Ser dignos del cielo
salvar al viento
alimentar el relámpago
dar de beber a las estrellas…
Enumerar las gracias
antes de darlas

 

28 de marzo de 2013

Poema en lluvia

 

Mil ojos
armadillos
flotan en tu recuerdo
lunas menguantes
en el cielo matutino
dejan en la piel
vagabundo aroma de naranjos
te envuelven en su manto
de ojos asombrados
abren una red libélula
para atraparte
(¿por qué soy tuya?)

Como quien quita piel a un fruto

 

Si eres fruta
come los labios que te comen
y dibujan rombos entre dos lenguas
que se trenzan en su bóveda boca

Al adentrarme en ti
me abro y estrellas
al ir hacia tus brasas yelo

Mis ojos te oyen ulular
mientras te agito como una bandera
tiembla en su fuego:
tus dientes se hacen ojos

Soy polvo bailando
al compás de tu soplo
cicatriz enamorada
llaga cantarina

De tanto que muero muerdes
Caigo desaliento
de tanto subirte
(El placer juega
a los palos chinos)

Nos ahogamos uno al otro
Delfines surcando espumas
ángeles de hielo en vilo
espejismos entre rocas
riscos altaneros

Apenas cierro los ojos
llega tu eco quitándose
la piel como una fruta

Este alfabeto se escribe
y lee desde ambos lados del espejo
sus letras rasguñan instantes entredientes
No hay pausa no
Dime que ya no

En las páginas del tiempo

 

se esboza el instante
La luz empieza a teñir cielo
canta un pájaro
sale una estrella
de su baño oscuro
canta otro como su eco
zumba un grillo
quizá son varios
trazan contra el silencio
un horizonte fosforescente
aúlla perro
maulla gata
tañe campana
algarabía
asombra follajes
viento de voces
voz sin eco
Lo percibido
es la raíz
atenta
al fruto de algo
se alza el viento
como un pregón
a lo lejos ecos de un motor
cerca el manso tic-tac
envuelve un reloj despertador
ecos de un avión lejano
se acercan
gotea quietud
el tiempo
–y tú tardas tantas tardes
en llegar

Pequeño mapa para llegar a Oku

 

Una silla y una mesa
ante el jardín
¿Una terraza con sombra?
Es un alto balcón
hecho de años y atención
adornado por algarabías
gorjeos, cantaves
Desde esta altura
miro la ciudad
como un lago petrificado
En lo alto de la montaña
soy montaña
El sol quema la superficie
de mis piedras
el zumbido de las chicharras
hiere el oído demoniaco del mediodía
No hay reloj
Las horas se miden por la luz
a la luz las nubes le van poniendo grados
Sube el calor como el humo de un incendio
aislado en las montañas
Llegan hasta aquí los ecos de las noticias
con su olor a yesca recién quemada
Mañana -me anuncia con su carcajada
un pájaro—
vendrán unos amigos
Ayer nos visitó una pareja
de aves azules con largas colas brillantes
Miro la tierra en el sonido del viento
que pasa entre las ramas del bambú
A lo lejos el motor de una avioneta
pone al cielo de esta tarjeta postal un timbre
Ayer viajé tinta adentro
por un antiguo mapa venerable
La maleza de la caligrafía japonesa
no me impidió visitar lugares y santuarios
Iba siguiendo a un par de hombres:
uno le abría paso a otro
como si fuese un maestro
–lo era
Los vi recoger como guijarros
vistas instantáneas del camino
A cada trecho
se detenían a saludar
aquí un insecto
allá una gota trémula
posada como mariposa
sobre una hoja
Abrían sus cuadernos
de vez en cuando
y volaban hacia adentro
con pesadas alas de tinta negra
Yo los seguía en su camino
En aquel bosque fantasma
entrevisto desde el balcón de mi terraza
no veía ni oía yo a nadie
salvo el canto sordo
de los acentos
sobre las vocales
Un pájaro canta
detrás de otro
jugando a las escondidas
Los troncos gimen
No me siento ajeno
al canto del gallo
que saluda en la madrugada a la tierra.

