El diálogo

 

No hilvanemos historias, no hace al caso,
lo importante es saber que aquí me tienes.
¿Dónde ya la que fui?
Deja que el tiempo se nos lleve y pase,
así quedamos siempre renacidos.

Hoy no sé si estas manos son aquéllas,
sólo las siento como manos tuyas
porque tu tiempo es tiempo que me sueña
y me vive hacia más y más por dentro.

«Ayer», ¡qué lejos la palabra!
Dónde se fueron zapatos y trajes,
billetes de un trayecto recorrido
entre extraños viajeros vistos para olvidados.

Inútilmente en los bolsillos busco
contactos que ya fueron,
y sombras de mi cuerpo en las ventanas
contemplando paisajes con mis aquellos ojos.

¿No descubriste nunca un manojo de llaves
para imposibles cerraduras?

A veces algo vuelve, pero sólo en resumen;
una pequeña fecha que casi nada indica
o ese breve letrero alarmante que advierte:
«cuidado, es peligroso volcarse al interior».

¿Quieres hacer la cuenta?
Si miro a la derecha brilla sólo tu cifra.

A la izquierda la huella de algún borroso cero.
¿Qué prenda pagar debo por haber sido antes,
sin tu tiempo en mis horas?

Alcemos la cabeza
a la igualdad del cielo,
aunque tú apuntes «Marte»
y yo diga: «Saturno» (tal vez por los anillos).

Cada cual con su estrella, con su planeta en alto
y todas las preguntas por la arboleda azul,
compartiendo verdades,
como esta del amor, el milagro más nuestro.

No pienses en mis ramas,
me crezco sobre el tronco.
A punta de navaja puedes grabar el nombre.

Balcón

 

Balcón a todos los vientos:
atalaya de suspiros.
Balcón ante el que desfila
el implacable destino.

Si me inclino en tu baranda
aún siento rumor de pinos
y aquel perfume a magnolias
de nuestras noches de estío.

Ahora te ocultan la nieblas
de un invierno tan sombrío,
que hasta el oro del otoño
con su bruma ha diluido.

AL contrario de aquel santo
que por no morir moría,
yo muero porque no vivo,
y por vivir moriría.

Ser muy poco, casi nada…
¡Olvidar todo lo grave!
Y en un caminar ligero,
sin ilación ni armonía,
resucitar cada día.

Los obstáculos

 

Yo no podía, Señor, con esta vida.
Quise dejarla como a estrecho traje
que oprime los costados,
cambiártela por la inconsciencia de la nada,
pero Tú no quisiste.

Poblaste mi contorno de voces plañideras,
de manos extendidas,
de dolorosos ojos mirando al infinito.
Obstáculos humanos cegaban mi agonía,
y hube de revivir,
esperar Tu llamada,
y caminar de nuevo.

¿Ves el incierto paso que trémulo vacila?
¿Ves la mirada ausente?
¿Es un no Tu clemencia?
La gastada plegaria me reseca los labios,
mas sigo caminando, esposada y sedienta
de la luz que me niegas.

Miradme bien.
Yo no soy esa que conocéis,
que conocemos.
Que habla, discute, va, viene:
se queja, dice «sí», «no»,
y a veces enloquece por cosas pasajeras.

No, no he sido nunca esa y, sin embargo,
he peinado con gracia sus cabellos.
He vestido su cuerpo, he sonreído,
he dicho «esto me gusta»;
y he sufrido por penas tan de ella…

Hoy mismo,
¡qué sorpresa al mirarme las manos!

Sus manos, su cintura,
Y esos ojos donde luchan a un tiempo la burla y la tristeza.
Qué extraño y complicado…
O acaso tan sencillo que no puede explicarse.

Yo quisiera contarlo como una triste historia,
pero ya no es posible.
El tiempo cicatriza con días las heridas;
tal vez esté olvidado como olvida el muchacho
la reciente caída.

A veces, el recuerdo me acerca aquella angustia,
impidiendo que aspire a raudales la vida.
Es un algo enojoso esa cortante arista
que roza mi alegría.

Si pudiera contarlo con palabras precisas,
decir: «Fue justo de este modo…»,
«Comenzó en tales días…»

Pero ya no es posible,
¡se olvida tan aprisa!

YO quisiera fundirme en el río de la vida
y arqueando los brazos crear puentes,
unir orillas;
sentir vuestras pisadas en desfile compacto.

