Bajo límpido cielo
y estrellado imagino al hombre
antiguo en su duelo
con la negror milenaria que cubre,
bajo el campanario
de la noche, su trabajo gregario
del suelo, y en soledad
afrontando el girar del universo,
la inercia sin edad
de las fauces del tiempo y su reverso,
bajo brillos caudales
de lejanas estrellas aurorales.
Ardua celda sin balda
por ingrávidas lámparas techada,
abnegada giralda
rotando criaturas con y sin alma,
donde fin es comienzo
-astro Sol, lágrimas de San Lorenzo-
y vida es reclusión
predestinada a la sed y al sueño,
al hambre y su Talión,
al temor a la muerte y a su dueño
y al dolor penado
por el sinvivir de lo deseado.
Tan de carne sirvientes
que por frío tiembla, suda por calor
y, por ser descendientes,
sabe gracia del nacido y el horror
de enterrar al hijo
al que vientre dio savia y cobijo.
Arañar lo terrestre
en letanía de surcos; ser bueyes
y que tal guerra adiestre
de la semilla el tiempo de sus leyes
¿ha eso hemos venido?
¿es arar sin paz nuestro cometido?
Abordar en cáscaras
de nueces las corrientes oceánicas
y con pobres canoas
remontar las aguas más titánicas
¿a qué este empeño?
¿a qué santo y seña tal ensueño?
Veo a ese humano,
doliente, terco, frugal y candoroso,
pesado y liviano,
duro y frágil en su afanoso
levantarse y caerse,
a doblado raquis sobreponerse,
alzando, a lo inmenso
de los cielos, los ojos, implorando
súplicas en suspenso:
«¿Por qué pienso? ¿Por qué lloro cantando?
¿Por qué este lamento?
¿Por qué siento y al tiempo sé que siento?»
Y el ingrato silencio
contestando y el ulular del viento
arribando despacio
a cimbrear los juncos en su asiento
junto a la rivera
que fluye como fluye una quimera,
que huye como huyen
los retos, percibidos por sentidos
que arrasan y construyen
lo que oímos y vemos y asimos,
dejándonos en duda
por lo que oculta la verdad desnuda;
mas tal ser primigenio
supo ver que lo que no comprendía
era el barro de un genio
desbocado que cabalgar debía
en pulso de cautivo
por elevarse sobre lo nativo.
Así, en dos escindido,
igual que entonces hoy lo observo:
uno errante y perdido,
ofuscado en lo sombrío del ciervo;
otro arduo y temeroso
tras la luz que desvela lo dichoso.
Espada contra escudo,
con lo terrenal ajado y filudo
como testigo mudo
de este combate milenario y sañudo:
uno en danza macabra,
otro su arma a los pies de la Palabra.
del libro de poemas Fulgor en la oscuridad