Nada detiene la voracidad
ella avanza nada en nada
Su paso sin pausa es vértigo
Recuerda que sólo un fragmento
de una letra de una palabra rota
nos deletreó a medias al nacer
…a medias claroscuros
a tientas sin tropiezo
nos devora

 

15 de noviembre de 2014

En el firmamento
las estrellas
no siempre saben
que las hermana
un
meteoro

 

24 de marzo de 2013

¿Ese vicio impune?

 

No le creas al que te dice
que la lectura no tiene castigo.
Leer puede costar la vida.
Pregúntaselo al aprendiz
caído en la fosa común.
Al lector de periódicos
que dejó de envolver
la carne para la perra
en una hoja de diario
y se puso rumiar.

Leer es más peligroso
de lo que el otro se imagina.
“El que añade conocimiento,
aumenta el dolor”.
Para la herida producida
por leer,
no hay paliativos.
Sobre todo,
se trata de no volver a leer,
y de no pensar.
Hasta esta gimnasia
puede ser un riesgo.
¿Qué hacer?
Quizás,
seguir tomándote fotos
hasta que te acabe la luz.

El agua y las manos

 

Antes de saber
leer y escribir
aprendí a lavarme las manos
Aprendizaje tan longevo
como el agua que enjuaga
Nadie sabe nunca si lavó
bien las manos
Muchas veces
me regresaban
en la escuela
o la casa
a que me las volviera
a lavar
Hay que acariciar
una mano contra
otra sosteniendo
entre las palmas
pastilla del jabón
como si fuese una ofrenda
para el agua
Enjabonar las muñecas
las uñas
el espacio
entre los dedos
a veces extender
el masaje del agua
hasta la cara
Lavarse la manos
es un arte y una ciencia
pero se debe saber
que es casi imposible
limpiar la sangre
derramada
En China
el carnicero
probaba su arte
destazando un buey
sin derramar
con su hacha
una gota de sangre

Al concluir
se lavaba las manos
preguntándose
si el agua
que enjuagaba las
manos era la misma
que las había enjabonado

Poema inédito

 

Me estremezco
frio el estómago
vértigo mareo
como Darwin en la selva
nausea
crisálidas o mariposas
en la boca del estómago
raspan campanas
llueven cascabeles
tanto frio tanto calor
tanta sed de tanto mar
de tanta mar tanta sed
se pone la carne
de gallina de Guinea
tiemblo como un
periquito australiano
no puedo dejar de temblar
al viento un estandarte
se duerme en el asta
no sé si despierto
o si tiemblo
cráneo cortado
cerebro llaga
adentro estallas estrellas
arcoíris tiembla
se iluminan los sonidos
el mundo tiembla en mi sismo
se abisma abismo
el cielo se abre desaparece el cielo
no sé a dónde vértigo
llueve deja de llover
en cada pájaro cantan muchos pájaros
se les caen las plumas a los sacerdotes
se me ponen de puntillas los pelos
y vienen descalzos los versos sin pie
siento que ya llegué
siento que ya me puedo ir
—al pensar en ti.

El poema llegó y toca a nuestras
puertas como un pordiosero
o vendedor de puerta en puerta
que practica el cambaceo,
la venta de pinturas u óleos
de aceite: libros, biblias, ropa, etc,
incluso muebles.

El tema del «futuro cercano»
pone en el tapete de la discusión
lo que significa leer:
la exploración de ese sentido
de ese significado
es por así decir nuestro nido,
nuestro nicho.

El usuario de una computadora
está acostumbrado
a que del lado derecho de la pantalla
aparezcan imágenes con publicidad.

Yo no termino de acostumbrarme.

Por eso pongo una bufanda, un calcetín
o una manga de camisa
para impedir esa intromisión.
Eso me da una sensación de libertad,
tal vez ilusoria pero eficaz.

Por ahí, me digo,
puede empezar el poema.

Un árbol crece
en el cielo
sus frutos
son las estrellas

 

6 de noviembre de 2016

Flor palabra vaga
rosa es más precisa
rosa de castilla
rosa de anjou
traen más tierra
entre sus letras
efímera
cada flor
perdura en su letra
al olerla
sientes que se va
cada nombre
no me olvides
rosa fugaz
pensativa
rayos de sol
beben gladiolas
se mecen tulipán
madreselva
el tiempo
nos hipnotiza
en su yedra
¿quién aconseja
al viento
para que nos dé
su rosa?