No sonriáis: ya sé que soy mujer.

Solo podré tenderos puentes de esperanza,
de sonrisas, de amor;
puentes donde acunaros.

Quiero mirar estatuas

 

Iremos por las calles que ya nos vieron antes;
el aire distraído para que nadie sepa
que la historia prosigue con capítulos nuevos.

Quiero mirar estatuas, balcones encendidos,
volver a la baranda del beso y de la noche.
Quiero decir tu nombre en calles solitarias
sintiendo la cintura frágil bajo el abrazo.

Otra vez como ayer con tu verso en el vino,
otra vez a tus ojos en igual frente a frente,
otra vez, otra y otra. Para siempre otra vez.

Yo quisiera contarlo…

 

Yo quisiera contarlo como una triste historia,
pero ya no es posible.
El tiempo cicatriza con días las heridas;
tal vez esté olvidado como olvida el muchacho
la reciente caída.

A veces, el recuerdo me acerca aquella angustia,
impidiendo que aspire a raudales la vida.
Es un algo enojoso esa cortante arista
que roza mi alegría.

Si pudiera contarlo con palabras precisas,
decir: «Fue justo de este modo…»,
«Comenzó en tales días…»

Pero ya no es posible,
¡se olvida tan aprisa!

Quisiera hacerle hoy a mi vida un nudo

 

Quisiera hacerle hoy a mi vida un nudo
y que se detuviera en este punto.
Aprisionar la sangre aquí, en las venas,
para que inquieta y ciega no corriera,
y esperar, esperar un largo tiempo:
como esos negros trenes que, de pronto,
traspasados de silencio y sombra,
se quedan en la noche detenidos.

Quisiera ya quedar por siempre absorta
con los remos flotando en el vacío;
sin claros firmamentos ni horizontes,
con la palabra exacta suspendida
en flor sobre los labios;
y olvidar los audaces pensamientos,
los «por qué», los letargos,
el silbido afilado de los vientos;
sin punta ya todos los alfileres
que el corazón usaron de acerico.

Yo te velé

 

Ya sé de tu soñar, tu duermevela.
Ese don de vivir en el olvido;
ensayo de otro sueño sin aurora.

Te he tenido en mi cruz, mientras que el humo,
por el paisaje dócil de tus sienes,
tejía sus canales sin descanso.

Yo te velé, derramados los hombros,
párpado alzado atento hacia tu hondura,
vigía por la sombra de tu noche.

Por volverlo a escuchar

 

Urgente la presencia te reclamo,
eje te quiero de mi todavía,
la espuma de tu orilla por la mía
ascendiendo sedienta tramo a tramo.

Prolongado oleaje del te amo
que de mi playa aleje la agonía.
Por volverlo a escuchar deshojaría
hasta el último sueño de mi ramo.

Vuelve y vuelve otra vez, vuelve a cantarme,
repíteme el compás a cada hora,
quédate detenido en mi presente.

Hoy sé que una campana va a sonarme
anunciando la vuelta de otra aurora
la razón de esta lucha por mi frente.

Me pregunto por ti

 

Me pregunto las más sencillas cosas,
ese porqué, que acaso nadie sabe,
costumbre de vivir sin rumbo fijo.

Me pregunto por ti desde el umbral
como el que dice al aire «buenos días»,
y de pronto descubre que está solo.

Me pregunto palabras sin respuesta,
tal vez para dejar en el recuerdo
tu presencia grabada hora tras hora.

Otra vez a soñar desde el oscuro

 

Otra vez a soñar desde el oscuro
imposible por qué, mano tendida,
intentando apresar amor y vida,
fijarle a lo inseguro lo seguro.

Otras veces cabalgando hacia tu muro,
soledad que me tiras de la brida,
seguidora incansable de mi huida,
vencedora en la lucha en que perduro.

Otra vez a mirar arena y cielo
en tu playa sin fin siempre desnuda,
bebiéndome el silencio que te nombra.

Otra vez como ayer perdido el vuelo
por el salto hacia atrás de miedo y duda,
seguida y seguidora de tu sombra.

El diálogo

 

No hilvanemos historias, no hace al caso,
lo importante es saber que aquí me tienes.
¿Dónde ya la que fui?
Deja que el tiempo se nos lleve y pase,
así quedamos siempre renacidos.

Hoy no sé si estas manos son aquéllas,
sólo las siento como manos tuyas
porque tu tiempo es tiempo que me sueña
y me vive hacia más y más por dentro.

