A los hombres nada pido,
de sus leyes nada espero
ni de su ir en desespero
hago yo mi cometido.
Y, sí, esplendor de plumas de pavo real,
mas, también, su graznido tosco y pedernal.
Es, lo que el hombre alabe
de sí mismo, flor de un día
creciendo en tierra baldía:
¡mustia estirpe que sucumbe!
Peleas en el barro, cantos de sirenas,
delicias de Capua, fruiciones y morrenas.
Tanta y tan rancia palabra
que no bebe en la marmita
donde se liba, bendita,
la florescencia que labra.
Yerros y tinieblas amando los reflejos
que bailan en el gran Salón de los Espejos.
En la casa de labranza
y en la quinta de recreo
ser alguien es ser «No creo»
y ser sabio, necio a ultranza.
Esto no vitan ni Spínolas ni Farnesios,
ni Escipiones, ni un mil y un alisios.
Por un hacer que hacemos
canta el hombre sus pesares,
esos que son como almiares
con fuego en sus extremos.
Quien a hierro mata a hierro vive su ego
y entre flamas arde el adorador del fuego.
Tan sólo canto de cisne
el ave Fénix de lo ansiado,
Prometeo encadenado
a inicios sin culmine.
Mal dormir y mal levantarse de buen grado
y lo que no gusta no se hace con agrado.
Mas, tras de mí, el desenfreno
de que sólo soy un hombre,
por tal sé que ningún mimbre
de lo humano me es ajeno.
Unos con Satán vestido de Cristo,
yo a que nunca jamás de Satán Cristo.
A los hombres nada pido,
de sus leyes nada espero
ni de su ir en desespero
hago yo mi cometido.
del libro de poemas Fulgor en la oscuridad