 

30 de diciembre de 2013

Escena invernal

 

En el jardín de una casa abandonada, entre las hojas húmedas y yertas, algo brillaba con raro fulgor.: el cráneo diminuto de un pájaro muerto hacía tiempo. Intacto, su pico hacía mucho no se abría para cantar. Limpié la casi transparente y frágil osamenta y busqué donde darle sepultura. Elevé una plegaria muda por la canción nunca oída. Entre mis dedos sólo queda el recuerdo tacto de una esfera que alguna vez algarabía envuelta en plumas de polvo…

El jardín de los dos cuentos…

 

Había una vez un gigante egoísta al que no le gustaba ni que los niños fueran a jugar a su jardín —cosa que en última instancia toleraba— ni mucho menos que hubiese otros gigantes o gigantas que le hicieran competencia en eso de atender a niños sin jardín de niños. Eso realmente lo ponía furioso y era capaz de acabar por ello con todos los jardines, con todos los otros gigantes e incluso con los juegos mismos, aunque no se atreviese demasiado a mirar al espejo para preguntarle quién era el gigantes más egoísta, pues era tan desconfiado que hasta sospechaba de los espejos, sobre todo si habían pertenecido a un peluquero, como lo había sido el abuelo del gigante que, gracias a lo bien que cortaba el pelo, se había podido comprar un jardín para heredarlo a sus nietos gigantes que tendrían todo el derecho de que los niños no fueran a jugar a su jardín….¿Quieres que te lo cuente otra vez?

Arcoíris

 

Apareció ante mí: arcoíris. Se acercó con paso de niebla y me saludó, como a un viejo conocido, con voz de viento suave entre las hojas. Al ver mi sombra, me preguntó si podía ayudarme. Sonreí y traté de ir hacia su arco. Me dijo con la mirada que fuéramos hacia la luz. Al llegar a un claro del bosque, una enorme letra crecía en el prado… Era como un árbol altísimo, sin follaje. Era, me lo dijo arcoíris sin palabras, una de sus raíces. Quién sabe si era la madre o el padre, el abuelo del o de la que me había llevado ahí. En verdad, no sabría decir si era arca o arcoíris, aunque tuviese prístino mirar de cielo estrellado. Subí, desde luego subí. A medida que ascendía, mi sombra se disipaba como yo mismo. Una tenue música empezó a subir desde mis raíces y a iluminarme con sus siete colores.

21 de septiembre de 2014

Adolfo Castañón, México, 1952

Tránsito de Octavio Paz (1914-1998)

para Marie-José Paz

 «By mourning tongues
the death of the Poet was kept
from his poems »
W.H. Auden: “In memory of W.B. Yeats”

 

Murió un domingo de abril.
En los montes gran calor
los árboles calcinaba:
(No nos conocíamos entre nosotros. Aprendimos a leer en sus libros.)

Se ruborizaban en la calle las estatuas pintarrajeadas.
Terminaba la Pascua,
Él era un hombre educado:
murió cuando todos regresaban de vacaciones.

(Unas horas después de su muerte
un breve sismo sacudió la tierra
—los geólogos están de acuerdo:
alcanzó 3.5 en la escala de Richter.)

La lengua se puso de luto
otros idiomas la siguieron
pero nadie sabía cómo avisar
a sus poemas que el Poeta había muerto.

Los colibríes volaban veloces en zig-zag.
Leves tolvaneras se disponían a bailar
sarabandas y rigodones en los terrenos baldíos,
pero ese día al iniciar la danza parecían desanimadas

No sabíamos por qué tenía que desaparecer su cuerpo
si su nombre iba a quedar en tantas enciclopedias
No nos conocíamos entre nosotros:
Aprendimos a leer en sus libros.

Como la cabeza titánica de un atlante olmeca
o como una antigua pirámide inmemorial
de esas que tanto le gustaba
subir y bajar con el pensamiento:

Cuando murió no sabíamos
—¿quién no lo había olvidado?—
lo que se va
cuando un poeta se va.