«Ayer», ¡qué lejos la palabra!
Dónde se fueron zapatos y trajes,
billetes de un trayecto recorrido
entre extraños viajeros vistos para olvidados.

Inútilmente en los bolsillos busco
contactos que ya fueron,
y sombras de mi cuerpo en las ventanas
contemplando paisajes con mis aquellos ojos.

¿No descubriste nunca un manojo de llaves
para imposibles cerraduras?

A veces algo vuelve, pero sólo en resumen;
una pequeña fecha que casi nada indica
o ese breve letrero alarmante que advierte:
«cuidado, es peligroso volcarse al interior».

¿Quieres hacer la cuenta?
Si miro a la derecha brilla sólo tu cifra.

A la izquierda la huella de algún borroso cero.
¿Qué prenda pagar debo por haber sido antes,
sin tu tiempo en mis horas?

Alcemos la cabeza
a la igualdad del cielo,
aunque tú apuntes «Marte»
y yo diga: «Saturno» (tal vez por los anillos).

Cada cual con su estrella, con su planeta en alto
y todas las preguntas por la arboleda azul,
compartiendo verdades,
como esta del amor, el milagro más nuestro.

No pienses en mis ramas,
me crezco sobre el tronco.
A punta de navaja puedes grabar el nombre.

5 de junio

 

Te lo escribo en voz baja desde un 5 de junio.
Cuando baje la espuma (porque siempre
desciende).
Enciérrate este ahora en el recuerdo,
no señales el día.
Para olvidar no hay fechas.
Escríbele postales al entonces.
En alguna ventana
se quedará tu mano alcanzándome estrellas.

No sé por qué me afano en cosas del futuro
cuando puedo mirarte y saber de tus ojos.
Qué cerca por tus sienes al latir de tu sangre,
al instante infinito que perdura en el beso.

Quisiera preguntarle a todas las semanas
dónde estabas oculto sin domingos ni lunes,
mientras yo caminaba ya por sueños de ahora.

A veces cambia todo al volver una esquina.

Levantaré la copa mirando hacia la tarde.
Te quedará mi gesto bajo la luz tranquila
con músicas lejanas y renovadas lunas.

Todo será silencio

 

Estaba el muro triste en lo oscuro del parque;
madreselvas tronchadas entre mustios jazmines,
todo ya con la tarde húmeda de la lluvia
arrastrando la pena hacia una larga noche.

La memoria encendía los muros encalados
de otro lejano huerto con naranjos y sol,
pero no era posible anudar la mañana
y se vistió el camino su más intensa sombra.

De pronto fuiste centro de la tristeza mía,
el vaso me llenaste de no sé qué nostalgia,
y quise reavivarte soplando la ceniza,
volverte a este recuerdo que acaso no recuerdes.

Cuántas cosas por dentro asiéndose a la trama
del tiempo que se aleja limándonos las horas.
Qué torpemente el pie por el camino nunca
creyendo que en el polvo se quedará su huella.

Quiero incrustarte ahora en la piel de este instante,
sumamos a la causa contra viento y marea,
sabemos en el muro antiguo de aquel huerto,
o en otro no nacido, pero que acaso llegue
no sé por qué destino de pájaro o de rama.

Inventa una plegaria que nos una en el coro
del espacio sin eco reservado al silencio.

Ya no quiero dolerme de lo que me rodea.
Flores en el tejado me están gritando: «Canta.»
Puede ser jaramago en la teja encendida
y sentirte en el tallo cuando el viento me impulse.

De este mi estar perenne siempre de cara al cielo,
algún calor de vida me dará testimonio.
Cuanto más se me acorta el camino, más busco
ir sobre la dureza del cristal y la piedra;
sobre lo que perdura fijándose en el tiempo.
Estar, estar, saberme en latido y en sangre,
alimentando orillas con la sal de mis olas.

Me crezco cual la llama en estas rebeldías
antes de que las alas se resistan al vuelo.
Después ya lo sabemos, será silencio todo.
Silencio y más silencio. Tan sólo un gran silencio.

Yo te sueño tan alto

 

Otra vez primavera por los parques de siempre.
Volvemos a encontrarnos con la fecha de entonces
borrándole al olvido aquel punto y aparte.

A buscarme saliste con temor de mi ausencia
y yo estaba arropada en el ayer tan nuestro
que casi me rozaba tu mano al extenderse.

