en su pureza,
sin reflejos inútiles.
Desnudo sea el verso, agua límpida.

 

 

Forma de esperanza, 1985

Concha Zardoya, Chile, 1914-2004