(Los geólogos están de acuerdo:
el temblor alcanzó
3.5 grados en
la escala de Richter.)

Por lo pronto todos
habíamos empezado
a soñarlo.
Cada noche

nos visitaba y daba consejos
en ese brumoso país de los muertos
Pero nadie sabía cómo decirle a sus poemas
que el Poeta había muerto.

Las causas de su enfermedad
son públicas aunque no siempre reconocidas:
Su dolor más intenso
era —otra carga oscura— México,

y, más allá, la humanidad desamparada,
expuesta a las torturas de la comodidad:
la raíz del hombre desecándose
en las corrientes del aire acondicionado

A él le dolían los árboles cortados,
la incuria pudriendo la casa del abuelo en ruinas.
Que fuéramos indignos de las nubes del Valle de México
reavivaba en él una quemadura lacerante.

No nos conocíamos entre nosotros.
Una cultura vale
lo que sus bosques:
le dolían los árboles talados

Pero desde muy joven
aprendió a vivir con ese dolor
A ese aprendizaje —entendámonos—
lo llamó Crítica.

No, no le gustaban las corridas de toros,
pero era buen torero
Erguido ante el acoso de la bestia,
sabía eludirla con un breve desdeñoso esguince.

O hundir la espada hasta el puño
—amenaza elegante
y giro misericordioso—
como si él supiese lo que sabe el toro.

Ahora anda disperso en la memoria de sus admiradores.
Muchos versos suyos se fueron a vivir a otros idiomas
Algunas ideas del hombre devuelto a las cenizas resucitan
en argumentos que nada tienen de sus ensayos.

Creíamos componer una familia
por el hecho de sabernos de memoria un puñado de sus poemas.
Entonces sólo era feliz el memorioso.
(Una cultura vale tanto como sus bosques.)

Jugaban los niños
en la fronda del árbol:
columpio, caballo, resbaladilla
En silencio sonreía con las ramas abiertas de par en par.

No nos conocíamos entre nosotros:
Aprendimos a leer con sus libros:
fuimos a buscar la semilla oculta en sus alusiones:
¿llegaste errante al claro errante en el bosque?

Con el tiempo descubrimos
que era un poeta —y algo más
(Casi desde niño se le abrió una herida
tras los ojos: clavado una espina: la poesía.)

Que era un escritor —y otra cosa
(A su paso las ideas hacían ronda
las opiniones se agachaban y jugaban al burro)
Que era un artista —y además…

Tigre infalible,
a veces árbol de raíces líquidas,
sabía dar la palabra y bajo su fronda
el mundo hallaba armoniosa austeridad.

Ya al final hablaba de su demonio:
el daimón o genio de Sócrates, su maestro.
Sí: llevaba a Platón en las venas,
pero su figura hacía pensar en Chuang-Tzu,

Vivió Paz más de treinta años fuera de México
Pero ni Henry Adams ni Turguenev
fueron o podían ser expatriados. Dormían en almohadas de piedra.
Tampoco podían dejar de ser peregrinos en su patria.

Entre “sensatos” insensata,
loca cordura fue su poesía;
risas en los templos suscitaba
como los poemas profecías.

El soñaba con las armas puestas
listo para disparar imágenes en cualquier instante
Apenas dejaba de ser niño
cuando descubrió en sueños un espejo.

Ahí aprendió a comunicar en silencio vestigios del límite.
Las artes de la imagen
no tuvieron secretos para él:
lo había tomado a su cargo Nuestra Señora de las Analogías.

Quizá por eso sus canciones surcaban el aire como flechas
Sus ideas fulminaban un lunar rojizo entre ceja y ceja.
Niño tras el cometa, él iba siguiendo las aéreas banderas de la esperanza;
Recordaba el antiguo testamento entrecortado del viento entre las rocas

En todo caso sus mejores creaturas
las engendró en cristales y en espejos,
en ecos y paseos,
en los márgenes de las páginas que cultivaba como jardines.

Armaba pirámides y caminos, árboles y arcaduces,
cielos y ciudades de amor, puentes y cántaros
máscaras, murallas, pájaros palacios lucientes. Murió
después de haber cumplido plenamente la realización de sus dones

(Yo veo desde la orilla alejarse su barca;
la tierra se desmorona bajo mis pies.
Él se va para cumplir otros deberes.
Para acercase a él ahí están los surcos.)