Ya es hora de ponernos en orden las preguntas.
Sabemos en lo justo con Dios en la mirada,
tendiéndonos un puente por el pulso y la sangre.

Puedes pedirme el agua para tu sed antigua,
ofrecerme el descanso de tu pecho intranquilo
y tierra de tu tierra en este breve plazo.

Yo te sueño tan alto por volarme a tu cima,
porque sólo en la altura insisto en encontrarte
repartiéndonos nubes y el paisaje del viento.

Introducción

 

Ya todo está inventado, descubierto;
llego tarde, muy tarde, a vuestro lado;
por eso no me inquieta lo remoto
y voy tras lo sencillo y cotidiano,
llamándole al pan, pan, y al vino, vino…
Aunque no suene bien, ¡es tan humano!

Miro el jardín y digo: «¡Primavera!»
Y al extender los brazos
con tímido ademán hacia las cosas,
siento un tibio aleteo en cada hallazgo:
un compás repetido,
algo que va, que viene, que es alado.
Siempre será mañana la mañana
y más árbol, el árbol.
No quiero ya en el alma nada nuevo,
que todo esté estrenado.

Acaso la que ansío
es caminar segura
por las antiguas huellas de otros pasos,
o quedarme tranquila aquí, en mi huerto;
saber que ya está todo sosegado:
el corazón, la casa, los recuerdos…
Sentir la azada fiel del hortelano
remover, amoroso, los terrones,
como hicieron en tiempo sus hermanos.

Ya está todo gastado bajo el sol,
a fuerza de pasar de mano en mano.

¿Cómo serás sin estos ojos míos?

 

¿Cómo serás sin estos ojos míos?
¿Quién te leerá palabras por la frente
sabiéndote despacio, pena adentro?

¿Cómo serás cuando el río descienda
y sientas ya la espuma por las sienes?
La espuma de tu mar, el mar de todos.

No sé dónde dejarte escrito el nombre
crecido de tu tiempo hacia otras fechas,
desbordado de sí, fuera de madre.

Me pregunto por ti

 

Me pregunto las más sencillas cosas,
ese porqué, que acaso nadie sabe,
costumbre de vivir sin rumbo fijo.

Me pregunto por ti desde el umbral
como el que dice al aire «buenos días»,
y de pronto descubre que está solo.

Me pregunto palabras sin respuesta,
tal vez para dejar en el recuerdo
tu presencia grabada hora tras hora.

Sé que trazaba signos

 

Yo no sé si te tuve; esto nunca se sabe.
Sé que trazaba signos con letras de tu nombre.
Que apretaba las manos inquieta contra el pecho
como el que siempre teme perder una medalla.

Estos son los recuerdos mezclados con el humo
de tu cualquier tabaco, de tu cualquier alcohol.

Puedes abrir el libro,
interrumpida en ti volverás a encontrarme.

Sé que trazaba signos con letras de tu nombre.

Detenida en el hueco de tu espacio

 

Detenida en el hueco de tu espacio,
fácil a la impaciencia de tu mano,
en el juego incansable, agua y luz,
de la arena y la ola por la playa.

Encendida de ti, llama en tu fuego,
varada ya en tu orilla, puerto y ancla,
presintiendo las cifras de la resta,
mientras sumo otra vez amor y duda.

Otra vez a volar, redoble, vuelo.
A contra luz voltean las campanas
el alegre repique de esta tarde
en vuelo por el aire de tu torre.

Sólo ausencia

 

Yo seré sólo ausencia cuando gires tu tiempo.
Se te abrirán los libros por páginas de entonces.
Otra vez la ventana con las mismas estrellas,
y otra vez sin quererlo aquella misma calle.

Un lunes, un domingo…
Para cada recuerdo tendrás fechas.

Deja abierta la puerta al pan de cada día.
Cuando gires tu tiempo por árboles del río,
yo seré sólo ausencia.

Escúchale los pasos y tiéndele la mano
a la sombra que copie tu soledad de siempre.

Sea

 

Agua sumisa al pez de tu capricho.
Tú me quieres así, yo digo: «sea»
y nos navega el cielo por el fondo.

Tú me quieres de estar casi en ausencia,
media luz de tu paz y de tu frente,
sujeta a la distancia en que me cercas.

Tú me quieres en gris como la tarde.
En oración, en sueño, de silencios;
ala cortada y mano sobre mano.