Los jóvenes leen sus libros por el camino,
en estaciones de autobuses
estremecidas por pregones y algarabías,
—pájaros, niños— la enredadera del vocerío

El calor golpea contra los vidrios
el cascabel de una mosca zumba enfático;
los muchachos leen sus libros de poemas como mapas
deletrean unos versos: eso les basta para saber qué dirección seguir.

¿Pero quién lo podría alcanzar?
Cuando escalábamos la pirámide de Quetzalcóatl en Xochicalco,
él ya andaba atravesando le Pont-Neuf
Rumbo a François Villon y Guillaume Apollinaire.

A toda prosa nos dirigíamos
hacia el Boulevard Raspail
—quizá alcanzáramos al arco iris llamado Henri Michaux—
pero él ya hacía rodar signos desde las cumbres nevadas de los Vedas.

Emprendíamos el camino hacia Creta,
volvíamos a Lisboa y a cierta cueva recóndita en Nepal.
Demasiado tarde. Nos dábamos cuenta de que
nunca había salido de México.

No había dejado nunca de conversar
Con Villaurrutia, Reyes y Cuesta.
A sus anchas hablaba y hablaba con la Monja Jerónima en un patio
de un antigua vecindad arrebatada por gritos niños.

Lo quemaron en la Plaza Pública
—a él: un hermano mayor de la Constitución—
sin saber que él mismo ya se había incinerado como un bonzo
al fondo de una quebrada sintaxis,

mientras en lo alto reía
el Mono Gramático:
se asomaba a desfiladeros y sumideros
de ocultos translúcidos vasos comunicantes.

Era río de luz sin antes,
claro errante en el bosque,
limpia cascada aventurera,
soplo de color sobre las aguas.

Esa luz lo hacía invisible,
entraba sin ser notado
a Templos, Plazas y Bibliotecas.
Era demasiado tarde cuando lo sorprendían.

Ya estaba adorando a
Nuestra Señora de las Analogías,
a la Inmaculada Ironía.
Se había robado el fuego.

Iba sembrando ascuas tan casualmente,
las ponía como quien no quiere la cosa
en estuches de prosa y verso blanco.
Soplaba sobre cenizas volvían gardenias.

Pero era un secreto a voces
que llevaba el fuego
que se lo llevaba
aunque a veces supiera ocultarlo.

Como parvadas o jaurías
o bandas de niños,
los poemas —propios y ajenos— lo seguían al canto.
Cruzaban fronteras por él abandonaban los
libros.

Como el isleño que deja
la isla para pisar tierra firme,
lo seguían y olvidaban
de dónde venían en qué época los habían escrito.

Él sabía devolver su nombre a cada uno
En cada mano llevaba una alianza.
De plata en la izquierda: —correspondencia.
De oro en la derecha: —convergencia.

(Algunas horas después de su muerte
un breve sismo conmovió la tierra
—los geólogos están de acuerdo:
alcanzó 3.5 en la escala de Richter.)

Han pasado ya algunas semanas.
La lengua está de luto:
se han sumado al duelo varios idiomas.
Nadie sabe cómo decir a sus poemas que el Poeta ha muerto.

 

 

Abril-mayo de 1998

Tres visitas al Maestro

1

Li Bai, visita en vano al maestro Taoista del Monte Daitian

Ladridos de perros se mezclan con ruido de agua
bajo el rocio las flores del durazno más oscuras
En lo profundo del bosque se presienten algunos venados
Cerca del arroyo a mediodía ninguna campana tañe
Cortan la bruma verde bambús salvajes
Una cascada ancla su vuelo a riscos que tocan el cielo
Nadie conoce el lugar a donde lo llevan sus pasos
Quisiera apoyar mi desaliento entre las ramas de los pinos.

Transcripción a partir de Anthologie de la poésie chinoise, Col. La Pleiade, Gallimard, 2015. Edición de Rémi Mathieu con la colaboración de Chantal Chen-Andro, Stéphane Feuillas, Florence Hu-Sterk, Rinier Lanselle, Sandrine Marchand, François Martin y Martine Vallete-Hémery, p. 368

2

Otra visita

Entre los recuerdos atesorados
en mi juventud
está el de la visita al Maestro,
Me citó en medio de una plaza ruidosa
–como para quitar importancia a nuestro encuentro-
Mientras hablaba sin mirarme
el cielo lanzó un relámpago
empezó la lluvia
El Maestro veía pasar el tiempo
consultaba de reojo su reloj ,
se encontraba preso
de un discípulo
cuyas breves preguntas
parecían incomodarle.
Poco después, el agua se calmó,
los ruidos de la plaza recobraban su ritmo
mientras lo veía alejarse
agradecía la lección:
el cielo enunció un arcoíris

3

Cita con el maestro

Le pedí una cita al maestro. Me indicó que la lección se daría en cierto lugar a orillas de la playa. Nunca llegó. Desde entonces, regreso a ese punto una vez al año, el mismo día a la misma hora. Sé que solo así puedo seguir recibiendo la lección.

Antes

 

I

No sé llevar bien las cuentas
Algo falla
No sé por ejemplo
cuántos son cuarenta y tres…
o cuántos eran dos mil
Antes éramos tan ricos
que los muertos se contaban por miles…
Se me hace difícil sumar
el # de los que el periódico da por muertos cada día…
No sé cuántos ejemplares imprime el periódico
No sé cuántos periódicos hay en México
Todos parecen decir la misma
No sé tampoco ni quisiera saberlo quién los paga
A veces pienso que son el mismo periódico
Que todos los días les cambian la fecha
pero que es el mismo
con las mismas faltas de ortografía
con la misma y rota sintaxis
Que son los mismos muertos
las mismas muertas
(Éramos tan felices
cuando las usábamos como título de novela)
No lo sé, no lo creo
Antes el agua no costaba
ni había guerras por el oro azul
El pan no sabía a trapo
No había gusanos en la basura

Las casas no se derrumbaban a la primera lluvia
Las calles no se inundaban a la primera granizada
La lluvia no era ácida
No había necesidad de hacer planes de desastre
para el país o la familia o la humanidad
Los hijos no tenían que irse a otros países
Sólo había desastres
pero no nos preguntábamos
quién estaba ganando con ellos
Poco importa el color o la forma
de los ojos de ese quién…
Me imagino que a él o a ellos
sí les salen las cuentas…

 

II

Me hace falta México
el México de antes
(¿no será una redundancia?
¿no es la maldición de México que siempre es el de antes?)
cuando veía sin vértigo las corridas de toros
y comía con arrojo tacos de cabeza
en tendajones improbables e insomnes
el de los charcos en que caía la piedra de sol
sin ensuciarse
Me hacen falta las tardes
jugando al trompo a la orilla del camino
Extraño la bendita mosca de tu escritura novia
y al travieso mosquito que no sabía a dengue
Lloro por el polvo perdido
y por las fiestas incendiadas por chorros de bengala
mientras en la esquina se desangraba el aguamiel
todos lloran por los desaparecidos,
pocos se acuerdan de los que no desaparecieron
y siguen ahí dando y tomando clases bajo la lluvia cruda
y el calcinado sol
entre la basura y la desesperación…
Me hace falta el antes

 

III

La abuela me contaba
que las indias pregonaban
“Chichicuilotitos vivos…”
recién traídos del lago.
A mi padre le tocaron
los gritos alargados de
“Botella, fierro viejo, que vendan…”
Por nuestras calles, en cambio,
resuena el mismo anuncio pelado
por una voz gritona que ha sido grabada
para que los choferes sordos no tengan que desgañitarse
o la misma ininteligible grabación vendedora de tamales
(esas voces fabricadas
también se pueden comprar en un mercado).
Me alegra, aunque no compre nada,
el silbato del vendedor que pasa
con su vaporera ambulante
como un dios en el destierro
vendiendo camotes y plátanos.
Aunque no tenga nada que tirar,
la campana que trae el carro
de la basura me suena a
viático y reverencia
¿Qué recordarán los nietos
cuando ya todo esté pavimentado?

Adolfo Castañón, México, 1952