Tú me quieres de espera y de ternura,
al aire de tu tiempo y de tu aire,
surco de amor tendido a tu semilla.

Concha Lagos, Málaga, 1907-2007

Elegía a las manos

 

Tal vez por ser mujer se me vuelan las manos
en busca de algo frágil y pequeño
para poderlo alzar hasta el regazo.

Niños que se perdieron en cuentos de la infancia
se vienen a las manos.
También alisan los cansancios,
en un hermano gesto,
y saben de ojos tristes sin motivo.

A veces, nuestras manos, por el aire,
van recortando barcos de papel
para el pasaje de los desalientos.

¡Cómo duelen las manos en la espera!

Las manos no descansan,
ahondan agujeros en el sueño,
siempre buscando amor, cosas perdidas…

Acaso alguna estrella esté poblada
con manos de los muertos.

Juegos

 

Como saltos de comba son sus juegos.
Ven pájaros dormidos en los charcos del parque,
se asustan de sus sombras aunque luego rían,
corren, por el afán de huir o ver si vuelan.

Es casi chico el mundo para su todo-tiempo,
Y lo van repoblando de fantásticas cosas;
De un verde-sol y azúcar, de espejos diminutos.
Un “Jauja” les escapa por los ojos.

Yo miro mi regazo ausente de la fiesta.

Invéntame palabras

 

Invéntame palabras que me acompañen siempre,
que se me queden limpias, incrustadas en nombres.
Dámelas tan sencillas
como una miel primaria de remota colmena.
Dámelas contenidas, gozosas, apremiantes,
que afloren milagrosas como un agua de gruta,
como un trigal maduro
a la altura del pecho.
Dámelas con silencio de escondidos caminos.
en vertical plomada.
Que me acoracen lentas en largo aprendizaje;
pasarela o pontana hacia nuevas orillas.
Olíbano perfume para mi viento oral.

Dejádmelos nombrar

 

He tenido sus nombres anidándome hondo.
Se llamaron primero con nombres fantasía,
luego tuvieron otros, más de verdad y de siempre,
Como Manuel o Juan.
Corrieron de mi mano por un mundo
que yo inventé despacio.
(En aquel tiempo, el tiempo tenía mucho tiempo.
Podía buenamente derrocharse.)

Me han quedado sus nombres porque esto no se olvida,
aún los pronuncio en sueños y puede que despierta.
Se me besan los labios cuando digo
palabras con los nombres de los niños.

Cómo agradece el corazón cansado

 

¡CÓMO agradece el corazón cansado
remozarse de nuevo
en lejanos paisajes del olvido!
Paisajes de niñez que vuelven puros,
igual a un mar de luz inesperado.
Sorpresa del recuerdo…
El corazón palpita adolescente,
sacudiendo cansancios,
removiendo gozoso las raíces
en los surcos gastados.
¡Qué intenso azul de azules campanillas!
Ya todo es un milagro:
la flor, el limonero, la nostalgia,
que va retrospectiva navegando,
y esos ojos tan llenos de lo ausente
y este poder en paz cruzar los brazos.

Ya lo tengo pensado

 

Ya lo tengo pensado:
dejaré de soñar.
Iré sencillamente por la vida,
sin inventar nuevas historias.
Me sentaré a la mesa
y partiré mi pan.

Una mujer puede quedarse
de espaldas a las cosas,
si tiene en su regazo un ser pequeño,
y hasta cerrar los ojos

y decir que comprende lo que no ha visto nunca.
Una mujer sabe, desde muy siempre,
que no puede volar;
y por eso, sin duda,
a cada instante
una mujer se siente a veces sola.
Una mujer descubre cada noche
que la ventana es marco de su vida.

Arroyo claro

 

Toda la ciencia que sé,
la aprendí por una copla.
Para aprender a olvidar,
¡a ver quién me enseña otra!

Nacer, amar y morir,
todo su música tiene,
lo que importa es descubrir
el compás que le conviene.

Si aciertas, mira qué fácil,
sólo coser y cantar,
lo malo es cuando te vas
con la música a otra parte.

Hay quien canta cualquier cante
y al son que le tocan baila,
yo siempre al mismo compás
y con la misma guitarra.

Ya ves qué fidelidad
y qué firmeza la mía.
(Acaso miedo al trabajo
de cambiar todos los días).

Hoy aquí, mañana allá,
ahora en vaso, luego en copa.
Yo a mi vino sosegado,
a mi compás, a mi copla.

AL otro lado del río
dicen (yo no me lo creo)
que cambian todas las cosas
y que hasta lo blanco es negro.

¿Y eso es mejor?, me pregunto.
Será por la variación,
pero habrá que acostumbrarse,
y el tiempo es oro y dolor.

Al oro renunciaría,
pero el dolor, corazón
¿cómo podemos dejarlo
si es un recuerdo de amor?

Quede la orilla del río
con sus cambios de color,
yo siempre fiel a la mía,
que es tu orilla y mi canción.

ESTA es Córdoba la llana,
la Córdoba de mi cante,
donde empecé aquel camino
que no va a ninguna parte.

Pero andar es nuestro oficio;
ahora un paso, luego dos,
cuando Dios quiera me planto
y se acabó la canción.

Carta a lo azul

 

Tú me harás el milagro.
Hoy mi sed te lo pide,
te lo pide mi campo
sin fruto, sin alondra,
lo frágil de este barro,
la luz que se me apaga
y la cruz de mis brazos.

Por la breve esperanza,
por aquel largo llanto,
por aquella agonía,
porque me fue vedado
conocer las señales
y el eco de otros pasos
al compás de los míos,
Tú me harás el milagro.

Yo no tuve semilla,
yo no tuve en las manos
esa flor diminuta
que llueve de tu mano.
Yo no tuve canciones;
cuando hiciste el reparto
de pájaros y estrellas,
olvidaste mi árbol.
¡Señor!, desde tu cielo
estréname un milagro.

Carta para después

 

Amigos: Os dejo estas palabras;
volveréis a reuniros y diréis, recordando:
«Parece que fue ayer»; acaso, alguno añada:
«Aquella Concha Lagos…»,
y calle, pensativo y misterioso.
Llamadle, despertadle; que nadie se lamente;
que nadie, al recordarme, se inunde de tristeza.
Estoy en paz, amigos.
Igual que aquellas tardes de amistad y poesía.
Igual, igual que entonces.

Ahora quiero deciros…
No sé cómo empezar, no acierto con la idea;
tal vez, ni la palabra exista todavía;
si pudiera inventarla, unirla a vuestros nombres,
y al pronunciar Manrique, Alcántara, Millán,
Anglada, José Hierro,
agruparos en una antología de amistad
y, silenciosamente, ir hojeando…
Gerardo, García Nieto, Leopoldo,
José Luis Prado…
En la bruma del Norte firme Gabriel Celaya,
y el buen Vicente Núñez, en su Málaga azul.
Soñé llanuras amplias, soñé ligeras nubes.
¡Qué fácil habría sido vivir siempre serena
por la segura orilla de vuestro caminar!
Debe ser primavera, ¿tienen hojas los árboles?

No sé si volveré a ver tierra.
Tierra del Sur con sus olivos bajos.
Si volveré al arroyo donde mis ojos vieron
por vez primera correr agua.
Si pisaré la yerba,
si en un extraño vuelo,
que ahora no acierto a imaginar,
cruzaré a vuestro lado.
Si volveré a mirar los cielos
en tibias noches de verano.

Acaso ocurra esto,
o todo se convierta
en un camino largo,
en un valle de brumas,
y gire torpemente ceñida por la sombra.
Pero si, libremente,
pudiera ver de nuevo vuestros rostros
con surcos más hundidos por el paso del tiempo…

Que no se borre vuestro gesto,
y, por si aún puedo escucharos,
habladme de vosotros,
del café, de poesía,
de las tardes de estío con acacias en flor,
de alguna Antología, del Premio Nacional…

Reuníos nuevamente,
leed vuestros poemas;
un ala de nostalgia rozará vuestras frentes,
y acaso alguno diga: «Aquella Concha Lagos…»

Otra vez

 

Otra vez a soñar desde el oscuro
imposible por qué, mano tendida,
intentando apresar amor y vida,
fijarle a lo inseguro lo seguro.

Otras veces cabalgando hacia tu muro,
soledad que me tiras de la brida,
seguidora incansable de mi huida,
vencedora en la lucha en que perduro.

Otra vez a mirar arena y cielo
en tu playa sin fin siempre desnuda,
bebiéndome el silencio que te nombra.

Otra vez como ayer perdido el vuelo
por el salto hacia atrás de miedo y duda,
seguida y seguidora de tu sombra.

Yo quisiera contarlo como una triste historia

 

Yo quisiera contarlo como una triste historia,
pero ya no es posible.
El tiempo cicatriza con días las heridas;
tal vez esté olvidado como olvida el muchacho
la reciente caída.

A veces, el recuerdo me acerca aquella angustia,
impidiendo que aspire a raudales la vida.
Es un algo enojoso esa cortante arista
que roza mi alegría.

Si pudiera contarlo con palabras precisas,
decir: «Fue justo de este modo…»,
«Comenzó en tales días…»

Pero ya no es posible,
¡se olvida tan aprisa!

Soneto de lo conseguido

 

Como el que salta alegremente un río,
ignora puentes, vados y barreras,
así por mi cantar, sin más esperas.
Con velas desplegadas el navío.

Ajena al vendaval, al norte frío,
inventándome modos y maneras,
acumulando luz de altas esferas;
mi otoño cambio por ardiente estío.

Vivo otra vez de místicos ardores,
a más y más el renovado vuelo,
con la plegaria en órbita segura.

Libré el espacio de la noche oscura
salvé la etapa de paloma en celo.
El canto escucho de los ruiseñores.

Sabrás

 

Sabrás que me has tenido por tenerte,
por saberte por fin fijo en tu adentro.
Sabrás lo que se sabe al encontrarse.

Y me sabrás después, desde el lejano
imposible-jamás, río perdido.
Ignorado final a cara o cruz.

Te esperaré en ayer, en hoy, en blanco.
¿Cómo explicar en el «adiós» mañana?
Si algo se puede hacer, cuenta conmigo.

Si me dejo mecer en esto del recuerdo

 

Si me dejo mecer en esto del recuerdo que nadie lo repruebe.
Ese fue mi vivir, el que me dieron hecho.
(Las equivocaciones debieron ser, en parte, cosa mía.)
Con pan llevar de luz, a rienda suelta, corría por los campos.
La sierra y sus arroyos se me entregaron siempre generosos
y supe del goce de tenerlos, de rumiarlos en paz.
Sentada cara a los recuerdos los dejo que se alcen,
que invadan mi presente, así, con mansedumbre y ráfagas de aire, de ironía;
con los ojos abiertos al sueño irrepetible, tan de las nubes ya,
tan del ayer perdido.
Tan de mi verso ahora.

Qué fácil este ahora

 

Después de tanto y cuanto, aquí estamos de nuevo
ahorrando las palabras, sabiéndonos el fondo,
porque el silencio dice de nuestra paz ganada.

Nos tenemos compactos, casi a renglón seguido:
una página escrita con tu nombre y mi nombre,
encuadernada a pulso de sucesos y tiempo.

Qué fácil este ahora, resumen de los días,
y qué nueva tu mano por caricias antiguas
estrenando otra vez la mirada y el beso.

Te me vas y te quedas en aire que respiro,
en ausencia y presencia que nada me entorpece,
como un llevarte dentro aladamente en alto.

Y te me quedas más, como el hilo en la malla
de un pasar que se anuda, de un quedar avanzando,
de un agua inagotable siempre de cara al cielo.

Campo abierto

 

Enamoradamente he vuelto la cabeza,
allí, por la mañana de luz y de claveles,
con la viva alegría
del viajero que vuelve al lugar deseado.

Enamoradamente por los altos balcones,
entre jardines tibios, con risas de muchachas
que ya están presintiendo el roce del amor.

Lanzad, lanzad los lazos. Sujetadlo con bridas.
Es el amor, cogedle. No perdáis un instante.

Atardecido amor

 

Yo supe del amor.
A vuela sueño del vivir lo tuve,
a grandes sorbos de agua cristalina.
Aún por su estela se me van los ojos
resucitando lunas y caminos
aunque en la malla tiempo esté enredada.
Todavía los mirtos reflorecen
y de perfume embriagan este vuelo.

Atardecido amor que me desvela
y algún lucero allá en su fragua forja,
pero a la noche se lo da juicioso.
Dime en que río interrumpió la barca
con delirante singladura.
Con ese adiós eterno del olvido
aún sus velas se agitan en el aire.

Del sueño al canto se me va el deseo,
de mi espacio al jardín de las auroras
donde el ciprés se crece de nostalgia.
Ya nunca más por tierra, mar y espuma,
ya nunca amor mis huellas por tu estela
que hoy va de vuelo el sueño mío.

Concha Lagos, Málaga, 1907-2007